Nació el 8 de mayo de 1891. Sobre su procedencia, algunas fuentes dicen que era porteño, otras puntano, y todavía las hay que señalan a Colonia del Sacramento. Para 1912 —el año en que se proyecta a la popularidad— tenía su domicilio en el barrio de Flores, y estaba cumpliendo el servicio militar como soldado conscripto aviador.
Gracias a la pericia que adquirió con los aparatos, sumado a su natural intrepidez, consiguió rápido una autorización para pilotear; y es casi con el diploma aún en la mano que alcanza su primer triunfo: en octubre se eleva hasta los 1.280 metros sobre la base de El Palomar. Fue la mayor altura alcanzada hasta entonces por una máquina voladora sobre suelo argentino.
En la medianoche del 30 de noviembre de 1912 Fels estaba de licencia, bebiendo en el bar “La Helvética”, de Corrientes y San Martín, junto a unos amigos periodistas. De pronto tuvo una inspiración: se lanzaría a cubrir el trayecto Buenos Aires-Colonia, en esa misma madrugada. Por todo mapa, el joven contaba apenas con una hoja arrancada de la Guía Kraft.
En Flores recogió cuatro latas de combustible. De allí fue a Morón en un taxímetro, y de Morón hasta El Palomar en un carro lechero. Eran ya las cinco de la mañana del 10 de diciembre.
A las cinco y diez abordaba su modelo Bleriot y decolaba. Todo en el mayor secreto, ya que había que cuidar un detalle: el conscripto Fels no tenía ningún permiso para hacer nada de eso.
Puso rumbo a Colonia. Ya sobre las amarronadas aguas del Plata sintió una duda, una ligera vacilación; para contrarrestarla, se juró que podía ir más allá y enfiló, decidido, hacia Montevideo. Cuando sobre el horizonte de la costa oriental empezaron a perfilarse las dársenas y los edificios y toda la gran ciudad, comprendió emocionado que con aquella sola imagen ya tenía su premio. Y a las dos horas y veinte minutos de haber salido, Fels aterrizaba victorioso ante la estupefacción de unos pocos vecinos de Carrasco.
Al propagarse la noticia por los dos pueblos, el uruguayo y el argentino, el delirio fue total. Era la apoteosis. El 3 de diciembre, tras salvar algunos percances técnicos, regresó a El Palomar. Sus superiores primero lo sancionaron por indisciplina, e inmediatamente después lo ascendieron a cabo.
Es sabido que todos los hechos importantes de la vida porteña quedaron de una manera u otra asentados por el tango. Esta hazaña, por ejemplo, inspiró dos composiciones en su época: El Cabo Fels, de Pedro Sofía, y Don Teodoro, de Vicente Mazzolo. Un dato al margen: el bar de las Tres Esquinas, aquel en donde naciera el famoso tango de Ángel D’Agostino, se llamó entonces “Cabo Fels” como tributo al nuevo héroe de la aviación.
El 10 de marzo de 1914 Fels se encontraba en Los Tamarindos (Mendoza) almorzando con Jorge Newbery. A los postres, alguien sugirió que sería interesante ver unas demostraciones de vuelo; el ingeniero Newbery rehusó con amabilidad, pero le prendieron un amuleto —una Virgen de Lourdes— y ya no pudo seguir negándose. Pidió prestado el avión a Fels. Éste llegó a advertirle que, a causa de unos desajustes, debería cuidar muy bien la estabilidad del aparato; Newbery igual se subió, lo puso en marcha, se remontó e intentó unas maniobras. Pero quedaron truncas. Los espectadores ahogaron un grito: el aeroplano había impactado terriblemente contra el suelo, y de la maraña de fierros retorcidos asomaba el cuerpo sin vida de aquel osado piloto.
Fels nunca más se repuso de la muerte de su amigo Newbery. Aún lloraba por él cincuenta y cinco años más tarde, cuando falleció el 22 de julio de 1969.