Siempre
Minific por Caro
(Inspirado en la página 134 del tomo 9 del Manga de Candy Candy)
Algunas veces hacemos el amor con nuestros ojos. Algunas veces hacemos el amor con nuestras manos. Algunas veces hacemos el amor con nuestros cuerpos. Siempre hacemos el amor con nuestros corazones. - Anónimo (Fuente: The Quote Garden)
Albert salió del mercado con las bolsas de víveres y se dirigió a la tienda de departamentos donde se encontraba Candy. Se detuvo cerca de la puerta y se apoyó contra la pared a esperarla.
Minutos después la vio salir con dos cajas.
"Albert, me ganaste nuevamente con las compras."
"Es la ventaja de traer una lista de mandado" le dijo con una sonrisa. "¿Tú qué compraste?"
"No seas tan curioso, es una sorpresa" le dijo con un guiño.
Sacudiendo la cabeza, dijo, "Candy, no me gusta que gastes todo tu salario."
Ella sonrió suavemente. "Nada, nada. Vamos a casa, que me estoy muriendo de hambre."
Candy lo felicitó por la cena deliciosa, como todas las que Albert le preparaba. Ella se ofreció a preparar el café y lo sirvió en las tazas con sus iniciales que había comprado la semana anterior. Le había dicho que estaban en oferta y no había podido resistirse a la tentación.
Su conversación fue la continuación de aquella que habían sostenido durante la cena: el nuevo trabajo de Albert como asesor en el zoológico de Chicago que incluía un sueldo muy atractivo y excelentes prestaciones.
Candy había escuchado rumores de que Albert andaba en malos pasos, porque los vecinos lo habían visto hablar con gente extraña en la calle y subirse a un automóvil conducido por un hombre de negro que traía un sombrero que le ocultaba el rostro.
Ella se resistía a creer en esos chismes, Albert siempre había sido muy bueno con ella, siempre apoyándola en los momentos más difíciles. No podía responder a su cariño y atenciones con su desconfianza. Aunque ella anhelaba que recuperara la memoria, temía que Albert la abandonara para seguir con sus andanzas por el mundo.
"Candy, ¿qué tienes?"
La voz de Albert disipó sus cavilaciones y ella respondió, "Nada, estoy bien. Sólo que llegó el momento de darte tu sorpresa."
Corrió a la recámara y segundos después salió con una de las cajas y la dejó frente a Albert.
"íbrelo."
Albert sonrió levemente, sacudiendo la cabeza. Abrió la caja; era un pijama en una cama de papel maché. Una tarjeta adentro decía, "Para mi queridísimo Albert."
Sacó el pijama, era de una seda exquisita, de color blanco con rayas azules.
"¿Te gusta?"
Albert se sorprendió por la crispación en el rostro femenino, como si fuera el de una chica casadera temiendo el rechazo del objeto de sus afectos. Por supuesto estaba leyendo lo que su corazón anhelaba. Candy sólo lo veía como un amigo, un hermano mayor enfermo que necesitaba sus atenciones y cuidados.
Si tan sólo pudiera decirle que había recuperado la memoria y por consiguiente recordado los sentimientos que lo habían obligado a dejar Londres para no estorbarle.
"Me gusta mucho, Candy. Gracias."
Ella sonrió aliviada. "Me alegro" dijo suavemente. "La escogí porque el tono de azul es el mismo de tus ojos."
Albert se sonrojó. "Sin embargo, no me gusta que gastes en mí, no es justo."
Candy puso los brazos alrededor del cuello masculino, frotando su mejilla suave contra la suya. "No te preocupes, yo también me compré algo."
"¿Ah sí? ¿Qué es?"
"Es otra sorpresa que te diré después de tomarme un baño."
Albert entró a la habitación después de recoger la cocina y encontró a Candy sentada frente al tocador, envuelta en su bata rosa. Ella le dijo que baño estaba disponible y que le había puesto toallas limpias. Él agradeció sus atenciones después de percatarse que ella se jalaba las solapas de la bata.
Candy terminaba de peinarse cuando escuchó que se abría la puerta del baño. Hizo una pequeña "O" con los labios al ver a Albert en su flamante pijama.
"Creo que me queda un poco apretada" dijo éste, mordiéndose el labio inferior, su mano sujetando los botones del saco. "A menos que sea tu manera sutil de decirme que debo ponerme a dieta."
"Oh, Albert."
"¿Qué pasa?"
Candy por respuesta se abrió la bata.
Albert abrió los ojos desorbitados. "¡Dos pijamas iguales!"
Ella se echó a reír y levantó las manos. Las mangas estaban muy largas para ella. "Me temo que la dependienta se equivocó a la hora de empacar los pijamas."
"Menos mal" dijo Albert un tanto aliviado, "los pantalones me quedan perfectos, sólo tenemos que intercambiar los sacos."
Se quitó la prenda, mostrándole su pecho ancho y musculoso. Candy no podía quitarle los ojos de encima. Tenía el cuerpo vigoroso de un hombre que había pasado mucho tiempo al aire libre. Un cuerpo que pedía ser tocado por una mujer.
Tenía mucho tiempo de conocerlo, sin embargo seguía siendo un extraño. Un extraño que le había robado el corazón. Sintió nuevamente el deseo de entregarse al hombre que amaba. Pero su inexperiencia se lo impedía.
Albert pensaba que se veía hermosa en su pijama, y le gustó la idea de que la prenda conservara el delicioso aroma a rosas que ella siempre usaba. Se fijó en la manera que sus pequeñas pecas besaban la piel de su nariz. Tuvo deseos de probar cada una de esas pecas con sus labios. Probablemente tenía más en otras partes más provocativas de su cuerpo.
"¿Quieres ayuda con tu pijama, Candy?"
Ella lo vio directamente a los ojos. La propuesta era muy atrevida... y excitante a la vez.
Asintió mudamente, sabiendo que no había vuelta atrás.
Parándose frente a ella, abrió el primer botón, haciendo que el cuerpo de Candy se calentara. Se quedó callada, abrumada por los escalofríos que recorrían su piel. Qué hermoso era ser desvestida por un hombre, sentir sus dedos tocarla con esa familiaridad.
Albert jaló las mangas de sus hombros, y el saco se deslizó suavemente al suelo, seguido por el pantalón. Se retiró para mirarla con esos ojos azules que la habían cautivado. Su sonrisa era tierna, cálida.
"Bellísima" declaró.
"Gracias" respondió, resistiendo a la tentación de cubrirse.
"Candy" murmuró. "¿Quieres hacer el amor conmigo?"
Se sonrojó de pies a cabeza. ¿Cuántas veces había soñado que Albert la tomara en sus brazos y le hiciera el amor?
Muchas veces, pero no se atrevía a confesarlo.
"Sí, Albert."
Aliviado, la jaló hacia él para besarla. Sus labios se movieron lentamente al principio, sus manos acunando su cabeza, sus pulgares frotando sus sienes. Sus lenguas se encontraron en un beso tranquilo, dulce. Candy suspiró al probar los labios de Albert. Le sabían a café y oscuridad, a secretos que su amnesia le impedía revelarle. Colocando las manos sobre los hombros masculinos como apoyo, disfrutó la presión de sus senos contra ese pecho firme y poderoso. Sintió el calor pulsando entre sus piernas. Calor que la hacían sentirse desesperada por Albert.
Albert sintió la respuesta de Candy, era como si el sol por fin se dignara a iluminar sus noches de angustia. La tomó en sus brazos y la llevó a su cama, depositándola entre las sábanas. Había esperado mucho tiempo por este momento, podría decirse que una vida entera.
Se desató el lazo de su pantalón, desesperado por sentir el contacto de su piel. Quería perderse dentro de ella, obtener todo el placer que se había negado durante estos largos meses de convivencia platónica.
Candy suspiró cuando Albert se deslizó por su cuerpo dejando besos cálidos sobre ella. Su mejilla cubierta de vello la raspaba levemente mientras se dirigía a sus pantaletas. Levantó sus caderas a medida que él deslizaba la prenda por sus piernas dejándola completamente desnuda para su gozo.
La acostó de lado. Apenas cabían en la cama angosta, pero no importaba. La cercanía le permitía a Albert apoyar una pierna sobre el muslo de ella, para así besarle el cuello mientras su mano acunaba un seno. El pezón estaba erecto, deseando que lo llevara a su boca. Cedió a la tentación, provocando, lamiendo y acariciando hasta tener a Candy retorciéndose, sus manos jalándole el cabello.
"A-albert..."
La besó detrás de la oreja y recorrió la suavidad de su torso con una mano, explorando su vientre, sus caderas, sus muslos. Cuando los dedos masculinos rozaron la suavidad de sus rizos, Candy abrió las piernas.
"S-siento que podría hacer cualquier cosa por ti... contigo."
Albert se conmovió ante sus palabras. "Yo estoy dispuesto a dar mi vida para probar tus palabras."
"Tengo otra cosa que quiero darte... Albert. Mi corazón. Yo te amo."
"Candy, yo también te amo."
Ella se arqueó contra él. "Por favor..."
Albert sentía la misma urgencia y se posicionó encima de ella. Su erección tocó los rizos dorados. Estaba listo para entrar al paraíso. Candy puso los pies sobre el colchón, y se sujetó de los hombros de Albert. Gimió al sentir que la penetraba poco a poco, hasta sentir que la llenaba plenamente. Era glorioso.
Albert exhaló al sentir la bienvenida de su cuerpo, la manera que se movía hasta que estuvo dentro de ella por completo. Le tomó todo el control que había aprendido para hacerle el amor lenta y suavemente, cuando la realidad es que quería poseerla salvajemente. Desde el momento que había recuperado la memoria, no deseaba otra cosa que compartir su cuerpo y su alma con ella.
Albert metió una mano entre sus cuerpos. Sin dejar de besar su boca y moverse dentro de ella, la toqueteó con los dedos hasta que Candy llegó al orgasmo con un grito que casi lo hizo llegar a su propia culminación.
Tomando sus manos entre las suyas, hasta tenerlas corazón a corazón, le susurró fervientemente, "Siempre te amaré."
No tenía caso resistirse, era inevitable. Albert la embistió una y otra vez hasta que casi perdieron la razón por el placer, hasta sentir que el cuerpo de ella respondía nuevamente. La felicidad invadió su cuerpo, liberándose en un cálido torrente. Albert cubrió la boca de ella, temiendo que sus gritos pudieran despertar a los vecinos.
Candy se despertó en los brazos de Albert. Miró hacia la ventana, ya estaba amaneciendo.
Albert se movió. Su brazo se apoderó de la cintura de ella y la jaló hacia la calidez de su cuerpo.
"Buenos días" dijo, retirándole el cabello para plantarle un beso tierno en el cuello que la hizo suspirar. "Debo haberte lastimado."
"No, estoy bien" respondió. "De verdad."
Los ojos de Albert brillaron. "Candy, tengo que decirte algo."
Ella tocó su mejilla con un dedo. "No necesitas ocultar la verdad por más tiempo."
Él inhaló abruptamente.
Candy puso una mano sobre el corazón acelerado de Albert. "Aunque tratas de hacerte pasar un hombre muy práctico, eres un romántico empedernido. No te apures, amor. Tu secreto siempre estará seguro conmigo."
Finis
2/14/2010