"Este Minific le da seguimiento al recuentro entre Albert y Candy después de la última Carta que ella le escribió."
Por: Esperanza
mayo de 2016
Era una bella mañana de verano y Candy se encontraba en el jardín que ella cuidaba con tanto esmero en el Hogar de pony, pues en el, había empezado a cultivar hermosas rosas de diferentes especies que adornaban el lugar y lo hacían lucir majestuoso, impregnando el aire de un dulce y exquisito perfume, que eran destilado por unos maravillosos Lirios color rosa que habían florecido la mañana anterior, sumergida en ese delicioso aroma sus pensamientos volaron a recordar a aquella persona que le robaba el sueño todas las noches, y que tan solo de pensar en él, su corazón latía tan deprisa que sentía que se quería salir de su pecho por la emoción.
Mientras caminaba por todo el jardín, se inclinó a recoger unos hermosos jazmines blancos que también había sembrado y que cuidaba con mucha delicadeza, puesto que, de toda su rosaleda eran las rosas que más le fascinaban por su dulce olor y elegante apariencia, en ese instante pudo visualizar una sombra que se había reflejado sobre las ramas de los florales, y sin decir nada, permaneciendo inmóvil, aún sin darse vuelta, escuchó la voz de esa persona.
-Ni siquiera todas estas Rosas juntas revestidas de esplendor podrían superarte en belleza y delicadeza, sin duda eres la más hermosa entre todas ellas.
Nerviosa y sonrojada por aquellas palabras que había escuchado de una manera dulce, en un tono suave y sereno, cerró sus ojos y sintió como algo inexplicable estremecía todo su cuerpo, haciendo que su corazón se acelerara de prisa. De pronto se dio la vuelta, una sonrisa rebosante de felicidad se dibujó en su rostro y en frente de ella se encontraba la persona con los ojos azules más dulce y cálidos, como el sol que calentaba la manaña.
En un instante los dos se encontraron entrelazados en un fuerte y tierno abrazo, donde el único lenguaje que entendían eran las palabras que se decían con la mirada, sonrièndose el uno al otro y aún unidos por sus brazos, parecía que el tiempo no pasaba, ambos querían que el tiempo se detuviera y permanecer así para siempre.
-Supongo que además de ser más bella aún cuando lloro que cuando río, ahora también soy más bellas que las flores, ¿Eso dices?- dijo Candy levantando el rostro, mirándolo fijamente a los ojos.
-Precisamente eso digo- le respondió él, de una manera muy cariñosa, deleitado en sus ojos verdes y vivaces, mientras acariciaba con delicadeza y ternura sus sonrojadas mejilas- te aseguro Princesa Candy que todas ellas han de estar celosas de ti.
-¡Dime por que no me avisaste que venias Albert!...¡te hubiera preparado algo! y yo también me habría preparado mejor, ¡mira en las fachas que me encontraste! ¡Ay no, que vergüenza!
-No debes apenarte por nada, yo te encuentro más bella que nunca, además quería darte una sorpresa. Me gustaría que vinieras conmigo a Chicago, la Tía Elroy cumpleaños y todos los del Clan estarán reunido para celebrarlo, incluso Archie tomará dos semanas de vacaciones antes de entrar a clases de verano, y de seguro que Annie estará presente también. A si que! mi bella dama! yo quiero que tú estés presente con nosotros. ¡Ah! no te preocupes por el doctor Martín, ya le había escrito personalmente para que no tuvieras inconvenientes en dejar la clínica. ¿Tu crees que puedes venir conmigo Candy?
Sin darse cuenta ninguno de los dos, el emotivo encuentro y el diálogo entre ellos había sido presenciado por la Señorita Pony y la hermana María, que habían salido al jardín para buscar a Candy. Sin ser vistas por la pareja que aún continuaban abrazados, mirándose ensoñadoramente, como si nada ni nadie existiera a su alrededor, las religiosas no pudieron evitar continuar observandolos, a la vez que la dos se sonreían agarradas de manos, pareciendo cómplices de la situación. La Señorita Pony al ver que Candy continuaba sin decir nada se apresuró a interrumpir.
-¡Uhm!..¡uhm!..¡Claro que puedes ir Candy, disculpen la interrupción!- dijo la Señorita Pony muy emocionada y risueña - ¿Cómo se encuentra Sr. Andrew? que gusto tenerlo por Aquí, pero por favor entre, pasen a mi oficina, ahí podremos hablar mejor sin que los niños ni nadie más nos interrumpan.
-Hola Señorita Pony , hermana María, ¿Como han estado?...disculpen que haya venido sin previo aviso,quería sorprender a una pequeña traviesa trepadora de árboles..¡jajajaj! - rió divertidamente Albert.
-No se preocupe Sr. Andrew, esta también es su casa, puede venir las veces que quiera, las puertas de este recinto están abiertas para usted cuando la necesite- respondió la hermana María, mientras Candy continuaba callada sin decir nada- pero pase por favor, ¿Que quiere para tomar, un té o un café?
-¡Si! Vamos Albert- respondió Candy, un poco nerviosa por la forma en la que las dos mujeres religiosas los habían encontrado- ¡te prepararè algo para desayunar!
Ya adentro en el despacho de la Srita. Pony, después de Albert haber explicado el motivo de su visita, todos habían estado de acuerdo con que Candy partiera de inmediato con él hacia Chicago. La pequeña Pecosa que a sus 22 años se había convertido en una Bella Rubia de Cabellera larga y rizada, que cubría más de la mitad de su espalda y busto, aunque era rara las veces que se la podía ver con el cabello suelto, hoy era diferente, pues ella se sentía más hermosa que nunca. A pesar de tener una estatura de no más de cinco pies, tenía una figura esbelta, atlética, con ligeras curvas que moldeaban bien su cuerpo, que la hacían lucir bella naturalmente y encantadora, sin importar el tipo de ropa que llevara puesta, y que tan recogido trajera el pelo, incluso las apariencias de sus pecas habían disminuido y ahora se le veían de una manera más refinada y asentada.
- Con permiso Srita. Ponny, hermana María, Albert, voy a preparar mis cosas para que podamos partir de inmediato, por favor sigan ustedes conversando, trataré de no tardarme mucho.
Candy se dirigió hacia su habitación, estaba feliz y emocionada, no podía creer que el hombre por el que suspiraba desde hacía un tiempo estaba en el hogar de pony , que había venido por ella desde muy lejos, por la razón que fuera, ya que él hubiera podido enviar a su chofer a recogerla como lo había hecho en varias ocasiones, pero esta vez había venido personalmente, igual que la última ocasión en que se habían visto, pero ahora había algo diferente en su rostro, algo más profundo en su mirada.
Ya preparada para tomar un baño, no pudo resistirse ver su propia imagen reflejada en un espejo, que se encontraba en una esquina del lado derecho de su cama, y que le mostraba por completo su figura. Soltando con delicadeza su larga melena rubia, dejándola caer suavemente sobre su pecho que le cubría por completo sus senos perfectos y redondos, bajó hasta su cintura la bata de baño que traía puesta, mientras se acariciaba sus caderas y vientre recordaba y susurraba las palabras que Albert le había dicho varias horas antes: ni siquiera todas estas Rosas juntas revestidas de esplendor podrían superarte en belleza y delicadeza, sin duda eres la más hermosa entre todas ellas.
Aquellas palabras la hacían sentir algo muy especial que nunca había sentido jamás, por primera vez se estaba sintiendo bella y mujer.
-¡Candy!....aún no te has preparado,- le gritó la hermana María detrás de la puerta sin llegar abrirla.
-No, ¡aún no Hermana Maria!..¡ya casi termino!.
Ya lista Candy para partir con Albert hacia Chicago, se despidió de la Hermana María y de la Srta. Pony, entre abrazos y lágrimas, y de todos los niños que lucían muy triste al verla marcharse. Albert le abrió la puerta del lujoso auto que manejaba de la marca Rolls Royce, el cual para la época, solo las personas muy acaudaladas podían exportar un coche inglés, desde Europa hacia Estados Unidos.
Sintiendo la suave brisa que entraba por las ventanas del coche,parecía estar viviendo un sueño, estando junto al hombre que su corazón le gritaba calladamente que amaba, los dos se miraban de reojo y sonreían sin decirse palabra alguna.
-¡Sabes Candy! Te compré muchos regalos! pero tengo uno en específico que mandé hacer especialmente para ti!.
-¿Que es Albert?..me muero por saberlo.
-Te lo daré apenas lleguemos .¡Oh! Tengo una idea Candy, el cumpleaños de la Tía Elroy es dentro de una semana ¿Quieres ir a pasar unos días conmigo a Lakewood antes de regresar a Chicago?.
-¡Sabes que no hace falta que me lo preguntes!..iría contigo hasta al fin del mundo si me lo pidieras- contestó una dulce y tímida Candy.
Tomando Albert la mano de candy de improvisto, mientras manejaba, entrelazó sus dedos entre los de ella y le depositó un beso en sus nudillos. Candy solo miraba su bello rostro con ternura, el corazón se le quería salir por la boca de lo fuerte que le palpitaba, sus manos le sudaban de lo nerviosa que estaba, aun así, el Joven que ella consideraba su Príncipe no le soltaba la mano. El era conciente de su nerviosismo pero sólo le brindaba una tierna y amorosa sonrisa, cada vez que la observaba, sin quitar la vista de la carretera.
Albert por el contrario, no estaba nada nervioso, su cara reflejaba felicidad, una gran paz y confortabilidad inundaba su corazón, un sentimiento puro y limpio, que le producía estar al lado de la hermosa rubia de ojos verdes,que se encontraba justo a su lado, junto a ella, sentía que lo tenía todo, que no necesitaba nada más para vivir, sólo a ella.
Era casi de noche para cuando llegaron a la mansión de Lakewood, Albert tuvo que bajarse del carro para abrir la puerta de la entrada principal, ya que desde hacía un tiempo la mansión se encontraba deshabitada, solo en algunas ocasiones iban empleados independientes a limpiar la casa y darle mantenimiento a los rosales del jardín y al pasto. Adentrándose por el camino hacia la mansión, las rosas aún rebosantes de colores y vida, parecían darle la bienvenida a Candy una vez más.
-¡Bueno Señorita hemos llegado! Entremos, llevarè el equipaje a tu habitación, y preparé algo delicioso para cenar esta noche, pero primero, iré a darme una ducha, tú también deberías hacer lo mismo, debes estar muy cansada por el largo viaje- le decía Albert de frente, con sus manos apoyada sobre los hombros de Candy - ¡vamos!..¡déjame todo a mi!.
Esa noche, ya casi lista para la cena que su Príncipe le había prometido, Candy se había puesto un hermoso vestido blanco en gasa ondulado que le llegaba hasta la rodilla, con un lindo cinturón que le entallaba muy bien el cuerpo y le hacía lucir una figura muy femenina, sus piernas se veían tonificadas y hermosas, los botines de tacones mediano que usaba, la hacían parecer más alta. Soltó su larga cabellera rubia y rizada. Mirándose frente al espejo tomó de un cajón de su gavetero unos zarcillos en perlas que Albert le había regalado anteriormente, pero que nunca había usado. Con pasos elegantes se dispuso a bajar las escaleras, mientras el joven la aguardaba en el comedor para la tan esperada cena para dos.
-Jajajaja...¡porque me miras así Albert!...¿Es que no me veo bien y no me quieres decir nada para no hacerme sentir mal?- dijo ella incredulamente.
-No, todo lo contrario, te ves realmente hermosa- le dijo Albert, maravillado y deslumbrado por la belleza de la joven-por favor siéntate, déjame ayudarte con la silla, ¿estás cómoda?
-¡Sí!.... ¡Estoy bien!..¡me siento muy felíz aquí contigo!..pero dime, ¿que preparaste?
-Carne asada con ensaladas y patatas, y un buen vino francés..¡todo está delicioso!...¡espera!..¡dejame destapar el vino para servirte un poco!
Acomodados en el comedor para empezar a cenar, Albert se encontraba sentado en la cabecera de la mesa, y Candy a su derecha, casi tan cerca como les era posible, no habían empezado a comer todavía. El ambiente era sencillamente romántico, y se sentía un calor acogedor, con una suave brisa fresca veraniega que entraba por una ventana que se encontraba a medio cerrar. El agradable aroma del exquisito vino que estaban tomando, les endulzaban el paladar y les hacía saborearse los labios de una manera instintiva, como si se estuvieran haciendo una invitación a probar algo más allá que el rojo vino que degustaban, sus miradas se perdían entre el uno al otro, las palabras eran nulas, solo sus ojos se entendían y se compenetraban, a la espera de quién pudiera dar el primer paso.
-¡Candy!...tengo algo que darte, ¡es un regalo muy especial que mandé hacer para ti Princesa!- dijo Albert , sacando de los bolsillos de un pantalon largo, muy fino que vestía esa noche, un estuche negro, muy delicado y adornado con una cinta plateada en forma de regalo.- es una cadena hecha en oro puro, esta medalla que ves, es mi insignia en miniatura y tiene por detrás una dedicatoria para ti, ahora ya no tendrás que llevar la otra contigo en tu pecho, Por favor me dejas ponertela?
Candy no podía contener la emoción por el regalo tan maravilloso que Albert le había hecho, ella siempre llevaba consigo la insignia del Príncipe en su pecho, pero ahora también traería una especialmente hecha para ella en su cuello. Leyendo la dedicatoria escrita en la parte de atrás de la medalla, con sus ojos llorosos se llenó de ternura al leer el hermoso inscrito: Con Amor de Albert para Candy, esas palabras les habían contestado sus dudas acerca de que si su amor secreto era correspondido, ahora ya no le quedaba la menor duda, él también sentía lo mismo por ella. Recogiendo su pelo hacia adelante, dejó que Albert le colocara la cadena en su cuello.
-¡Ya está!...¡te queda preciosa!...bueno señorita, ¡ahora si, es hora de comer!...¡vamos a sentarnos!...¡yo te serviré!
-¡Albert!- dijo Candy en voz suave, antes de que él pudiera servir la cena.
-¡Dime princesa!
-Me gustaría que vieras como me quedan los zarcillos que me regalaste, acércate un poco, ¡estás muy lejos!- le dijo sonriendo sutilmente.
-Ok….¡déjame ver!
En ese momento en que él se acercó para ver sus zarcillos de perlas, los labios de Candy se aferraron a los suyos, introduciendo de manera inexperta su lengua dentro su boca, Albert se quedó sin aliento pero fascinado, solo podía mirarla fijamente mientras ella besaba sus labios de una forma sensual y provocativa, que lo hacía creer que se encontraba volando entre nubes de algodon.
-¡Gracias Albert!... Gracias por siempre estar conmigo y cuidar de mi, por estar ahí cuando mas te necesito...¡te amo!- susurró Candy a la vez que acariciaba su rostro.
-Yo también te amo Candy, eres lo más importante para mí, sin ti mi vida estaría vacía, volvería ser como aquel vagabundo que conociste una vez, sólo que, a ahora estaría sin un rumbo o dirección, viviría en completa soledad y totalmente perdido.
Albert la tomó en sus brazos y la abrazó con fuerzas, levantando su barbilla, la besó en los labios, que hacía poco se encontraban besando los suyos, ambos abrieron su bocas para que sus lenguas se encontraran continuamente, sus cuerpos empezaban entrar en calor , no había tiempo, no había mundo, no había nadie que les interrumpiera ese magnífico momento. Candy introdujo sus manos por debajo de la camisa de Albert, buscando acariciar su musculoso pecho ansiosamente, hasta llegar a su recta espalda, respiraban agitadamente, se mordían los labios del deseo. Se detuvieron por un segundo solo para volver a besarse una vez más.
La noche no terminaba, los murmullos del te amo y te quiero entre la pareja era el único ruido en toda la casa. Albert cargó a Candy en sus fuertes brazos y subió con ella en su regazo, la larga escalera que lo conducía a su habitación. La cena había quedado olvidada en la mesa por completo, para ese momento el hambre no tenía importancia, ahora lo que importaba eran dos seres que estaban dispuestos a amarse y a entregarse en cuerpo y alma.
Capítulo 2
Advertencia: Contenido sexual
El recorrido hacia la habitación de Albert se había hecho placentero para Candy, aún cargada en sus brazos, abrazada a su cuello, pudo percibir un irresistible perfume que no sabía a ciencia cierta, si provenía de su piel o si era una de esas colonias francesas que invaden los sentidos y que poco a poco seduce con el aroma, al menos eso pensaba ella, sino, qué era eso que la mantenía casi extasiada, hasta al punto de sentir cierto placer con el olor.
La puerta de la recámara se abrió con un ligero empuje que Albert le propulsó, en un instante, poniéndola de pies sobre el piso, los dos se encontraban parados delante de una amplia cama, fabricada en madera preciosa, cubierta por lujosas sábanas blancas de seda, que parecía ser hecha para un príncipe y su princesa.
La habitación era espaciosa, con una decoración elegante y moderna. La luz proveniente del pasillo la iluminaba, pero no lo suficiente para estar a comodidad, Albert se apresuró a encender las luces de la recámara, cerrando la puerta a su paso.
Ahora se encontraban a solas en el aposento, parados frente a frente, mirándose el uno al otro. Brindándole una tierna sonrisa, Candy se perdía en las pupilas azules de Albert, mientras él solo se limitaba a acariciarle el rostro con terneza y un poco de nerviosismo, a pesar de que se tenían confianza en casi todo, esta situación era diferente, pues, sería la primera vez que Candy estaría con un hombre, en caso de que ambos tomaran una decisión definitiva. Aunque él ya antes había tenido experiencia, no podía evitar sentir nervios, ya que ahora se trataba de la mujer que amaba, de aquella que era tan delicada, como la bella flor Dulce Candy, que crecía en el jardín de la mansión de Lakewood, y que le hacía honor a su nombre.
Encontrando calma en sus ojos, suspiró hondo, tomándola por las caderas la apretó contra su pecho, la abrazó tan fuerte, como si hubiera querido entregarle su alma a través ese abrazo.
- No sabía que se podía llegar a querer tanto a una persona- le dijo Albert con voz ronca, mientras la aferraba a él.
- Entonces Bert, ¿porque tenemos que estar separados si los dos no lo queremos?- le dijo Candy levantando su rostro, viéndolo directamente a los ojos.
-Te prometo princesa, que ya desde hoy no tendrá que ser así, si es lo que realmente deseas- le respondió él dándole un beso en la frente- Candy, ¿estás segura que quieres pasar la noche conmigo?
-Sí- asintió Candy- estar contigo Bert, es lo más maravilloso que me puede pasar, ¡Oh Dios, estaré soñando!..¡por favor, si esto es un sueño no quiero despertar jamás!- le dijo cerrando sus ojos, como si estuviera añorando que ese momento nunca terminara- oírte decir que me amas y que me quieres tanto, es lo más bello que he podido escuchar.
-¿Te quedarías conmigo entonces?...yo realmente quisiera que ya no te separaras de mí Candy, pero sabes que yo siempre te apoyaría en lo que tú eligieras.
-Albert, yo tampoco quiero separarme de ti, ya te había dicho que te seguiría hasta el fin del mundo, sí así me lo pidieras, quiero que sepas, que lo más anhelo en la vida, es estar contigo.
Después de escuchar la respuesta de Candy, Albert la volvió a abrazar, sus manos se deslizaron sobre su escotado vestido, acariciando sus pezones con delicadeza, la besó apasionadamente. Las manos de ella comenzaron a desprender uno por uno los botones de la camisa de seda de Albert, dejando sus fuertes pectorales al desnudo, mientras al mismo tiempo, el bajaba el cierre de su vestido blanco, que lentamente pudo remover por completo, hasta dejar su pequeño cuerpo totalmente desvestido, solo cubierto por su larga y rubia cabellera, de un color brillante que la hacía resplandecer bajo las luces que alumbraban el dormitorio.
Los labios de Albert, se fueron resbalando por todo su cuello, a la vez que ella acariciaba su musculoso pecho con dulzura, sus manos fueron descendiendo despacio por todo su torso, hasta desabrochar el pantalón que él aún traía puesto, una mano curiosa de ella, se adentró en su ropa interior, sintiendo la firmeza de su gran dotada masculinidad. Un quejido excitante salió de Albert, por la emoción que le produjo el suave toque de la mano de Candy. Deteniéndose por un instante terminó despojándose, con un poco de ayuda de ella, las pocas prendas que él aún vestía.
En la mágica noche que apenas comenzaba, se encontraban dos corazones desnudos fundidos en uno solo, latiendo a un mismo ritmo y sentir. Maravillado ante la desnudez de Candy, Albert se detuvo a contemplarla, la veía tan espléndida, que le parecía tener en frente una Diosa bajada del mismo Olimpo.
-Eres realmente hermosa, amor mío- le susurró él al oído- posee la gracia de una virgen hecha para el amor.
Cargándola suavemente, la colocó sobre la cama, en una postura en la que él solo podía observar la aterciopelada parte posterior de su cuerpo, su bonita figura, maravillosamente escultural y sensual, lo hacían estremecerse por completo.
Su boca se fue deslizando por toda su bella y blanca espalda, sintiendo el fresco aroma y sabor de su piel, tan dulce como el agua fresca de un manantial, con una esencia mezclada, entre hierbas y flores silvestres, de aquellas que se dan libres en el campo. Con sus suaves labios la fue recorriendo paso a paso sin dejar ni un solo lugar por descubrir, ante tan fascinante y plácidas sensaciones, Candy solo podía rendirse a él. Soñaba estar en un paraíso, acostada sobre el verde pasto, rodeada de todo tipo de flores de diferentes colores, las nubes claras se movían alrededor del sol, sus tibios rayos y la brisa aromática proveniente de algún lugar, la mantenían en un mágico estado de frenesí, del que su cuerpo se resistía a escapar.
Acostado al lado de ella, observando su desnudez, besaba su boca fervientemente, mientras sus dedos estimulaban sus zonas más secretas, notó que Candy había llegado casi al límite, la expresión en su cara y los temblores en sus piernas reflejaban los signos de haber alcanzado el tope culminante, en ese momento, Albert sintió su sangre tan caliente como si un volcán hubiera hecho erupción dentro de él. Sus manos ascendieron hacia su pecho, apretando suavemente sus senos, los acarició con su tibio aliento, fue siguiendo las coordenadas rectas de su vientre y ombligo hasta detenerse a beber de su exquisito néctar. Posicionándose entre los muslos de Candy con cuidado y delicadeza, se allegó a ella.
Fundido en el calor de todo su cuerpo, atravesaba su húmeda y estrechas paredes virginales, quedando ambos sumergidos en un extenso éxtasis, entre delirios y gemidos, sintieron como tocaban el cielo con las manos.
La noche trajo consigo la madrugada, y con ella la plena satisfacción de dos seres que se habían entregado en cuerpo y alma, como si no existiera el tiempo.
A la mañana del día siguiente, Albert se despertó temprano, aunque más tarde de lo habitual. a su lado aún dormida, en un profundo sueño, yacía la mujer que lo había mantenido despierto durante toda la noche, y que tan solo pensar en ese plácido y único momento le daban deseos de hacerla suya nuevamente, pero se contuvo, sintió miedo de poderla despertar y solo se limitó a meditarla en sus pensamientos.
Candy, te ves tan linda dormida, pareces un Ángel, podría quedarme así contigo durante todo una vida o una eternidad solo mirándote, y no me importaría, amo esa paz y tranquilidad que ahora mismo refleja tu rostro, esa sonrisa tuya que me roba el corazón, sería imposible no amarte, doy gracias a la vida por ti.¡ Te amo mi pequeña princesa!
Bueno, ¡ya es hora de levantarse!...la dejaré dormir e iré a preparar el desayuno antes de que se despierte, pero primero tomaré una ducha- se dijo así mismo, poniéndose de pies, cauteloso de no hacer ruido.
Después de haberse duchado y cambiado, bajó a la cocina a hacer algo para comer. La despensa estaba vacía, solo había una gran variedad de frutas frescas que Albert había comprado el día anterior, antes de salir al encuentro de Candy en el hogar de pony.
¡Oh bien, veamos!...solo tenemos frutas para desayunar, ¡a ver!...¿cómo podré prepararlo?- sé preguntaba Albert, mientras analizaba de manera meticulosa, las cantidades de fresas, kiwis, uvas y melones que tenía colocados sobre la mesa- Bueno, las cortaré y la preparare para Candy, creo que un toque de miel no le vendrá nada mal , estoy seguro que a ella le gustará. Quizás más tarde podríamos que ir al pueblo por más provisiones.
Habiendo terminado de hacer un delicioso cóctel de frutas, se dispuso a llevarlo a la habitación, para cuando entraba con la bandeja, Candy todavía se encontraba dormida. Los ojos de Albert se llenaron de brillo y una profunda ternura invadió nuevamente su corazón, al ver la silueta de su cuerpo, cubierto entre sabanas blancas, que esta vez la hacían parecer una delicada muñeca de porcelana. Tomando una rosa recién cortada del jardín por él mismo, le acarició el rostro, los suaves pétalos y el dulce olor que brotaban de aquella flor, despertaron a la bella durmiente. Los ojos verdes oliva intenso de Candy se abrieron al compás de una sonrisa, dando los buenos días a la nueva vida que se presentaba ante ella.
- Buenos días preciosa, ¿Cómo dormiste el resto de la anoche?....¡mira, te he traído el desayuno aquí a la cama!...se que debes estar muy cansada, así que por favor quédate otro rato más y descansa-le dijo Albert, dándole un beso en la frente.
- ¡Oh, que sorpresa!...¡gracias Bert!...pero creo que debería darme un baño antes del desayuno ¿no te parece?-le dijo una avergonzada y sonriente Candy, con un nuevo brillo en sus ojos.
- ¡Ven, déjame olerte!- Se le acercó Albert para olerla-¡ummm!...no creo que sea necesario tomar una ducha en este momento, ¡tú solo hueles a mí!- le dijo poniendo una cara de picardía y sonriéndole a la vez, haciéndola ruborizar.
Divertido por la expresión de vergüenza y sorpresa que reflejó Candy en su cara, a causa de lo que él recientemente le había dicho, se quedó recostado a su lado, una sonrisa satisfactoria se hizo en su boca, quedándose tranquilo, con su mirada fija hacia el techo, había empezado a sentir los efectos del cansancio, de la fascinante noche que ambos habían pasado juntos, sin embargo el cambio en su pequeña princesa era evidente, se notaba contenta, a pesar de su vergüenza inicial, lucía radiante, tenía un semblante diferente. Una risita de felicidad se escapaba de ella a la vez que degustaba el dulce manjar de frutas preparado por Albert, mientras él permanecía tranquilo a su lado, fue cayendo lentamente en un ligero sueño.