Advertencia, este minific no contiene escenas de sexo explícito, si no es lo que estabas buscando, no lo leas, no me hago responsable de las posibles decepciones que de ello puedan surgir
Lectura no recomendada para menores de 12 años.
DULCE COMO EL CHOCOLATE
Por Princesa Candy
Febrero 2016
Después de una dura jornada en el hospital, incluídas dos horas extras, era lo que le faltaba. ¿Cómo se atrevía ese cretino a buscarla a la salida del trabajo para pedirle una cita? Le había hecho la vida imposible durante los últimos años de su vida. Definitivamente, no entendía a Niel.
Entró en el apartamento y cerró tras de sí la puerta de un golpe brusco.
- ¡Candy! ¿Te sucede algo? - se sorprendió Albert, asomándose por la puerta de la cocina, al oírla entrar de tan pésimo humor.
- ¡Oh, Albert! - exclamó Candy sobresaltada al escucharlo. Había olvidado que llegaba tarde y para esas horas él solía estar de regreso de su trabajo de friegaplatos. - Estaba furiosa, porque me he encontrado con una persona que siempre me está molestando. - continuó.
- ¿Es ese Niel otra vez? - le interrogó Albert, deslizando las manos por sus hombros para ayudarle a quitarse el abrigo.
- Sí, Niel. - afirmó Candy.
Al ver que ella no decía nada más, Albert le pidió que se cambiara de ropa y se lavase las manos.
- La cena está casi lista. - dijo sonriendo.
- ¡Hmmm! ¡Qué bien huele! Hoy vengo con mucha hambre…
- ¿Sólo hoy?
Los dos rieron a carcajadas. Candy se apresuró a ponerse el pijama para poner la mesa antes de que se sirviera la cena.
Cuando hubieron acabado hasta la última migaja, recogieron la mesa juntos y se pusieron a fregar los platos. Candy no paraba de hablar y le contó cómo Flammy había tenido que marcharse antes de acabar el turno, porque su padre se había metido en líos por andar borracho. Para colmo, Niel había estado esperándola a la puerta con un ramo de flores y ella lo había rechazado, tirándoselo a la cara. Albert estalló en risas al escuchar aquello. Mientras ella fregaba los cacharros, él los aclaraba y los secaba, se los andaban pasando de mano en mano, así que era normal que sus manos se rozaran de vez en cuando…
- Siéntate en el sofá, voy a calentar la leche. - dijo Albert al terminar con los platos.
Candy se sentó en el sofá mientras esperaba, pero, pensándolo unos segundos, subió las piernas y se puso cómoda, había sido un día agotador.
Albert volvió en seguida con dos tazas de leche caliente en una mano, la otra estaba escondida detrás de su espalda.
- ¿Qué tienes ahí? - preguntó Candy con curiosidad.
- Al volver del trabajo he pasado por la pastelería y he pensado en ti… No he podido resistirme a entrar para traerte algo. - comentó tendiéndole un pequeño paquete, mientras le hacía un guiño. Ella lo abrió con prisa.
- ¡Un pastel de chocolate! ¡Gracias, Albert! Siempre tienes algún detalle conmigo. - No pudo evitar darle un bocado - ¡Hmm! ¡Está delicioso! Pero… - se detuvo por un momento y su cara se puso seria – me gustaría compartirlo contigo, así no me sentiré tan mal por no haberte traído nada…
- Está bien. - aceptó Albert con su habitual sonrisa – La verdad es que tiene muy buena pinta… - Y se sentó a su lado en el sofá, apoyando también los pies en él, para degustar la mitad que le había dejado.
Albert estaba terminando su porción, mientras observaba cómo ella se zampaba de un bocado su trozo y se chupaba hasta los dedos. Justo en ese momento, ella lo sorprendió. Por un instante, se quedaron mirándose a los ojos, en silencio.
Hacía tiempo que Candy había notado que Albert la miraba de otra forma, ¿o la había mirado siempre así? El caso es que, desde que el recuerdo de su ruptura con Terry ya no lastimaba su corazón, había advertido que la actitud de su desmemoriado amigo era distinta. Seguía escuchándola con atención, riendo todas sus ocurrencias, correspondiendo sus abrazos, pero sus ojos… a veces eran esquivos, otras, la miraban… de un modo extraño.
Sus manos… ahora buscaban aumentar el contacto con ella: apartando de su rostro un rebelde mechón de sus cabellos, al tiempo que rozaba sutilmente su mejilla, tomando de sus manos bolsas de compra o cualquier objeto que ella estuviera sujetando en ese momento y aprovechando para tocar sus dedos, incluso arreglándole el cuello de su blusa… Y ella no desdeñaba esos gestos, es más, le dedicaba las mejores de sus sonrisas para darle a entender que apreciaba ese contacto.
Justo en ese momento, Albert puso tiernamente su mano encima de la que Candy tenía apoyada sobre el sofá, sin apartar sus ojos de los de ella. Sin darse cuenta, sus rostros habían quedado muy cerca el uno del otro. Candy sintió cómo si su corazón se detuviese y contuvo la respiración. El se acercó un poco más y al ver que ella no se movía, inclinó la cabeza y rozó sus labios con un ligero toque. Apartándose despacio para ver su reacción, vio los ojos de Candy abrirse lentamente, lo que lo animó a repetir. Presionó sus labios sobre los de ella repetidamente y, después de unos segundos comenzó a tomar su labio inferior entre los suyos, como si lo mordiera suavemente, hizo lo propio con su labio superior, se detuvo unos momentos en sus comisuras, succionó esos labios suaves...
Candy se dejó llevar. El único beso que había recibido en los labios, fue aquel que durante mucho tiempo recordó con la nostalgia por las emociones vividas en el Colegio San Pablo, el beso forzado que le dio Terry y al cual respondió con una bofetada que le salió con toda la rabia que tenía dentro. Ella había imaginado su primer beso de otra manera y Terry lo había estropeado todo. Pero lo que estaba sintiendo en ese preciso momento, era completamente diferente. Aunque se trataba de algo totalmente inesperado, había fantaseado con ello alguna vez, se había preguntado cómo sería un beso de aquellos carnosos labios que más de una vez le habían parecido tan sensuales y se había sonrojado, al tiempo que escondía una ligera sonrisa tras sus dedos, por pensar que algo así pudiera suceder. Al fin y al cabo, fingían ser hermanos. Pero allí estaban ahora, disfrutando de los labios del otro.
De pronto notó que la lengua de Albert comenzaba a rozar su labio inferior, tímidamente al principio, con más insistencia después. Hizo lo mismo con su labio superior y poco a poco su lengua se fue abriendo paso por la entrada de su boca.
La lengua de Albert encontró una barrera en los dientes de Candy, que en ese momento no sabía cómo actuar, así que, cansado de la posición en que se encontraba, decidió poner las manos en su espalda e inclinarse sobre su cuerpo, hasta que pudo apoyarla en el brazo del sofá. Esa posición le permitió a acceder mejor a su boca y ahora, con avidez, introdujo la lengua en su interior, la exploró, la saboreó, rozó su lengua y el beso se tornó más apasionado.
Repentinamente, el corazón de Candy dio un vuelco, pensó que en cualquier instante se le saldría del pecho y sus neuronas se fundirían, pero por nada del mundo quería que finalizara ese momento. Para hacerlo más intenso, rodeó el cuello de Albert con sus brazos. Sus labios tenían el dulce sabor del pastel de chocolate que habían compartido unos minutos antes. Sus lenguas se tocaron, se entrelazaron, bailaron, juguetearon, se degustaron… Candy lo atrajo hacia sí aún más. Estaban tan embriagados compartiendo con pasión en ese momento, que no querían parar y perdieron la noción del tiempo.
Albert se apartó un momento para tomar aliento y poder mirar su rostro. Sus pupilas estaban dilatadas y un ligero rubor cubría sus mejillas. Satisfecho con la respuesta que había provocado, se inclinó de nuevo sobre ella y empezó a besar su cuello. Candy tragó seco y abrió los ojos de par en par:
- Aah… Aal… bert… - balbuceó jadeando – No… Para…, por favor…
Nada más escucharla, Albert se detuvo y se incorporó ayudándose de sus brazos apoyados en el sofá.
- ¡Lo siento, Candy! - se disculpó con expresión preocupada – pensaba que a ti también te gustaba…
- Y… me ha gustado… - confesó la rubia – pero… creo que estamos yendo muy deprisa – acertó a decir, al tiempo que el calor ascendía furiosamente por su rostro.
- Quizás tengas razón… - murmuró al levantarse. Le tendió una mano a Candy, para ayudarla a ella a su vez – Vamos a dormir, ya es tarde. - Y antes de que ella corriera a prepararse para ir a la cama, él le dio un beso en la frente.
Ella fue la primera que se metió en la cama. El apagó la luz del dormitorio y se metió después. Pasó un rato en silencio.
- Albert, ¿estás despierto? - preguntó Candy en voz baja.
- No – fue su contestación, seguida de una risita ahogada.
Candy asomó la cabeza por la litera de arriba, mirando hacia donde estaba Albert. El dirigió también su mirada hacia ella y permanecieron así por casi un minuto. En realidad ella tenía un montón de preguntas que hacerle, pero, por una vez en su vida, no encontraba las palabras para expresarse. Se estiró un poco más y alargó el brazo izquierdo, mientras se agarraba con todas sus fuerzas con sus piernas y el otro brazo para evitar caerse. Albert hizo lo propio con el brazo derecho, estirándolo hacia arriba, hasta que se tocaron con los dedos.
- Buenas noches, Albert.
- Que tengas dulces sueños, pequeña.
Candy se acurrucó de nuevo en su cama, se tapó con la manta y se quedó plácidamente dormida, mientras recordaba las sensaciones que había vivido junto a Albert esa noche. Definitivamente, el violento beso de Terry quedaría sepultado en el olvido después de aquello.
Albert, con los ojos cerrados y una sonrisa en sus labios, pensó para sus adentros:
El mejor momento del día es cuando llego a casa y puedo reunirme con mi pecosa. Aunque no recuerde quién soy y vivamos con lo justo, es todo lo que necesito, nada más importa si soy feliz con Candy.
FIN