Revista Ex-libris (2008)

Preguntas a Modesto Ponce Maldonado para Ex Libris, Alfonso Reece D.

Quito, Julio, 2008

¿Consideras que La Casa del Desván es tu mejor obra?

Mi trayectoria es corta. Desde 1994 comencé a escribir y a partir de 1998 llegaron las dos ediciones de También tus arcillas. En 2005 publiqué El Palacio del Diablo, y ahora La Casa del Desván. La decisión del autor sobre su “mejor obra” está sujeta a elementos subjetivos. Pero mi problema es de perspectiva, de tiempo en el oficio. Creo que “escribí” toda la vida, pero publiqué a la madurez. No puedo responder, pero me gustaría que mi mejor creación sea la que no escriba. Así no perdería nunca las “ganas” ni los lenguajes.

A los cuentos les debo haber aprendido a escribir. En El Palacio del Diablo lo solté todo. En La Casa del Desván comienzan a aparecer mis obsesiones.

¿A qué atribuyes el éxito obtenido en el Premio Planeta-Casa de América? ¿Y a qué se debe la poca acogida que ha tenido la novela ecuatoriana en este tipo de concursos?

Este concurso es uno de los más importantes en idioma español, junto con el Planeta organizado en España, el Alfaguara, el Seix Barral y dos o tres más.

Los concursos son relativos. Sin perjuicio de lo estético, dependen, a veces, de otros criterios que cubren una amplia gama de lectores y no dejan de cumplir un rol positivo. No obstante, en el caso del Planeta-Casa de América, creo que es un concurso muy exigente.

Los buenos jurados pueden cometer errores y dejar a un lado una obra con merecimientos, pero es difícil que se equivoquen en las decisiones.

Considero que en La Casa del Desván se impusieron el tratamiento del texto, la estructura novelesca y el tema.

En cuanto a nuestra literatura, no es ni mejor ni peor que las otras. Contamos con escritores de gran potencialidad y talento. Siempre he pensado que el problema se halla en el país que no pesa lo que debería, y que es además segmentado, lo que nos ha llevado a no amarnos suficientemente, a desconfiar de nosotros. El país tiende a castrarnos, y acaso hemos perdido los lenguajes, a tal punto que nos refugiamos en “cofradías” o nos creemos “únicos”, o buscamos escribir “afuera” de cosas de “afuera”, como si la calentura estuviera en las sábanas. Últimamente hay ejemplos de escritores ecuatorianos con obras muy valiosas y hay novelas anteriores que pueden traspasar fronteras. No dudo que escribir en el exterior puede producir resultados. Pero escribir en el exterior no es escribir “afuera”.

En El Palacio del Diablo intentabas hacer un gran mural de

Quito. ¿Hay un propósito similar o equivalente en esta novela?

En absoluto. En esta obra, Quito es, más que un espacio, un personaje. La ciudad podría ser “el palacio del diablo”, que fue un burdel que existía en la Calle de La Ronda desde la colonia. Realicé mucha investigación histórica.

La Casa del Desván está en una ciudad imaginaria. No es un espacio urbano. Es el universo de un cerebro enfermo, quizá más complejo y misterioso. La demencia es la voz de la historia. Los espacios principales son un cuartucho trasero y luego el sanatorio. La novela trata de demostrar la imposibilidad de establecer los límites entre la realidad y la fantasía, los sueños y las pesadillas, la normalidad y la locura, la vida y la muerte.

La casa, el palacio… ¿el próximo será el edificio X? ¿Hay una

fijación con los espacios construidos?

La pregunta es un desafío. No me había percatado. En la próxima novela, ya en proceso, se incluye en el título la referencia a una edificación. No tengo una respuesta consciente. Lo único que me viene a la mente es que me gusta el concepto de casa. Podría elucubrarse sobre el tema. Alguien escribió: “Nuestra casa es nuestro cuerpo grande”. Habría que bucear en el subconsciente que, en mi caso, es un fuerte impulsor de mis textos. Es posible que la idea de una edificación signifique algo que me da seguridad, aislamiento, un refugio ante el descalabro externo…

¿La influencia de qué autores reconoces?

Es una pregunta que me resisto a contestar, porque, en cierto modo, están todas las lecturas, y decenas de libros deberían estar en un marco de oro.

Des pequeño me fascinó la palabra escrita, leía todo lo que podía y me prestaban y me apropié de libros de mi padre. El primero lo compré a los dieciséis años. El descubrimiento de la verdadera literatura comenzó pasados los veinte. Luego comencé con los cuentos: Maupassant, Poe, Chekov. Me asombré con algunas novelas de Tolstoi, Dostoievsky y Víctor Hugo, pero me formaron, más tarde y en gran medida, Henry James, Kafka, H. Hesse, Laurence Durrrel, A. Huxley, Proust, Musil, Joyce, Camus, Sastre, Navokov… Después vino la avalancha de la literatura latinoamericana. Fueron tantos y no es necesario nombrarlos. Me dejaron hasta siempre la magia y la poesía que toda novela debe contener. La literatura usamericana, principalmente con Faulkner, Steinbeck, Dos Passos, y hoy con Paul Auster amplió mis horizontes. Igual en los relatos cortos.

Aunque el término “influencia” es relativo, el más poderoso impulso lo he recibido en estos años de José Saramago. Hay algunos otros, como Bufalino, por ejemplo. Y, al decir “impulso” digo la transferencia de correntadas, de vigor, de la dimensión de lo profundo, del sentido de la vida, de la tragedia humana…

¿Te debes a algún grupo o escuela?

De ningún modo. No acabo de comprender qué se entiende por eso, aunque acepto la practicidad de ciertas “clasificaciones”. Soy marginal. Desde joven me alejé inclusive de las jorgas, jamás he pertenecido a una organización cultural, política o social, dejé la iglesia y la religión.

¿Qué tienes cocinándose ahora?

Otra novela. La he abandonado tres meses. Pienso regresar rabiosamente a ella. Acaso otro libro de cuentos. Hay dos más planes narrativos (sin edificaciones). Mantengo en varias agendas anotaciones en total desorden. Repito: quiero que me sobren los temas, no deseo escribir todo lo que quisiera.