EL EVANGELlO SEGÚN JESUCRISTO de José Saramago (1999)

(Conferencia dictada en la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito, en octubre de 1999)

No es el editor; es el mismo Saramago que, al iniciar la obra, reproduce un grabado de Alberto Durero que representa la crucifixión de Jesús. Durero, que vivió entre 1471 y 1528, fue un reconocido humanista, obsesionado por el detalle, con enorme capacidad de expresar la profundidad psicológica de sus personajes. Al finalizar el primer capítulo, que describe la escena que dejó Durero, Saramago dice: “...por la simple razón de que todo esto son cosas de la tierra, que van a quedar en la tierra, y de ellas se hace la única historia posible”.

Estamos, lo diré de entrada, en el terreno de la literatura, de la novela. Si se piensa que la literatura no puede alterar los hechos históricos, y sabido es que la relación de estos hechos también depende de los criterios del historiador y de las interpretaciones, las verdades oficiales, los dogmas, las creencias, los sistemas ideológicos, inclusive la realidad misma, aun la incuestionable, como la que depende de las leyes físicas, ¿para qué entonces la literatura? ¿Para qué la literatura si no puede crear otros mundos? ¿Para qué si no se puede alterarlo todo, volverlo patas arriba? Hasta la definición más elemental de novela —“constituir un relato no histórico en prosa”—, no tendría sentido; ni siquiera la definición del diccionario: “obra literaria en la que se narra una acción fingida en todo o en parte, y cuyo fin es causar placer estético..." No se pueden poner límites a la novela, ningún límite, salvo los estéticos, salvo que no puede estar mal hecha.

En 1993, cuando leí El evangelio (fue la primera obra que conocí de Saramago), el autor era un desconocido en nuestro país. Fue la sugerencia de una sobrina mía que estudió Letras en São Paulo y vive allí. Un día, en una de sus visitas a Quito y conversando sobre literatura, me dijo: “tío, lee a Saramago; no te pierdas El Evangelio según Jesucristo”. Lo busqué y, al fin, lo increíble sucedió: en la vitrina, !me pareció absurdo!, de una librería esotérica, a las cuales jamás entró por un asunto de temperamento y cierta aversión a lo que viene supuestamente de otros lados, o de arriba, no lo sé, estaba el libro, ¡uno solo! No hace falta mencionar que la librería no sabía lo que tenía. Así conocí a Saramago y me inicié con él. No podía sospechar que el camino sería muy largo.

Es verdad que una identidad estética, poética, poderosísima, me liga a la obra del Nobel; es verdad que la solidez de su prosa y la forma como corren sus textos me arrastran y conmueven; tampoco puedo negar que existe, en muchos órdenes, algo que, dentro de mí, me hace decir: “estoy de acuerdo con ese hombre; me gusta lo que piensa y me gusta su actitud ante la vida”. Cuando comencé a leer esta obra y terminé el primer capítulo, justamente en el que comenta la obra de Durero, pues no inicia el relato sino en el segundo, no pude más, ahogado por el cruce de mil ideas y emociones, y cerré el libro. Lo tomé ocho días más tarde y, ya tranquilo, leí dos o tres veces el primer capítulo y, sólo así, pude continuar la obra. La leí nuevamente dos años más tarde.

Debo confesar que existen dentro de mí elementos subjetivos muy fuertes, muchos de ellos extraliterarios, de los cuales no puedo desprenderme, pero que, desde la perspectiva de terceros, deben ser considerados, a fin de que ustedes moderen y calibren mis comentarios y opiniones, los discutan, los cuestionen y, de esa forma, los enriquezcan.

Las grandes y más notables características de la prosa de Saramago fueron precisadas la semana pasada, como también fueron referidos los elementos directrices de su estilo, los principios estéticos (como aquel que él escribe para ser oído más que para ser leído), de lo cual en alguna forma se deriva la forma como usa los signos de puntuación; los que podrían denominarse filosóficos (como aquel que sostiene que somos nada más que pasados acumulados), que explican la manera como el autor usa de los tiempos: en esta novela Saramago llega a hablar de “traducción simultánea” y cita a Freud, Jung, a Lacan y a Pessoa, como también se refiere a la Inquisición; la riqueza desbordante de sus personajes (entre los cuales se imponen, definitivamente, los personajes femeninos); su negativa a reconocer a un narrador separado del autor.

De todos modos, ustedes estarán de acuerdo conmigo que, al tratar de la novela que hoy nos ocupa, debemos referirnos sobre todo a los contenidos, a ese mundo que a través de los textos se nos presenta, a los significados que, en este caso y por la naturaleza de las materias y por el revuelo causado, han sido y serán polémicos.

Recordemos que la persecución de que fue objeto Saramago por su Evangelio lo obligó a dejar su país, buscar una segunda patria en España y refugiarse para siempre en Lanzarote, una de las islas del archipiélago canario, “conducido por las circunstancias a vivir lejos, invisible de alguna manera ante los ojos de aquellos que se habituaron a verme y a encontrarme donde me veían”.

Señalamos la semana pasada que esta obra ha sido considerada por Saramago “el paso de todos los pasos”, así como Memorial del Convento fue “el paso de una época a otra”, Historia del Cerco de Lisboa “el paso radical”, por la ruptura de los tiempos, El año de la muerte de Ricardo Reis, “el paso de la vida a la muerte y de la muerte a la vida”. Tratemos de analizar el porqué del “paso de todos los pasos”, o sea algo que va más allá de la historia y de los tiempos humanos, algo más allá de las épocas y hasta más allá de la vida y la muerte. No puede ser sino Dios, o el concepto de Dios, el Dios en la historia, el Dios teologal que arriba está y de arriba llega, el Dios, ansia y sed del hombre, que está abajo y que de abajo sube, el Dios o todos los dioses, si se quiere...

Una advertencia que, por delicadeza y respeto hacia los creyentes, se impone. Pienso que la religión es, sobre todo, un fruto de la cultura humana, una obra del hombre. Pienso también que la mayoría de las religiones tradicionales, específicamente la católica en este caso, posee sistemas de valores insustituibles, y constituye, tanto en la vida humana como en la sociedad, en el mundo, un referente muy importante. Pero creo también que la verdad no está en ninguna parte determinada. No acepto los dogmas, creo en los valores del cristianismo pero es difícil para mí considerar a Cristo como Dios. No puedo entender que Dios, en caso de existir, tenga representantes y apoderados en la tierra. Concibo a muchas organizaciones religiosas, y específicamente el catolicismo, como inmensos grupos de poder político que justamente lo ejercen a nombre de un Ser Supremo. Creo que el catolicismo sacraliza instituciones, dogmas, credos, imágenes, personas... y los vuelve intocables. Es desde ese punto de vista, el del poder, el del poder político, con el que nos toparemos esta noche al tratar de la obra que comentamos. No niego que la novela pueda ser tratada desde otros puntos de vista distintos.

R. M. Albérés, en la Historia de la novela moderna, cree que la exigencia mínima de la novela es el relato, la historia, pero también dice que, en definitiva, el relato no es sino un “pretexto” para decir lo que se tiene que decir, pero que, al mismo tiempo, el poder emotivo y el logro artístico parecen ajenos al tema y “dependen solamente de la riqueza, de la fuerza y de la originalidad del canto novelesco (...), el logro se refiere (...) al juego artístico de los temas y no a los temas mismos (...), una novela no vale por su materia (...) pero sin ese tema no pudiera ser lo que es (...), el arte —seguimos con Albérés— no está en el tema, pero depende (...) de la materia novelesca”. Y añade: “Mediante su patetismo artístico, una novela debe ‘sobrepasar’ a su tema, que ese tema la sea indispensable”. Alguien escribió que “la realidad de la literatura es tal real como la que perciben nuestros sentidos, pero es una realidad distinta”, tal como el autor la ve.

¿Qué es la realidad, por otra parte? ¿La realidad de este momento no es solamente un salón, una persona que habla, otros que escuchan y que después hablarán, unas cuantas mesas, otras cuantas sillas, varios focos que iluminan, esta hora, una puerta que nos asila de un corredor exterior? La realidad de estas dos horas, ustedes lo saben, es mucho, muchísimo más que eso. La realidad de estos momentos también es qué somos, qué está dentro de nuestras cabezas, qué sentimos, el gusto o disgusto de escucharme, quién nos espera en nuestras casas, quien nos piensa, en fin...

En el caso de El Evangelio, el tema en sí, irreverente si se quiere, transgrede los límites, pone las cosas al revés, nos obliga a considerar las cosas desde otros ángulos. Pero... eso lo puede hacer un ensayo sobre la materia. No obstante, el tono, la forma, la concepción, el manejo de los textos, propios de la novela, “dispara”, para decirlo así, a esta obra a regiones que hemos desconocido. Escribe en la novela: “El tiempo es una superficie oblicua y ondulante que sólo la memoria es capaz de hacer mover y aproximar”.

Vargas Llosa, por otra parte, opina que “la primera obligación de una novela es independizarse del mundo real”. Carlos Fuentes, por su parte, sostiene que “no es la mentira el peligro (...) si la dejáramos, la verdad aniquilaría la vida”. Huxley, en El genio y la diosa, que lo leí hace más de 30 años, escribió: “Lo fastidioso de la novela... es que tiene demasiado sentido; la realidad nunca lo tiene”. “La realidad es un fracaso del hombre”: Cortázar, El libro de Manuel. “La realidad es un sueño enfermo”: Carlos Fuentes, Terra Nostra. Todos estos comentarios, acaso redundantes, los cito con toda intención: ¡quiero eliminar la mera sospecha de que ciertos temas no pueden ser tratados! Hace cuarenta años todavía existía el índice de obras prohibidas por la Santa Madre Iglesia. Mi padre lo tenía escondido para controlar las lecturas de los hijos y yo lo utilizaba para comprar los libros que no debía leer. E.M. Forster, a quien citamos la semana pasada, dice con gran inteligencia que a la novela la limitan “dos cadenas montañosas (...) las cadenas opuestas de la Poesía y la Historia”.

Sin embargo, conocemos novelas que con historias de todos los días han logrado efectos asombrosos. Bella del señor de A. Cohen es un ejemplo. El relato de Mientras agonizo de W. Faulkner es simple, pero la novela es magistral. ¿Qué cuenta, en definitiva, La señora Dalloway de Virginia Wolf? Importa, sobre todo, el cómo, no el qué. Pero como una novela es, o puede ser un mundo, en el cual el autor se ha convertido en dios de todo lo hecho y dicho, todos y cada uno de los “elementos”, por decirlo así, de la obra, se van superponiendo unos a otros y, en caso de las grandes obras, constituyen lo que se puede llamar “la espesura” de la novela, una preeminencia, en todos los aspectos, de lo vertical o profundo sobre lo horizontal o lineal.

Ítalo Calvino, en Seis propuestas para el nuevo milenio, las conferencias que jamás pudo dictar porque la muerte lo recogió días antes, habla de la levedad, como una característica de la novela, en el sentido de “reacción al peso del vivir”. Nos habla también de cómo la novela rompe los tiempos, porque “la muerte está escondida en los relojes (...) La literatura nunca hubiese existido si una parte de los seres humanos no tuviera una tendencia a una fuerte introversión, a un descontento con el mundo tal como es, al olvido de las horas y los días (...) La literatura sólo vive si se propone objetivos desmesurados, inclusive más allá de toda posibilidad de realización...”

En el caso de El evangelio según Jesucristo, la novela lo cubre todo, pues no sólo son formas y tonos, sino también contenidos y temas, personajes e ideas, patetismo y trama. Un escritor, un creador en general, lo que da es una impresión personal sobre la vida y sobre las cosas en definitiva. Existe en él, por tanto, una posición podría decirse ética, filosófica, ideológica.

Al escribir su Evangelio Saramago levantó su ficción a base de los textos de los cuatro evangelios. No hubo lugar para investigaciones adicionales. El hecho de haber “tocado” el tema en la forma como lo ha hecho, ha ocasionado que se haya levantado una polvareda de escándalos y recriminaciones de todo orden. Si a alguien se le ocurría relatar una supuesta historia de Bolívar, sobreviviente de sus males en Santa Marta, concediéndole diez años más de vida, nadie habría dicho nada. Una erudita bíblica norteamericana, Mirian Therese Winter, escribió El evangelio según María, “una lectura alternativa del evangelio cristiano”, imaginariamente escrito por una mujer y con protagonistas mujeres principalmente, cuya Introducción es en especial muy interesante, y no ha pasado nada. En alguna librería vi una obra que titula El evangelio según María Magdalena. ¿Por qué, entonces, el escándalo desatado por la obra de Saramago? Se han editado los evangelios apócrifos. Hay una obra que sostiene que Cristo no murió en la cruz sino que se trasladó a Cachemira, donde llegó a la vejez. Los mormones creen que Cristo, una vez resucitado, fue a norteamérica y entregó las famosas tablas al profeta John Smith. ¿Por qué los insultos de la prensa ultraderechista de Portugal?, entonces. El mismo autor ha reconocido que a ciertos públicos no les interesa la creación literaria sino “el lado polémico del libro, la herejía, el sacrilegio, la impiedad”.

Un semanario católico francés acusó a Saramago de haber inventado, no sólo en los “silencios de los textos” sino en aquellas partes del cuerpo “auténticamente trasmitido”, se quejó de que se ha dado una cabida desproporcionada al mal y al pecado y ninguna al perdón, sostuvo que si el significando del término “evangelio” es buena nueva, y ha sido usado para un mensaje radicalmente opuesto, y, finalmente, protestó de que María haya sido retirada de entre los asistentes a la crucifixión. José Saramago respondió que no usa los criterios del historiador ni del teólogo, sino los del novelista, y que ha “interpretado los evangelios, no como una doctrina, sino como un texto”, y ha intentado encontrar en ese texto “una nueva coherencia, problematizante y humana”; dijo que inclusive antes de Jesús los hombres podían perdonar, pero los dioses no; y que en tres de las cuatro versiones de los evangelios la madre de Jesús no está presente en la cruz. El autor piensa que está en su derecho y en su deber “debatir cuestiones que formaron y continúan formando, directa o indirectamente, la sustancia misma de la vida (...) no soy creyente, estoy fuera de la Iglesia, pero no del mundo que la Iglesia configuró (...) Entre los cuatro evangelios hay diferencias y contradicciones universalmente reconocidas”. Una vez concedido el Nobel, el Vaticano criticó a la Academia Sueca por haber entregado el galardón a un escritor con “visión antirreligiosa”, a lo cual el novelista respondió al Vaticano que “le dejen en paz”, recomendándoles la creación de un nuevo premio literario, el Vaticano de Literatura, para escritores “con todas las perfecciones morales y políticas preconizadas por la Santa Sede”. Como es conocido, años antes, el libro fue prohibido de participar en representación de Portugal en uno de los concursos europeos más prestigiosos, debido —son palabras de Saramago— “a la mano católica e imbécil de Sousa Lara” (una de las autoridades prohibicionistas). El Evangelio fue uno de los libros más leídos en Europa; eso no podían tolerarlo. Para el profesor de literatura del colegio donde yo estudié, los buenos literatos eran católicos; los malos o los menos buenos, entre los cuales incluía a Montalvo y Carrera Andrade, no lo eran. Y conste, señoras y señores, que yo sigo admirando a jesuitas y exjesuitas.

Para quien interese, en 1863 Renan escribió La vida de Jesús y fue duramente acusado de haber escrito la obra desde un punto de vista racionalista. Entiendo que la obra fue prohibida. No la ha leído. Giovani Papini, una vez convertido al catolicismo, escribió su Historia de Cristo, que la leí cuando tenía menos de veinte años. Francois Mauriac, católico, escribió en 1936 La vida de Jesús. Solamente he revisado esta obra, cuando buscaba elementos para el cuento Hijo del hombre que se incluye en mi libro. Niko Kazantzakis escribió La última tentación, sobre la cual se hizo el filme del mismo nombre. Todo esto por simple referencia. Son obras que han caído en mis manos. Nada más. No me he propuesto investigar quiénes han escrito sobre la vida de Jesús. Deben contarse por cientos.

Tratemos ahora de ver los contenidos. El problema central nace del: “y Dios se hizo hombre”. Piénsese únicamente en las palabras del capítulo primero del Evangelio de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó en medio de nosotros”, ese mismo Verbo que estaba en el principio, estaba en Dios y era Dios. ¿Cómo combinar los atributos de un Ser Supremo, tal cual enseña la doctrina tradicional, infinito, invisible, eterno, inmortal, que todo lo sabe, lo sucedido y por suceder, creador y conservador de todo lo creado, con un simple ser humano, la fragilidad misma desde que nace, indefenso, limitado, lleno de necesidades, mortal? ¿Hasta que punto Cristo fue Dios y hasta que punto fue hombre? En esta materia las discusiones teóricas pueden ser interminables, y lo fueron posiblemente por siglos. Pero eso no importa mucho. Lo interesante es considerar que, desde el punto de vista del poder, mientras más Dios sea Jesús, más poderoso es. Y aquí nos enfrentamos directamente con el asunto. No conviene un Cristo humanizado. El cristianismo diviniza a ese hombre, no humaniza a Dios, y si lo humaniza es para recordarnos que murió por nuestros pecados en la cruz. Un Dios, que no se resiste ni discute ni aparece, puede ser manipulado; un hombre puede oponerse, resistirse, protestar, aunque ya no viva y aunque haya muerto hace dos mil años, por el simple hecho de ser humano. Hace algunos años la periodista guayaquileña María Albán, después de una investigación sobre ciertas sectas y movimientos religiosos, escribió una obra titulada Con Dios todo se puede. Ustedes estarán de acuerdo conmigo que muchas de las respuestas sólo las tiene la fe, en el fondo igualmente válida como lo es ateísmo o el agnosticismo. Medio en broma medio en serio, un ex jesuita amigo me decía: “a veces estudiar teología conduce al ateísmo”. En la novela existe un diálogo entre Jesús y María de Magdala, en el cual él dice a ella: “Quien se acuesta contigo no es el hijo de Dios, sino el hijo de José, La verdad es que nunca, desde que te conozco, sentí que estaba acostada con el hijo de un Dios, De Dios quieres decir, Ojalá no lo fueras”.

En segundo término, la humanidad ha vivido abrumada por los dioses, desde los pueblos primitivos a las más altas civilizaciones. Todas las culturas tienen su sistema de dioses. Con el dominio de la naturaleza y de la técnica, con los adelantes impresionantes en el campo del conocimiento, esto tiende a cambiar. Con los adelantos en los campos de la psicología, sociología y antropología se tiende a humanizar más al ser humano. Pero el espacio concedido a Dios o a los dioses sigue siendo inconmensurable.

Las cosas no se quedan allí. No se trata de la defensa de la verdad, revelada o histórica. Se trata de defender, en el fondo, un inmenso espacio de poder, sustentado sobre la idea de la culpa y de un hijo de Dios redentor de los pecados humanos. Es por tanto, un asunto político, de poder. Sabido es que tres de los cuatro evangelios fueron escritos sesenta u ochenta años después de la muerte de Jesús y que el de San Juan se escribió ciento veinte años más tarde. Consulté y confirmé que solamente en el año 325 se admitieron oficialmente a los cuatro evangelios en el Congreso de Nicea, decisión ratificada en el 363 por el Concilio de Laodicea, justamente cuando el cristianismo pasó de tal a ser católico, imperial y dogmático. Un comentarista que asistió a la ya citada en la semana pasada Semana del Autor, en Madrid, que contó con la presencia de Saramago, dijo que los evangelios canónicos están más cerca de la concepción griega de la divinidad que la de los hebreos. Los hebreos han esperado un mesías, un rey. Los griegos piensan más en el héroe. Esta opinión la pongo como nota al margen. Este mismo comentarista nos recuerda que existe una vieja tradición por la cual la visión del bien y del mal lleva hacia la síntesis de Dios y el Diablo como dos aspectos del mismo ser. Otra nota al margen.

En El dogma de Cristo, Erich Fromm sostiene que la religión, y la figura de Dios por tanto, “sirve sencillamente para hacer que las masas se resignen más sencillamente a las muchas frustraciones que presenta la realidad (...) la meta sería comprender el dogma a base de un estudio de la gente, no a la gente sobre la base de un estudio del dogma”. La religión, en ese sentido, actúa básicamente como narcótico, aunque no puede dejar de reconocerse valores éticos y morales en todos las grandes religiones. El “amaos los uno a los otros” se enseñó antes de Cristo. Según Fromm, el cristianismo, en el siglo tercero, con Constantino que la tomó como religión oficial del Imperio Romano, sufrió un vuelco total: de religión de los oprimidos a religión de los opresores, de la religión de la igualdad a una jerarquía autocrática que aún se mantiene. Jesús, hijo de Dios y redentor de pecados, fue una figura adoptada justamente en el siglo tercero, no antes. Es, por lo menos, la opinión de Fromm. La figura de María, la madre de Jesús, también cambió para hacerla madre de Dios y madre virgen. En el fondo, la virginidad de María representa la aversión de la Iglesia hacia lo sexual, aversión que no es gratuita: también es un asunto de poder: la sexualidad es la fuerza más profunda del ser humano y controlándola se controla a éste. Controlando la sexualidad y controlando la mente, ésta a través del dogma, está controlado todo. Después de la Reforma iniciada por Lutero a principios del siglo XVI, vino la Contrarreforma. ¿Qué es lo primero que se hizo? Instaurar la Inquisición, acentuar la supremacía papal y la centralización. En 1854, 18 siglos después de la muerte de Jesús, se promulgó el dogma de la virginidad de María, y en 1870 la infabilidad del Papa. ¡Había que apretar los tornillos! Un asunto de poder, en definitiva. Existe una obra excelente, por lo que me han dicho, que aún no se vende aquí y que ha sido editada en España: “Las grandes mentiras de la Iglesia Católica”.

Deseo aclarar que, no sólo el catolicismo, sino todas las religiones reveladas van a lo mismo. En los billetes de un dólar se lee: “In God we trust”. Iguales comentarios merece el protestantismo y más aún el islamismo, en el cual las cosas son más graves, porque están unidos el poder religioso con el poder civil.

Un sacerdote jesuita y periodista, Pedro Miguel Lumet, escribió en 1991 La rebelión de los teólogos, obra que desnuda la estructura de poder, dogmática y absolutista de la Iglesia Católica. Acaba de morir Helder Cámara, el llamado “obispo rojo” de Recife, Brasil. Hace treinta años José Cayuela escribió un libro fascinante sobre su pensamiento y trayectoria. Cámara denunciaba que los pobres del noroeste brasileño pensaban que no llovía y que eran perseguidos y asesinados por los hacendados como castigo y a causa de sus pecados. Un ex presidente de los ecuatorianos vocifera todos los jueves, ante un conjunto de mudos, sin que nadie le contradiga y haga preguntas, peor repreguntas, por un asunto de poder; en las épocas de la guerra fría, hablo de los años cincuenta, todas los libros provenientes de la Unión Soviética eran requisados por el gobierno ecuatoriano de acuerdo con la CIA; en la misma Unión Soviética, todos sabemos la persecución sufrida por pensadores y artistas que disentían de lo establecido; hay grupos de católicos de cierta institución religiosa que no leen sino libros piadosos, siempre que los recomiende el director espiritual. La sociedad de consumo y la globalización nos han impuesto sutilmente otras clases de censuras a las manifestaciones del arte o del pensamiento.

¿Y todo esto lo digo, para qué? Para afirmar que Saramago, como muchos otros, fue perseguido por un asunto de poder. Nada más. El ser humano, el hombre, la mujer por especiales razones, están sujetos en su vida a una lucha interminable con el poder, como sujetos están también a una lucha interminable por subsistir, por sobrevivir en un sistema que no da espacio sino para pensar, en el caso de la mayoría, qué como mañana, que será de mí, y para los pocos de arriba, cómo seré más fuerte más poderoso, mientras en los países superdesarrollados, como los nórdicos, la gente se suicida por hastío, porque lo tienen todo asegurado, donde para ver a un amigo hay que hacer una cita con una semana de anticipación, y donde la gente ha dejado de abrazarse y de tocarse como hacemos y seguiremos haciéndolo nosotros, los latinoamericanos tercermundistas.

Otro punto. Muchos de ustedes pensarían lo siguiente: ¿Qué sentido tiene que un escritor que se ha proclamado ateo, y también marxista, escriba un libro sobre Dios y el hijo de Dios? Y no sólo en El Evangelio. Dios está presente en toda la obra de Saramago y es constantemente nombrado. Véase nada más que Memorial del convento. ¿De qué Dios habla Saramago si no cree en él?

Como la mejor respuesta me permitiré reproducir textualmente algo que el autor escribió en sus Cuadernos de Lanzarote:

“Dios es el silencio del universo y el hombre el grito que da un sentido a ese silencio.

‘Dios no necesita del hombre para nada, excepto para ser Dios.

‘Cada hombre que muere es una muerte de Dios. Y cuando muera el último hombre, Dios no resucitará.

‘Los hombres, a Dios, le perdonan todo, y cuando menos lo comprenden más le perdonan.

‘Dios, un todo arrancado a la nada por quien es poco más que nada”.

Un periodista español, Juan Arias, realizó varias entrevistas a Saramago, que aparecieron en un libro titulado El amor posible. Transcribo algunos conceptos:

“Sin Dios no podría existir la palabra ateo ni la palabra ateísmo.

‘... De ahí a que mate a Dios, no, es que Dios no resucita al tercer día, es que después de cada ataque, ahí está otra vez, de pie, como esos muñecos porfiados.

‘No creo en Dios, pero si Dios existe para la persona con quien estoy hablando, entonces Dios existe para mí en esa persona.

‘Cuando se acabe la humanidad no habrá más Dios porque no habrá nadie para decir Dios o para pensar en él”.

‘Hay un solo lugar donde Dios existe, y el diablo y el bien y el mal, que es mi cabeza. Fuera de mi cabeza, fuera de la cabeza del hombre, no hay nada”.

Y escuchen esta frase que nos hace maravillosos a los seres humanos: “La capacidad que tiene el cerebro humano de construir sobre la nada es increíble”.

“Me gustaría que existiera Dios porque tendría a quien pedir cuentas cada mañana.

‘Hemos construido una civilización sobre un nombre, el nombre de Dios, es decir, sobre la nada”.

‘La prueba de la inexistencia de Dios (...) es la existencia de la raza humana”.

En otras palabras, Dios existe y está en todas partes porque es creación del hombre. Porque el hombre le necesita, porque es parte de nuestra vida. Aunque Dios, existiendo, desaparezca y muera, por ejemplo, este momento, el hombre ni siquiera se enteraría, todo seguirá igual que ayer y Dios estará presente en la necesidad del ser humano. Saramago ha escrito: “cuando la Historia necesita un Dios, lo fabrica”. En otras palabras, a Dios se lo inventa para poder soportar el mal y la muerte. Alguna vez escuché decir que, en el campo teologal, puede discutirse que el hombre sea creación de Dios, pero que no puede discutirse que Dios sea una creación del hombre. Es posible —y esta es una observación absolutamente personal— que sin Dios, sin la esperanza de Dios, el mundo quizá sea mejor, pues no habrá más vida que esta vida ni más felicidad que la que podemos lograr sobre la tierra. “Dios está en todas partes, menos en las iglesias”, escribió Maupassant en la novela Una vida. La muerte de Dios ya lo anunció el filósofo Nietzsche en una frase muy conocida. Pero, debo decirlo a pesar de que me considero un agnóstico, o acaso por eso mismo, ni la muerte Dios nos quitará, la capacidad de decir, aun sin hablar, dos palabras: ¡Dios mío! Ni la capacidad de creer en los valores humanos del cristianismo. Porque Dios es, sobre todo, misterio. ¿No fue santo Tomás de Aquino quien afirmó que de Dios es más lo que desconoce que lo que se sabe? En este punto me ha sido imprescindible recordar a Unamuno, a quien leí de muy joven, que tanto habló del “hambre de inmortalidad” que no puede ser otra que el hambre de Dios. Unamuno llegó a decir que “los verdaderos ateos están locamente enamorados de Dios”. En El mundo de Sofía Jostein Gaarder dice que ...”podemos incluso llegar a sentir que nosotros mismos somos el misterio divino.” No olvidemos, y esto lo escribió Saramago en alguna parte, que muchas guerras son, en el fondo, guerras religiosas. Juan Pablo II se unió al vaquero Reagan para combatir al comunismo ateo de la Unión Soviética, y no tuvo problema en felicitar a Pinochet por sus cincuenta años de matrimonio, al mismo que asesinó, sin ninguna necesidad, únicamente por malvado, a tres mil personas supuestamente comunistas y, por tanto, ateas. Al mismo Juan Pablo II se le acusó de haber guardado un relativo silencio ante los asesinatos de los sacerdotes en El Salvador y, cuando Baby Doc echó del poder en Haití a Arístidi, un ex sacerdote de la teología de la liberación, únicamente reconocieron al nuevo gobierno El Vaticano y República Dominicana. El actual papa ha tratado de destruir todo vestigio de la llamada teología de la liberación y ha silenciado a sus voceros. La teología de la liberación no ha tratado sino de bajar a Dios a la tierra. El obispo Luna de Cuenca es una piedra en el zapato, en ambos zapatos, un peso en los dobladillos de las sotanas de las autoridades eclesiásticas. Los políticos populistas son expertos en hablar a nombre de Dios y lo invocan con gran frecuencia antes de las campañas electorales o para defender a ciertos banqueros delincuentes, y el obispo de Guayaquil no dice esta boca es mía. Por iniciativa de la Opus Dei se enseña moral y religión en los colegios fiscales, únicamente por un asunto de control, de poder, pero no se les ocurrió enseñar ética a los adultos, políticos, dirigentes o banqueros. La interminable rivalidad entre palestinos y judíos es racial y es religiosa. Católicos y protestantes se matan en Irlanda. El odio que nos inculcaban en el colegio hacia las gringuitas protestantes que distribuían una revista llamada Atalaya no tenía perdón. ¡Lástima!, algunas eran lindísimas. Más de una guerra, más de una masacre, más de una aniquilación de pueblos enteros tienen motivaciones religiosas. La Iglesia, todos los sabemos, ha guerreado y ha matado.

Debemos afirmar que una obra literaria no tiene límites, salvo los estéticos. La literatura, cada literatura, tiene su propia verdad. Pueden coexistir perfectamente las creencias religiosas, la fe, con las interpretaciones literarias (y también históricas) de los hechos. Solamente una exagerada tendencia a sacralizar a personas e instituciones, más la defensa del poder, como se ha visto, pueden oponerse al tratamiento de ciertos temas. No olvidemos la feroz oposición que motivó la presentación del filme La última tentación, dirigida por Scorcese, basada en la novela homónima de Niko Kazantzakis. En un artículo que publiqué en la revista 15 Días en junio de 1993, traté de demostrar, y creo que con buen éxito por los comentarios que recibí, que inclusive desde el estricto punto de vista del dogma católico, y sin apartarse de él, la película no lo afectaba en modo alguno. No obstante, en Quito, como sucedió en muchas ciudades, la reacción del fanatismo fue intolerable. Algunos obispos se rasgaron las vestiduras y no durmieron quince días, e inclusive hubo amenazas de atacar el teatro de la Casa de la Cultura. El Alcalde de Quito terminó por prohibir la película. No hay duda que ser dueño de Dios produce innegables ventajas; mayores a la de ser dueño de un banco... Repito: no se puede admitir a un Dios humanizado, puesto que a Dios se le manipula, se lo usa. Pasolini, un marxista, hizo en 1963 el filme El evangelio según Mateo, también muy polémico debido a que también humanizaba a Cristo. Pasolini dedicó la cinta a la memoria de Juan XXIII.

Volvamos a referirnos, como lo hicimos en la charla anterior, a literatura e historia. Hablamos que Saramago va desde la irrealidad a la realidad. Saramago, que no ha escrito novela histórica, usa, como hemos visto, de los referentes históricos. Recordemos algo muy importante: la historia no sólo es al relato de los sucesos; también se los interpreta y se busca sus leyes. Existe una filosofía de la historia. La historia también pregunta, como la literatura, quiénes somos y adónde vamos. Los griegos no conocían la historia como se conoce hoy; para ellos la historia era circular y los ciclos se repetían iguales. Hoy, la historia va a alguna parte. La historia, por otro lado, también se alimenta de mitos, que igualmente nutren a la literatura. Nuestra historia habla de un Reino de Quito que, según muchos, jamás existió. Habló también de que descubrimos el Amazonas, cuando fueron los españoles que lo hicieron cuando el Ecuador ni siquiera existía.

La fidelidad de Saramago, llamémosla así, a los textos evangélicos oficiales y a muchos hechos relatados es notable, como notable es la lógica del autor es muchas de sus deducciones: Jesús es hijo de Dios, quien mezcló su cimiente con la de José; la presencia de un ángel-diablo en la novela que anuncia a María el embarazo: el diablo fue un ángel según la doctrina oficial; María llega a dudar de si fue embarazada por José o el ángel; la referencia a Joaquín y Ana, padres de María, que procrean en la ancianidad; el censo ordenado por Herodes; el viaje a Belén y el nacimiento en la cueva; la matanza de los inocentes; la circuncisión de Jesús; su destino marcado por Dios; el milagro de los peces, del agua convertida en vino, entre otros prodigios; las tentaciones en el desierto; el escogimiento de sus apóstoles; la muerte por crucifixión; etcétera. Pudiéramos señalar que este sería el primer nivel de la novela, la selección de hechos, y pueden darse más ejemplos, que ya se encuentran en los cuatro evangelios.

Nótese, en todo caso, que de la vida de Jesús a partir de los doce hasta los treinta años, nada se dice en los evangelios, salvo que “crecía en gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres”. Para Saramago, Jesús abandonó en la adolescencia a su familia y pasó su vida entre el pastoreo y la pesca. Nada dicen los evangelios sobre esa época, como tampoco nada dicen (salvo que la memoria me traicione) sobre el destino de José, y de seguro que nada sobre si Jesús conoció o no a mujer, o vivió o se casó con alguien. Se puede suponer que sí, si nos atenemos a las posibilidades. Además la vida ha funcionado y funciona en esa forma y, en definitiva, todo estos asuntos relacionados con el amor son, en suma, los que hacen posible sobrevivir y seguir adelante. En este segundo nivel (el primero fue de los hechos evangélicos como quedó dicho), el premio Nobel del 98 se vale de los silencios de los evangelios oficiales, del silencio de Dios para quienes así lo prefieran, puesto que la enseñanza es revelada según dicen, silencios que duraron 18 años de la vida de Jesús. En estas lagunas de los textos el novelista creó al Jesús que pastaba, al Jesús pescador, al Jesús compañero de Pastor, al Jesús adolescente que charlaba con Pastor de sus urgencias sexuales, y, sobre todo, al Jesús amante de María de Magdala, que fue, hasta que conoció a ese hombre, una prostituta.

En este punto, se podría afirmar que, al presentar a ese Jesús en su Evangelio, lo hizo “desde el punto de vista humano”. Eso me molesta y su ambigüedad aún más, pero debe ser dicha. ¿Cómo podemos ver las cosas los seres humanos sino como seres humanos? No tenemos otra alternativa: no somos dioses ni demonios ni ángeles. Estamos entrando, pues, al tercer nivel de la obra, en el cual Saramago, como novelista, interpreta y da su propia versión de las cosas, su propio “retrato del mundo”, para usar una frase de Hemingway. No es otra la tarea del escritor.

Para estructurar y levantar este tercer nivel, el autor ha usado estos elementos:

1. La consideración objetiva de la condición humana, de cómo estamos en suma. Basta abrir el periódico o ver las noticias. El análisis de la condición humana se puede resumir en el problema del bien y del mal, que ya está planteado en el primer capítulo cuando se escribe que “el bien y el mal no existen en sí mismo, y cada uno de ellos es sólo la ausencia del otro”.

2. La consideración de que todos moriremos; más todavía, de que somos leves y frágiles, de que nada, nada, tenemos seguro. En la novela se lee: “Señor, qué es el hombre para que te intereses por él, qué es el hijo del hombre para que de él te preocupes, el hombre es como un soplo, sus días pasan como la sombra, cuál es el hombre que vive y que no ve la muerte”. María de Magdala le dice a Jesús, que no pudo resucitar a Lázaro, ni revivir a la higuera, ni salvarse de su propia muerte: “nadie en la vida cometió tantos pecados que merezca morir dos veces”. La cruz, símbolo de muerte y de culpa, y un crucificado, el muerto redentor de la culpa, son los distintivos por excelencia del cristianismo.

3. La teoría de la culpa y del castigo, o del acertijo pecado-redención-perdón-castigo, esencia misma del catolicismo. El drama de José, padre de Jesús, es un drama irremediable, pertinaz, de culpa, por no haber salvado a los niños inocentes de la matanza en Belén. José muere crucificado exactamente a la edad de treinta y tres años, la misma en que murió Cristo. Cuando Jesús dialoga con los escribas se dice: “Sí, entonces el hombre es libre, Sí, para poder ser castigado”; y no deja de insistir sobre el sentido de la culpa, “el hambre eterna del lobo de la culpa, que eternamente come, devora y vomita”. No olvidemos que en la novela se presenta a un Jesús que, al mezclar dentro de sí la imagen de la culpa de José y su destino prefijado por Dios, no hace sino soñar que el padre (José o Dios, no importa), lo matará algún día, hasta tal punto que esto explica casi toda la misma vida del personaje a través del texto. Saramago escribe: “la culpa del uno no tenía perdón y el dolor del otro no tenía remedio”. Y, en otro lugar, Dios dice: “Todo hombre (...) sea quien fuere, esté donde esté, haga lo que haga, es un pecador, el pecado es, por así decir, tan inseparable del hombre como el hombre se ha vuelto del pecado”. Dios, por otra parte, no puede tener remordimientos.

4. El hecho evangélico de que el Diablo fue un arcángel expulsado del paraíso, a quien, en cambio, no se le condenó a muerte (como a Jesús y a todos nosotros), sino que, al contrario, es eterno, como el mismo Dios. Saramago, en la novela, hace que Jesús mire, ya a Dios, ya al Diablo, mientras estaban en la barca, y deduzca que, “quitando las barbas de Dios, eran como gemelos”. Y más adelante se dice: “...todo cuanto interesa a Dios, interesa al Diablo (...) tus límites —le dice Jesús a Dios— son sus límites —refiriéndose al Diablo—“. Y a vuelta de página, Jesús le dice a Dios: “Entonces, os servís de los hombres, Sí, hijo mío, sí, el hombre es, podríamos decir, palo para cualquier cuchara”. También se dice (cito aisladamente): “Qué cosas que no sabemos habrá entre el Diablo y Dios (...) cuanto más crezca Dios, más crecerá el Diablo (...) si el Diablo no vive como Diablo, Dios no vive como Dios”. En la novela el diablo es también mendigo, ángel y pastor. James Joyce escribió en el Ulisses: “Dios hizo el alimento, el diablo el condimento”.

5. El hecho, también evangélico, de que Dios consintió en la muerte de su propio hijo. La muerte de Cristo no ha servido de mucho para la felicidad en esta tierra, pero sí ha servido para ejercer poder a nombre del Altísimo y darle gloria. En uno de los capítulos finales de la obra se reproduce una lista interminable e impresionante de mártires de la fe; todos ellos, según la tesis, murieron para dar gloria a Dios. Además, Dios obligó a Cristo a un pacto, a una alianza en la cual se desconocían las condiciones; la escena transcurre en el desierto, en el mismo desierto en que el diablo tentó al hijo de Dios. Por el deseo de gloria y poder futuros, Jesucristo no pudo resistirse a la oferta de Dios.

6. El pecado es invención de Dios porque puso una prohibición a la primera pareja. El diablo, en cambio, que creó a otra pareja en los abismos, no estableció prohibiciones. Esto se deduce de la misma obra.

7. El poder humano, inobjetable (pensemos en el Vaticano, en las otras iglesias cristianas, en el poder de las religiones judías o musulmanas, en el templo que construyeron los mormones en Guayaquil a un costo de varios millones de dólares, en el poder aplastante de la Opus Dei), basado única y exclusivamente en la delegación supuestamente conferida por Dios. No perdamos de vista que, después de que Dios y el Diablo dialogaron en la barca en el mar de Galilea, éste le prometió a Jesús gloria y poder después de la muerte. Jesús no pudo resistirse y, al regresar, desde la misma orilla cambió de actitud y de discurso. Y los cambió, recordemos bien la novela, hasta que se enteró de que Juan Bautista fue muerto, no por haber anunciado al Mesías, sino por la denuncia de adulterio contra Herodes, lo cual, cuando era juzgado y sentenciado, le llevó a renegar de ser Hijo de Dios, a rebelarse contra su padre Dios, declararse Rey de los Judíos y morir como tal. Dejó de ser hijo del Altísimo, redentor de pecados, para convertirse en un político, en un rebelde, en un revolucionario si se quiere, y morir como tal. Una de las frases más impresionantes de la novela, que nos deja fríos, es la puesta en la boca de Cristo antes de morir: “Hombres, perdonadle, porque no sabe lo que hizo”. Y, al morir Jesús, el mismo cuenco de arcilla que brillaba con la tierra cuando el ángel anunció la preñez a María, recoge las gotas de sangre que caen de la cruz.

8. Que somos, sobre todo, seres sexuados, y que la sexualidad es la fuerza interior de que disponemos para vincularnos entre nosotros, ante una religión que, en el fondo, combate a la sexualidad. Al comentar la unión de María y José, Saramago escribe: “...en verdad hay cosas que el mismo Dios no entiende, aunque las haya creado. Habiendo, pues, salido al patio, Dios no pudo oír el sonido agónico, como un estertor, que salió de la boca del varón (...) y menos aún el levísimo gemido que la mujer no fue capaz de reprimir”. Valga también reproducir en este punto el diálogo entre Jesús y el Pastor-Diablo: “Hay una parte de tu cuerpo que haya sido creada por el diablo, No, no, el cuerpo es obra de Dios, Entonces, todas las partes de tu cuerpo son iguales ante Dios, Sí, Podría Dios rechazar, como obra suya, por ejemplo lo que tienes entre las piernas...” Notemos también que a lo largo del texto, buena parte de las palabras de amor que Jesús le dirige a María de Magdala, son tomadas, sin explicación por parte del autor y sin usar las comillas (alterando una norma básica de estilo), del libro bíblico El Cantar de los cantares que, como ustedes conocen, es una obra de intenso erotismo que, entiendo, durante siglos fue excluida de la Biblia. La ironía, la sutileza de Saramago no puede ser mayor.

La española Soledad Puértolas ha escrito La vida oculta. La razón de la literatura, en el fondo, puede ser “la incertidumbre de nuestra condición”, la ilusión de “detener a la muerte, vencer el tiempo”. Esta escritora ha hecho un interesantísimo paralelo entre religión y arte. Sostiene que “ambos confluyen en su permanente oposición a la muerte (... el arte desborda todo terreno; la religión acata y organiza (...) el arte se alza sobre la muerte; la religión la interpreta y, transitoriamente, la vence (...) [pero] el camino de la religión es más sobrio, el del arte más temerario”. Estas consideraciones inclusive nos harían hasta pensar que religión y literatura (arte en general) tienen, en cierto modo, un mismo oficio: levantarle al ser humano sobre la realidad. Notemos que, normalmente, el artista o el escritor no son religiosos. No les hace falta. La religión ofrece otro mundo en forma, hay que reconocerlo, más coherente. La literatura también, pero el escritor puede ser considerado casi como un enfermo mental, lúcido en todo caso. El escritor es un rebelde, un contestatario, un inconforme. Lo religioso presupone también una total disconformidad, pero, con la fe, es tal la certeza de la otra vida, que la rebeldía no se nota, o se transforma en desprecio del mundo. El escritor parte del mundo, está inmerso en él, lo puede odiar pero no lo desprecia; lo interpreta o trata de cambiarlo y así levanta su mundo literario.

La imagen femenina es, otra vez, fascinante. No puedo evitar hacer algunas menciones. Se ríe María de José cuando él, en dudas que no terminan, no sabe quien es el extraño visitante una vez que María quedó embarazada. Fantasea María a solas al pensar quien puede ser el padre de la criatura. Ironiza Saramago cuando escribe que “Eva fue creada después de Adán y de una costilla suya, cuando será que aprendamos que hay cosas que sólo empezaremos a entenderlas cuando nos remontemos a las fuentes” (frase ésta muy frecuente en quienes ciegamente creen en la revelación bíblica). Escribe en otra parte: “Si la ley no hubiera silenciado a las mujeres para todo y para siempre, tal vez ellas, porque inventaron aquel primer pecado del que todos los demás nacieron, supieran decirnos lo que nos hace falta saber”. En las primeras páginas describe a María con “la expresión de quien sabe más de lo que intenta decir, pero quiere que se note. En verdad, en verdad os digo, no hay límites para la maldad de las mujeres, sobre todo de las más inocentes”. Y en otra página: “Las mujeres habían aprendido con la dura experiencia a tragar sus lágrimas, por eso decimos, tan pronto lloran como ríen, no es verdad, que en general están llorando por dentro”.

Para terminar, volvamos a la primera página de la novela, donde se usa como epígrafe una frase atribuida a Pilatos: “Lo escrito, escrito queda”.

Gracias José Saramago y gracias a ustedes.