Regalo de Navidad Inesperado
Un minific por Carolina
Chicago, Diciembre de 1920
La cena navideña Andrew había sido un éxito. Las personas reían; discutían, diferentes conversaciones zumbaban por el salón. Los invitados estaban satisfechos con la velada que Candy les había preparado y decidió que ya podía divertirse. Sabía que se veía muy bien con ese vestido “chemise” de crepé de seda dorado con aplicaciones de pedrería, su melena corta que le permitía lucir el juego de diadema, aretes y collar de perlas de cristal que Albert le había regalado en su cumpleaños.
Albert estuvo a su lado al principio, presentándola con algunos invitados, demostrando claramente su amor y admiración. Entonces, cumpliendo su promesa antes de la fiesta, éste enfocó su atención a otros invitados. Aunque eso no impedía que la siguiera con la mirada para ver si ocupaba su ayuda. La cual no necesitó para satisfacción de Candy porque conocía a la mayoría de los parientes y amigos para sostener conversaciones inteligentes y amenas.
A medida que aumentaba su confianza en sus habilidades, su don de gente se manifestó. Entre los invitados había gente de otras nacionalidades y su habilidad para contestar en varios idiomas llamó la atención. Eso aunado a su transformación física estos últimos años de adolescente a joven mujer provocó que muchos asistentes la vieran con gran interés.
Luego de un intercambio divertido con Annie y Archie sobre la gran nevada que por poco los hacía perder la celebración, Candy continuó su recorrido para cerciorarse que todos los invitados fueran atendidos apropiadamente.
Entonces vio a Albert platicando animadamente con unos inversionistas de Nueva York y pensó que su esposo se veía muy apuesto con ese smoking de corte ajustado con chaqueta de cierre cruzado y sencillo, aunque insistiera que se siente como un pingüino y a la menor excusa se quite la chaqueta y la corbata.
Sonriendo, pensó que podría regalarle un smoking con otro corte y se dirigió al estudio para buscar el teléfono de su sastre y hacer una cita.
Apenas había anotado el número en un pedazo de papel cuando se le resbaló la pluma. Se arrodilló debajo del enorme escritorio de roble para buscarla. En su apuro se golpeó la cabeza y se le atoró el collar en uno de los encajes del vestido.
Escuchó unas voces femeninas, y temerosa de que tomaran a mal que estuviera debajo del escritorio decidió quedarse ahí y guardar silencio.
“Pobre William, su esposa le salió estéril.”
Candy abrió los ojos desorbitados ante la declaración temeraria de la señora Legan.
“Vamos, querida. Apenas cumplieron dos años de casados.”
“Bah, Eliza quedó encinta a los seis meses de casada. Hoy tiene dos hijos muy sanos.”
“No puedes generalizar. Hay que darles tiempo.”
“Puede que tengas razón. No podemos negar que Candy es una joven muy bella y se ha cultivado.”
“Todo eso está muy bien, pero no conocemos sus orígenes.”
“Y no sabemos qué tipo de alimentación haya tenido en esa casa hogar que haya afectado su salud.”
“¿Habrá ido con su ginecólogo para ver si algo anda mal?”
“Eso espero, porque sería una pena que no le diera herederos a William.”
Finalmente las invitadas abandonaron el estudio y Candy salió de su escondite. ¿Cómo se atreven a decir esas cosas sin conocimiento de causa? Pensó dirigiéndose al gran salón.
“Candy, ¿qué sucede? ¿Te sientes mal?” Annie preguntó, al ver su rostro desencajado. “No me digas que estás preocupada por la celebración. Has sido la anfitriona perfecta y Albert está muy orgulloso de ti.”
“Estoy bien, es solo el cansancio.”
“¿Estás segura?”
“Sí, amiga.”
Annie sonrió. “Bueno, te buscaba para avisarte que ya nos vamos. Si quieres, dejamos las compras de Navidad para la otra semana-”
Candy sacudió la cabeza. “No, vamos mañana. Pasaré por ti a las diez.”
“De acuerdo,” respondió, dándole un beso en la mejilla antes de ir a los brazos de Archie que la esperaba junto con Albert.
Mientras Candy y Albert despedían a los invitados ella pensaba que había algunos que la consideraban una fracasada y que su esposo la toleraba porque era un hombre de buen corazón. Aunque vista las mejores galas y se empeñé en estudiar idiomas y buenos modales eso no quita el hecho de que le está fallando en lo más importante, darle un heredero.
C&A
Al despertar en la mañana, Candy se dio cuenta que estaba sola. Vio el reloj y pasaban de las diez. Brincó de la cama, se dio un baño, se vistió y salió de la recámara. Albert estaba en el comedor desayunando.
“Debiste despertarme,” lo regañó levemente, tomando asiento y persignándose mientras le traían un plato de avena con fresas y café. “Tengo cita con Annie para ir de compras.”
“Ya no la tienes.” La voz de Albert era serena mientras cortaba un pedazo de bísquet y lo llevaba a su boca. Sorprendida, ella mordió el pan tibio y gimió suavemente con el delicioso sabor a mantequilla. Masticó, pasó bocado y frunció el ceño. ¿De qué estás hablando?”
“Pensé que necesitabas tu descanso, Candy. Pasaste mala noche, así que le hablé a Annie para cancelar y estuvo de acuerdo. Ella se comunicará contigo después.”
“Albert-“
“Y le dije a Dorothy que cancelara tus compromisos de los próximos tres días.”
“¡Albert! ¿Cómo te atreves?”
Sus ojos azules relampaguearon. “¡Por supuesto que me atrevo! Necesitas paz y tranquilidad. Lo que menos necesitas es ir al centro de la ciudad en este clima.” Hizo un gesto a la ventana para enfatizar que estaba nevando. “Yo sé que estas últimas semanas has estado bajo mucha presión por los preparativos de la fiesta de Navidad, y todo lo que hice fue asegurarme de que tuvieras la oportunidad de descansar. Necesitas descansar, Candis. De un modo o de otro me aseguraré que lo obtengas, por eso no iré a la oficina estos tres días para vigilarte.” Su voz tranquila y sus movimientos calculados le dieron más seguridad que las palabras.
Albert tenía razón. Apenas había pegado los ojos. Estaba exhausta y le dolía la cabeza. Y seguía molesta porque tenía varios días sintiendo la ropa un poco ajustada. De seguro estaba reteniendo líquidos.
Debería estar furiosa con él por hablar con Annie y por supuesto no se había disculpado por cambiar su agenda. El saber que la había obligado a hacer algo que ella debió haber hecho por si sola disipó la fuerza de su enojo.
Albert la tomó de la mano. “¿Te gusta la idea de pasar el día conmigo?”
“Sí,” dijo, sus mejillas sonrojándose.
Levantó su mano pequeña a sus labios, besándole cada dedo. “Me alegro,” contestó, soltándole la mano.
Candy apenas pudo comer unas cucharadas de avena y medio bísquet. Últimamente había ciertas comidas que no le apetecían como antes o le daban asco. Quizás era una reacción inconsciente para conservar la línea. Aunque no estaba funcionando porque estaban en la primera semana de diciembre y ya había subido de peso. Demonios… no es justo.
“¿Están dulces las fresas?” preguntó Albert suavemente.
Ella movió la cabeza en afirmación.
“A ver.”
Y antes de que pudiera entender su intención, él se acercó para cubrir su boca con la suya, con un beso que la hizo estremecerse al sentir su lengua tocar la suya, deslizándose, explorando su boca. Ella no podía abrir los ojos, no se podía mover. Lo único que podía hacer era abrir su boca para recibir el placer que solo sus labios y lengua podían darle.
Albert se retiró y se le quedó viendo. Candy sentía sus párpados pesados; tuvo que esforzarse para abrirlos.
“Uff, sí, están dulces,” murmuró complacido, cubriendo su boca nuevamente. Y no pasó mucho tiempo para que la tomara en sus brazos y la llevará a su habitación.
C&A
La voz de Albert se escuchó en la penumbra de las profundidades de las cortinas acolchadas de color blanco colgadas alrededor de la cama. “¿Cómo te sientes?”
“Muy bien, me encanta dormir la siesta contigo.” Candy se deslizó hacia la cabecera, entonces se inclinó sobre él. “¿Bajarás al estudio a trabajar?”
“Por supuesto que no.” La jaló a su pecho, su mano enredándose posesivamente en su cabello. Ella suspiró satisfecha. Él en cambio estaba molesto y ansioso por esa conversación que había escuchado durante la fiesta de Navidad sobre la importancia de tener un heredero. Gente entrometida.
“¿Ya decidiste sobre la oferta del señor Legan?” murmuró ella.
Albert le frotó el hombro, mirando distraídamente a través de las cortinas hacia la puerta. “Todavía no, pequeña.”
“Invitamos a los Legan a la cena por consideración a tía Elroy y la verdad no creí que fueran a aceptar. Me sentí muy incómoda con ellos. ¿Sabes qué se atrevieron a decir que fue gracias a ellos que yo llegué a esta familia? Obviamente no dijeron que en calidad de doncella para Eliza. Y por supuesto se la pasaron diciendo que habíamos hecho las paces y que estaban encantados con la idea de formar una sociedad contigo. ¿Cómo es posible que puedan mentir con tanta facilidad?”
Albert frunció el ceño. “Te sorprenderías de lo que algunas personas son capaces.” Se le quedó viendo por unos instantes, sintiendo que su pecho se henchía de emoción. “O quizás no. Tú también has tenido tu parte de sinsabores, ¿verdad?”
C&A
Candy aprovechó esos días nevados encerrada en la mansión para descansar y ponerse al corriente en su lectura, hacer galletas y envolver regalos de Navidad para la familia y los chicos del Hogar de Pony mientras Albert y George trabajaban a ratos en el estudio. Estaba feliz. Pensaba que se sentiría un poco culpable por su felicidad, pero no era así. Le gustaba su vida, y amaba a su esposo. Ahora necesitaba tener un hijo de su amor.
Estaba haciendo galletas de jengibre con la ayuda de Mary, cuando ésta le dijo, “Candy, se me hace que estás embarazada,” le dijo con tono maternal.
Candy dejó de amasar y se le quedó viendo. “Mary, eso no es posible. No tengo síntomas.”
La mujer sonrió ante la inexperiencia de la joven y eso que era enfermera titulada. Siempre era lo mismo con las madres primerizas. “Tienes un brillo especial en los ojos, ese brillo que tienen las mujeres cuando están esperando un hijo.”
“Eso son cuentos de las abuelitas,” dijo Candy.
Mary se encogió de hombros. “La ventaja de ser abuela es que tenemos más experiencia que ustedes las jóvenes. Los niños vienen cuando tienen que venir. Eso lo decide Dios. Pero si quieres salir de dudas, ve con el doctor.”
“¿Has tenido hijos con otras mujeres, Albert?” le preguntó Candy a Albert esa noche que estaban en la cama, mientras le acariciaba el pecho.
Los ojos azules que estaban cerrados por el placer que sus dedos le estaban proporcionando, se abrieron abruptamente. “¿Qué dijiste?” seguramente había escuchado mal.
“¿Tienes hijos ocultos por ahí?” preguntó. Sus dedos frotándole el vientre plano. “Puedes decirme la verdad, trataré de entender.”
“Candy, ¿por qué me preguntas eso?” demandó, retirando su mano y viéndola directamente a los ojos.
“Quiero que tengamos un bebé, y parece que no puedo concebir.”
“No tuve hijos con otras mujeres,” dijo, tratando de no reírse con su ocurrencia. “Siempre tomé precauciones. No me interesa tener hijos regados por el mundo.”
“A lo mejor no puedo tener hijos.”
“Candy, eres una mujer sana y fuerte,” dijo en un tono suave para no herir sus sentimientos. “Además eres una enfermera. Sabes perfectamente que los problemas de infertilidad algunas veces recaen en el hombre.”
Ella palideció. “No digas eso. Sería una tragedia para los Andrew.”
Dándose cuenta que ella estaba hablando en serio, la tomó en sus brazos. “Los hijos vendrán, pequeña. Apenas cumplimos dos años de casados.” Le acarició el cabello. “Y seguiremos trabajando arduamente en conseguirlos, ¿verdad, mi pequeño amor?”
“Sí, Albert. Te quiero tanto.”
“Y yo a ti.”
Ambos se dejaron llevar nuevamente por la pasión y cuando sus cuerpos dejaron de estremecerse y sus corazones dejaron de latir como desesperados, Candy murmuró, “Me alegro no haber sido monja como la Hermana María.”
Albert soltó una carcajada. “Hubieras sido una monja terrible, con esa cara y cuerpo de tentación y carácter de los mil demonios.”
“Grosero,” dijo, dándole un golpe en el brazo.
C&A
Pasaron los tres días de descanso acordados por Albert y viendo que el clima había mejorado Candy lo convenció de que fueran de compras al centro de la ciudad. Tuvo que confesarle que todavía no compraba su regalo de Navidad. “Por eso le había pedido a Annie que me ayudara a buscarlo. ¿Qué puedes comprarle al hombre que tiene todo?” dijo en tono inquisitivo, tocándose el mentón con la punta de los dedos.
Albert le sonrió. “No son necesarios los regalos entre nosotros. Con tenerte a mi lado es suficiente.”
“Adulador,” dijo Candy con una sonrisa, parándose de puntitas para darle un beso en los labios.
“¡William! ¡Candy!”
El señor Legan y su esposa Sara iban saliendo de una tienda de antigüedades y con sonrisas falsas se acercaron a saludar al jefe de la familia. Acababan de comprar un regalo para la tía Elroy.
“¿Cómo está Eliza?” preguntó Candy.
“Se peleó con su marido, y se fue a nuestra casa con nuestros nietos,” dijo Sara amargamente. “John ha dispuesto que se muden a Fort Lauderdale porque la mayoría de su familia vive allá, pero mi hija insiste en vivir en Chicago para estar cerca de tía Elroy, y de ustedes por supuesto.”
“Pobre Eliza,” dijo Candy, pensando que pronto extrañaría los lujos y comodidades que le proporcionaba su esposo y buscaría una reconciliación.
Legan ignoró el comentario y se dirigió a Albert. “William, ¿ha tenido oportunidad de analizar mi propuesta?”
“Se lo entregué a mis asesores, en cuanto tenga una respuesta le avisaré,” contestó.
“¿Pero considera factible la inversión?” Legan presionó. Necesitaba esa inyección de capital para salvar su constructora.
“Sería irresponsable de mi parte darle una respuesta sin tener todos los elementos,” dijo Albert apenas ocultando su molestia.
Viendo que no conseguiría una respuesta clara de Andrew, el señor Legan puso su atención en Candy. “¿Y para cuándo los hijos?” dijo impertinente.
“Soy joven,” ella respondió. “Nuestros hijos llegarán cuando Dios diga, no antes.”
“Piadosa como siempre,” dijo Sara con falsa dulzura.
“Así es, señora. Por favor saluden a Eliza y Neil de nuestra parte,” dijo Candy.
Al no tener otra excusa para quedarse los Legan se alejaron con sus compras.
“Son odiosos,” dijo Candy al ver como arrancaba su automóvil.
Albert la abrazó. “Ignóralos. Los niños vendrán cuando sea el momento correcto. Ven, regresemos a casa.” Y la ayudó a subir al carro.
“Nuestro amor es tan maravilloso que algunas veces me siento culpable de que no tenga fruto. ¿Y si no puedo tener hijos?”
“Escúchame claramente, Candy. No quiero que te sientas presionada por lo que dicen los demás, tenemos todo el tiempo del mundo.”
“Albert ¿Quieres un hijo?”
“Supongo que muchos hombres quieren un hijo… y una hija tan bella como su madre,” dijo honestamente. “Pero si Dios no puede bendecirnos, yo seré muy feliz de pasar el resto de mi vida solo contigo.”
Candy sintió un nudo en la garganta. No quería llorar y preocupar a Albert innecesariamente. “Vivir contigo es millones de veces mejor que vivir como una monja,” dijo, apoyando su cabeza en el hombro de Albert.
C&A
Candy decidió seguir el consejo de Mary y fue a consulta con Michael, el médico que había conocido años atrás en una reunión de Eliza y que influyó en su decisión de convertirse en una enfermera profesional. Se sentía un poco culpable de ir al doctor sin decirle a Albert, pero no quería preocuparlo antes de tiempo.
Luego de ponerse al corriente sobre sus vidas, ella le describió sus síntomas. Retención de líquidos, aumento de peso, cansancio y mucho sueño, cambios de humor y malestar estomacal. Michael le preguntó cuándo fue su última menstruación. Ella siempre había sido irregular así que no le preocupaba si pasaba uno o dos meses sin la regla. Además había pasado varias semanas bajo mucha tensión, algo que podía afectar la menstruación.
“Vamos a examinarte,” dijo Michael, dirigiéndose a la puerta para llamar a la enfermera para que la ayudara a desvestirse.
Luego de una revisión exhaustiva, le dijo que podía vestirse.
Tomaron asiento nuevamente, y haciendo unas anotaciones en el expediente de su amiga, dijo, “Señora Andrew, está embarazada. Felicidades.”
“¿Embarazada?” dijo ella, abriendo los ojos desorbitados. “¿Estás seguro?”
Michael frunció el ceño. “Candy, la pregunta ofende. ¡Claro que estoy seguro! Embarazada de al menos ocho semanas. Un bebé para julio. Eso es patriotismo.”
Candy sonrió. “Albert y yo vamos a tener un hijo, no puedo creerlo,” dijo, sus ojos llenándose de lágrimas.
Michael sonrió suavemente, ofreciéndole su pañuelo. “Estoy seguro que serán unos padres excelentes. Ahora, conoces los cuidados que debes tener durante el embarazo. Sin embargo le diré a mi enfermera que te proporcioné unos folletos que me acaban de llegar. Eres una mujer sana y fuerte, y con el cuidado prenatal adecuado todo saldrá muy bien.”
Las palabras y la actitud de Michael le inspiraron mucha confianza y le pidió que la atendiera durante su embarazo y el parto. El hombre aceptó con gusto y le reiteró que si tenía cualquier duda o malestar que no dudara en llamarlo.
C&A
Albert no podía recordar la última vez que había estado tan furioso… y tan asustado. Había llegado a casa esperando ver a Candy en la cama, esperándolo. En lugar de eso, la recámara estaba vacía y cuando llamó a la servidumbre le habían dicho que había salido desde la mañana sin decir a donde.
Entonces escuchó que llegaba un automóvil y se asomó por la ventana. Era ella y el chofer.
Las puertas de la recámara se abrieron para revelar a una Candy sonriente.
“Hola, amor.”
“¿Dónde rayos estabas?”
“¿Qué te pasa, Albert?”
“Tengo horas esperándote,” dijo, apoyando las manos sobre sus caderas.
“Por favor no te enojes, Albert. Estoy bien.”
La observó por unos minutos, tratando de calmarse. Ella no andaba sola, Bradley estaba con ella. “¿Adónde fuiste?” preguntó pausadamente.
“Fui a ver a Michael.”
“¿Al doctor Harrison? ¿Te sientes bien?”
“Perfectamente,” dijo serena.
“Por favor, Candy. Dime por qué fuiste a ver a ese ginecólogo.”
“A quién mas podría ver que a un ginecólogo cuando estoy esperando nuestro hijo,” dijo dulcemente. “No tienes que decírmelo, soy una atolondrada. Cómo es posible que una enfermera titulada no viera las señales tan obvias de un embarazo.”
“¿Vamos a tener un hijo? ¡Vamos a tener un hijo!” gritó Albert, una sonrisa amplia marcando su rostro. Entonces la tomó entre sus brazos. “No quiero que hagas esfuerzos, pequeña.”
“Bájame, Albert,” dijo entre risas. “Voy a tener un bebé, la cosa más natural del mundo.”
La bajó con reticencia. “Un bebé,” murmuró.
“Para el mes de julio.”
Entonces una sonrisa arrogante se formó en su rostro. “Eso quiere decir que concebiste-“
“Cuando nos escapamos de la feria del condado. No seas presumido. Algún día tenía que pasar. Los hombres conciben hijos todos los días.”
Albert la jaló a sus brazos y la llevó a su cama. “Por supuesto, pero nuestro caso es diferente.”
“¿Por qué?” preguntó ella sonriente, mientras la desvestía lentamente.
Albert tocó su mejilla. “Porque voy a tener un hijo contigo, mi pequeño amor.”
La expresión de anhelo y ternura en el rostro de Albert era tan obvia que Candy no pudo evitar derramar lágrimas de alegría.
“Albert, estaba tan preocupada por encontrar el regalo perfecto para ti, sin saber que-“
La interrumpió para darle un beso suave y luego terminar su idea. “Que me darías este regalo de Navidad inesperado.”
Finis
12/22/2016