Eclipse
Por Fran
Noviembre 2005
Capitulo 1. Noche
El calor es agobiante.
Te encuentras en mitad de la selva mexicana acompañando a un grupo de científicos locales y una investigadora británica en busca de los vestigios de la cultura Olmeca. También forman parte del grupo algunos guías y habitantes del último pueblo que visitaron porque les interesa llegar a las ruinas. Les interesa dejar una ofrenda para que los antiguos dioses no se enfaden con los visitantes y los castiguen con algún temporal.
Tu fácil trato y tu conocimiento del inglés te han conseguido un trabajo temporal como traductora. Patricia O’brian, la investigadora, se muestra muy satisfecha con tu trabajo y han entablado una buena amistad. Y por los temores que ella ha expresado de sufrir algún contratiempo es que el campamento se encuentra lejos de la rivera del río, lo más lejos posible de los molestos mosquitos. Así que para conseguir agua fresca que tanto necesitas para mitigar el calor que no te deja dormir, tienes que recorrer un largo trecho por un camino accidentado y lleno de maleza.
Por fin distingues el resplandor de la luna sobre el agua, lo que te indica que has llegado a tu destino.
En un principio sólo tenias la intención de mojarte los pies y lavarte la cara, pero terminas quitándote la ropa y nadando en las tranquilas aguas. La luna está lo suficientemente presente para alejar tus miedos a la oscuridad. La frescura del agua pronto surte su efecto sedante y sientes un entumecimiento producido por el enfriamiento en tus extremidades. No piensas dormirte. Sólo cierras los ojos con la intención de relajarte. Sin embargo, poco a poco, vas perdiendo la conciencia de lo que te rodea. Ni siquiera escuchas el sonido del otro cuerpo zambulléndose en el agua, ni el ruido de sus brazadas al llegar junto a ti. Con habilidad, sin apenas tocarte conduce tu cuerpo a la orilla y te pone a salvo sobre la hierba.
No puedes ver su rostro aliviado al comprobar que aún respiras ni como al ver que tiemblas de frío procede a secarte.
Entre sueños disfrutas de las caricias que esa suave textura provoca en tu piel, porque no puedes saber las molestias que se ha tomado tu bienhechor para secar tu cuerpo. Sin embargo, él no puede evitar ser seducido por tus curvas. Pronto tus pechos de luna deleitan sus labios. Sólo cuando sus dientes ansiosos recorren tu cintura, encontrando un punto sensible, provocan que tu cuerpo se contraiga en un espasmo involuntario dando una señal de alerta a tu cerebro.
Despiertas.
Entre brumas distingues un cuerpo dorado pero cuando logras enfocar sólo ves el movimiento de las hojas cubriendo una sombra deslizándose entre la espesura del monte.
Presa de una gran agitación te descubres sola, desnuda y en un lugar en el que no recuerdas como has llegado. Con rapidez te vistes, encontrando una prenda húmeda que no te pertenece y semeja una bufanda de un material que no es lana, más bien un material realmente fino y suave.
Algo más que el miedo o el frío tiene tu cuerpo temblando. Sientes pulsaciones acentuándose con mayor intensidad en tu bajo vientre.
Corres con todo lo que te permiten tus piernas. No te detienes hasta llegar al campamento, donde sabes que encontraras refugio y la protección de más de 15 hombres fuertes y valientes.
Lo que no puedes saber es que eres perseguida porque sus suaves pasos no producen ruido sobre la hojarasca, porque sus movimientos son ágiles y exactos y porque se vale de los árboles para seguirte.
En tu prisa por escapar, has olvidado la linterna y no ubicas el camino que debes recorrer para encontrar el campamento. Te detienes sólo un instante, para recuperar el aliento y tratar de ver en la oscuridad. Escuchas atentamente cuando un fuerte rugido rompe con el murmullo nocturno.
No sabías que existieran leones en América.
Lo que sigue es un angustiante silencio.
Continuas corriendo en dirección a la luna, al este, que es la dirección del campamento.
Un murmullo creciente se acerca y empiezas a reconocer voces y palabras. Han salido a tu encuentro y estás a salvo.
Te enteras que el rugido no fue de un león. Fue un jaguar. Ríes un poco histérica. Creías que los jaguares eran sólo leyendas.
Tras un buen regaño por salir sola y sin avisar a donde ibas, te retiras a tu tienda que compartes con dos cocineras de caras risueñas y platicas interminables.
Por fin duermes. Sueñas lo de siempre, con tu príncipe. Pero ya no es el día en que lo conociste, ni la fiesta en que bailaste con él. Es la noche. Es la oscuridad. no ves su rostro, pero eso es comprensible, se ha diluido de tu memoria con el tiempo. Es su fragancia y son sus manos las que recorren el mismo camino sobre tu cuerpo provocando las mismas sensaciones que la mascada que guardaste bajo tu almohada. El color dorado y la noche estrellada se mezclaban con jadeos y lamentos, con una urgencia que desconocías y que ni siquiera sabes como calmar, hasta perderte nuevamente en la misma inconsciencia que te atrapó en el río.
Capitulo 2. Sacrificio.
Un día más. Y te das cuenta que estás viva. No te comió ninguna fiera, ni te consumió el calor sofocante de la selva, pero te sientes como si lo hubiesen hecho. Tu cuerpo te duele y los rastros de humedad que dejó el sudor en tu ropa son desagradables.
Un día más cumpliendo con sus labores diarias. Siguen avanzando poniendo atención a las señales que indican los vestigios de una civilización perdida.
Un día mas. Aun faltan muchos por caminar, Pero éste ha llegado a su fin. Nuevamente montan el campamento. Esta noche te han advertido que no vayas al río y te ha tocado “bañarte” con un cubo groseramente pequeño.
Tus ojos verdes observan a tus compañeros reunirse alrededor del fuego. Puedes sentir la inquietud en el aire. Te acercas con la seguridad de que ésta noche será como las anteriores, llena de leyendas de sus creencias. Sabes que sólo acabará cuando el eclipse haya pasado y ellos puedan volver a estar tranquilos porque ningún dios antiguo se ha robado a la luna.
Has pasado gran parte de tu vida en este extraño país y sin embargo cada día encuentras algo nuevo con que sorprenderte. Nunca comprenderás del todo ese misticismo en que se envuelven todas sus supersticiones. ¿Cómo hacerlo? Eras apenas una niña cuando un exagerado castigo te trajo a México. Si bien el trabajo arduo era demasiado para alguien de tu edad, lo podías soportar porque ya habías pasado por esa experiencia.
Fue el choque de identidades lo que toda la vida te ha hecho sentir que no lograrás adaptarte a éste hospitalario país. No fue fácil para ti entender ésta mezcla de culturas. Creían en el mismo dios que tu, pero también en otros espíritus sobrenaturales heredados del pueblo que habitó antes esa misma tierra. Los interpretaron como santos y unieron las tradiciones. A una misa se le agrega una danza, a una oración le corresponde una ofrenda porque creen que los dioses pueden morir si no se les alimenta. Su veneración por la muerte también te causa sorpresa. Tantos años viviéndolo y cada noviembre es igual recordando el impacto que te llevaste al saber que era la fecha en que los muertos regresaban. A veces esperas ver un cuerpo descarnado merodeando los altares. También su idioma fue algo muy complicado. No las palabras per se si no los dobles significados. Muchas veces caíste en la trampa de tus propias bromas.
Tantas y tantas cosas son diferentes.
Muchas no las has podido aun asimilar, pero otras...
Te hacen sentir parte de este noble país. Sus habitantes son como tu, alegres con el corazón triste. Capaces de soportar grandes cargas sobre sus espaldas y siempre tener una palabra de animo para su vecino. Nunca dudar en echar una mano, Con una entereza que les permite trabajar jornadas extenuantes y finalizar el día aun cantando. Tus sonrisas siempre encuentran eco en esas caras brunas.
Poco a poco el círculo alrededor del fuego se ha formado, quedan algunos huecos intercalados. Te llaman para que ocupes tu lugar. Sabes que no servirá de nada negarte. Cerrar el día contando una historia es algo que acostumbran hacer. Muchas veces lo has disfrutado. Los mayores cuentan a los mas jóvenes sus experiencias, sus aventuras, a veces sólo historias que han pasado de boca en boca.
Sus cuentos no son los mismos que conoces tu. No hay entre sus raíces algo que se asemeje a los cuentos que escuchaste de niña donde la damisela siempre lograba el amor del príncipe. La mayor parte del tiempo te gusta escucharlas. Rebosan de imaginación al descubrir los orígenes del maíz, al explicar porque hay un conejo en la luna o porque las personas de tez blanca son bien recibidas entre ellos. Esa es una historia que no te cansas de escuchar. Ese hombre blanco y barbado llegó a esta tierra y les enseñó tantas cosas. La incomprensión de otros lo hizo caer en desgracia. Tuvo que alejarse en una balsa de serpientes adentrándose en el mar, mas allá del horizonte. Prometiéndoles que muy pronto llegarían mas como él, como Albert.
Ese solitario hombre barbado fue como un ángel y con quien te identificaste instantáneamente. Él también tuvo que vivir perseguido porque no era comprendida su forma de vivir. Y aun esperas se vuelva realidad esa promesa de volverse a ver.
Has hecho del miedo y la desconfianza un arte. Es el efecto que te causa el ambiente mítico de esta excursión. Quieres volver pronto a casa y reunir suficiente dinero para regresar a tu país donde todo es común y explicable.
Estás sentada entre Pepé, el director de la excursión y la doctora O´Brian.
Corresponde a Carmelo entretenerlos esta noche. Él es el más viejo del grupo y se ha ganado el respeto de todos por su sabiduría. Cuando clava sus ojos en una persona parece que la clava hasta su alma. A ti no deja de parecerte un poco siniestro, pero no tanto como Abdul el guardaespaldas de Patricia. Él la sirve y la protege en deuda porque ella salvó su vida, Cosa que no puedes entender. Ella es tan pequeña como tu y él seguramente mide dos metros y pesa tres veces lo que ella.
Escuchas la voz cascada de Carmelo iniciar su narración, te enteras que esta historia no es una de esas bellas leyendas donde todo acaba bien. Como podría serlo siendo el protagonista Tezcatlipoca.
Capitulo 3. Tezcatlipoca
Tezcatlipoca.
Lo conoces.
Es el Dios que corrompió al dios barbado. Ese par ha estado en permanente pugna desde su creación, provocando la muerte de los anteriores soles. Ambos con iguales poderes, hijos de los mismos padres, uno regente de la tierra, otro del viento.
Para ti el nombre de Tezcatlipoca estará perennemente ligado a la destrucción y el mal. Es un bandido, eternamente joven. Abusa de sus poderes para asustar a la gente. Siempre incita para crear discordias.
Con las palabras de Carmelo te enteras de nuevas “cualidades” de este maléfico ser. Dotado de las cualidades del sol, él las aprovecha para traer la sequía y la esterilidad. También es invisible, la herramienta perfecta para el burlador. No se conforma con ser el astro más brillante del día, quiere también dominar la noche. No es que se oculte en el horizonte al concluir el día. Se adentra al inframundo donde puede volver bajo la forma de una sombra fugitiva, de un monstruo espantoso o de un jaguar.
Te han enseñado a temer al jaguar, mucho antes de suceder la experiencia de anoche.
Para los antiguos un jaguar representaba el máximo poder. Todos pueden ser su presa, sin que él lo sea de ningún depredador. Sólo se asocia con los más fuertes, los guerreros y los cazadores, con los omnipotentes, magos, sacerdotes y reyes. Sólo logrando una igualdad espiritual con la fiera es que el hombre puede enfrentársele. Era un extraordinario enemigo.
Por fin Carmelo ha terminado la historia narrando cierta festividad donde un hombre extremadamente atractivo era elegido para representar al Dios. Durante un año vivía a todo lujo, le prodigaban comodidades y placeres. Vivía entregado a la profanidad y la lujuria. Carmelo sonríe de manera odiosa engolosinando el honor que para cualquiera era representar a Tezcatlipoca y perecer sacrificado al culminar el año para dar oportunidad a otro de que el Dios renazca en él.
Te llena de disgusto que exista todo un ritual dedicado a este fanfarrón. La gente también lo adoraba porque a sus crueles burlas le deben la danza y la música. Y es quizá porque de ahí heredan ellos su sentido del humor, de un Dios ambivalente, manipulador. Era un Dios de contrarios, como si a veces fuera el salvador y a veces fuera la imagen que se refleja invertida en su famoso espejo humeante.
¡Y pensar que debes repetir toda la historia a Patricia! Es parte de tu trabajo como traductora y el de ella como investigadora de esta curiosa cultura. Tratas de ser lo más fiel a las palabras de Carmelo. Omites los comentarios que tienes al respecto. Patricia escucha atentamente y no deja de escribir notas y hacer preguntas. Pepé te aclara algunas dudas sobre el por qué eligió Carmelo hablar esta noche del dios soberbio que se burla de sus devotos, los engaña y los guía por los caminos de las actividades profanas.
Todo el coraje que sentías se transforma en miedo. Los demás habían preguntado a Carmelo qué esperaba él de la noche del eclipse. Estaban concientes de la profecía que anuncia que el final de la tierra sucedería cuando los jaguares asciendan del inframundo para devorar el sol, la luna y tal vez el universo. Él les respondió que podrán ver el sol al día siguiente si éste eclipse sólo es una muestra más del perverso humor de Tezcatlipoca.
Terminan de recoger los restos de comida y alimentar el fuego para que aleje a los animales durante la noche. Los hombres se reparten las guardias y todos se retiran a descansar.
La historia que contaron esta noche te ha dejado tan inquieta que no logras conciliar el sueño. Cansada de dar vueltas en tu lecho decides levantarte por un vaso de agua. Varios vasos después sientes más calor. Piensas pasar el rato platicando con quien se ha quedado de guardia, pero está dormido. Lo mueves un poco pero no despierta.
Un leve crujido te distrae de tu tarea. Vuelves la cabeza hacia el lugar de donde brotó el sonido, pero no ves nada. Una sombra sin forma se desliza entre los árboles. Una brisa agita las hojas, sin embargo la sientes pendiente de ti. Te sigue a donde vas, se mueve a donde tu te mueves. El fuego se debilita si te acercas. Comienzas un juego para obligarlo a manifestarse. Te escondes. La presencia te encuentra. Lo sientes cuando está cerca. El aire cambia. Los colores se vuelven opacos, pero nunca llega a tocarte. Quieres descubrirlo encontrarlo, tocarlo y que te toque. Y los papeles se invierten. Lo buscas. Buscas algo que no ves pero que está. Y la búsqueda se vuelve urgencia, un deseo anticipado que te acosa y esperas que sea de la misma forma que anoche, que te acaricie, que se aventure en sus avances, que prospere y que llegue a un fin.
Capitulo 4. Jaguar
Abres los ojos y recuerdas la noche anterior, la curiosidad, el frenesí de la búsqueda, la ansiedad. Pero no recuerdas haber vuelto a tu lecho. ¿Acaso lo soñaste?. Las imágenes difusas no coinciden con la realidad. Pero la sensación de algo inconcluso sigue ahí.
Las miradas interrogantes de tus compañeras sobre ti te hacen emitir una sonrisa culpable. Les preguntas si no las dejaste dormir. Ellas responden asintiendo. Te disculpas y prometes no volverá a pasar.
En vez de desayunar con los demás prefieres ir a darte un baño acompañando a Abdul que se ofreció a ir por el agua. El recorrido es en silencio. Ni Abdul habla inglés o español, ni tu árabe. Llegan a un vertiente del río. Él se encarga de su mandado y tu le explicas con señas que es un momento volverás.
Subes un poco y encuentras una poza. La vegetación es tan tupida que te permitirá ocultarte para darte un rápido baño antes que Abdul termine de llenar las cantimploras y demás trastos que lleva consigo.
Rápidamente preparas tus cosas. Nadas un par de metros y antes de hacer cualquier otra cosa escuchas como hay alguien más nadando. Te ocultas tras unas rocas que resultan ser la entrada a una cueva. Lo ves aparecer rodeando el curso del río. Si gritas atraerás su atención. Lo único que haces es cubrir tu cuerpo de la mejor manera posible por si llegara al mismo lugar que tu. Llega a la orilla en el mismo punto en que tu te metiste sin percatarse de tu presencia. Apoya las manos en la roca y se impulsa con fuerza para salir del agua.
Ves todo el largo de su espalda y más. Ves sus manchas irregulares sobre su piel dorada. Ves su cabello rubio chorreando pesado, cubriendo casi la mitad de su espalda y una herida aun sin cicatrizar en su costado.
“Es el jaguar. Lo mismo ataca en tierra, desde los árboles o en el río. Su piel se distingue por su belleza y color. Pero sus manchas son las que siempre han llamado la atención. Se dice que representan las estrellas”
Es la voz de Carmelo, martilleando en tu mente.
Una vez fuera del agua puedes apreciar la fortaleza de su cuerpo y la elegancia de sus movimientos. En el momento que voltea hacia ti, te repliegas contra la pared y volteas hacia ella para no verlo. Como si la naturaleza conspirara en tu contra, el agua que se desliza por la roca ha formado una suerte de espejo. En él ves el reflejo del jaguar, ahora convertido en humano. Lo ves acicalarse, escurrir el agua de su cabello húmedo que cae sobre su rostro impidiendo que veas sus facciones. Apenas distingues los ojos en su rostro tal como lo describiera Carmelo.
“como los astros, su piel brilla más que cualquier otra luz. Es el jaguar; de ojos como profundos pozos, trozos del cielo nocturno, que le permiten ver en las noches más oscuras y nunca perder una presa...”
Apenas has parpadeado y encuentras con que ya se ha vestido con prendas sacadas de su maligna magia seguramente. Tu has estado en ese lugar hace unos segundos apenas y no has visto nada mas que hierba y tierra.
Con temor ves que él no es tan despistado como tu. Él ha encontrado tu ropa. La examina y la huele. Sus ojos te buscan alrededor. Gritas con todas tus fuerzas “ALEJATE” y quedas al limite de tu resistencia.
En respuesta, él deja caer tu ropa y se aleja riendo. Su risa es siniestra. A tus oídos suena llena de burla, amplificada por el eco de la caverna.
Nadas rápidamente a la orilla y revisas tus cosas, como si pudieras encontrar cualquier maleficio que él haya puesto sobre ellas. Abdul llega un segundo después de que te has vestido, vociferando. Tu respondes de igual manera, alterada. Le pides que busque al jaguar pero no te entiende. Te lleva a jalones donde están las cantimploras y te da una buena cantidad para cargar. Regresan con prisa esta vez.
El campamento está por empezar la marcha y han llegado justo a tiempo. Parecen tener más prisa que otros días. Abdul discute con Patricia, la única persona que lo puede entender. Tu te acercas a Pepé. Tienes que contarle a alguien lo sucedido.
Lo que escuchas te deja paralizada. Pepé y varios hombres más preparan las escopetas. Mientras ustedes estaban en el río. Llegaron dos viajeros asegurando haber tenido un encuentro con un jaguar. Quieres confirmar la palabra de los chicos diciendo que también lo has visto pero callas al escuchar que ellos, además, fueron atacados. Contando con la suerte de que un desconocido se interpusiera entre el ataque de la fiera, ellos, que no dudaron en aprovechar el enfrentamiento. Lograron herirlo en un costado antes que huyera.
Era el jaguar. No te queda la menor duda. Viste las manchas en su espalda y la herida de la que hablan los chicos.
Los gritos de Abdul y Patricia se incrementan. Ambos están disgustados y algo te dice que eres tú la razón. Y entre los hombres no logras hacerte escuchar. Ellos no creen en tus palabras. Se dejan guiar por la molestia de Abdul quien no deja de llamarte chiquilla irresponsable. Dos sustos en dos días. Están creyendo que eres como ese chico que anuncia que ha visto al lobo para burlarse de los demás.
No puedes hacer que te escuchen y te crean. Así ha sido tu vida siempre. Una constante lucha contra la adversidad. Acatas las ordenes de Pepé y ya no te alejarás del campamento, ni siquiera acompañada. Lejos de sentirte protegida te sientes prisionera. Quieres ser tu misma quien encuentre al jaguar, para pedirle que deje de atormentarte en tus sueños.
Capitulo 5. Sequía.
Por la tarde la expedición se detiene. Una pertinaz lluvia está borrando los senderos e impidiendo su paso. El temor, el disgusto, los contratiempos, todo se refleja en el humor de tus compañeros de viaje. Ya nadie pone reparos cuando te ofreces para buscar leña seca para tratar de hacer una fogata.
Tienes suerte y bajo un inmenso árbol encuentras suficiente ramas para toda la noche. Buscas hojas de plátano para aprovechar su tamaño y envolver la madera e impedir que se moje mientras la transportas al campamento. Con habilidad usas un pequeño cuchillo para cortar las hojas que aun no han sido despedazadas por la recia lluvia.
El ruido de las gotas golpeando con fuerza las hojas y los charcos te impiden escuchar los pasos que se aproximan, claro en el caso de que hiciera ruido. Una mano en tu hombro te hace girar con sorpresa ves a un hombre rubio frente a ti. Con la estatura y la complexión del que viste en la mañana salir del río.
Pero sus ojos.
No son del color de la noche. Son el mismo cielo.
El mueve los labios, quizá formando palabras en su idioma. Tu no escuchas nada. El ruido de la lluvia lo impide ¿o es el miedo que atascó tus sentidos?
Sólo sientes tu piel erizada y ves como los cabellos de él flotan alrededor de su cabeza.
De pronto se arroja sobre ti. Te arrebata el cuchillo y lo lanza lejos. Te toma con fuerza entre sus brazos y te tira al suelo pegando íntimamente cada parte de su cuerpo al tuyo, formando un ovillo, cubriéndote y urgiéndote a permanecer así. Por más que tratas de luchar en su contra, la posición en que están le da a él completo dominio de la situación.
Un rayo cae cerca. Presionas tu cuerpo contra él buscando más protección. Y permanecen varios minutos así, unidos y estremecidos por el impacto que sacudió la tierra y el terrible sonido del trueno que acompañó al meteoro.
Pierdes el calor de su sujeción y te das cuenta que se está poniendo en pie y estira una mano para ayudarte. Te abrazas a su cuerpo y el abrazo se siente tan familiar, oportuno y tranquilizante.
Hay un incendio a escasos metros. Y esa sed que te ha atacado por días regresa. Sabes que él tiene mucho que ver en eso. Levantas el rostro y lo descubres mirándote.
Otro trueno te hace encogerte en su pecho. Pero él se tensa y te aleja. Sin darte tiempo de agradecerle toma una rama con fuego y se pierde por los muchos senderos que el agua ha abierto entre los árboles.
Lejos de parecerte extraño piensas que él y su hermano seguramente están divirtiéndose arrojándose rayos el uno al otro, aburridos en su vida eterna.
Regresas al campamento con la leña y un poco de fuego que tomaste siguiendo el ejemplo del Dios. Todos permanecen en sus tiendas asustados, vieron al jaguar de nuevo rondando. Ni te esfuerzas en gastar tus palabras y contarles lo que ha sucedido, no tiene caso.
Te pones ropa seca y te retiras a dormir sin cenar. Estás cansada y lo único que quieres es dormir.
El sueño se vuelve tu único escape y a la vez promotor de tus miedos.
Esa mirada de cielo se ha estacionado permanentemente en tu subconsciente. Cielo de noche, cielo de día. Todo se relaciona con él, el calambre en tu vientre cada amanecer, tu repentino cansancio, la confusión que te impide realizar tu trabajo, Hasta el abandono de tus compañeras de tienda. No las dejas dormir a causa de los gemidos y gritos que profieres en tus pesadillas.
Es cierto. El jaguar ha llenado tus noches drenando tu vida y tu energía, dejando un vacío cada mañana. El sueño no termina. Es una eterna persecución ya no sabes quien busca a quien. El jaguar no termina de devorarte, sólo clava sus dientes en los lugares precisos para exasperarte. No te arrastra al inframundo sólo te muestra una pequeña abertura por la cual asomarte, consume tus necesidades sin llegar nunca a consumar cualquier acción.
Una breve charla con Patricia no sirvió de nada. Relatas cada suceso “extraño” que has vivido, las coincidencias entre el relato del Dios Jaguar y ellos. Para ella no hay nada anormal, cree que has sido influida por la magia enigmática de las culturas antiguas. Te aclara que no es del todo cierto la maldad de éste Dios. Fue un recurso de los evangelizadores para que los indígenas aceptaran la existencia su Dios y allanarle el camino a la religión católica valiéndose de un bueno y un malo.
Las confidencias se vuelven un nuevo nexo entre ustedes. Ella trata de recuperar tu ánimo escuchándote y pidiendo consejo pues también está muy preocupada por su prometido. Él planeaba reunirse con ésta expedición una vez que terminara los pendientes que dejaron en Egipto. Ella teme que se haya extraviado. Duda del intérprete que seguramente trajo. Era un aventurero que los ha acompañado en otras ocasiones al cual las reglas nunca le han importado y es capaz de arrastrar a Allistear por toda Sudamérica antes de llegar a México.
Aseguras a Patricia que todo estará bien. Con su prometido y contigo.
Ya no crees en tus excusas. Si te cuestionan callas. Sólo esperas que llegue la noche para seguir durmiendo y el jaguar te acompañe.
Capítulo 6. Santuario
Tus compañeros de viaje rebosan de alegría. Han encontrado las ruinas que buscaban. La mitad de ellos se ha marchado. Pepé ha ido a su Universidad para dar aviso del hallazgo y solicitar más personal. La celebración los tiene a todos eufóricos y apenas te ponen atención a ti. Con tu comportamiento, te has convertido en alguien de quien se mantienen alejados.
En espera de la noche, prefieres ir a dar un paseo que cantar y bailar. No tienes el menor ánimo de hacerlo.
Te alejas del campamento y no te das cuenta que has dejado de escuchar la música. Sigues caminando hasta que el movimiento en los árboles te alerta. Entre cuerdas y hojas están los restos de un animal y en una jaula revolviéndose furioso, el jaguar.
Tienes la intención de acercarte pero prefieres correr. Segura que la trampa es para ti, en cuanto te acerques tú serás las que esté atrapada entre las rejas.
Heeeey ¿puedes echarme una mano? – el grito lejano te obliga a voltear. Tras de ti viene ese hombre, corriendo agitando las manos para llamar tu atención. Doblas en una vereda y corres con mayor velocidad cambiando constantemente de dirección con la intención de perderlo.
- Espera no huyas
El español del Dios contiene una extraña mezcla de acentos. Por alguna razón esperabas que fuera perfecto. Te burlas de ti misma. ¿Cómo un ser antiguo hablaría un idioma extranjero? Lo que debiste haber esperado es que hablara algún dialecto local.
No debería sorprenderte, tampoco esperabas un dios de piel blanca. Éste ser no tiene nada que ver con los altivos habitantes de éste país de bronce.
Distraída con tus pensamientos te encuentras frente a una barranca a la cual estás a punto de caer. De no ser por tus rápidos reflejos y la rama de un árbol tan oportunos habrías sabido que tan duro está el fondo.
Nuevamente de pie escuchas los aplausos y volteas a mirar a tu persecutor. Obviamente no tienes otra salida que enfrentarlo.
- ¿Eres el Dios Jaguar?
- ¿Quitarías esa cara de espanto si te digo que no?
- No te tengo miedo
- Es mejor así. Me gusta que las chicas sean valientes.
- ¿Sacrifican doncellas valientes en tu honor?
- Jajaja. Nunca les he llamado sacrificios. Pero sí es imprescindible que la doncella sea valiente y me satisface más si son como tu con el sol en su cabello, la luna en su piel, el bosque en sus ojos y su sangre dulce – Lame la herida en tu brazo. Retiras la mano con rapidez. La sonrisa en su rostro te deja sin habla – no eres como te imaginaba
- ¿co... ¿co... ¿cómo me imaginabas?
- No lo sé, nadas bajo la luna, gritas con fuerza, te arriesgas sola por la selva y corres como toda una campeona. Creí que eras invencible. Pero... te asusta un gatito.
- No es miedo
- Entonces ayúdame con la jaula. Creo que entre dos la podremos mover – mientras habla asiente con su cabeza y tu sin saber que hacer o decir imitas su movimiento. Sin esperar más te toma de la mano y se detiene bruscamente – ¿sabes cómo regresar? Yo no me he fijado en el camino y puedo asegurar que estoy perdido.
Reconoces que también estás perdida. Cambiaste tantas veces de dirección que descuidaste establecer tus puntos habituales de ubicación. No estás cerca del río. No reconoces ningún árbol sobresaliente, con el sol ocultándose, pronto perderás la referencia del oeste. Sin soltar tu mano el Dios se encoge de hombros y empieza a caminar. Sugiere que lo hagan mientras cuentan con la luz del sol, lo cual aprovechan por un largo rato hasta que finalmente la noche les impide avanzar. Encuentran frutos para cenar y pronto él te llama para avisarte de un excelente sitio para pasar la noche. Con desconfianza llegas a una gran roca bajo la protección de unos árboles inmensos que la ocultan perfectamente, como una guarida. Se sienta y golpeando a su lado te indica que lo acompañes cosa que no aceptas y prefieres recargarte en el tronco de un árbol cercano.
Sentados frente a frente en la penumbra. No piensas dormir en toda la noche. Tienes que vigilarlo. No permitir que se vuelva a acercar a ti. Sopla un viento frío, extraño y la luz comienza a menguar. Levantas la vista al cielo en busca de las nubes, con un poco de preocupación. Si llegara a llover las cosas se complicarían. Pero lo que viste fue peor. La Luna estaba disminuyendo su tamaño. Era el eclipse y el jaguar no había movido un solo músculo para conseguirlo. Un sollozo, un lamento quizá emergió de tu boca atrayendo la atención de él y miró hacia donde tu lo hacías.
- Tranquila. acércate
Sabiendo que no puedes evitar su poder le obedeces. Ocupas el lugar que te ofreciera horas antes y que rechazaste. Definitivamente es más cómodo que la raíz sobre la que estabas sentada. Su calor lo hace más agradable aun. No estabas preparada para el brazo que cubrió tus hombros, ni el fervor con el que te acomodó en su pecho. Como si ese abrazo te pudiera proteger del mismo fin de mundo. Dejaste de temblar en medio de esos fuertes brazos. Él no te soltó. Te abrazó por largo tiempo mientras veían juntos como la luna seguía disminuyendo
- ¿Estás mejor? – pregunta con voz suave. No quieres responder, si dices que si tal vez te suelte. Él inclina su cabeza para mirar tu cara, retira un mechón de tu rostro y lo ves sonreír – yo creo que si. Me alegro
No te suelta. Por el contrario, te abraza con más fuerza. Notas el incremento de la tensión en ambos cuerpos y tu corazón empieza a latir aceleradamente. Incapaz de interpretar correctamente lo que te sucede, te retuerces un poco en el abrazo. Él desliza sus manos por tus brazos con delicadeza y un ritmo lento intentando tranquilizarte y lo consigue. Tu piel se eriza y no puedes evitar relajarte y descansar tu cabeza en su hombro exponiendo tu cuello y dejando al descubierto tu hombro entero donde él recarga su barbilla. Casi sin proponérselo empieza a pasar sus labios por tu cuello hasta alcanzar tu oreja y recorrer ese camino varias veces al mismo ritmo de sus manos en tus brazos. Brindando un masaje lánguido, relajante.
Emites un largo suspiro. Olvidas la luna y el eclipse. Olvidas al jaguar. Sólo eres consciente de esas caricias y lo bien que se sienten.
Tus manos cobran vida propia, comienzan a acariciar los brazos que te envuelven dejando acceso a tu cintura que se ha descubierto por la posición en la que estás. Una de las manos de él se queda estacionada ahí y la otra asciende hacia el escote de tu blusa. Suelta el lazo que la mantiene cerrada. Gimes con anticipación por lo que sabes que está por suceder.
Giras tu cabeza hacia él, sabiendo que tus labios quedarán muy cerca de los suyos. Su boca se posa despacio sobre la tuya y poco a poco se va apretando. Abre sus labios permitiendo que sea su lengua la que acaricie los tuyos. Sus dientes tiran un poquito de tu labio inferior provocando que permitas el paso de su lengua al interior de tu boca que espera ansiosa por ese contacto.
Capítulo 7. Eclipse
Giras para quedar frente a él. Brincas sobre su pierna alentándolo a separarlas y hacer un espacio para ti frente a su cuerpo para estrechar la unión de sus bocas. ambos se pierden en la sensación del beso con fiereza, pasión y lujuria. Sus manos recorren tu cintura retirando tu blusa en busca de piel y de ese punto sensible que hace que un ligero espasmo recorra tu cuerpo. Tus dedos se enredan en su cabello forzando su cabeza contra la tuya moviéndola para acentuar las reacciones que se producen en lugares específicos
Una vez que él encuentra el ritmo y las variaciones del beso, retira tus manos de su cabeza y las guía a su pecho indicándote como moverlas. Encuentras fascinante su piel tan caliente y la firmeza de sus músculos deleitándote al sentir el acelerado ritmo de su corazón. Sus manos recorren tu espalda bajo la blusa explorando, adueñándose de cada centímetro de tu piel. Una mano la mantiene sobre tu espada y la otra la usa para desabotonarse la camisa.
Con suavidad rompe el beso y dirige tu cara contra la piel de su cuello. No necesitas más estímulos. Tienes mucha curiosidad por saber si conseguirás el mismo efecto en su cuerpo. Los gemidos y gruñidos que emergen de sus labios confirman lo que puedes conseguir y deseas más. Deslizas la camisa por sus hombros y aprovechas que aun hay algo de la luz de la luna para contemplar la belleza de su pecho y como la luz de plata lo hace brillar.
Él aprovecha este descuido de tu parte para sacar por encima de tu cabeza tu blusa y también el corpiño que protegen tus senos de sus ojos ávidos. “Quien necesita a la luna” lo escuchas murmurar débilmente antes de que su boca cálida se apodere de tus senos. Los prueba con sus labios hasta conseguirlos duros y a tus pezones, erguidos, castigándolos levemente con los dientes, absorbiendo, lamiendo, mezclando tu sudor y su saliva, consiguiendo un concierto de gemidos de placer, mientras te estrecha con fuerza por la cintura. Tu acaricias y recorres sus hombros clavando las uñas cada vez que sientes que no puedes soportar más esa exquisita tortura.
Tus piernas se ablandan y apoyas tu peso contra él. Sostiene tu espalda con ambas manos. Te ayuda a sentarte sobre su regazo con un brazo rodeando tu cintura por la espada y el otro recorriendo el contorno de tu cadera para librar tus piernas de la falda. Sin descuidar tu boca que también exigía atención.
Sientes el calor extenderse por todo tu cuerpo, principalmente en los puntos de fricción, en la boca, en tus senos frotándose contra su pecho, en tus piernas y caderas. Gozas de las caricias expertas de sus manos que se aventuraban cada vez más hacia donde el calor se concentraba con mayor intensidad.
Después de una lucha con tu falda y tu ropa interior quedas completamente desnuda. Te mueves incómoda sobre él acentuando el peso de tus caderas sobre su erección provocando que él emita un nuevo jadeo más fuerte que los anteriores e induciendo que te acune entre sus piernas y su pecho. El beso y el balanceo marcan un nuevo ritmo, lánguido, acompasado, eterno. Manteniendo a raya tu desesperación.
Rompes el beso, no quieres seguir el juego donde él marque el ritmo. Quieres averiguar hasta donde se puede llegar, hasta donde se rompe esa tensión que genera en tu cuerpo con sus caricias. Besas sus mejillas, su mandíbula y repites en sus tetillas la misma fórmula que él aplicara anteriormente. Lo sientes temblar y escuchas su risa entrecortada por los jadeos. Una de sus manos se coloca en tu cabeza y revuelve tus cabellos mientras la otra se desliza por tus piernas separándolas y buscando el calor palpitante entre ellas, encontrando un punto inflamado logrando hacerte gritar con un sólo roce de sus dedos. Te abrazas con fuerza a él y arqueas tu cuerpo pidiendo que lo vuelva a repetir. Un incendio abarca todo tu cuerpo al sentir el ritmo creciente de las caricias y más aun cuando lo sientes ahondar en el camino exacto donde tu cuerpo lo reclama.
Sensaciones inexplicables se amplifican y se convierten en un ascenso prodigioso hasta alcanzar una cota intolerable y romperse en mil contracciones intermitentes que te dejan temblorosa, jadeante y febril.
¿Es así como se sienten los sacrificios? ¿Es por eso que Carmelo dice que es la sucesión de la muerte a la vida?
El dios te mira con ojos brillantes. Te retira los mechones húmedos que caen en tu rostro y deposita un beso tierno y dulce para apaciguarte. Estás demasiado sensible al contacto. Tu cuerpo se exalta nuevamente y atacas con voracidad esa boca deliciosa buscando el alivio que ya conoces.
Tus manos recorren su cuerpo en busca de sus manos, que no las sientes sobre ti. Finalmente las hallas en la cintura de su pantalón. Un breve momento de claridad destaca en medio de tu delirio. Te arrodillas nuevamente junto a él y le das el espacio para desnudarse. Con lentitud se saca las botas y después el pantalón y aunque ya no es mucha la visibilidad, no necesitas luz para adivinar cada palmo de su cuerpo. Ya lo conoces y has soñado con él. Perdida en tu ensueño no has notado como él ha dispuesto de la ropa de ambos y la acomodado sobre el lecho de hojas secas. Con tristeza crees que es la señal para ir a dormir. La respiración de ambos continúa agitada y realmente tienen que descansar.
Gateando subes a la improvisada cama y él se recuesta a tu lado. Te abraza amoldando tu cuerpo al suyo, llenando de besos tu cuello, presionando su erección contra tus muslos. Él aun está tenso y no ha encontrado alivio. Todavía no has profanado el santuario de su cuerpo ¿es demasiado pecado para una mortal?. Miras al cielo y la luna está a punto de desaparecer. Si es el fin del mundo, a quién le importa que pierdas tu alma por acercarte a un Dios.
Ruedas hasta quedar frente a él. Buscas su boca y él corresponde con una intensidad que casi te aturde. Esta vez no hay juegos ni desvíos. Sus manos recorren tu cuerpo de manera febril, sin darte apenas tiempo de respirar entre un mar de jadeos. Tus manos bajan por su abdomen. A ti aun te faltan partes de su cuerpo por reconocer y sigues la línea de vello que te conduce hasta su entrepierna. Encuentras la confirmación de que su excitación aun debe ser atendida. Dura, rígida, erguida, la tomas entre tus manos y la sientes palpitando justo como sucede en tu interior. Deslizas tus dedos por ella, sintiendo como crece y se vuelve más dura. ¿Eso lo estás haciendo tu? La prolongación de los gemidos que mueren en tu boca lo confirma.
Su mano sobre tu mano guía algunas caricias y atrae tu cuerpo al suyo y poco a poco se recuesta encima de ti. Su mano acompañando la tuya dirigen su erección entre tus muslos tanteando, aprovechando la humedad ahí reinante. Se desliza y se mueve de forma enloquecedora antes de hacer una ínfima pausa para mirarte a los ojos y entrar en tu cuerpo despacio llenándote completamente de él.
Siguen mirándose a los ojos a pesar de que la oscuridad es casi total. Arqueas levemente tu cadera para estrechar el contacto de sus cuerpos. Él se inclina y toma tu boca y se funden en un candente beso. Entonces levanta su pelvis y la vuelve a bajar una vez y otra más. De manera controlada y sutil establece un ritmo constante, mientras tu respondes de manera instintiva a cada embestida. De común acuerdo el ritmo va volviéndose feroz y descontrolado y vuelves a llegar a ese punto donde todo estalla, pero él no se detiene y tu ansiedad se vuelve más poderosa. Clavas tus uñas en sus hombros buscando aferrarte de algo para mantenerte en este mundo y no fragmentarte. Es el momento en que él aumenta la velocidad y potencia desafiándote a acompañarlo más allá de lo que creías imposible. Una rápida mirada al cielo y encuentras sólo oscuridad. La luna ha sido totalmente tragada por la sombra de la tierra. Sientes que te pierdes en esa oscuridad con un grito donde se desborda toda la tensión dentro de tu cuerpo y la sobrepasa hasta el aire.
Él corresponde a tu grito sujetando con firmeza tus caderas y en medio de una intensa sacudida da un último embate para derramarse y explotar de igual forma que tu.
Capitulo 8. Renacimiento.
Antes de despertar totalmente percibes su aroma y sientes el cerco de sus brazos alrededor de tu cuerpo. No fue un sueño. Has compartido la noche con un Dios, aunque en algún momento comprendiste que era un humano. O así lo quieres creer para que no se convierta en un imposible.
Abres los ojos y está junto a ti. Dorado, luminiscente, sus ojos de cielo cubiertos por sus párpados y sus labios entreabiertos ligeramente inflamados. Recorres todo su cuerpo con la mirada apreciando detalles que ayer no notaste en la oscuridad. Lo que confundiste con manchas en el río son cardenales, debió ser una dura golpiza la que sufrió para que su piel quedara así. También están las líneas rojizas que dejaste en su espalda con tus uñas y 4 más gruesas en su costado, deslizas las yemas de tus dedos por ellas, sientes la superficie áspera de las cicatrices y lo despiertas.
- ¿Te duele? preguntas con un dejo de disculpa por haberlo despertado.
Un poco somnoliento, él lo niega.
No le crees. Depositas un beso en cada una de ellas y él desliza su pierna entre las tuyas, advirtiéndote de su deseo al presionar su sexo duro contra tu pubis. Rodeas su cadera con una pierna para facilitar su acceso a tu interior. Nuevamente hacen el amor y de nueva cuenta llegas a experimentar esa sensación de evadirte del mundo y retornar con ansias renovadas.
Hacia varios días que no dormías bien, despertando cansada y de mal humor. Hoy, sin embargo, estás despierta desde muy temprano con más vigor del que no recuerdas haber tenido nunca.
Él por el contrario te mira de forma perezosa desde el lugar que compartieron anoche, insistiendo que regreses junto a él. Logras convencerlo que se levante y se prepare para emprender el regreso. Te preocupa que Patty no tenga forma de comunicarse con los demás.
Planean que hacer, es prioridad hallar un camino conocido. Como si él tuviera un sexto sentido identifica señales que no cualquiera puede interpretar. Se mueve con seguridad por la selva. Le preguntas cuantos años lleva viviendo aquí. Te cuenta que llegó hace un par de semanas. Comienza una charla centrada en los diversos paisajes que durante mucho tiempo ha recorrido, los trucos y recursos que ha asimilado.
Finalmente están en el sendero donde lo encontraste ayer. La jaula y el jaguar siguen ahí. Él mata un par de aves para alimentarlo y te explica que sólo es un cachorro. Los cazadores han dado muerte a su madre y él es demasiado inexperto para cazar presas que sacien su apetito. Además está herido, pues unos chicos trataron de capturarlo y él lo impidió. Ha estado siguiéndolo por más de una semana para curarlo. Ha sido muy complicado por las medidas de seguridad de la excursión que lo mantenían asustado. Un animal así es más que peligroso y ha tenido que poner una trampa para encerrarlo, para evitar que haga daño y se dañe el mismo.
Te cuenta de sus planes para ayudar al jaguar. Le pedirá ayuda a un amigo que vive en la ciudad. Tiene un gran rancho a donde piensa llevar al jaguar hasta que alcance la edad adulta. Entonces lo devolverá a la selva. Escucharlo decir eso te entusiasma, no sólo porque está intentando salvar la vida del animal, si no porque piensas que se quedará al menos los meses que faltan para que el jaguar pueda valerse por si mismo.
Así que no puedes negarte a ayudarlo a cargar la jaula cuando te lo pide de nuevo. Ya no tienes miedo de la fiera. Extrañamente el jaguar está muy tranquilo. Con unas cuantas caricias él logro que no diera dificultades en el camino. Ayudados de dos fuertes ramas cargaron la jaula con dificultad.
Cerca del río se detienen a descansar y recuperar fuerzas. Hay un fuerte lazo entre ustedes que va más allá de la unión física que han compartido, es como si se entendieran mutuamente sin necesidad de darse tantas explicaciones.
Le cuentas como creías que él era el jaguar porque los veías aparecer en los mismos lugares. No deja de sonreír. Te dice algo similar quería tu ayuda para encontrar cierta hierba que necesita un amigo. Tu lo creías un Dios y él te llama hechicera. Entre juegos y bromas descubren que conoces la hierba que él necesita. Es un poco difícil de identificar porque guarda gran parecido con otras que son peligrosas. Pero la encuentran en gran cantidad.
Retoman su camino, sientes que el jaguar ha aumentado de peso y cada vez es más difícil cargar la jaula. Por fin llegan a una cueva. Pero antes, de entrar él grita muy fuerte para avisar que ha llegado. Otra voz responde y poco a poco se va haciendo más clara hasta que ves a un hombre emerger muy enfadado. Es igual de alto que él pero con cabello oscuro y unos lentes para el sol. Trae una barba de días y sus pasos son vacilantes.
Con reclamos, tanto en inglés como en español, riñe a tu acompañante el por qué de su ausencia anoche. Pasó un gran susto cuando se oscureció y por un momento creyó que la fiebre lo estaba dejando ciego pero que no pudo pedir ayuda ya que Albert insistía en buscar a ese gato. Saber que sólo era un eclipse no lo pone más contento, al parecer a él le fascinan esos fenómenos y vuelve a maldecir a la fiebre por matar a sus neuronas que tenían que recordarle de este suceso.
Tú emites un leve jadeo de sorpresa ¡no le habías preguntado su nombre! Se llama Albert. Es un nombre que siempre estará ligado a tu vida.
El hombre de cabello oscuro por fin repara en ti. Mira suspicazmente a Albert y hace un comentario sobre como es capaz de conseguir cada cosa que desea.
Epílogo.
Su actitud cambia un poco. Ya no se muestra tan enfadado y te invita al interior de la cueva. Mientras Albert adecúa un lugar para el jaguar y te pide que le prepares un té a su amigo.
Su amigo se presenta como Stear. Al escuchar tu nombre, Candy, recuerda a una amiga con el mismo nombre. Precisamente por eso aprendió español para poder venirla a buscar a este país. Él y sus primos planeaban venir a buscarla y se estaban preparando cuando los mandaron a estudiar a Londres y tuvieron que olvidar sus planes. Conocieron nuevas chicas y con la guerra cada quien eligió un camino distinto. Stear siguió a Patty y estudió antropología con ella. Han viajado juntos e investigan para la misma universidad.
Fue así como conocieron a Albert. En África lo contrataron como guía. A él le pareció familiar y necesitaba alguien con quien conversar, alguien con quien tuviera cosas en común. A Patty le desagradó porque apareció de la nada en la mitad de una de las excavaciones. Por mucho tiempo lo creyó un ladrón de tesoros. Pero fue de mucha utilidad, mucho más que los guías que les había proporcionado la embajada. Más tarde descubrieron que pertenecen a la misma familia: los Andrew.
La coincidencia te deja boquiabierta. desde luego que no esperabas volver a ver a los chicos Cornwell luego de que no recibiste respuesta a las cartas que les escribiste cuando te enviaron a México. Ahora entiendes el porque no llegaron a leerlas. Estaban en otro país.
Poco a poco todo se aclara. Allistear es el novio de Patricia. Vinieron en su búsqueda pero la fiebre lo atacó. Como seguramente ella iba a armar un lío y tal vez cancelar la excursión por cuidarlo, decidieron mantenerse al margen pero Albert descubrió al jaguar y desvió su atención. Así que han estado moviéndose de un lugar a otro en vez de dejarlo reposar. Albert lo mira de manera asesina cuando le da la razón a Patty por desconfiar de él y jura nunca más dudar del instinto de su novia.
Le propones a Alistear que regrese contigo. El campamento se establecerá por varias semanas ahí. Él podrá recuperarse y Patty lo cuidará sin desatender su investigación. Tras discutirlo un poco con Albert, quien se muestra renuente a dejar al jaguar sin vigilancia, deciden hacer lo que propones. Pero Albert avisa que se marchará cuando el jaguar haya sanado y lo llevará con su amigo.
Llegan al anochecer al campamento. Los reciben apuntándoles con las armas. Por el aspecto de ellos creían que te habían secuestrado. Estás tratando de explicar que no es así cuando llega Patty y aclara todo. Eres testigo de que Stear no mentía respecto a la desconfianza de Patty por Albert. Con las cosas en su sitio los siguientes días retoman su sencillez anterior.
Si alguien te hubiera dicho al comenzar esta excursión que verías a uno de los tres chicos que conociste en tu adolescencia jamás lo hubieras creído. Muchísimo menos si además con él viniera una de las personas que más han marcado tu vida. Por extraño que parezca éste Albert rubio es el mismo Albert barbado que conociste en el bosque de los Andrew.
Los días junto a él son maravillosos. Hablan por horas. Las leyendas ya no tienen el mismo efecto terrible si las escuchas cobijada en sus brazos. Y cada rincón en la cueva, el río o las ruinas es perfecto para un encuentro furtivo.
Te dolerá tanto perderlo. Por eso estás llorando frente a un jaguar al que llamas Tezca. Con Stear recuperado Patty cada vez ocupa menos tus servicios como intérprete y las heridas de Tezca han sanado al grado que ya no permanece en la jaula. Albert lo ha atado con una correa muy larga para que pueda moverse un poco más libremente.
Te sientes patética pidiéndole a un animal, que alguna vez consideraste un Dios, te diga como armarte de valor para pedirle a Albert que te lleve con él, a donde quiera que vaya. En medio de tus sollozos te parece escuchar una voz muy ronca. Callas para escuchar más atentamente. La voz sigue fuerte y ronca. Te pide que lo dejes libre. Por un instante crees que es Carmelo o Stear jugándote una broma, pero sabes que estás sola. Pocos se acercan tanto a Tezca.
Miras a Tezca y le preguntas en voz alta si quiere que lo sueltes. Para tu sorpresa, él asiente. Le dices que quieres irte con Albert y que si lo sueltas Tezca debe ayudarte a conseguirlo. Tezca vuelve a asentir. Poseída por algún extraño miedo te acercas al jaguar pero antes de que llegues a él, una figura se interpone. No puedes verlo porque el reflejo del sol te da de frente. Ésta persona le quita el collar a Tezca antes de que puedas tu hacerlo. El jaguar antes de partir, hace una caravana. La sombra sale del reflejo del sol y notas que es Albert advirtiéndole con el dedo índice que debe ser para siempre. Escuchas la voz ronca de nuevo asegurar que así será y se aleja riendo a carcajadas.
Albert te toma en sus brazos y te besa. Este beso es distinto a cualquier otro que te haya dado. Es más dulce, más decisivo. Mientras la luz dorada del atardecer se va haciendo rojiza causando un bello espectáculo, Albert y tu lo ignoran sumergidos en la emoción de su amor.
Como tampoco pueden contemplar el grandioso salto de Tezca en el momento exacto en que se oculta el sol, perdiéndose ambos en la oscuridad.
FIN