POR SIEMPRE TARTÁN
Minific Por Caro
La DC Russel ubicada en Selkirk, Escocia es actualmente considerada líder en el ramo de textiles gracias a la amplia experiencia en el tartán de su fundador David Carson Russel y por ser un incansable defensor de su herencia y tradiciones escocesas. Empezó con un pequeño taller a mediados del siglo XVII con su hermano Duncan y varios hilares de pedales. Mientras él administraba el negocio su hermano viajaba frecuentemente a Edimburgo para conseguir clientes, lo cual resultó fácil gracias a la calidad del tartán de David.
Entre esos primeros clientes se encontraba Wallace Albert Andrew, líder del Clan Andrew quien no dudó en darles una oportunidad a los hermanos quienes le diseñaron el tartán Andrew Green, cuyo color predominante era el verde con acentos de rojo, negro y amarillo inspirado en las grandes extensiones de bosques que se había adjudicado durante los Levantamientos Jacobitas.
Sin embargo con la derrota en la Batalla de Colluden en 1746 donde la fuerza jacobita quedó prácticamente destruida hubo un éxodo masivo conocido como Highland Clearances (Despeje de las Tierras Altas) hacia las Tierras Bajas de Escocia y América, destino que eligieron los sobrevivientes del Clan Andrew.
Pasaron varias décadas hasta que un joven e intrépido descendiente, Wallace August Andrew entró a la banca mercantil con la emisión de bonos y préstamos para promover la industria en Chicago y otras ciudades del este de los Estados Unidos. Su financiamiento en obras gubernamentales y su apoyo en el sistema ferroviario le permitió amasar una gran fortuna que usó para comprar grandes extensiones de tierra en Chicago y sus alrededores.
Otro sueño que logró cumplir fue regresar a Escocia y su primer acto oficial como nuevo líder fue solicitar a DC Russel que le diseñaran otro tartán el cual llamaron Andrew Spirit, de color escarlata y cuadriculado negro que representaba la sangre nueva del clan.
El ritmo creciente de la industrialización trajo nuevos desafíos para el clan. Su hijo William Alexander tomó gran interés en la exploración minera de metales preciosos en África. Más tarde entra a la industria petrolera al invertir en la firma Cornwall and Legan, que posteriormente se convirtió en Cornwall, Andrew and Company. Esta firma se expandió rápidamente absorbiendo multitud de refinerías.
Años después la fábrica textil no vaciló en recibir a la nueva generación en la persona de su nieto, William Albert Andrew. La visita guiada fue concertada por George V. Johnson, asistente personal del joven de doce años. Fueron recibidos por el administrador Douglas C. Russel quien había sido gran amigo del abuelo y padre de Albert y por ende conocía perfectamente la historia familiar.
El edificio que albergaba los telares constaba de tres pisos. En los primeros había información sobre la historia del tartán en fotografías, diagramas, muestras de tela y casilleros con tartán de su clientela exclusiva. Uno podía apoyarse en los barandales y ver hacia el piso inferior donde había dos telares mecánicos en pleno funcionamiento. George observaba complacido como un Albert feliz atiborraba de preguntas al viejo Douglas mientras las máquinas producían el tartán que algún día sería utilizado para confeccionar los trajes de gala de la familia.
Entonces el administrador le entregó al chico la llave del casillero que contenía el tartán del Clan Andrew y el sobre con los certificados oficiales del Registro Escocés de Tartán.
Emocionado, Albert volteó a ver a George quien movió la cabeza en afirmación. Corrió al casillero que tenía la heráldica Andrew e insertando la llave dorada abrió la portezuela revelando dos rollos de tartán Andrew Green y Andrew Spirit.
Tomó los rollos pensando que estas telas de lana representaban toda la historia de su familia. Cuando era más chico no comprendía la importancia de la herencia y las tradiciones escocesas, pero luego de escuchar al señor Russel por fin lo había entendido. “Recuerda William, siempre debes portar este tartán con orgullo.”
Albert salió del edificio y se dirigió a las oficinas administrativas. Alcanzó a ver como Douglas firmaba un documento y se lo entregaba a George. Preguntó qué decía el papel y George respondió que era una cotización antes de guardarla en el bolsillo de su saco. Sin embargo los rostros de ambos hombres se veían sombríos.
Eso era lo malo de los adultos, pensó contrariado. Siempre andan con sus secretos.
Semanas después, George llevó a Albert con Graham Tailor, el sastre que había confeccionado los kilts y chaquetas para tres generaciones Andrew a la última prueba de sus trajes de gala.
Tenía un pequeño local en la calle Highlander con una sala de exhibición y el taller en la parte trasera. Graham se había graduado de la Academia de Sastrería y Confección de Londres y su lema era “la calidad y el servicio son siempre importantes” algo que los Andrew apreciaban mucho.
El sastre normalmente tardaba entre seis y ocho semanas para elaborar un traje de gala, y un kilt alrededor de cuatro semanas. Tenía entre su clientela a la nobleza inglesa, familias prominentes de Escocia y de América y muchas escuelas católicas y organizaciones que festejaban sus raíces escocesas.
El anciano también conocía la historia de la familia y por supuesto le tenía mucho aprecio al jovencito que tenía el mismo temperamento de su abuelo Wallace y su padre Alexander. Inquisitivo, con gran sentido del humor, leal, independiente y de buen corazón.
Albert se observaba en el espejo mientras Graham le hacía los últimos ajustes a la chaqueta Argyll que se usaba en eventos durante el día o la noche. Esta prenda le llegaba a la cintura e incluía un chaleco los cuales habían sido confeccionados en lana de color verde bosque. Levantó los brazos para admirar la reluciente botonadura de plata céltica de las mangas, misma que tenían los bolsillos de la chaqueta y el chaleco.
Tailor lo ayudó a quitarse la chaqueta y la entregó a sus aprendices. Tocaba el turno de probarse la chaqueta de corte militar Montrose Doublet que también llegaba a la cintura, de cuello alto con cruzado doble en el pecho y una franja delgada de color blanco al interior. Estaba decorada con diez botones célticos acomodados simétricamente en el frente y tres botones en cada puño, y franjas blancas de seda bordadas en el cuello, pecho, y los puños. Estaba elaborado en barathea, una tela fina de lana, seda y algodón de color verde bosque.
Los kilts no requerían mas alteraciones, solo faltaba plancharlos y empacarlos junto con las chaquetas, las medias, las bufandas de tartán y la boina Bamoral para el viaje de dos semanas a América. Los prendedores con la heráldica Andrew y su sporra ya los tenía guardados en su maleta en el castillo.
Terminado el período de prueba y ajuste, George le dijo a Albert, “Joven William, si gusta puede esperarme en la sala mientras le pago al señor Tailor sus honorarios.”
“De acuerdo.”
¡Albert no cabía de la emoción! Pronto estaría de regreso en Chicago y vería de nuevo a Rosemary y Anthony. Aunque quizás no me recuerde, pensó. Dado que la última vez que nos vimos apenas tenía dos años. Aunque ha pasado todos estos años en Europa con George, los extrañaba muchísimo.
Lástima que su hermana no estaba en condiciones para hacer viajes tan largos, le hubiera encantado que lo acompañaran en las vacaciones de verano en Edimburgo. Los tres hubieran pasado momentos muy divertidos en el lago cercano al castillo.
Se levantó del sillón y se paró frente al ventanal que daba a la calle. El cielo se estaba despejando, revelando un sol brillante. No tiene caso quedarse atorado en el pasado. Pronto se reencontrará con su familia y esta vez convencerá a tía Elroy para que lo deje quedarse para siempre.
George se estaba tardando, así que Albert se acercó a la puerta del privado del sastre y alcanzó ver como un apesadumbrado Tailor le entregaba un documento a George cuya única respuesta fue darle un fuerte apretón de manos.
Camino de regreso al castillo, Albert le preguntó a George por qué estaba triste el señor Tailor. El hombre frunció el ceño levemente, diciendo que para algunas personas era difícil ajustarse a los tiempos actuales, donde a veces no era suficiente un apretón de manos para sellar una promesa.
Sentía que George estaba ocultándole algo, pero el viaje de regreso a América tomó precedente en sus pensamientos. Ya habría tiempo para retomar esta plática.
Albert salió de su habitación vestido de flamante gala escocesa y portando su inseparable gaita. Ya no estaba molesto con George por haberlo traído a Lakewood en lugar de llevarlo directamente a la mansión de Chicago, porque le dio la oportunidad de disfrutar nuevamente de la comida de la dulce Mary, la plática amena del viejo Whitman y reencontrarse con los animales que se había visto obligado a liberar en el bosque por órdenes de la tía Elroy.
Sin embargo ansiaba ver a Rosemary y Anthony y conocer oficialmente al resto de la familia Andrew. No entendía esa manía de la tía de mantenerlo lejos. Tenía buena conducta y altas notas en la escuela y procuraba mantener a sus mascotas lejos de ella. ¿Qué más podía pedir?
Al internarse en el Jardín de las Rosas escuchó las risas de unos niños. Se asomó a través de los arbustos y vio a Anthony con otros dos chicos. Los tres vestidos con trajes de gala idénticos al suyo.
Sonriendo, pensó, “Anthony, cómo has crecido y apenas cumpliste siete en marzo. Esos dos deben ser Stear de ocho y Archie que es un año menor.”
Entonces abrió los ojos de emoción. “Ahora entiendo la insistencia de George de venir para acá, decidieron cambiar la ubicación de la reunión familiar para que Rosemary no tuviera que viajar. Espero que pueda bajar al patio para que me escuche tocar la gaita. Quizás podría decirle a los chicos que me acompañen en un cuarteto, porque supongo que deben estar tomando lecciones, dado que yo empecé desde los cuatro años.”
Absorto en su contemplación, no se dio cuenta que alguien se acercaba hasta que sintió unas manos enormes caer sobre sus hombros.
“Eep.”
Giró abruptamente y vio a George, quien le hizo una seña para que guardara silencio.
“Lo andaba buscando.”
“¿Por fin la tía Elroy me dejará ver a Rosemary?”
“Sí, y después-“
“Después podré saludar a Anthony, Stear y Archie, ¿verdad?”
George bajó la mirada. “Me temo que eso no será posible.”
Albert se le quedó viendo. “Está bien. Lo haré durante la reunión.”
“Eso tampoco será posible.”
“George, no entiendo. No me digas que la tia Elroy cambio de opinión-“
“Joven William, ¿cuántos años tiene?”
“Doce, ¿por qué?”
“Entonces ya tiene la edad suficiente para entender que a veces los adultos hacemos cosas que podrían parecer injustas pero necesarias.”
“Sí, pero eso qué tiene-“
“Hace unas semanas estuve en una reunión donde la señora Elroy y su grupo de asesores tomaron la decisión de que usted no se presentará ante la familia y la sociedad hasta que alcance la mayoría de edad.”
Albert abrió los ojos desorbitados. “¿Eh? ¿Por qué?”
“Principalmente por su seguridad personal, y para proteger los intereses de la familia.”
Tragó grueso. “George, esos documentos que firmaron los señores Russel y Tailor, ¿están relacionados con esto?”
Movió la cabeza en afirmación. “Se acordó en el consejo que todas aquellas personas familiarizadas con su historia firmaran cartas de confidencialidad. De no cumplir lo acordado estarán sujetos a graves sanciones económicas.”
Albert apretó los labios. No, no voy a llorar. Papá siempre decía que nosotros los escoceses nos debíamos a la familia. Lealtad y familia por siempre.
“William-“
“Estoy bien,” dijo. “Solo dame unos minutos.”
“La señora Rosemary me dijo que lo espera en su recámara. Ella tampoco asistirá a la fiesta para pasar todo el día con usted.”
“Gracias, George. Gracias por estar siempre conmigo.”
George sonrió levemente, pensando en ese pequeño que se quedaba dormido en sus brazos. Qué rápido pasan los años.
“Lo hago con mucho gusto… señor William.”
Finis
NOTAS DE AUTORA: Información sobre Escocia, el tartán y trajes de gala cortesía del Internet.