Los libros de dos mujeres

Modesto Ponce Maldonado

La narrativa nos ha ofrecido últimamente dos obras: LA DIOSA EN EL ESPEJO (Buho Editor, Colección Huellas) de Jennie Carrasco Molina (Ambato, 1955), y NO ES EL AMOR QUIEN MUERE (Abrapalabra Editores) de Lucrecia Maldonado (Quito, 1962). A Jennie la conozco. Es "ella misma" al escribir: no habrá necesidad de refugiarse en esa especie algo mentirosa que se llama imparcialidad. A Lucrecia Maldonado no. Sólo supe que ha escrito un buen libro, lo compré y lo leí de un tirón.

No soy crítico, ni aspiro a serlo. Pienso que la crítica tiene el peligro de caer en el uso de estereotipos, de jugar con las palabras, cambiar las frases y los vocablos como se combinan las fichas sobre un tablero o las figuras de un calidoscopio. Quizás la solución sea adentrarse en el alma de los cuentos y en los universos de las novelas. No lo sé. Además, )qué puede hacer un crítico?; )qué puede hacer inclusive un lector? No podemos ni siquiera aliviar la soledad de escribir o la soledad -no sé cuál será peor- de haber "lanzado" un libro. Bryce Echenique escribió que el "segundo oficio más viejo del mundo" debe ser "contar una historia y que te hagan caso". )Cuántos leen los libros publicados en el Ecuador? Pero..., yo sí he reparado en los textos de Jennie Carrasco y Lucrecia Maldonado.

En la obra de Jennie Carrasco, compuesta de veintidós relatos, encuentro, ante todo, poesía. Debo suponer que esa es su vocación, su necesidad íntima. De los cuentos de LA DIOSA, pequeños y concentrados, sobresalen dos elementos: profunda vitalidad creadora y afán de romper moldes y límites. La autora pertenece a una generación de rupturas y transgresiones. Cada una de las mujeres recreadas en sus textos, a veces con manos crispadas, otras con ojos abiertos y distantes, esperan, buscan o añoran, un lugar, un sitio para sí mismas, para sus soledades y fantasías. Las páginas giran, entre desoladas y nostálgicas, entre los amores y los desamores. Estos cuentos tienen el olor de los seres humanos, de su carne y de su sangre, de sus intrincados laberintos internos y sudores, de sus silenciosas protestas que no acaban de consumirse o agotarse, de sus culpas, de las sombras que nos dejó esa religión cerrada y oscura y, junto a todo ello, y quizá por eso mismo, imponderables ribetes de ternura, sensualidad que salta y se desborda, aire de misterio que lo inunda todo; posiblemente una excesiva e invencible tristeza, un desconsuelo casi irremediable. En ocasiones, tiene Jennie la necesidad de ser dura, de golpear. Intencionalmente ha debido sacrificar un poco la magia y ese entorno volátil. Es la lucha entre la realidad y la ensoñación. Hay cuentos que van muy lejos; las huellas que dejan, con sus malabarismos y sugerencias, nos permiten aventurarnos entre líneas e ir más allá de las palabras para introducirnos en el misterio o, mejor dicho, para visitar otros mundos. "Devorada por la niebla", justamente "cuando la luna intentaba desdoblar las nubes para introducirse en su silencio", es un relato fascinante. "Dulcinea" (yo lo había conocido antes gracias a su autora), convertida en Quijote de aquel Quijote irredento y sin salvación que persistió únicamente en mantener el sueño del amor, aun a su costa, es un logro de la imaginación. "La diosa en el espejo", que da el título al libro, es un relato dotado de alas, en el cual "la intensa canción de plata y mar se volvió de pronto llanto de paloma solitaria". En "Muñeco de nubes", "El verbo se hizo carne" y en otros se tocan los grandes temas de la mujer; y se tocan desde el fondo, desde las raíces de las vivencias y de los desamparos. "La niña de las empanadas", o el encuentro con un personaje sencillo que no sufre porque permaneció niño, es un relato de extraordinaria dulzura. En "A puertas cerrada", "Jaque a la reina", "Gato desde un rincón", "Dulces para Electra" todo es sensualidad, erotismo, resaltados por un recurso que la autora lo maneja muy bien: el juego doble, la ambigüedad. Jennie siempre quiere ir más allá, abre puertas, se aventura por caminos insospechados, violenta los esquemas, se enlaza con lo inesperado, "todo gracias a la palabra" y aun más allá de la palabra; escribe, en definitiva, sobre lo que le ha desgarrado el alma; y escribe también sobre lo que ha visto reflejado en las miradas de mujeres que buscan el único mundo posible: un mundo sin miedos. A esa sexualidad aprendida entre lágrimas, rincones solitarios, camastros de hoteles de paso o alcobas frías donde el amor pensó reinar, la autora le ha abierto una ventana y le ha dotado de posibilidades luminosas. También, dentro del tono poético de los cuentos -siempre emparentados con la vida-, no deja de desnudar a la sociedad y a esa iglesia empresaria del dueto culpa-perdón, ambas jugando siempre "al juego estúpido de la formalidad" o montada(s) en un globo de evangelios". Ha incursionado en dos de ellos en otros mundos y ha inventado a quien ha querido -la versatilidad es otra de sus cualidades-: curas con sus secretos ocultos bajo las sotanas, amantes y sus inevitables fantasmas, mujeres que recuerdan y esperan, niños que flotan, un presidente recibiendo honores, seres de pelo verde, mujeres inválidas que no conocieron el amor, ciudades inventadas, seres de otras dimensiones, muertos llevados por el río, niños que juegan con los ángeles... Existe una constante fijación por los espejos, símbolo de duplicidad, de interrogantes y de abandonos. Quizás en "Nereida" y "Las Moscas" las narraciones pierden algo de fuerza en los remates finales. Jennie Carrasco tiene un estilo cortado, sorpresivo. Las palabras y las frases saltan. Cada párrafo puede ser un pequeño mundo. En cierto modo, los temas escogidos, cercados por torturas y pesadillas, imponen esa postura estilística o, mejor dicho, ella ha encontrado el modo de crearlos y tratarlos con gran imaginación y con un sentido estético que "se pega" al lector. Jennie es ante todo una mujer, ahora que dos hijos casi hombres, que creció junto a un río leyendo poesías y comiendo membrillos y reinaclaudias. Ella no pide tiempo a la vida; reclama "tiempo para la vida", como dice en uno de sus relatos.

Difícil tarea el tratar de encontrar una palabra que encierre a NO ES EL AMOR QUIEN MUERE de Lucrecia Maldonado. He pensado en "armonía". Ella sabe contar, sabe narrar. Conoce la técnica y eso le ha posibilitado -para eso sirve- desarrollar y construir sus ficciones y, por supuesto, lanzarse hacia la inventiva con nuevas formas. Su fuente son los pequeños-grandes episodios de la vida, los sucesos ordinarios que componen y descomponen la vida de los ordinarios seres humanos. Los recoge, los absorbe y los asimila con sensibilidad, y luego los procesa con dedicación, con trabajo, con gran amor: no puede escribirse en otra forma. Uno de sus cuentos, a pesar de las traiciones de la memoria, lo reconocí. Me refiero a "De usted a voz" que lo había leído entre las catorce obras premiadas de la Primera Bienal del Cuento "Pablo Palacio" (CEDIC-1991). Considero que este cuento estaba entre los cuatro mejores.

Lucrecia Maldonado ha escrito doce cuentos. Desde las primeras líneas de NO ES EL AMOR, y conforme avanza la lectura, resalta la maestría con que la autora ha trabajado y estructurado sus relatos. En cada uno de ellos ha encontrado el punto de vista justo, el tono de voz exacto, la modalidad de narrar precisa para obtener el efecto deseado. En el planteamiento de cada historia, el lector entra de lleno, desde el comienzo, en su individual dimensión, que es percibida de inmediato. A veces se presenta un reto, un desafío; debemos entonces retomar el cuento, leerlo con más atención. No obstante, lentamente, sin recursos falsos, la misma historia nos toma de la mano y nos conduce hacia la realización final. La autora dosifica hábilmente la intervención del lector y abre poco a poco las posibilidades. Esto se manifiesta, por ejemplo, en "Verónica", un magnífico cuento. "Ahora que me pongo a ver" tiene un manejo impecable; sus tres últimas palabras -"pobre doctor Torres"- condensan y proyectan el texto - y el contexto- hacia otras sensaciones. "El otro vos" posee gran solidez narrativa, a más de su intensa ternura. "La palidez y el sueño" crea un ambiente de misterio mediante el juego de paralelismos y ambigüedades, logra un magnífico tono obtenido con el uso acertado de la segunda persona; el remate deja la puerta abierta hacia la nostalgia, después del "final de todas las ausencias".

Y así como con los dedos pasamos las páginas, una a una, hasta terminar el libro, en estos cuentos surge la necesidad de ir retirando las capas, los diferentes ropajes que los cubren o, mejor dicho, que los dan forma, los distintos y sucesivos telones de cada relato. Ese "algo más", cuando no se sigue hacia adelante sino "hacia adentro", se relaciona con los temas escogidos; tienen que ver con el alma, el soporte de cada relato y, por qué no decirlo, con el corazón de la autora que, como enseñaba Flaubert, "alejado en el horizonte, ilumina en el fondo..." Claro que todo, o casi todo, es cuestión de estilo, de manera, de aspecto; claro que quienes escriben hablan de lo mismo (amor, sexo, muerte, dioses, necesidades, sueños, fantasmas), y que lo importante es "cómo" lo hacen. Pero, también, las historias escogidas reflejan y, a la vez, contribuyen o complementan cada sensibilidad, cada tipo de sensualidad. No es posible desligarse del entorno; y el entorno que Lucrecia ha escogido no es otro que los seres humanos con lo único que en definitiva llevan sobre las espaldas: sus triunfos y sus fracasos. En "Las manos en la cara" -la fijación de un instante- y en "El armario" hay un giro hacia la esperanza. "Hablando en serio" tiene un cargamento de tristeza y nostalgia justamente en la historia que está atrás de la historia contada. En "Dolor de corazón" la muerte y el amor

-como siempre, a eso se reduce la vida- van de la mano. El tema del homosexualismo está tratado, con gran sentido estético por el uso de distintos planos temporales, en el cuento que presta su título al libro. En "Intercambio" y "Final feliz" hay posiblemente un deliberado propósito de cambio del tono, los temas se contraen y simplifican, tienen la fuerza lúgubre del desenlace pero no pierden el nivel narrativo y la fidelidad al equilibrio del conjunto.

Lucrecia Maldonado estudió Letras en la PUCE y actualmente es profesora. Obtuvo algunos premios estudiantiles. Poemas suyos fueros reproducidos en "Pliego de murmullos", plegables editados en España. Ha escrito reseñas en la revista CULTURA y posiblemente una universidad de USA edite sus cuentos en inglés. Su libro fue presentado en la Galería Kingman por Diego Araujo S.

Jennie Carrasco ha recibido algunos premios y aparece en la Antología del Cuento Feminista Latinoamericano (Fempress/llet. Chile, 1987). Estudió periodismo en la U. Central. Ha vivido en varios países latinoamericanos. Actualmente es redactora jefe de la Revista 15 DIAS. Su libro lo presentó Edgar Alan García es el Centro Cultural "Benjamín Carrión".

(Quito, V-1995)