Lechuza (Leyenda)

Cuentan viejas leyendas campesinas que hace ya muchos años, vivía en la región una viuda, modelo de virtudes, en compañía de su única hija. Por ella trabajaba la mujer rudamente y sin descanso desde la muerte del esposo, pero mal pagaba la niña sus afanes y desvelos. Mostrábase áspera y cruel. Jamás abrigó su corazón un sentimiento misericordioso ni formularon sus labios una palabra tierna para la autora de sus días, en recompensa de tantos sacrificios. Amábala la madre hondamente buscando un consuelo para su viudez desventurada, pero ella se complacía en amargar sus horas con manifiesta perversidad. Desaprobaba sus actos, refutaba sus palabras, la desobedecía descaradamente, y hacía, en fin, todo lo que pudiera ocasionarle sufrimiento, mas, aquella santa la perdonaba desde el fondo de su alma, no mimando en ello, sino caprichos pasajeros de criatura mimada. Anunciáronse por entonces, grandes fiestas en el pueblo inmediato en honor del Santo Patrono del mismo, y allá fue la moza, con gran contento de la madre que no vivía sino pensando en verla feliz. Quiso la casualidad que la pobre mujer enfermara, y necesitando, en la soledad en que se encontraba del cuidado y la compañía de la hija, mandó por ella. Esta, se negó a volver. La enferma agravaba. Por dos veces más se insistió en el llamado, pero encolerizada y protestando de que se la incomodara de esta manera por causa tan baladí, la joven dio su negativa tan rotunda como en la vez primera. Grande fue el dolor de la moribunda al saberlo, y en la desesperación de su infortunio y el delirio de la fiebre que la consumía, exclamó: ¡Maldita seas, mala hija!

La maldición de la moribunda cayó sobre la cabeza de la perversa. Esa misma noche, mientras dormía, se operó en su ser una rápida metamorfosis: creyéndose víctima de horrible pesadilla, se debatía en balde para desasirse de los invisibles enemigos que en las sombras la torturaban...

Fue perdiendo, poco a poco su envoltura humana... Tuvo al fin la exacta noción de la realidad, y al verse convertida en ave, comprendió la inmensidad de su culpa. Un ímpetu de volar la arrojó del lecho, y por la abierta ventana de la alcoba, se lanzó hacia el espacio. El recuerdo de la madre la obsesionaba, y el acerbo arrepentimiento de su ingratitud la empujó en dirección a su rancho. Ya en él, pasó varias veces por la puerta, rozando con sus alas el alero, con la ansiedad de penetrar o de anunciarse. Intentó gritar, llamar a su madre, pedirle perdón, pero en su garganta reseca, había muerto para siempre la voz. Sólo pudo arrancar en su desesperación un chistido estridente y seco, que se alargó como una nota trágica en el hondo silencio de la noche.

- ¡Cruz Diablo! - dijo una comadre santiguándose. - ¡Ave María! - murmuró otra.

.El Señor la reciba en su Reino. -corearon las que rodeaban el lecho, al asistir a la enferma en su último suspiro.

Todos estuvieron de acuerdo en que aquella ave extraña había apurado la muerte de la pobre mujer, y en que era su propia hija que volvía, trocada, por obra de su maldición en ese bicharraco nocturno. Y este fue el origen de la lechuza. Sus ojos, no iguales a los de ningún otro ser de la creación, llevan en sí todo el horror de la tragedia: inmóviles, inmensamente abiertos como agrandados por una visión repentina, porque expresan el terror y la desesperación que sacudió su alma ante la escena aquella de la madre muerta. A veces, su mirada parece fijarse en un punto tan lejano, que nadie podría precisar; es vaga, abstraída, llena de una tristeza infinita, porque refleja el profundo dolor de su tremenda culpa. Los campesinos afirman que es mensajera de muerte, viviendo en complicidad con el Diablo y con las brujas que al amparo de las sombras se entregan a prácticas misteriosas, a cuyas raras escenas asiste y alienta con su presencia. Esto es lo más duro del castigo de quien encarna el alma de mujer tan perversa, y tratan de espantarla de sus moradas adonde sólo llega para anunciar desgracia. Cuando el chist... chist... del ave nocturna se deja oír cerca del rancho, en el profundo silencio de los campos dormidos, hondo estremecimiento sacude el corazón de sus habitantes y conjuran el peligro con las palabras clásicas: ¡Cruz Diablo! ¡Cruz Diablo! ¡Ave María!