Tal Vez Mañana.
¡Feliz cumpleaños Anthony!
Septiembre 2006
Por Fran
Archie y Stear saben como sacar los colores de mi rostro ya sea contándole a Candy supuestas anécdotas vergonzosas de mi niñez o tarareando ese sonsonete que nunca he sabido a ciencia cierta que dice pero intercala palabras como “son novios, se quieren, se besan, muack muack”.
Nunca he sido tímido, no en el sentido de que me atemorice hablar con las personas o demostrar mis sentimientos, en ocasiones hasta puedo mentir con mucho descaro pero frente a Candy con esa mirada tan desarmante y esa expectativa que parece depositar en mi, me siento inseguro.
Mientras mis primos se alejan cantando y bailando su “canción”, Candy me mira preguntando sin hablar por el color de mis mejillas. No sé que decirle, las imágenes que ellos han implantado en mi cabeza tienen la culpa desde luego y así se lo hago saber con un “Archie y Stear a veces son inaguantables” y anticipando la respuesta que tendría que dar a su ¿por qué? siento que enrojezco más, no quiero decirle que ellos no dejan de insinuar cosas sobre nosotros, cosas que incluyen besos, besos de verdad no caricias en las mejillas.
La verdad es que me muero por besarla, por sentir sus labios, quizá hasta sentir su boca curvándose en una sonrisa bajo los míos porque en mi fantasía ella también anhela ese beso y espera que yo dé ese ansiado paso.
Ella me dice que no me sienta mal por reaccionar a veces así con ellos. Ella también encuentra algunas de sus bromas muy pesadas. Y cuando creo que no puedo quererla más, en este momento sé que si es posible. Candy cree que mi turbación se debe a mi costumbre moral por la que me niego a expresarme mal de cualquier persona, así sean esos alcornoques desvergonzados que forman parte de mi familia.
Esta chica es tan especial que también merece que todo en su vida vaya revestido de cosas especiales. Un Príncipe tal como el que vio en esa colina y al que tanto me parezco. Desde que me lo mencionó no dejo de pensar en él, hasta lo he soñado, he visto sus ojos idénticos a los míos y su sonrisa animándome a correr tras él y alcanzarlo para recobrar mis caramelos. Si debo estar a la altura de un príncipe no debo forzar ninguna situación y debo confiar en que nuestra mutua atracción sea la que nos impulse. Mañana por ejemplo me pondré a la cabeza del cortejo que la acompañará en su presentación, seré su paladín, su guía y cuando consiga la piel de ese zorro para una nueva estola, seré un héroe, un héroe que merece un gran premio como un beso.
Nuestro primer beso debe ser espontáneo. Ella estará algo agitada por la carrera a caballo, una vez que yo haya dado alcance al zorro y los perros hayan ubicado la presa, desmontaré velozmente y trataré de ayudarla a desmontar. Ella como siempre tratará de hacerlo por si misma, será algo caótico y su equilibrio la traicionará por lo que terminará ceñida en mis brazos. Ambos llevados por la emoción de la persecución nos miraremos a los ojos, ella estará deslumbrada por el descubrimiento, yo por su expresividad. Ella no encontrará palabras para articular su emoción y yo estaré desfalleciendo por acercarme. El mundo se detendrá, el bosque, el zorro, los perros, la familia desaparecerán y sólo seremos ella y yo, demasiado cerca y demasiado excitados para que ninguna otra cosa más suceda.
Tal vez mañana esa estúpida canción de Archie y Stear no tenga nunca más el poder de trastornarme.