Mateo 2:17

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Entonces se cumplió lo que fue dicho

τοτε επληρωθη το ρηθεν

tote eplêrôthê to rhêthen

entonces se cumplió lo que fue dicho

por el profeta Jeremías, cuando dijo:

δια ιερεμιου του προφητου λεγοντος

dia ieremiou tou prophetou legontos

a través de Jeremías el profeta diciendo

Textus Receptus Stephanus 1550

τοτε επληρωθη το ρηθεν υπο ιερεμιου του προφητου λεγοντος

Vulgata

tunc adimpletum est quod dictum est per Hieremiam prophetam dicentem

Almeida Revista e Atualizada

Então, se cumpriu o que fora dito por intermédio do profeta Jeremias:

La Nuova Diodati

Allora si adempí quello che fu detto dal profeta Geremia che dice:

Luther Bibel 1545

Da ist erfüllt, was gesagt ist von dem Propheten Jeremia, der da spricht:

Entonces

τοτε [tote] (Adverbio) "entonces".

se cumplió

επληρωθη [eplêrôthê] Aoristo Ind. Pas. 3ª sing. de πληροω [plêroô] "llenar", "completar", "terminar", "cumplir", "alcanzar su cumplimiento". cf. com. Mat. 1:22

lo dicho

το ρηθεν

το [to] nom. sing. neut. de ο [ho] Art. definido.

ρηθεν [rhêthen] Aoristo Ptcp. Pas. nom. sing. neut. de ερω [erô] fut. de ειρω [eirô], "decir", "hablar", "declarar", "anunciar", "proferir", "mencionar".

por

δια [dia]. Con genitivo: "a través de".

Con acusativo: "a causa de".

el profeta

Ver com. Mateo 1:22.

Jeremías

Profeta que estimuló la reforma religiosa bajo el rey Josías. Aconsejó a los judíos de Jerusalén antes del exilio y parte de la cautividad y escribió el libro que lleva su nombre. Jeremías es tal vez el profeta más pintoresco del AT. Mezclados en sus mensajes proféticos hay frecuentes vislumbres del interior de su alma que ofrecen un cuadro vívido de sus sentimientos y experiencias como profeta llamado a dar un mensaje impopular en un momento de crisis nacional. Ver nota adicional abajo.

cuando dijo

λεγοντος [legontos] Presente Ptcp. Act. gen. sing. neut. de λεγω [legô], "decir", "hablar", "mencionar", "declarar", "llamar", "contar".

Westcott-Hort 1881

τοτε επληρωθη το ρηθεν δια ιερεμιου του προφητου λεγοντος

Reina-Valera 1960

Entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo:

King James Version

Then was fulfilled that which was spoken by Jeremiah the prophet, saying,

La Bible du Semeur

Ainsi s'accomplit la parole transmise par Jérémie, le prophète:

Russian Synodal Version

Тогда сбылось реченное через пророка Иеремию, который говорит:

Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: (BJ)

Entonces se cumplió lo que fue dicho por medio del profeta Jeremías, cuando dijo: (LBLA)

Jeremías (Nota adicional)

La historia del reino del sur, Judá (desde la cautividad de las 10 tribus un siglo antes), fue de creciente apostasía nacional. En tiempos de Jeremías se hizo evidente que Dios, si quería cumplir su propósito para Israel, tenía que tomar medidas drásticas. Canaán era de ellos sólo por virtud de la relación de pacto con Dios, pero con sus persistentes violaciones de las provisiones de esa alianza habían rechazado su derecho sobre la tierra. La cautividad era inevitable, no como castigo retributivo sino como disciplina curativa, y le tocó a Jeremías explicar las razones del cautiverio y animarlos a cooperar con el plan de Dios en esa experiencia.

Una y otra vez, mediante Jeremías, Dios rogó a su pueblo que se sometiera al rey de Babilonia y estuviera dispuesto a aprender la lección que esta amarga experiencia debía enseñarles. La 1ª cautividad ocurrió en el 605 a.C., pero, como rehusaron cooperar, una 2ª cautividad sucedió en el 597 a.C., y una 3ª en el 586 a.C., la que fue acompañada por una total desolación de la ciudad y del templo. Ezequiel fue llamado a un papel similar en favor de los exiliados en Babilonia, y, más o menos al mismo tiempo, Dios colocó a Daniel en la corte de Nabucodonosor con el propósito de atemperar la natural dureza y severidad de los babilonios hacia los judíos. Los mensajes de Jeremías, Ezequiel y Daniel estaban destinados a aclarar la naturaleza y el propósito del cautiverio y apresurar el retorno de los exiliados a su patria.

Jeremías era hijo de Hilcías, un, sacerdote de Anatot (Jer. 1:1). Fue llamado al oficio profético mientras todavía era joven (1:6, 7). Al principio, vaciló en aceptar el llamamiento, pero Dios le aseguró que aunque encontraría oposición violenta también podía esperar ayuda divina en la realización de su misión (1:8, 17-19). Jeremías, tierno y suave por naturaleza, padeció mucha angustia personal por el conflicto entre sus sentimientos y los severos mensajes de reprensión y advertencia que debía llevar. Al prever la triste suerte que esperaba a su amado pueblo, exclamó: "Me duelen la fibras de mi corazón" (4:19).

La cautividad era inevitable (4:27, 28), pero Dios consoló a Jeremías con la promesa de que no constituiría el fin de "todo" para su pueblo elegido (4:27; 5:10). Para impresionarlo con la desesperada degeneración moral y espiritual, Dios lo envió en excursión por las calles de Jerusalén en busca de un hombre que sinceramente buscara conocer y hacer la voluntad de Dios (5:1). Sin éxito, Jeremías volvió esperanzadamente a los dirigentes, pero encontró que ni uno de ellos guiaba a la nación por los caminos de justicia (5:3-5).

Percibiendo mejor ahora la completa apostasía de su pueblo, Jeremías recibió instrucciones de ponerse "a la puerta de la casa de Jehová" para advertirles de la suerte que les esperaba si no se arrepentían. Ese sermón, comúnmente llamado "El discurso del templo", está registrado en los caps. 7-10. La gravedad del mensaje es evidente por la advertencia de Dios a Jeremías: "No ores por este pueblo... porque no te oiré" (7:16).

Lamentándose por su solemne implicación, exclamó: "¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas para que llore día y noche... [sobre] mi pueblo!" (9:1). "¡Ay de mí, por mi quebrantamiento! mi llaga es muy dolorosa -clamó ante el Señor, pero reconciliándose con el pensanmiento añadió-: Pero dije: Ciertamente enfermedad mía es esta, y debo sufrirla" (10:19). Sin embargo, reconociendo la justicia divina en los juicios predichos, el profeta pidió misericordia (10: 23-25).

Luego el Señor envió a Jeremías a las ciudades de Judá y a las calles de Jerusalén con el mensaje: "Oíd las palabras de este pacto, y ponedlas por obra"; pero, a pesar de su fervor, la gente no le prestó atención (11:6-8). En realidad, sus propios familiares, los sacerdotes de Anatot, completaron para silenciarlo con la muerte. Cuando el Señor le reveló el complot, el profeta pidió al Señor justicia y venganza; ¿acaso no había él hablado sólo las palabras que Dios le había dado? (11:9-23).

Al ver en la conspiración contra su vida un reflejo de la naturaleza de la inquina de Judá contra Dios, el profeta preguntó al Señor: "¿Por qué es prosperado el camino de los impíos?" (12:1). Dios le contestó preguntándole a su vez qué haría cuando toda la nación se levantara contra él, si el primer momento de oposición lo había cansado (12:5; cf. 1:19). Así como el afecto de los parientes de Jeremías se había alejado de él hasta el punto de estar dispuestos a matarlo, del mismo modo el de Israel se había apartado de Dios (12:6-11). Por 2ª vez exclamó: "Llorará mi alma... y llorando amargamente se desharán mis ojos en lágrimas, por que el rebaño de Jehová fue hecho cautivo" (13:17). Por 3ª vez (cf. 7:16; 11:14) Dios le dijo: "No ruegues por este pueblo para bien" (14:11), y el profeta se lamentó: "Derramen mis ojos lágrimas noche y día, y no cesen" (14:17).

Jeremías llegó a la conclusión de que tal vez Dios había "desechado enteramente a Judá" (14:19). Entonces, como Moisés en la antigüedad (Éxodo 32:31, 32), confesó el pecado de su pueblo y clamó al Señor que no rompiera su pacto con ellos (Jer. 14:20-22). Pero Dios contestó que sería inútil, aunque Moisés orara por ellos: la cautividad era inevitable (15:1). Y dijo: "Destruiré" a mi pueblo, porque "no se volvieron de sus caminos" (15: 6, 7). Lamentando los vituperios que él había sufrido, Jeremías se quejó otra vez al Señor: "Vengame de mis enemigos... por amor a ti sufro afrenta... ¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación?" (15:15-18). Una vez más Dios le aseguró al profeta la protección y liberación divinas (15:20, 21).

Jeremías no debía tomar esposa (16:2) ni criar una familia, porque, en vista de la cautividad, morirían "de dolorosas enfermedades" (16:3, 4). El profeta luego fue enviado a llevar un solemne mensaje de advertencia a la puerta de Jerusalén, basado en una visita simbólica a la casa del alfarero. Al darlo, la conspiración contra su vida se profundizó, y clamó una vez más (cf. 17:18) al Señor por cansa de sus enemigos (18:18-23). Por ese tiempo, Pasur, el gobernador del templo, lo puso en el cepo junto a la puerta de Benjamín, al lado del templo, y lo dejó allí toda una noche (20:1-3). El profeta se quejo al Señor: "Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mi", y decidió renunciar a su oficio profético (20:7-9). Pero Dios no lo liberaría (20:9). En consecuencia, el profeta maldijo el día de su nacimiento y lamentó el papel que se le había asignado (20:14-18).

Cargando el yugo profético una vez más, Jeremías reflejó mayor madurez. Ya no lloró ni se quejó por su suerte, sino que llevó un mensaje directo y valeroso, sin vacilaciones ni lamentos. Enviado primero al "atrio de la casa de Jehová", anunció la cautividad de 70 años y la total desolación de la ciudad de Jerusalén y del templo (26:2). Inmediatamente después de este discurso los sacerdotes y profetas arrestaron a Jeremías y lo amenazaron con matarlo (26:8), y sin duda lo hubieran hecho si no hubieran salido en su defensa los príncipes de Judá (26:10-16). La madurez de espíritu en ese momento es evidente por su serena respuesta a quienes se proponían quitarle la vida: "En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos; haced de mí como mejor y más recto os parezca" (26:14).

Como se le prohibiera enseñar en los atrios del templo, Jeremías dictó sus mensajes a su ayudante, Baruc, que los escribió en un rollo y los leyó en el templo en cierto día de ayuno (36:1-6). La noticia de lo que estaba ocurriendo llegó a los príncipes, quienes requisaron el rollo y lo llevaron ante el rey Joacim, que a su vez lo quemó (36:11-26). Luego el profeta escribió de nuevo lo que había en el rollo y le agregó más material de advertencia: el trono de Judá se extinguiría y Joacim moriría de muerte violenta (36:27-32). Jeremías más tarde apareció ante el rey Joaquín con un severo mensaje advirtiéndole que Nabucodonosor lo llevaría en cautiverio y que moriría en el exilio (22:24-30).

Temprano en el reinado de Sedequías, el profeta aconsejó al rey: "Servid al rey de Babilonia y vivid; ¿por qué ha de ser desolada esta ciudad?" (Jer. 27:12,17). A esta política se opuso un grupo de falsos profetas, pero la muerte de su líder, Hananías, dentro del tiempo profetizado por Jeremías, fue un testimonio en favor de la misión y del mensaje de Jeremías (28:9, 16, 17). Más o menos en esta época también escribió a los exiliados en Babilonia aconsejándoles que se establecieran, porque el cautiverio sería largo (cap. 29). Los dirigentes judíos en Babilonia contestaron a Jerusalén pidiendo que aprisionaran a Jeremías, porque era un profeta falso (29:24-27).

Pronto después de esto, Nabucodonosor invadió otra vez Judá y puso sitio a Jerusalén. Jeremías, que "estaba preso en el patio de la cárcel" (32:1-3), aparentemente fue liberado cuando el sitio fue levantado temporariamente porque Nabucodonosor se aprestó a pelear contra el ejército egipcio que había venido para ayudar a Sedequías (37:11, 12). El profeta se dispuso a ir a su casa en Benjamin para inspeccionar una parcela de tierra que había comprado recientemente, pero fue tomado preso al salir de Jerusalén y se le acusó de pasarse a los caldeos (37:11-15). En este momento, Sedequías pidió consejo secretamente acerca de qué política debía tomar (37:16-21). El profeta le aconsejó que se rindiera a los caldeos, pero los príncipes y los comandantes del ejército pidieron la muerte de Jeremías (38:1-4); éste fue alojado en una cisterna vacía, cuyo piso estaba cubierto de barro blando en el que se hundió (38:5, 6). Su vida fue salvada cuando Ebed-melec, un eunuco etíope, intercedió por él ante Sedequías y recibió permiso para sacarlo de la mazmorra y dejarlo en el patio de la cárcel (38:7-13). Allí permaneció el profeta hasta la caída de Jerusalén (38:28).

Cuando la ciudad se rindió, Jeremías gozo de la protección personal del rey Nabucodonosor, aparentemente por causa de la política del profeta pidiendo a los judíos que se entregaran a los caldeos, informe que éstos llegaron a conocer (caps. 39 y 40). Cuando se le permitió escoger entre ir a Babilonia o quedarse en Judá, Jeremías se relacionó con Gedalías, a quien Nabucodonosor había designado como gobernador (40:1-16). Cuando un grupo de fanáticos mató a Gedalías, el pueblo que quedó, temiendo a los caldeos, huyó a Egipto, obligando a Jeremías a ir con ellos (41:17-43:13). En Egipto continuó sus esfuerzos por hacer volver el corazón de la gente hacia Dios, pero sin éxito (cap. 44; no se sabe cuánto tiempo duró su ministerio en Egipto). De acuerdo con la tradición, Jeremías fue apedreado por sus conciudadanos en Dafne.