Sintiéndose viejo y viéndose sin familia a quien legar sus cuantiosos bienes, aquel noble campesino resolvió llamar a sus hermanos, que eran numerosos y vivían en estancias vecinas, a fin de repartirles cuanto tenía. La reunión se hizo en el amplio patio, bajo la sombra de los talas centenarios. El viejo luchador parecía un profeta bíblico, departiendo con sus discípulos, ante el panorama eglógico de los campos en flor. La nobleza y la sinceridad de un corazón abierto a todo lo bueno, se reflejaban en su rostro bondadoso, en su palabra mesurada, en su ademán sereno. No conocía a fondo a sus hermanos, pero sabiendo cuanto le amaban, a juzgar por las repetidas manifestaciones de éstos, pensaba con íntima alegría de qué manera se estorbarían cuando él muriera, para cumplir cristianamente con las obligaciones de su cuerpo y de su alma. Por eso, para evitar discusiones y desacuerdos, pensó encargarle a cada uno una cosa diferente, y morir así, confiado en manos cariñosas. Quiso que ellos mismos lo eligieran, y principió preguntando .quién le ayudaría a bien morir.... Su sorpresa no tuvo límites cuando todos contestaron en coro, negándose a hacerlo. Siguió, empero, no ya con su acento plácido, sino con el nervioso y trémulo de la amargura. Interrogó .quién lo velaría., .quién lo enterraría, quién rezaría por su alma.... pero a todo contestaban aquellos hermanos sin corazón que no podían hacerlo. Más, cuando preguntó quién cargaría con su fortuna, todos contestaron al momento: yo, yo, yo...
La justicia divina cayó sobre aquellos monstruos humanos, convirtiéndolos en el acto en inmundos batracios. Una fuerza irresistible los empujó al agua. Estaban condenados a vivir en ese medio líquido, donde jamás tendrían nada, donde nada podrían guardar porque todo es desmenuzado por el poder destructor de las inquietas moléculas del agua. Para recordarles la maldad de sus almas perversas, deben reproducir todos los días la escena de la estancia, repitiendo las fatales palabras porque fueron castigados. Por eso es que a las orillas de las charcas y represas se reúnen, y empiezan, con las cadencias y monotonías de un rosario.