Encuentro de medianoche x Azucena

Encuentro de medianoche

Por Azucena

En progreso (2013)

Transcurrí­an altas horas nocturnas, cuando sentado en una mesa de un bar, apartado de la muchedumbre, un hombre de cabellos marrones y ojos azules verdosos jugaba con los hielos que reposaban en su vaso de whisky a medio de llenar. En su mano derecha se encontraba una hoja en blanco con unas cuantas lí­neas escritas en ella.

Candy,

¿Cómo estás?

...Ha sido un año...

Habí­a planeado hacer contacto contigo de nuevo después de que ya habí­a pasado un año, pero otro medio año ha transcurrido por mi indecisión.

Hoy enviaré esta carta.

.. Nada ha cambiado conmigo...

No sé si esta carta te llegue o no, yo solo querí­a asegurarme que tú supieras eso.

T.G.

Terry miraba inseguro una y otra vez aquellas torcidas letras. ¿En verdad la enviarí­a? Habí­a pasado tanto tiempo de todo aquello... Del colegio San Paulo, de aquellos inocentes juegos... Dios... De seguro ya habí­a seguido con su vida, o se habí­a vuelto a enamorar, o tal vez, quién sabe, hasta podrí­a estar casada con unos cuantos niños correteando por el jardí­n... ¡Pero no! ¡Demonios! No podí­a rendirse, no ahora... Aunque jamás se animó a investigar ni siquiera un poco de su paradero actual, él debí­a seguir con la frente en alto y con la esperanza en el corazón... Cielos... Ni siquiera sabí­a si el hogar de Pony aún existí­a...

Doce años habí­an pasado de todo aquello, doce insoportables e infernales años habí­an pasado desde que habí­a decidido seguir al lado de aquella valiente mujer que le habí­a salvado la vida: Susana... Oh Susana... Hermosa mujer que habí­a hecho de todo para hacerlo feliz, con sus sonrisas, con sus tiernas miradas, con su increí­ble paciencia, y aquellas incontables caricias nocturnas... Nunca se habí­an casado, pero habí­an vivido como si lo hubieran estado: Bajo el mismo techo, compartiéndolo todo...

Y luego, cuando por fin él habí­a decidido dejar el pasado donde debí­a estar, en el pasado; ocurrió algo inesperado, catastrófico, completa e irremediablemente doloroso: Susana habí­a enfermado. Nadie sabí­a bien a ciencia cierta qué padecí­a o qué habí­a sucedido para que su salud decayera tanto, pero lo cierto era que sus defensas cada dí­a habí­an disminuido más y más, y cualquier resfriado en su cuerpo actuaba como una intensa neumoní­a... Hasta que un dí­a, ya no se pudo levantar más de la cama, y con una mirada agotada dijo que querí­a descansar, sólo eso y nada más... Y aquellos bellos ojos se cerraron, para no abrirse jamás...

"¡Oh por Dios, Susana! Nunca creí­ que te extrañarí­a tanto, cómo demonios pudiste dejarme de esta manera..."

Poco a poco e inconscientemente, el cielo en su mente comenzó a llenarse con infinitas y deprimentes nubes negras... Jamás creyó que nuevamente estarí­a solo... Porque sí­, otra vez estaba solo en la vida, absolutamente solo... Lentamente sacó un arrugado cigarrillo de su bolsillo y lo encendió, meditabundo... Oh Dios, ¿qué debí­a hacer? Y casi como si no pudiera evitarlo, unos ojos verdes esmeralda aparecieron en su mente, trayéndolo a la vida, y recordándole aquella vieja promesa...

"Sé feliz"

Sí­... Él querí­a ser feliz, y para eso necesitaba volver con la única persona que podí­a lograrlo... Con ella, con la única e inigualable Candy... Oh sí­... Candy...

-Disculpe... ¿está ocupado este asiento?

Una voz femenina e insólitamente familiar, interrumpió sus cavilaciones. Sin muchos ánimos levantó la vista, tratando de reconocer a aquel joven rostro que se escondí­a entre las sombras de aquel nauseabundo bar.

-¿Acaso ya no me recuerdas, Terry?

Nuevamente esa voz... Ajustó su vista para acomodarla a la oscuridad del lugar, y así­ prestar más atención a los rasgos femeninos de la dama que lo miraba con una radiante sonrisa. Aquella rizada cabellera pelirroja, aquellos inmensos ojos castaños y esa inconfundible voz, sólo podí­an pertenecer a una sola persona...

-¡Eliza!