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No pensé en él.

Para Martha

14 de febrero 2007

Foro Andrew

No pensé que Albert pudiera llegar a ser algo más que una figura lejana bajo el calificativo de “un amigo de Candy”. Para ella él era un hombre muy especial, tanto que lo quiso invitar a uno de los bailes más importantes del Colegio San Pablo.

Cuando lo conocí no supe que lo podía hacer tan especial. Su aspecto jamás me hubiera impulsado a acercarme a él. Su ropa sucia y desgastada, sus manos callosas, su cabello largo y descuidado, sus ojos ocultos tras unas gafas oscuras. Candy le confió a él mi mayor tesoro, mi tortuga Yuli. Trabajaba en el Zoológico Blue River, Candy nos llevó para que comprobara que mi mascota estaba en las mejores manos posibles. No pude hacer nada más que darle la razón tras la sencilla platica que sostuve con Albert. Su cariño y respeto por los animales fue un reflejo del mío, ambos tuvimos una infancia carente de amigos y encontramos en las mascotas ese compañero en el que siempre podíamos apoyarnos.

Albert se marchó a África y ni siquiera pensé en la posibilidad de que lo volvería a ver. Seguía siendo alguien lejano y extraño. Además de que no podía dedicarle ningún pensamiento porque mi universo orbitaba únicamente alrededor de Stear. Cuando la guerra estalló y mi familia me propuso varios destinos donde refugiarnos de la violencia. No lo dudé ni por un instante al elegir América. Florida era lo más cerca que podía estar del hombre del que estaba enamorada y ante su insistencia abandoné el lugar designado por mis padres y me mudé a Chicago donde él estaba.

El día que visité por primera vez a Candy en el hospital ella nuevamente hablaba de Albert. Con mucho dolor nos contó del estado en que se encontraba y de todas las cosas que se decían de él. Para ella su amigo no era capaz de nada de eso, en ese momento yo no pensaba lo mismo. A pesar de apoyar su idea posterior de vivir juntos tampoco estaba de acuerdo con ella. Lo vi como un acto de caridad, no lo puedo negar, la generosidad de mis amigos me asustaba, era difícil confiar en alguien de dudosa reputación como Albert, de quien apenas sabían algo. No se lo dije a nadie, mi personalidad de tortuga dominaba mis actos, si escondía suficiente tiempo la cabeza en mi coraza cualquier peligro se alejaría.

Lejos de causarnos problemas Albert y Candy fueron para nosotros como un ejemplo a seguir. Su independencia, su valor, su posición frente a los prejuicios de los demás y su capacidad de superación. Eran a quienes acudir por ayuda y a quienes solicitar un consejo. Sobre todo cuando la sombra de la guerra cubrió la faz de Stear solicité su intervención para que lo hicieran desistir de esa idea de enrolarse. Pero ellos no hicieron más que darle alas para envolverse en esa horrible lucha. Pasamos meses terribles desde su partida. Todos teníamos penas que no comentábamos. Angustias ocultas para no agregar más peso a nuestros amigos.

Pero tenían que salir a flote todas. Stear fue dado por muerto en la Guerra y tras su entierro Albert abandonó a Candy. Archie perdió a su único hermano, Annie tuvo que pensar por primera vez en alguien antes que en ella y yo.... yo quise morirme. Nos fracturamos. Albert resultó no ser todo lo que creíamos. Las vueltas del destino nos revelaron que la cabeza de la familia Andrew era ese mismo vagabundo del que alguna vez recelamos.

Hay un servicio religioso por el aniversario de Stear, pero no me atrevo a acercarme, desde lejos contemplo la ceremonia. Albert llega minutos después y se apoya en el mismo auto que yo. Sin mostrar curiosidad por mi actitud ni yo por la de él. Ambos deberíamos estar ahí dentro, pero yo no me atrevo a revivir eso nuevamente y a él lo oprimen esos lugares. Pregunto por Candy y la decepción en sus ojos al decirme que no vendrá me llega hasta el alma. Hace mucho que no la vemos, se mantiene alejada de las cosas que alguna vez la hicieron sufrir y eso no es algo típico de ella. Albert sólo dice que ha cambiado mucho, ya no es la misma de antes.

Coincidimos en que ahí no tenemos nada que hacer, Albert me invita a tomar un café y yo propongo hacerlo en mi hotel.

Hablamos de cosas sin importancia seguramente porque no logro recordar una palabra. Supongo que estamos por despedirnos porque tampoco recuerdo la razón por la que estoy abrazada a su cuerpo. Levanto la mirada hacia él y me pierdo en la ternura de sus ojos. No sé si es él quien se inclina hacia mi o soy yo quien tira de su cuello para acercarlo a mi. Sólo siento sus labios apoderarse de los míos. El sabor del café mezclado con el chocolate de las galletas que lo acompañaron inundan mis sentidos, dulce y fuerte a la vez, como lo es Albert.

Es un beso que trata de ser casto, quizá sólo para dar un poco de consuelo y de a poco va buscando más. Su lengua encuentra camino en mi boca que se abre para pedir más y es todo humedad, se desliza, se resbala, sobrepasa los limites. El beso se estira y se vuelve tan flexible como si fuesen nuestras bocas indeformables llegando a todos lo rincones, saboreando cada resquicio interior.

Su desesperación se convierte en la mía cuando succiona mis labios, mi lengua, con voracidad como si pretendiera extraer mi alma a través de mi boca. Mi necesidad por contacto físico me abruma y me hace apretarme contra su cuerpo hasta desear fundirme con él, sin importar lo complicado que es amoldar nuestros cuerpos debido a la diferencia tan grande de estaturas. El calor que emanando de él me alivia sin embargo no lo siento suficientemente cerca y creo que él tampoco, empezamos a tratar de encontrar nuestra piel bajo nuestra ropa.

Este es el momento en que solía decirle a Stear que paráramos, que no estaba bien lo que hacíamos. Muchas veces él accedió pero esos últimos días antes de su partida a Europa era cada vez más renuente. Hablaba de lo rápido que sucedían las cosas, de las pocas oportunidades que se presentaban, de que la vida que sólo pasaba una vez. Después de ese picnic donde Albert nos sorprendió a todos con su discurso del respeto. Mis defensas se extinguieron no podía negarle algo por lo que yo también sufría, sólo por cerrados designios sociales. Lo amaba, lo deseaba y por un estúpido instante creí convencerlo con eso para que se olvidara de la guerra y viera todo lo que abandonaría aquí. Pero más que nada porque confiaba en él y estaba segura de mis sentimientos y de los suyos.

Me abandono a los instintos de mi cuerpo, en la cama ya no hay diferencias de estaturas que lo compliquen. Albert me recorre de pies a cabeza con sus manos, sus labios, su lengua. Me deja temblando, como si mis huesos se hubieran derretido y sólo fuera liquido lo que llena mi cuerpo. Tengo que rehacerme cuando su voz ronca en mi oído pregunta si yo también quiero tocarlo. No sabía cuantas ganas tenía de sentir su piel bajo mis palmas ni de probar el salado sabor de su piel hasta que oí esas palabras susurradas como una suplica como si surgieran de mis propias ansias.

Nuestros cuerpos húmedos y ardientes a la vez se contorsionan buscando un contacto más intimo que nos ayude a calmar ese deseo violento y explotar todas esas sensaciones para que no nos consuman. Albert se abre paso dentro de mi cuerpo y es extraño, y es diferente, y es sublime. El frenesí nos invade es más rápido y más fuerte, quiero dejar de pensar porque si puedo articular algo será el nombre de Stear y creo que Albert gritará Candy, así que cubro su boca con la mía, marcando el mismo ritmo de nuestros cuerpos hasta que todo se sale de control y sólo somos una masa trémula.

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