1:26

"Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra."

ויאמר אלהים נעשה אדם בצלמנו

כדמותנו וירדו בדגת הים ובעוף

השמים ובבהמה ובכל־הארץ

ובכל־הרמש הרמש על־הארץ

וַיֹּאמֶר אֱלֹהִים, נַעֲשֶׂה אָדָם בְּצַלְמֵנוּ

כִּדְמוּתֵנוּ; וְיִרְדּוּ בִדְגַת הַיָּם וּבְעוֹף

הַשָּׁמַיִם, וּבַבְּהֵמָה וּבְכָל-הָאָרֶץ,

וּבְכָל-הָרֶמֶשׂ, הָרֹמֵשׂ עַל-הָאָרֶץ

LXX:

και ειπεν ο θεος ποιησωμεν ανθρωπον κατ' εικονα ημετεραν

και καθ' ομοιωσιν και αρχετωσαν των ιχθυων της θαλασσης

και των πετεινων του ουρανου και των κτηνων και πασης της γης

και παντων των ερπετων των ερποντων επι της γης

Vulgata:

et ait faciamus hominem ad imaginem et similitudinem

nostram et praesit piscibus maris et volatilibus caeli et bestiis

universaeque terrae omnique reptili quod movetur in terra

Hagamos al hombre.

Desde el mismo principio, el Registro Sagrado proclama la preeminencia del hombre por encima de todas las otras criaturas de la tierra. El plural "hagamos" fue considerado casi unánimemente por los teólogos de la iglesia primitiva como que indica a las tres personas de la Deidad. La palabra "hagamos" requiere, por lo menos, la presencia de dos personas que celebran un consejo. Las declaraciones de que el hombre había de ser hecho a "nuestra" imagen y fue hecho "a imagen de Dios", llevan a la conclusión de que los que celebraron consejo deben ser personas de la misma Deidad.

Esta verdad, implícita en varios pasajes del Antiguo Testamento, tales como éste y Gén. 3: 22; 11: 7; Daniel 7: 9, 10, 13, 14; etc., está plena y claramente revelada en el Nuevo Testamento, donde se nos dice en términos inconfundibles que Cristo, la segunda persona de la Deidad -llamada Dios por el Padre mismo (Hebreos 1: 8)- estuvo asociada con su Padre en la obra de la creación. Textos como Juan 1: 1-3, 14; 1 Corintios 8: 6; Colosenses 1: 16, 17; Hebreos 1: 2 no sólo nos enseñan que Dios el Padre creó todas las cosas por medio de su Hijo sino que toda vida es preservada por Cristo.

Aunque es cierto que esta luz plena de la verdad no brilló sobre estos textos del Antiguo Testamento, previos a la revelación contenida en el Nuevo Testamento, y que la comprensión precisa de las diferentes personas de la Deidad no fue tan fácilmente discernible sólo por los pasajes del AT, la evidencia inicial de la existencia de Cristo, en el tiempo de la creación, como colaborador con su Padre, se halla en la primera página de la Biblia.

Estos textos no ofrecen dificultad para los que creen tanto en la inspiración del AT como del NT, en vista de que una parte explica la otra y que ambas se ensamblan armoniosamente como las piedras de un bello mosaico.

No sólo los vers. 26 y 27 indudablemente contienen indicios de la actividad de Cristo como la segunda persona de la Deidad en la obra de la creación, sino que el vers. 2 menciona al Espíritu Santo como colaborando en la misma obra. Por lo tanto, tenemos fundamento para declarar que la primera evidencia del sublime misterio de la Deidad se encuentra en la primera página de la Biblia, misterio que se presenta con luz más clara cuando la pluma de la inspiración de los diferentes autores de los libros de la Biblia fue movida a revelar más plenamente esta verdad.

La palabra "hombre" es 'adam en hebreo, la misma palabra empleada para nombrar al padre de la raza humana (cap. 5: 2). Su significado se ha explicado de diversas formas. Describe ya sea su color, de 'adam "ser rojo"; o su apariencia, de una raíz arábiga que significa "brillar", haciendo de Adán "el brillante"; o su naturaleza como la imagen de Dios de dam, "semejanza"; o -y lo que es más probable- su origen: "el suelo", de 'adamah, "el del suelo".

"Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra" (Efesios 3: 15). Amor infinito; ¡cuán grande es! Dios hizo el mundo para agrandar el cielo. Desea una familia más grande de seres inteligentes creados.

A nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.

El hombre había de llevar la imagen de Dios, tanto en la semejanza exterior, como en el carácter. Sólo Cristo es “la imagen misma” del Padre (Heb. 1: 3); pero el hombre fue creado a semejanza de Dios. Su naturaleza estaba en armonía con la voluntad de Dios. Su mente era capaz de comprender las cosas divinas. Sus afectos eran puros, sus apetitos y pasiones estaban bajo el dominio de la razón. Era santo y se sentía feliz de llevar la imagen de Dios y de mantenerse en perfecta obediencia a la voluntad del Padre.

Esta naturaleza reflejaba la santidad divina de su Hacedor hasta que el pecado destruyó la semejanza divina. Sólo mediante Cristo, el resplandor de la gloria de Dios, y la "imagen misma de su sustancia" (Hebreo 1: 3), se transforma nuestra naturaleza otra vez a la imagen de Dios (Colosenses 3: 10; Efesios 4: 24).

Y señoree.

Adán fue colocado como representante de Dios sobre los órdenes de los seres inferiores. Éstos no pueden comprender ni reconocer la soberanía de Dios; sin embargo, fueron creados con capacidad de amar y de servir al hombre.

El hecho de que no se mencione las bestias del campo, ha sido tomado por algunos comentadores como una indicación de que los animales que ahora son salvajes no estuvieron sometidos a Adán. Esta opinión es insostenible. También faltan las plantas en la enumeración de las obras creadas sujetas a Adán, aunque nadie negará que el hombre ha tenido el derecho de regir la vegetación hasta el día de hoy y que las plantas deben haber estado incluidas en la frase "toda la tierra". En realidad, esta frase abarca todas las cosas de esta tierra no mencionadas por nombre, incluso "las bestias del campo": "Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; Todo lo pusiste debajo de sus pies: Ovejas y bueyes, todo ello, Y asimismo las bestias del campo, Las aves de los cielos y los peces del mar; Todo cuanto pasa por los senderos del mar" (Salmo 8: 6-8). Con todo, Dios limitó la supremacía del hombre a esta tierra; no le confió a Adán el dominio sobre los cuerpos celestes.

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