11:4

"Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra."

ויאמרו הבה נבנה־לנו עיר ומגדל וראשו בשמים ונעשה־לנו שם

פן־נפוץ על־פני כל־הארץ

וַיֹּאמְרוּ הָבָה נִבְנֶה-לָּנוּ עִיר, וּמִגְדָּל

:וְרֹאשׁוֹ בַשָּׁמַיִם, וְנַעֲשֶׂה-לָּנוּ, שֵׁם

פֶּן-נָפוּץ, עַל-פְּנֵי כָל-הָאָרֶץ

LXX:

και ειπαν δευτε οικοδομησωμεν εαυτοις πολιν και πυργον ου η κεφαλη εσται εως του ουρανου και ποιησωμεν εαυτοις ονομα προ του διασπαρηναι επι προσωπου πασης της γης

Vulgata:

et dixerunt venite faciamus nobis civitatem et turrem cuius culmen

pertingat ad caelum et celebremus nomen nostrum

antequam dividamur in universas terras

Edifiquémonos una ciudad.

Caín había edificado la primera ciudad (cap. 4: 17), quizá para eludir la vida nómada que Dios le había impuesto. El plan original de Dios era que los hombres se esparcieran por la superficie de la tierra y la cultivaran (cap. 1: 28). La edificación de ciudades representaba una oposición a ese plan. La concentración de los seres humanos siempre ha fomentado la ociosidad, la inmoralidad y otros vicios. Las ciudades siempre han sido focos de delincuencia, pues en tales ambientes Satanás encuentra menos resistencia a sus ataques que en las comunidades más pequeñas donde la gente vive en estrecho

contacto con la naturaleza. Dios le había dicho a Noé que repoblara, o llenara la tierra (cap. 9: 1). Sin embargo, temiendo peligros desconocidos e imaginarios, los hombres quisieron edificar una ciudad con la esperanza de encontrar en ella seguridad mediante la obra de sus propias manos. Eligieron olvidarse que la verdadera seguridad proviene tan sólo de confiar en Dios y obedecerle. Los descendientes de Noé, que se multiplicaban rápidamente, deben haberse apartado muy pronto del culto del verdadero Dios. Buscaron protección debido al temor de que sus malos caminos atrajeran de nuevo una catástrofe.

Una torre.

Esta daría a los habitantes de la ciudad la deseada sensación de seguridad. Una ciudadela tal los protegería contra ataques y los capacitaría -así lo creían- para escapar de otro diluvio, a pesar de que Dios había prometido que nunca sucedería. El diluvio había cubierto las más altas montañas del mundo antediluviano, pero no había llegado "al cielo". Por lo tanto, si podían erigir una estructura más alta que las montañas -razonaban los hombres- quedarían a salvo, sin importar lo que Dios hiciera. Las excavaciones arqueológicas revelan que los habitantes más antiguos de la baja Mesopotamia levantaron muchos templos en forma de torres, dedicados al culto de diversas deidades idolátricas.

Hagámonos un nombre.

La torre de Babel tenía el propósito de llegar a ser un monumento a la sabiduría superior y a la habilidad de sus edificadores. Los hombres han estado dispuestos a soportar penalidades, peligros y privaciones a fin de hacerse de "un nombre" o reputación. El deseo de buscar renombre indudablemente fue uno de los motivos impelentes para construir la torre. Además, el orgullo puesto en una estructura tal tendería a mantener la unidad para la realización de otros proyectos impíos. De acuerdo con el propósito divino, los hombres deberían haber preservado la unidad por medio del vínculo de la religión verdadera. Cuando la idolatría y el politeísmo rompieron ese vínculo espiritual interno, no sólo perdieron la unidad de la religión sino

también el espíritu de hermandad. Un proyecto como el de la torre, que buscaba

preservar por un medio externo la unidad interior que se había perdido, estaba

condenado al fracaso. Es obvio que únicamente los que habían renegado de Dios

tomaron parte en esas actividades.

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