Había una vez un matrimonio que se llevaba muy bien, solo que a la mujer le gustaban mucho las diversiones. Un día salió de su casa a buscar remedios para el marido que estaba enfermo, pero en el camino se encontró con que en un rancho se bailaba y ahí no más entró y se puso a divertir. Al caer la noche, vinieron a avisarle que el marido estaba agonizando. Ella no hizo caso y siguió bailando y dijo:
-¡Que siga el baile, que para llorar hay tiempo!...
A los tres días volvió para la casa, pero al difunto ya lo habían enterrado.
Entonces sintió una pena tan grande que empezó a llamarlo:
-¡Crespín! ¡Crespín!...
Recorría toda la casa, después se fue al campo y nadie la volvió a ver más. Pero un pájaro pequeño que en su silbido triste repetía: -¡Crespín!
¡Crespín! -se hizo del alma de esa mujer divertida.