mascaradaxmina
Aquí va una serie de alertas: tiene descripción sexual explícita, si no te gusta, no leas. Tiene contenido homosexual, si no te gusta, ya sabes qué hacer.
Tiene palabras altisonantes, osea que digo palabrotas como ¡pene!, así que si no lo soportas, no leas jajajajajajaja
Listo, para todas las demás ¡Feliz lectura!
"Mascarada"
Junio 2018
Minific by Mina Scarlett®
Orgullosamente MAPSyPS
Me despierta el intenso dolor de cabeza que me hace apretar los ojos en un rictus tan antiguo como ineficaz. Abro los ojos con terror cuando abruptamente vuelven a mí algunos recuerdos escandalosos de un sueño lúcido húmedo. Trato de incorporarme cuando me percato de un peso sobre mi pecho. Incorporo lentamente la cabeza y encuentro un brazo rodeándome. Lo sigo con la mirada y el cuerpo se pierde bajo las sábanas con la cabeza bajo la almohada.
Mi sueño lúcido se ha convertido en un recuerdo viviente. Levanto cuidadosamente el brazo y me deslizo suavemente hasta el rincón de la cama. Me encuentro desnudo y avergonzado. No recuerdo la última vez que salí huyendo de esta manera después de un encuentro fortuito amoroso. Llego hasta la puerta de la habitación suite del hotel y salgo sin hacer ruido con la ropa hecha un bulto en una mano y en la otra, las botas. Me visto en la antesala de la habitación con tanta prisa que no me detengo a ver que las ropas no son las mías.
La situación pasó de ser bochornosa a un evento que más me valía olvidar. ¡Ojalá pudiera sumarlo a mi Amnesia!
Las calles de Chicago ya se atiborraban de tránsito vehicular, las calles se atestaban de transeúntes. No soporté la luz del sol y me metí a una tienda a comprar un par de lentes. Fue cuando descubrí que había dejado mis pantalones.
No era exactamente que me hubiera propuesto husmear en la cartera ajena, pero en tal situación no tuve más remedio. Saqué unos dólares para pagar los nuevos anteojos ahumados y ya estando afuera contemplé mis opciones: Primera, regresar y enfrentar cara a cara a mi amante y explicar mi retirada como si fuera una doncella, pero no lo soporté. Segunda, comprar un desayuno para dos, volver y disimular mi escapatoria, pero me obligaba a encarar a mi amante, para lo que aún no reunía el valor suficiente; así que, tomé la tercera opción y huí con la cartera ajena como cortesana mañosa, pero de cualquier manera tenía otro problema: mis pantalones continuaban en aquel piso junto con la cartera de bien señalaba mi identidad.
Después de meditarlo un rato, me percaté de que era completamente imposible que mi amante no supiera quién era yo, aunque yo sí sabía exactamente con quién me metí a la cama. Resignado, contemplé mandar más tarde por mis pertenencias con alguno de los empleados de la compañía. ¿Qué más daba? Pero preferí dar por perdido todo, con tal de no enfrentarme de nuevo cara a cara.
Por cuanto a la noche de excesos todavía no podía borrarme la sonrisa estúpida que debía tener en la cara. Supongo que me he superado a mí mismo. ¿Quién iba a decirlo?
Fui de incógnito a saludar a una amistad añeja aprovechando la fiesta de mascarada que se celebraría en el Casino Ameristar del Hotel Est Chicago donde terminé “hospedado”. Ignoro porqué quise mantenerme en anonimato por cuanto fuera posible, hasta que llegó un punto donde era menester permanecer de dicha manera.
Varios caballeros rodeábamos a la nueva reluciente estrella de los escenarios, con una vida tan trágica como una novela Shakeapeariana le apodaban El Duque Fantasma, me atrevo a pensar que varios lo mirábamos con la misma intención en mente y por alguna razón que todavía no me es clara, eso me provocó de tal forma que terminé por emprender una competencia de seducción.
Regresé a mi presente abruptamente cuando George entró a la habitación urgiéndome a atender mis citas. Dos analgésicos resolvieron la resaca, un baño que me avivó el alma y la funda de un traje nuevo de hombre respetable de negocios envolvió la tormenta. “¿Larga noche?” Me preguntó George como reprimenda. “¡No tienes idea!”. Respondí lacónicamente retomando el ritmo habitual de mi vida y ocupaciones mientras ocultaba la cartera ajena en uno de los cajones de mi guardarropa.
Trascendió que mi vida regresó a su habitual ritmo aburrido toda la semana. Apenas tuve tiempo de recordar un par de veces mi cartera, cuando tuve que mandar a solicitar nuevas identificaciones y pasaporte; entonces reparé en la cartera ajena. Probablemente mi amante tuvo las mismas complicaciones y todo porque no pude, no quise, ¡no tuve! explicaciones, y antes de darme cuenta, me encontraba nuevamente en el mismo bar del Ameristar Casino, en el mismo día de jueves a la misma hora y en la misma mesa; pero a medida que se agotaba la bebida de la botella de vino tinto, me percataba de la imposibilidad de un nuevo encuentro cuando ni siquiera pude decirle adiós a la cara.
Estando en aquella misma mesa, sentado donde antes estuvo mi amante, no pude evitar recordar como inició aquella carrera.
Todo comenzó cuando comenzaron a jugar “nunca, nunca”: Un caballero propuso el juego y comenzó lanzando el primer reto “yo nunca, nunca me he ido de pinta” y entonces explicó que todo aquel que alguna vez se había ido de pinta debía tomar hasta el fondo un caballito de tequila.
Todos tomamos.
El caballero a su derecha prosiguió el juego: “yo nunca, nunca he sido infiel” todos, excepto yo tomaron el trago. Después de las burlas, la atención se centró en mi persona tratando de adivinar cuáles habían sido hasta ahora mis peores pecados por lo que yo dije “yo nunca, nunca he sido prófugo” y esa vez, sólo yo bebí. La mirada tornasol me escudriñaba, podía sentir como me recorría con insistencia, tal vez porque le resulté familiar y no podía adivinar quién era; entonces él propuso: “yo nunca, nunca he besado a un hombre” y bebió. La sorpresa me desencajó la cara. Otros caballeros más bebieron, mientras mi bebida permaneció intacta.
Otro tomó la palabra “Yo nunca, nunca he estado con otro hombre” y nosotros dos no bebimos el trago. Entonces nuestras miradas se cruzaron. ¡Como si hubiéramos pensado lo mismo! Pero otros caballeros tuvieron también la misma idea y comenzaron a invitar descaradamente a la estrella del espectáculo a una actuación en privado. Fue nuevamente mi turno y propuse “Yo nunca, nunca me he interesado en ti”. Declaré firmemente levantando mi caballito de tequila en brindis en dirección a la estrella y la bebí hasta el fondo; pero todos los demás caballeros hicieron lo mismo.
“Yo nunca, nunca me iría contigo a mi habitación del hotel” Retó con maestría mi viejo amigo, brindando también la copa en mi dirección y bebiendo hasta el fondo del caballito de tequila y al devolver el caballito a la mesa, se abrió camino entre los invitados, yo bebí hasta el fondo y proseguí a seguirle los pasos hasta el elevador.
Guardamos total silencio en el trayecto hasta su habitación. No estaba completamente seguro de que hablara en serio, pero por mi cuenta me encontraba gravemente intrigado, curioso. Si hay que decirlo con sinceridad, excitado y mientras trataba de averiguar cómo era posible el “ring, ring” del elevador me devolvió a la acción.
Las puertas se abrieron, el joven salió del elevador y caminó con paso seguro hasta la puerta de la habitación, abrió y se quedó de pie esperando a que entrara yo primero. No lo hice esperar.
Apenas hubo cerrado la puerta, el joven sonrió aliviado y comenzó a desatar el moño de su levita. En cualquier situación lo primero a despojarse habría sido la mascarada, entonces advertí que el juego de seducción continuaba abierto, imité sus acciones y también me retiré la corbata ignorando mi antifaz. Él se quitó el frac y yo me deshice de mi saco.
En ese momento recordé el juego “nunca, nunca” y su confesión de haber besado a otro hombre y la sangre comenzó a hervirme de deseo. Algo que me parecía inaudito. Sentí abruptamente la boca seca y me pasé suavemente la lengua sobre los labios. Me le acerqué, él no se retiró. Atrapé su cuerpo contra la puerta, me sonrió con una lujuria incontenible y entonces atrapé sus labios con los míos.
¡Qué sensación inaudita!
Su sabor a licor me quemaba los labios ¿o era su temperatura? No supe que me arrastró como un remolino, pero recuerdo como nos bebimos y mordimos los labios, como en un instante después yo tenía la espalda contra la pared y él me bebía a mí. Lava corría por mis venas. Nuestras lenguas se abrazaron tórridamente, como nunca se atreve uno a besar a una dama. Quería arrancarle la ropa en ese mismo instante.
Nuestras piernas se entrelazaron, sentí su erección contra mi cadera y fue tal la sórdida lujuria que me hizo gruñir en sus labios. Comenzó a desvestirme la camisa, a quitarme el cinturón y aflojarme los pantalones, mientras yo me desabotonaba la camisa y tiraba la ropa en el camino a la cama, sentía la urgencia de meter las manos en sus pantalones. Apenas lo toqué, fue su turno de gruñir mientras me mordía los labios. Podía palpar la erección pulsante y me resultó todavía más erótico que antes, si era posible.
Bajé la bragueta y metí la mano atrapando su virilidad sobre la ropa interior húmeda, después de eso; perdí el control, no sé si arranqué la camisa o si se la arrancó él mismo, mis manos recorrieron la piel sudorosa de su espalda bajando hasta las nalgas firmes ¡Qué distinto era de amasar unas nalgas femeninas! Las suyas eran considerablemente más pequeñas, pero muy firmes, cabían casi por completo en la palma de mi mano.
- ¡Ya, ya! Decía yo. No decía, rugía. Y él respondía a mis deseos con mayor desenfreno.
¡Fue una locura!
Apenas lo tuve desnudo con la mascarada todavía puesta ¡quería violarlo!. Sinceramente, saltarle encima, beberlo, morderlo, poseerlo en pocas palabras y perderme en cada beso. ¿Cómo era posible tanto desenfreno? Me miró terminar de desnudarme mientras se masturbaba y yo no podía estar más excitado. Lo invité a la cama con un suave movimiento de cabeza y él me sonrió con malicia.
Caminó hacia mí lentamente, despampanante. Sabiendo que tenía el poder en ese momento. Se hincó a mis pies y comenzó a lamer el líquido preseminal que había derramado involuntariamente en el proceso.
No es que nunca me hubieran hecho una felatio, hasta me atrevería a decir que los he tenido mejores; pero no era eso lo que me hizo romper en desenfrenado deseo, era la visión de tan exquisito rostro mirándome desde abajo mientras comenzaba a meterse mi pene en la boca… y apenas recuerdo esto, no logro controlar una erección involuntaria apretando contra mis pantalones.
Me revuelvo en el asiento y me rellenan la copa.
Vuelvo a la cama, al menos con el recuerdo. Le tomo de la barbilla y lo llevo hasta mí, para besarle de nuevo, mi sabor y su sabor se antoja repetible.
Lo empujo contra la cama y me acuesto sobre su cuerpo, nuestras virilidades rozándose contra nuestros vientres, frotándose una contra la otra frenéticamente, me percato de una de sus manos en mis nalgas y la otra apretando nuestros miembros.
Se retuerce bajo mi peso, agobiado comienza a jadear por la boca, se me antoja morder el cuello y clavícula, su olor masculino embriagándome peor que mil tequilas y entonces ahoga un gruñido y se derrama contra mi vientre y en tan frenético éxtasis me arrastra a acompañarlo en sus espasmos.
Termino mi copa, termino mi botella. Saco mi cartera nueva, dejo el dinero en la mesa y me dispongo a retirarme, cuando un perfume masculino familiar me hace girarme sobre mis talones. “Llevemos el servicio a la habitación”. Dice él, mientras me mira fijamente y sin esperar respuesta, comienza a andar el mismo camino de antes, y como entonces yo simplemente sigo sus pasos.
FIN