Diario Hoy, 22 de septiembre, 2005

DIARIO HOY

Quito, Jueves 22 de Septiembre de 2005        

Ciudad de novela

Por Carlos Arcos Cabrera

Italo Calvino escribió Las ciudades invisibles. Es una obra curiosa, levantada sobre los relatos que hace Marco Polo, el viajero, al Gran Kan. El relato es la tinta que permite al Gran Kan trazar el mapa de su imperio y marcar los hitos donde se hallan ciudades fantásticas: Zenobia, Sofronia, Laudomia, Fedora.

El Gran Kan sueña y describe a Marco Polo la ciudad que vio en sueños. “Vete de viaje, explora todas las costas y busca esa ciudad -dice el Kan a Marco-. Después vuelve a decirme si mi sueño responde a la verdad” -Perdóname, señor: no hay duda que tarde o temprano me embarcaré en aquel muelle -dice Marco-, pero no volveré para contártelo. La ciudad existe y tiene un simple secreto: conoce solo partidas y no retornos.”

¿Cuándo aparece la ciudad como escenario de una narración, como entramado de símbolos, como escritura; la ciudad como un texto que debe ser leído, descifrado? ¿Puede ser la ciudad no solo escenario, sino personaje? En el lenguaje cotidiano afirmamos: ¡Es una ciudad con personalidad! o ¡Es una ciudad anodina! ¿Cuál es la personalidad de la ciudad? Lawrence Durrell, bautizó a su obra cumbre El cuarteto de Alejandría. La ciudad no solo es el trasfondo de la vida de Justine o de Clea, es algo más. Sus vidas no serían comprensibles sin aquella ciudad.

¿Cuándo Quito aparece en la novela? Al igual que en el texto de Calvino podemos encontrar algunos hitos de un Quito construido con los materiales de la narrativa y que permiten retornar, a diferencia del sueño del Gran Kan, a una ciudad que fue, que ya no es y que en consecuencia, es necesariamente una ciudad imaginada. Estoy conciente de que hay algo de arbitrario en todo esto. ¿Puede ser de otra forma? Entre los hitos (mis hitos) destaca uno temprano, Icaza con El chulla Romero y Flores. Una ciudad que aún no es ciudad, “Mezcla chola (...) de cúpulas y tejas, de humo de fábrica y viento de páramo, de olor a huasipungo y misa de alba...”. Otro hito lo estableció Abdón Ubidia quien hizo de la ciudad un testimonio contra el cual se contrasta la vida de unos personajes que huyen en busca de una esquiva e inalcanzable modernidad. Nuevamente, con La madriguera, puso a la ciudad como metáfora del derrumbe de toda una generación. Debemos añadir a Javier Vásconez, a Juan Manuel Rodríguez, a Huilo Ruales, entre otros.

Un último hito en la narrativa de Quito es la novela de Modesto Ponce, El palacio del diablo. En esta, la ciudad es el correlato de la compleja, rica, a momentos intrincada disposición del texto. Tadeo y sus largos monólogos, el poder desnudo, senil, decadente, el poder transformado en máscara, Eva Luz, el narrador y sus comentarios transitan por una ciudad que más que escenario, es personaje, testimonio y escritura.

Son hitos que deben ser recorridos y obras que deben ser leídas por quienes se interesan no solo en esa ciudad imaginada, sino en una narrativa de vigor inadvertido.