Advertencia: contenido erótico, sólo mayores de edad y personas a las que les agraden este tipo de lecturas.
Por LisW.
Festival de Fan-fics para el 14 de Febrero del Foro Andrew 2017
I
Johana.
El señor Andrew es sin duda en extremo atractivo, nunca antes un hombre de su edad me cautivó de esta manera y creo que ningún otro lo hará.
Lo conocí en la primera reunión que tuvo con el señor David Hughes, para quien yo trabajaba. Durante la junta, él previno al señor Hughes de los riesgos que implicaba asociarse con los Dunn.
William Andrew habló de un modo impecable como lo hace un experto en negocios, pero además de su prestigio, del notable liderazgo y del dominio que ejercía dentro del área empresarial, había algo que lo diferenciaba de los demás, algo en su carácter que me pareció irresistible y en ese entonces indescifrable.
Si bien podría decirse que a mi corta edad no conocía a tantos empresarios como para afirmar que él era distinto, nada había más alejado de la realidad. Crecí rodeada de ellos, mis abuelos, mi padre, mis tíos y todos los amigos de la familia lo son. Los conocía tanto que llegué a aborrecerlos, me cansaban, me parecían monótonos, todos cortados con la misma tijera. Estaba rodeada de un mundo masculino de poder, estrategias y cifras, carente de espíritu y corazón.
Pero tras la muerte de mi padre, me vi empujada a entrar en ese, para mí entonces, tan tedioso mundo.
Mi hermano mayor heredó la empresa familiar y ésta se encontraba en medio de una crisis. Entonces el señor David Hughes, uno de los mejores amigos de mi padre, me ofreció trabajar con él como su asistente para aprender estrategias y poder asesorar a mi egocéntrico hermano que se negaba a seguir consejos de quienes consideraba sus rivales de negocios. No estaba convencida pero mi madre logró persuadirme para que aceptara.
Pero las buenas intenciones del señor Hughes para conmigo conllevaban otra clase de interés. Él a sus treinta y ocho años seguía soltero y tras cuatro meses de emplearme, comenzó a cortejarme. Yo no me sentía en absoluto atraída hacia Hughes, su actitud me exasperó y renuncié.
Poco después su empresa se declaró en bancarrota y recordé las palabras del señor Andrew, él había advertido a David quien debido a su orgullo lo ignoró y apostó por las irresistibles ofertas de los Dann que resultaron unos astutos embaucadores.
En ese tiempo yo acababa de cumplir veintidós años y estaba buscando un empleo. Mamá insistía en que me olvidara de trabajar y aprovechara mi belleza para conquistar a algún hijo de los adinerados amigos de mi padre. Pues según ella la mala condición por la que atravesaba nuestra empresa impediría que mi hermano consiguiera un buen matrimonio y me correspondía a mí rescatar a la familia casándome con alguien conveniente (entonces supe que ella había tenido mucho que ver con que David Hughes me contratase).
Naturalmente yo me negué, deseo vivir un verdadero romance y casarme por amor. Conocía bien a los prospectos que mamá mencionaba hasta el hartazgo. Algunos fueron mis compañeros de estudios, con otros crecí. Incluso un par de ellos habían sido ya mis novios y ambos me habían decepcionado.
Los que quedaban, más allá de una edad en común, carecían de atractivo. En los mejores casos eran apuestos pero nada que cautivara mi atención o despertase en mí un auténtico deseo como para caer a sus pies.
Harta de la vida que llevaba pensé en buscar un empleo alejada de ese mundo. Aventurarme, dejar de depender de mi apellido e irme a trabajar a las áreas de, la tan temida por mi madre, clase media e independizarme aunque implicara llevar una vida modesta.
Una mañana salí con esa convicción y cual premio del destino volví a verlo.
Yo estaba en el sur de Chicago, me topé con un boletín de empleos y para mi sorpresa lo vi comprando en un puesto de revistas.
Sí, uno de los empresarios más adinerados del estado comportándose como un hombre común. Pero se veía incluso más atractivo que cuando lo conocí y eso ya era demasiado.
Esa sencillez lo hacía más provocativo, me invitaba a abordarlo y de no saber quién era, no lo habría dudado. Pese a llevar ropa informal su presencia seguía siendo exquisita, su porte emanaba una seducción natural que nunca antes había percibido en ningún otro.
Al instante sentí cómo mi corazón se aceleraba y lo observé con detenimiento sin perder detalle, hasta que sentí que estaba a punto de voltear en mi dirección. Entonces me giré y fijé la vista en el mural fingiendo que no lo había visto y que estaba leyendo.
De reojo lo vi pagar y por fortuna no cruzó hacia la calle contigua sino que caminó sobre la acera en la que me encontraba y entonces no sé de dónde tomé valor pero me atreví a saludarlo obedeciendo la voz de mi corazón.
Él se detuvo. Para mi sorpresa me reconoció pues al devolverme el saludo me llamó por mi nombre y cuando vi de cerca el indescriptible brillo de sus ojos azules y esa maravillosa sonrisa que sólo él posee, mi corazón se saltó un latido o dos.
Me sentí tan vulnerable y torpe que nerviosamente comencé a hablar sin pensar realmente en lo que decía, sólo fui consciente de que sentía paz y confianza con su cercanía, esa sensación era inexplicable pero real.
-¿Pero qué lo trae por aquí señor Andrew?
-Aquí acostumbro comprar el diario- Contestó, como si fuese de lo más normal y se tratase de un ciudadano de vida sencilla.
No pude evitar reír ante su encanto y sin realmente reparar en lo que decía pero deseando prolongar la conversación añadí.
-Entonces debe conocer esta zona-
-La conozco bien ¿Te has extraviado?-
-Me costó un poco llegar pero ya me ubiqué mejor. Busco un empleo aquí-
-Eso parece- Dijo dirigiendo la mirada al boletín. –Pero me temo que esas ofertas sean un poco rudas para ti- Añadió.
Entonces leí. En efecto, eran trabajos pesados, para obreros, personal de construcción y cosas por el estilo. Enseguida me sonrojé, me había descubierto, no lo había leído aún. Y el cielo sabe que no mencioné que buscaba trabajo con ninguna intención de que me ayudase, había sido sólo un arrebato porque la emoción me traicionó anteponiéndose a mi cerebro.
Pero él con su aura de héroe al rescate me dijo que si me interesaba, el señor Johnson necesitaba de una asistente personal.
-No, señor Andrew no quiero que piense que lo dije para entrar en su empresa por interés debido a la situación en la que se encuentran los negocios de mi familia, yo… yo deseo independizarme, buscaba un trabajo más modesto.
-Comprendo. Y espero que encuentres el empleo que deseas. Pero si cambias de parecer la oferta sigue en pie, sabes dónde encontrarnos y serás bienvenida-
Hablaba de un modo honesto, su transparencia mostraba que lo decía sin dobles intenciones pues no había en él nada de lo que yo tanto aborrecía de los hombres de negocios.
Y la suya era sin duda una oferta que me tentaba, mi corazón gritaba que tenía que aceptarla.
-Muchas gracias señor Andrew, lo tendré en cuenta-
Entonces a modo de despedida me dirigió otra de sus irresistibles sonrisas. Ese fortuito y breve encuentro me dejó suspirando durante días. Y antes de dos semanas de que me hiciera la oferta ya estaba trabajando como asistente del Sr Johnson. Poco después con mi nuevo sueldo pude rentar mi propio apartamento.
Desde el primer instante me sentí feliz trabajando para el señor George. Al inicio temía no ser lo suficientemente eficiente, pero mi temor pronto se disipó. Resulté muy buena en mi trabajo. Era fácil esforzarse y aprender trabajando para un hombre íntegro como él y por si fuera poco estaba mucho más cerca de lo que pude imaginar del Señor Andrew, por quien mi corazón revoloteaba entusiasta y de quien cada día en secreto me enamoraba más. Qué más podía pedir.
Por supuesto para mantener la cordura, me repetía que mis sentimientos por William Andrew difícilmente pasarían de algo platónico, pero no por eso podía evitarlos o disfrutar sólo de verlo.
En la soledad de mi alcoba me alimentaba de ensoñaciones. A veces era optimista, y quería creer en ser paciente y esperar… quizás algún día se fijaría en mí. O tal vez algún día se divorciaría, aunque eso lo veía bastante difícil. Su esposa nunca lo dejaría, imposible dejar a alguien como él.
Por eso en mis peores fantasías me imaginaba seduciéndolo aunque siguiera siendo un hombre casado. Pero tales imaginaciones no me satisfacían, sabía que de hacerlas reales me causarían más dolor porque querría más de él. Entonces volvía a aceptar que lo único que podía hacer era mantener mi amor callado.
Sin sentirlos pasaron siete meses, durante los cuales me sorprendió seguir descubriendo nuevas facetas y virtudes en él. Su inagotable paciencia, su calidez, lealtad y sencillez. Era también un hombre generoso, noble, de espíritu libre y compasivo al que le preocupaba su entorno. Amante de la naturaleza y sensible a los conflictos humanos en general.
Yo sabía que había percibido todo eso desde que lo conocí, pero constatarlo cada día era algo hermoso.
La cualidad que más me sorprendió sin duda fue la fidelidad. George y yo no sólo estuvimos cerca de él en las oficinas, también asistimos a importantes fiestas de negocios y sociedad. Cuando su esposa no lo acompañaba muchas mujeres hermosas y de todas las edades le coqueteaban, se le insinuaban e incluso se le ofrecían con descaro, pero él siempre rechazaba dichas ofertas.
Sin duda eso me hacía amarlo más aunque también admito que estimulaba mis fantasías más obscuras ¿Cómo seducir a un hombre así, en verdad sería imposible? Y al verlo me daba cuenta de que imposible era acertado. Era un verdadero hombre, él único que conocía que pese a estar casado siendo tan codiciado y perseguido seguía siendo intachable.
Lo constataba a diario, le era fiel a ella, a la señora Candice.
Y cuando la conocí comprendí que su fidelidad se sustentaba en el verdadero amor que le tenía.
Verlos juntos era inspirador, sus miradas reflejaban sentimientos genuinos, incluso una fuerte pasión. Por eso verdaderamente desistí de alimentar esperanzas y me sentí culpable de haber deseado que se divorciase. Eso sería sin duda lamentable.
Aunque mi necio corazón se negó a dejar de albergar sentimientos por él y seguía alborotándose cada vez que lo veía.
A veces su esposa lo visitaba sorpresivamente, entonces él cancelaba sus citas y salían. Inclusive un par de ocaciones que no lo hicieron pasaron algunas horas encerrados en su despacho. Yo desde mi oficina, me mordía los labios imaginando lo que podía estar pasando dentro.
También tuve la fortuna de conocer a sus hijos. Generalmente iba a verlo su hermoso hijo Aidan y esporádicamente también lo visitaba su bella hija Rose acompañada de su apuesto primo Alistear, el hijo del refinado señor Cornwell.
Pero ni Aidan, ni Alistear con todo y sus facciones perfectas y estando en la flor de su juventud, podían comparase al Señor Andrew.
Sí, la señora Candice era la más afortunada del mundo. A mí, respecto a su amor sólo me quedaba soñar. Así que decidí concentrarme en mi trabajo y en otras metas a mediano plazo como ahorrar para comprar mi propia casa y demás asuntos que no tuviesen nada que ver con situaciones emocionales.
De ese modo, mi primer año trabajando para el señor George pasó en lo que para mí fue apenas un instante.
Durante ese tiempo el señor William tuvo cuatro viajes de negocios.
El primero de ellos fue a Europa, su esposa lo acompañó y estuvo fuera tres meses. El señor George y yo nos quedamos en Chicago. Lo extrañe tanto que lo admito, me dolía no verle.
En ese lapso conocí a Maxwell, un chico que vivía en mi calle y trabajaba en bienes raíces, él trataba de cortejarme, era joven apuesto, alto, delgado y de cabello castaño. Nos hicimos buenos amigos pero nuestra relación no pasó a más porque no me enamoré de él. Pese a mi razón aún no podía sacarme al Señor Andrew del corazón.
Los otros tres viajes del señor William por ser cortos y dentro del país George y yo viajamos con él. Me sentí afortunada. Durante los mismos no me sorprendió continuar constatando que seguía siéndole fiel a su esposa. Y a esas alturas yo misma lo celebraba con orgullo, no me quedaba más. También comencé a compadecer y a veces a detestar a cada mujer que trataba de tentarlo. Es decir no niego que yo seguía teniendo mil y un fantasías con él, pero era muy distinto imaginar algo a saberse capaz de hacerlo.
II
Candy.
Albert es el hombre más maravilloso. Lo amo tanto que cada año que paso a su lado me pregunto si todo lo que vivo no es un sueño.
Con él he comprobado que el amor crece y que no conoce límites.
Creo por eso que quienes afirman que el matrimonio merma el amor se han casado con quienes no debieron, o tal vez sólo tengo la fantástica suerte de haber encontrado al mejor hombre del universo y que este se haya fijado en mí.
Rose me dice que en efecto, su padre es increíble pero que no debo cuestionarme cómo es que me ama tanto, porque yo me lo merezco.
Aidan en cambio insiste en no caer en cursilerías y no habla del tema. Pero no puede evitar que se le note lo orgulloso que está de ser su hijo.
Sin duda los años de orfandad y el dolor que alguna vez sentí al no saber quiénes fueron mis padres, son insignificantes comparados con la enorme dicha que me dan Albert y nuestros hijos.
Él ahora es un hombre de cincuenta y dos años y sigue luciendo como el príncipe que es. No lo afirmo por el amor que le tengo, sencillamente es la verdad.
Su cuerpo sigue siendo igual de fuerte, delgado y bien torneado. Su cabello es suave tan rubio y abundante como siempre. Y su rostro ahora es aún más seductor porque las finas líneas que han aparecido en su cara sólo consiguen hacerlo más irresistible.
Además constato cómo las mujeres lo ven con deseo, no me refiero al interés hacia su fortuna o prestigio. Hablo de verdadera lujuria. Y las que no lo ven así peor aún, se enamoran de él. Se les nota en sus miradas soñadoras cuando lo miran.
Me enfrenté a eso desde que nos hicimos novios y más aún durante nuestros primeros años de matrimonio. Pensé que con el tiempo ese magnetismo que ejercía en las mujeres cesaría y me equivoqué. Él sigue siendo apuesto a rabiar, sí, aún más atractivo que cuando era joven. Tanto que no dejo de desearlo ni un instante.
Annie y Patty a menudo me siguen preguntando si no sufro un mar de celos constantes. Pero no es así, él me sigue demostrando su amor de una y mil maneras y confió en él. Además lo conozco tanto que si me engañara sería la primera en intuirlo.
Annie hasta agradece no haberse casado con Archie, por él tampoco parecen pasar los años pero con lo coqueto que sigue siendo ella afirma que no lo soportaría y que admira la fortaleza que debe poseer Kathy, su mujer.
Cuando mis amigas se enfrascan en esos temas superficiales, me dicen que no obstante Albert ahora supera a Archiebald por mucho. Yo sencillamente no comparto su “ahora”, para mí desde que éramos jóvenes, Albert fue siempre el más guapo con todo y lo galán que Archie era también.
Patty me da la razón pero llega el punto en el que nos confiesa nostálgica que aún se pregunta cómo habría sido Stear de haber llegado a nuestra edad.
Aunque por lo general concluimos en que lejos de la belleza física amamos a nuestros maridos por ser quienes son.
Sí, por fortuna ambas están casadas con hombres que las aman mucho y son felices. Aunque invariablemente vuelven al tema y bromean respecto a que sus esposos no son perfectos como los Andrew, de quienes corre el rumor que con su fortuna han adquirido la fuente de la eterna juventud, o bien podrían pasar por hombres vampiro porque los años incrementan su atractivo.
Pero además de tales vanidades, las pláticas más bochornosas que ellas insisten en mantener conmigo conforme pasan los años giran en torno a la sexualidad.
Me preguntan curiosas si Albert mantiene la misma virilidad que cuando éramos unos recién casados.
A mí no me gusta entrar en detalles y a veces hasta miento respondiéndoles que no del todo pero, en efecto, no se mentir y ellas me descubren.
Sí, tengo que admitir que de no ser yo quien lo vive estaría incrédula tras escuchar lo que ellas me dicen respecto a sus esposos y a lo que se considera es lo normal conforme pasa el tiempo.
Cuando para mí lo normal, es que la pasión de Albert ha sido la misma desde nuestra primera experiencia juntos. Con él descubrí cada uno de los exquisitos placeres conyugales a los que correspondí con igual ímpetu, a los que aún nos entregamos gozando igual y con el tiempo incluso más que en nuestros primeros años de casados.
Porque además del placer físico que nos proporcionamos, estar con Albert es una comunión que se hace más y más sagrada con el tiempo. Al unir nuestros cuerpos nos sentimos plenos porque nuestros corazones se pertenecen aun estando separados y cada vez que hacemos el amor nos acercamos más.
Sí, yo misma me sorprendo. Ya no podríamos estar más cerca pero cada vez que nos entregamos fortalecemos nuestros ya de por sí indestructibles lazos.
III
Johana
El señor Andrew cumple hoy, en medio de un viaje de negocios a Vancouver cincuenta y tres años.
El señor George y yo vinimos con él y planeamos darle una pequeña fiesta sorpresa por la noche, en el bar del hotel.
Su esposa no ha podido viajar con nosotros porque su hija Rose presentará un importante proyecto escolar de fin de curso y ha querido estar con ella.
Las negociaciones y el trabajo van viento en popa y mi jefe no podría ser más amable, pero yo me he sentido en conflicto las últimas semanas.
Desde que llegamos, una mujer que también está hospedada aquí y que al parecer es dueña de una fortuna que supera la que poseen los Andrew. Ha estado rondando cual cazador tras a presa, al señor William.
Es muy bella, alta, casi de mi estatura, aunque mayor que yo pues tendrá unos treinta años. Me fastidia que el tono de su cabello sea de un rubio muy parecido al mío; de espaldas bien podrían confundirnos… Pero ella tiene unos profundos y enigmáticos ojos azules, más que seductora, diría que su manera de mirar es lasciva. Y en eso no se parece en nada a mis tiernos ojos color avellana… Si bien ambas tenemos un largo cuello, su nariz tan delgada y perfecta también difiere de la mía… ¡Y no sé por qué la sigo comparando conmigo!
O mejor dicho, no quiero admitir que en ella veo reflejada mi sombra, puesto que evidencia mis obscuros deseos. La tentación que dominé o creí haber dominado de intentar seducir al señor William, aún a sabiendas de que me rechazará. Peor aún, la absurda esperanza de que no lo haga y me corresponda…
Y es que la mujer simplemente no desiste. Él, diplomáticamente la sigue ignorando pero me pregunto cuando colmara su paciencia.
Ella no entiende que él la ha rechazado y al parecer se ha encaprichado. Tal vez nadie se le ha negado antes y está muy segura de que con su mística belleza sumada a su dinero, todo lo puede obtener, hasta a él. Deseo que se equivoque y que se quede con un palmo de narices. Pero me inquieta saber si lo hostigará al punto de que él la aparte de sí de un modo nada cortes, o si seguirá ignorándola haciendo uso de su infinita paciencia.
¿Será que por primera vez lo veré fuera de sus casillas? Hasta me he preguntado si llegará al punto de seguirle el juego… si será posible verlo caer en las redes de una mujer como ella, joven, sensual y hermosa.
Me siento tan mal y ya no sé si por temer que el ceda ante ella, lo cual es bastante improbable, o porque yo quisiera seguir el ejemplo de esta y al menos una vez en la vida intentar hacerle saber lo que siento por él.
IV
Albert
Tras la junta de hoy, George, Johana y yo regresamos al hotel y me sorprendieron con una pequeña celebración en el bar.
La pasé muy bien en compañía de ambos. Agradecí que George a su edad goce de excelente salud y vitalidad para viajar conmigo y Johana es una joven tierna y agradable.
Mis hijos me llamaron por la mañana.
Tras salir del bar, subí a mi habitación con el único deseo de llamar Candy.
Candy… la había estado anhelando más de lo normal, necesitaba sentir su cuerpo, moría por tenerla entre mis brazos. Escuchar su voz me reconfortaría un poco.
Al abrir mi suite vi luz en mi habitación, entré y me sorprendió encontrar a una mujer de larga cabellera rubia envuelta en una bata de seda roja que cubría sus brazos y cuerpo. Estaba sentada sobre sus pantorrillas, encima de mi cama y de espaldas a la puerta por lo que no vi su rostro.
Me ofusqué por un momento al recordar a Madlyn, la provocativa joven que últimamente me encontraba en todas partes. Entonces, ella volteó a verme me hizo un atrevido guiño y me dijo – ¿No piensas acercarte? Te estaba esperando-
V
Candy
-Me has sorprendido una vez más preciosa- Me dijo Albert, y permaneció de pie recargado en el marco de la puerta observándome con una sonrisa por demás seductora.
-Así que quieres jugar, eh. No, no iré yo, ya suficientes kilómetros recorrí hoy por llegar a ti- Le dije.
Pero él se quedó ahí mirándome con esos intensos ojos azules brillando de un modo irresistible. Lo contemplé como si fuese la primera vez. Alto, apuesto y fascinante. Me desvestía con la mirada y tras resistirlo unos segundos logro vencerme.
Me levanté y camine hacia él. Entonces Albert avanzo también y me aprisionó contra el lujoso tocador sentándome encima del mismo. Rodeé su cadera con mis muslos y nos besamos con frenesí.
Mientras yo acariciaba su cuello y enredaba mis manos en su cabello, él deslizaba sus manos por debajo de la seda acariciando mis piernas hasta llegar a mis caderas para acercarme con un solo movimiento a su pelvis.
Después de sentirme tan cerca e intensificar sus besos, se deshizo de mis pantaletas y acarició mi intimidad, haciéndome vibrar hasta arder en deseo. Entonces abrió mi bata y comenzó a besar lentamente mi cuello bajando por mis hombros hasta mi clavícula haciéndome estremecer. Él emitía dulces y provocativos gemidos, yo jadeaba y nuestras respiraciones perdían el control. Sus labios avanzaron deslizando la deliciosa humedad de su lengua por mi pecho. Acarició mis senos y su boca se encargó de darme placer al dirigirla a uno de mis pezones que lamió y chupo con devoción, la suavidad de sus labios y lo dulce y húmedo de su lengua elevó al máximo mi temperatura.
Mi cuerpo pedía cada vez más, sentí entonces bajo la tela de su pantalón la palpitante firmeza de su erección y cuando intenté liberarla e iba a desbotonarle, Albert me lo impidió y me llevó hasta la cama donde sus labios se perdieron entre mis muslos para elevarme al edén lamiéndome y dándome placer con su boca. Alcancé mi primer orgasmo pero quería más. Necesitaba sentir cada parte de su masculinidad, me incorporé y comencé a quitarle la ropa con urgencia. Entonces llené mi boca con su enorme dureza, la suave piel que la rodeaba sabía a dulce y quemante gloria, cuando sentí que era el momento de parar para invitarlo a mi cuerpo me senté en orilla de la cama dándole a entender que me tomara en la posición que prefiriese y él me recostó en la cama.
–Hoy necesito sentir tu corazón latiendo en mi pecho- Me dijo y besándome entró en mí. Besé su cuello, su frente descansó por un instante sobre la mía. Y después me besó. Cuando dejó de hacerlo sentí su respiración agitada sobre la piel de mi oreja, era el sonido más sublime, el que más amaba al igual que el de su voz jadeando en sincronía con la mía.
Adoraba todas las posiciones pero esta era mi predilecta, lo escuchaba, nos besábamos, el besaba mi cuello y por momentos nos veíamos a los ojos. No había nada más perfecto. Sus embestidas tocaron hasta el fondo de mi ardiente interior llenándome de él y del placer más exquisito hasta que ambos nos perdímos en el momento más etéreo y satisfactorio que se expandía por todo mi cuerpo, embriagando cada una de mis células hasta nublar mi mente de un modo sublime haciéndome tocar el cielo al transportarme hasta un paraíso en el que mi amor por él se hacía inexorable e inconmensurable.
Te amo Albert gritaron mi mente y alma. Pero fue él quien lo pronunció como si me contestase.
-Te amo Candy-
Tras decirlo no se separó de mí y yo aún sentía la magia tras el orgasmo, Me giró a modo de que yo quedara sobre él y abrazados permanecimos un par de minutos aún unidos. Ambos descubrimos que a veces teníamos esa necesidad y la disfrutábamos. Cuando salió de mí giramos recostándonos sobre nuestros costados, nos miramos embelesados y me besó con tanta ternura que suspiré.
Esa madrugada tras dormir abrazados unas horas, repetimos hazañas.
Cuando desperté lo primero que sentí fue la calidez de su cuerpo, acaricie su rubio y suave cabello, que ahora le llegaba hasta los hombros. Cuando él despertó busqué enseguida su mirada y al instante en que me vi reflejada en sus ojos de firmamento al amanecer, sentí cómo la paz y la plenitud me embargaban.