Advertencia:
Este fic trata de Archie y Annie y es para mayores de edad porque contiene escenas de sexo, así que, después de las advertencias, eres libre de leerlo o no, pero si decides hacerlo y después no te gusta, no te me quejes.
Piel con piel
Por Princesa Candy
Febrero 2018
–Les felicito por su enlace, señor y señora Cornwell, ha sido una velada maravillosa.
Se miran, felices, antes de responder.
–Muchas gracias –responden al unísono.– Esperamos que la hayan disfrutado y les deseamos un feliz viaje de vuelta a su hogar. –añade Archie.
Archie y Annie despiden a los invitados a su boda. Ya quedan solo unos pocos por marcharse. Y por último, se despedirán de sus amigos, Annie espera tener al menos un momento para quedarse a solas con las chicas.
–Stear, ¿podrías distraerlos mientras tanto? –le pide Patty.
Él asiente con un guiño, ya ha sido informado de los planes. Las chicas se marchan con el mayor disimulo posible y van a buscar algunas cosas que necesitan llevar al dormitorio de los novios. Después suben a la primera planta y buscan la habitación según las instrucciones que les dio Stear. Al entrar, se quedan sorprendidas al ver la elegancia del dormitorio en el que llama la atención la cama, vestida con una colcha blanca de fino tejido adamascado con almohadones a juego y adornada con pétalos de rosas rojas formando un corazón y las palabras “Te amo, Annie” escritas en su interior.
–¡Oh, Patty! ¡Qué hermoso detalle ha tenido Archie! ¿Crees que ya lo ha visto Annie?
–Aún no, Stear me dijo que Archie había hecho decorar el dormitorio con el propósito de darle una sorpresa a Annie y no se lo enseñaría hasta la noche de bodas. Le va a encantar cuando lo vea.
De la bolsa Patty saca una vela aromática, sin embargo, se fija en que hay algunas más en el dormitorio.
–Parece que Archie lo ha tenido todo en cuenta. Las encenderé también. –comenta.
–Yo iré a la cocina a preparar una tila, espero que Stear los distraiga el tiempo suficiente y los novios no aparezcan durante mi ausencia.
Candy sale por la puerta y se dirige a la cocina. Una de las empleadas le saca una tetera y se ofrece a calentar el agua. Mientras tanto, coloca los chocolates que ella y Patty hicieron el día anterior en una bandeja y los cubre con una tapa de cristal. En cuanto rompe a hervir el agua, prepara todo y sube corriendo de nuevo al dormitorio esperando no haber tardado mucho. Patty ya ha encendido y colocado todas las velas esparcidas por el dormitorio y ha sacado una caja de regalo que ha dispuesto sobre una butaca junto a la cama.
–Esos chocolates tienen muy buena pinta, no te vayas a comer ninguno, eh, Candy. –le advierte con un guiño.
–Claro que no, son para que los novios repongan fuerzas.
Las dos amigas se echan a reír.
–Bueno, voy a apagar la luz para ver cómo queda.
–¡Estupendo! –contesta Candy al ver el efecto– ahora solo nos queda esperar a que vengan.
***
Los recién casados están subiendo las escaleras, ella agarrada del brazo de él.
–Es una lástima que Patty tuviera que retirarse, no he podido despedirme de las chicas...
–No te preocupes, seguro que podrás verlas antes de que partamos de luna de miel. –le consuela Archie.
–¿Quizás debería pasarme por su casa para ver si se encuentra bien? –pregunta deteniéndose por el camino.
–No es necesario, Stear solo ha dicho que estaba cansada. –responde con paciencia– Mira, aquí es. –Señala la puerta al llegar al dormitorio. La toma en brazos, ella sonríe ligeramente y se agarra a su cuello. Él abre la puerta y cruzan el umbral de esa manera.
–Yo dejé las velas… –murmura frunciendo las cejas al tiempo que enciende la luz.
En ese momento se percatan de dos presencias en el interior de su dormitorio.
–¡Que vivan los novios! –canturrea Candy para disimular.
–Pero vosotras, ¿no estabais…? –las mira sorprendido el rubio.
–¡Oh, Candy, Patty! Pensaba que no podría veros hasta la vuelta de nuestro viaje. –Annie sonríe aliviada al ver a sus amigas.
–Hemos venido a ayudarte con algunas cosas.
–Así que tú, fuera, ¡vamos! –Candy empuja a su primo hacia la puerta.
–Ya voy, ya voy, ¿es que no voy a poder estar a solas con mi esposa en nuestra noche de bodas?
–Solo será un momento. –le explica Candy cerrándole la puerta y dejándolo fuera.
Ya las tres solas, Annie no entiende cómo es que están allí.
–Yo pensaba que ya os habíais retirado a descansar.
–Por supuesto que no, hemos venido a ayudarte con la ropa. –responde Patty
–Si no, serías capaz de esperar a Archie en la cama con el vestido puesto...
Annie baja la cabeza avergonzada y recuerda las palabras de su madre: Una buena esposa debe complacer a su esposo en todo lo que él le pida y cumplir con sus obligaciones maritales, incluso aunque no le agrade. En ese aspecto, deberías considerarte afortunada, he de reconocer que tienes buen gusto y has sabido elegir bien, Annie. Este matrimonio nos va a resultar muy ventajoso, así que espero que estés a la altura de las circunstancias y seas capaz de conservarlo.
Sin embargo, ella nunca se fijó Archie con ese interés. Recuerda el día en que se conocieron. Sus padres la llevaron a tomar el té a la mansión de los Leagan y no pudo evitar reparar en ese chico tan elegante y educado. Entonces le presentaron a la tía Elroy y a los hermanos Cornwell y conoció su nombre. Todo iba bien, hasta que Eliza le pidió interpretar alguna pieza al piano y ella no se atrevió negarse. Los ojos de todos los presentes estaban fijos en ella mientras tocaba, las manos le empezaron a temblar y se equivocó de tecla. Su madre hizo un gesto de decepción, Eliza sonrió maliciosamente, Neil bostezó... En cambio, él se acerco y, con la caballerosidad que lo caracteriza, se sentó a su lado, la tranquilizó con palabras y la ayudó a seguir tocando. Incluso sus dedos se rozaron en algún momento, haciéndole sentir mariposas en el estómago. Si nada más verlo le causó buena impresión, después de aquello se quedó totalmente prendada de él.
–Bueno, yo…, deseaba veros antes de que os retirarais a descansar…
–Como vivimos aquí al lado, podríamos venir mañana a desayunar, si quieres. –le propone Patty.
–¿De verdad crees que llegarán a tiempo al desayuno? –le pregunta entre risitas.
–¡¡¡Candy!!! –exclama Annie totalmente abochornada.
–Pues yo apostaría a que, si alguien se pierde el desayuno al día siguiente de la noche de bodas, esos seréis Albert y tú.
–¿Eh…?
Con una mano, Patty se tapa la boca intentando disimular una risita. Aunque es cierto que entre ellos dos aún no hay nada serio, salta a la vista lo enamorados que están Candy y Albert, él la trata como a una princesa, a pesar del poco tiempo que le dejan sus ocupaciones como jefe del clan y ella bebe los vientos por él. Ya no puede tardar mucho en pedirle que sea su novia.
–Además, ha sido Eliza quien ha alcanzado el ramo saltando como una gacela.
–Sí, tras un disimulado empujón a otra de las invitadas y un pisotón. Por cierto, ¿cómo está tu pie?
–Aún me duele un poco. –se queja Candy con un mohín– No sé a qué viene tanto afán por el ramo, si ni siquiera tiene pretendiente.
–Pues me ha parecido verla bailar un momento con algún chico.
–Ah, sí, diría que hacían buena pareja, si no fuera porque se trataba de Neal.
Las chicas se ríen, pero se dan cuenta de que Annie no ríe con ellas. Aún cuando su intención era distraerla un poco, ella está ausente.
–Ten, te he hecho una tila para que te relajes un poco. –La rubia le tiende una taza con la bebida aún humeante– Te ayudaremos a quitarte el vestido.
–Gracias, Candy.
–Recuerdo que mi vestido de novia también tenía un montón de botones en la espalda –cuenta Patty sonriendo al tiempo que desabrocha los botones del vestido de Annie y evoca aquel juego que le propuso en su noche de bodas: soltar todos y cada uno de los botones que abrochaban su vestido, pero mirándola de frente– y a Stear le costó un buen rato soltarlos todos…
Aprovechando que Candy se ha alejado unos metros a fin de correr las cortinas, Annie se da la vuelta para mirar a su amiga.
–Y… ¿y después…? –empieza decir en voz baja, sin saber cómo continuar.
–Después… –Se imagina la duda que le anda rondando por su mente, aunque para ella tampoco es fácil hablar sobre el tema. Le echa una mirada de reojo a Candy, la rubia se encuentra junto a la ventana más alejada del dormitorio, mirando (o al menos finge hacerlo) a través de esta– No sé qué tipo de historias te habrán contado, –comienza, y acto seguido, se acerca a su oído– pero te aseguro que no me faltan ganas de que Stear y yo nos quedemos a solas en la intimidad cuando acaba el día. –bisbisea sonriendo. Y por un momento, ve una tímida sonrisa aflorar a los labios de la pelinegra.– Y, al fin y al cabo, no te has casado con un desconocido, hace ya cinco años que Archie y tú os conocéis.
>>Bien, ahora quítate la ropa interior y ponte esto –Le tiende la caja de regalo.
Entretanto, recoge el vestido y, con mucho cuidado lo deja colgando de una percha.
Annie sale vestida con un camisón que lleva encaje en la parte de arriba, se mira en el espejo del tocador y cruza los brazos sobre su pecho.
–Es un poco transparente aquí…
–De eso se trata –explica Candy con un guiño.
–Bueno, pues creo que ya hemos terminado.
–Y yo, ¿qué hago ahora? –pregunta Annie, que está de pie sin saber dónde meterse.
Las dos amigas miran a un lado y al otro. Su plan inicial era pedirle que esperara a Archie sentada sobre la cama, mas no era posible, pues se estropearía el trabajo que él con tanto esmero había realizado con los pétalos. Así que optan por pedirle que se siente en la butaca junto a la cama y le colocan dos almohadones con el objetivo de que esté más cómoda. Le felicitan por la boda y le dan un abrazo.
–Buenas noches, Annie. Te deseo mucha felicidad en esta nueva etapa de tu vida.
–Buenas noches, te dejamos en buenas manos –se despide Patty.
–Gracias por todo, chicas. Buenas noches.
Mientras tanto, fuera, Archie espera impaciente a unos pasos de la puerta preguntándose qué andarán haciendo las chicas y justo en ese momento ve llegar a su hermano por el pasillo.
–¿Así que tú también estabas al corriente? –le pregunta señalando con la cabeza la puerta del dormitorio.
Stear camina el trecho que le queda hasta llegar a su lado.
–Quería subir antes a hacerte compañía mientras esperabas, pero la tía Elroy me tenía secuestrado contándome cómo fue su boda y no me soltaba… –le explica haciendo una mueca.
–Vaya, lo siento por ti... –le dice con la mirada perdida.
Stear lo mira perplejo.
–¡Eh! ¿Dónde tienes escondido a mi hermano? –le pregunta propinándole un pequeño codazo en el costado– Acabas de casarte, ¿es que no estás feliz?
–Lo cierto es que no me puedo quejar, ha sido un día espléndido: el sol ha brillado, el jardín estaba precioso con todas sus flores, todo ha salido bien, Annie estaba radiante… y ahora nos queda la noche de bodas, ya sabes...
–¡Ejem, ejem! –carraspea para aclararse la voz– No me digas que estás nervioso. –añade con un guiño.
–Es que noto cómo ella me rehuye desde que se han marchado los invitados.
–Hmmm… bueno… No te preocupes, –pasa la mano por sus hombros y le da una palmadita en el brazo– estoy seguro de que…
En ese momento la puerta del dormitorio se abre y se interrumpe la conversación.
–¡Ya podemos marcharnos! –exclama Candy saliendo con Patty y cerrando la puerta tras de sí.
–Entonces, ¿ya puedo entrar? –pregunta ansioso el novio.
–Parece que sí –responde Stear.
–¡Vamos! Albert está abajo y no quiero hacerle esperar más. Buenas noches, Archie y enhorabuena. –se despide con prisas.
–Buenas noches, Archie. ¡Espéranos, Candy! –le pide Patty siguiéndola.
–Buenas noches, Archie –se despide Stear. Acercándose un poco a su oído, le susurra:– Busca su lentejita, a Patty le vuelve loca que juguetee con ella. –Y sin decir más, se aleja a paso ligero, dejando al menor de los Cornwell patidifuso ante tal confidencia por parte de su hermano.
Acto seguido, inspira aire profundamente, lo suelta despacio y agarra la manilla para abrir la puerta del que será su nuevo dormitorio, el que compartirá con Annie a partir de esa noche. Y allí se encuentra ella, sentada sobre la butaca, con un camisón blanco que casi cubre sus tobillos y que intuye demasiado atrevido para el gusto de su recatada esposa, a juzgar por el almohadón al que está abrazada. Sus miradas se encuentran durante el tiempo que permanece junto a la puerta antes de entrar.
–Pensaba que tendría que pasar solo nuestra noche de bodas –Sonríe recordando el momento en que su prima lo echaba de su dormitorio, mientras se quita la chaqueta del traje y la corbata ante sus ojos.
–Candy y Patty me han ayudado con el vestido y... me han hecho un regalo...
Lanzándole una mirada traviesa desde el otro lado de la cama, Archie empieza a desabrochar los botones de su camisa lentamente para tratar de atraer su atención, fallando en su primer intento tras ver que ella aparta la mirada. La estrategia parece funcionar mejor cuando camina hacia ella al mismo tiempo y, consciente de que las sesiones en el gimnasio han dado sus frutos, observa satisfecho cómo el rubor comienza a encender sus mejillas mientras lo observa. Se acerca, se agacha para ponerse a su altura y, apoyándose con los codos en los brazos de la butaca, se pone cara a cara frente a ella, cada vez más cerca. Annie está acostumbrada a los castos besos que él siempre le ha dado durante el tiempo que han sido novios y se limitan a una ligera presión en los labios durante apenas un segundo. Esta vez, sin embargo, se toma más tiempo para acortar la distancia entre sus rostros, se hace desear y, en respuesta, ella cierra los ojos. Siente su respiración rozándole, hasta que sus labios se juntan. Su beso, más lento y prolongado que otras veces, deja un rastro húmedo en sus labios y casi consigue marearla. Si él hubiera intentado besarla de esa forma antes de casarse, no se lo habría permitido. O quizás sí… De pronto advierte cómo le pone una mano sobre una de las suyas y empieza a levantar poco a poco, primero, los dedos que sujetan el almohadón, después, el resto de la mano. Él se separa y ambos abren los ojos.
–¿Vamos…? –le pregunta en un susurro apuntando hacia la cama con un gesto de su cabeza.
–¿A… dormir? –le pregunta ella por su parte en el mismo tono.
–No está ahí solo para dormir. –señala, musitando a su oído. Al ver que no reacciona, le ofrece una mano para ayudarla a levantarse. Ella vacila unos segundos, agarrada aún al almohadón con la otra mano.– Déjame ver cómo te queda. –le pide, tirando muy suavemente del almohadón, hasta que lo suelta. Ella se muestra aún más tímida al notar cómo la observa. No obstante, da un giro sobre sí misma, tal y como él le indica. Archie, adivinando que entre su piel y la fina tela no existe nada más, siente cómo cierta parte de su cuerpo reacciona levemente.– Estás un poco tensa, –le dice al pasar las manos por su nuca y llegar a su peinado, haciéndole sentir escalofríos– creo que te sentirás más cómoda con el pelo suelto.
Y tomándola de la mano, la lleva hasta el tocador y le hace un gesto para que se siente, arrimando la silla. También acerca un pie de cama para poder estar sentado junto a ella mientras la observa a través del espejo. A medida que Annie se quita los ganchos que sujetan el recogido, sus cabellos van cayendo por encima de sus hombros y su espalda. Entonces, cuando va a agarrar el cepillo, él la detiene, tomándolo con su mano:
–¿Puedo? –Y tras ver que asiente con la cabeza, se levanta y comienza a cepillarle los cabellos con sumo cuidado. La embriagadora fragancia floral que desprenden lo tiene cautivado.
–¿Sabes? Cuando vivía en el Hogar de Pony, Candy y yo nos cepillábamos el cabello mutuamente. Decía que hubiera preferido tenerlo liso como el mío, porque no se enredaba tanto como el suyo, aunque más bien creo que se debía a que siempre estaba corriendo y subiéndose a los árboles –relata sonriendo. Eso le hizo terminar pensando con nostalgia que, una vez adoptada, su mamá nunca hizo ese gesto por ella, alegando que ya estaba la doncella para eso. Pero Archie es adorable y la hace sentirse especial.
Puede que sean las atenciones que recibe por su parte o que la tila está haciendo efecto, el caso es que poco a poco empieza a reclinarse en la silla, hasta acabar apoyada en el respaldo e incluso inclina la cabeza ligeramente hacia atrás. Resulta tan relajante… Archie termina y se vuelve a sentar a su lado. Le pasa un brazo por la espalda y otro por delante para unir ambas manos en su costado izquierdo a la altura de la cintura. Ella apoya la cabeza en su hombro, le acaricia el brazo derecho y ambos se contemplan en el reflejo que les devuelve el espejo.
–¿Sabes, Archie? –comienza a decir– Me gusta mucho cómo has hecho decorar nuestro dormitorio. Y la cama… está preciosa.
Él no puede evitar pasar una mano a lo largo de sus cabellos, que ese día están especialmente brillantes, para sentir su tacto sedoso.
–Gracias. Tú estás más hermosa que nunca esta noche. –declara acariciando su rostro.
Ella alza la cabeza para encontrarse directamente con sus ojos azules.
–Y tú… –la voz le flaquea, las manos le tiemblan, aún no se cree lo que está a punto de hacer– tú estás…– Y entonces va directa a encontrarse con sus labios.
Superada la sorpresa inicial, responde colocando, ansioso, la mano detrás de su nuca e inclinando su cabeza para introducir su lengua, anhelando saborearla. La carga en brazos para acostarla sobre la cama y en ese momento, Annie se percata.
–Archie, –murmura– los pétalos…
Pero él la interrumpe con otro beso tras deshacerse de la camisa desabrochada y quedarse con el torso desnudo. Se sitúa en la cama con ella y comienza por sus tobillos, levantando poco a poco el camisón a medida que recorre su piel, esparciendo pequeños besos y suaves caricias que a ella le hacen estremecer.
Al notar que va llegando hasta la zona más alta entre sus muslos, no puede evitar ponerse tensa y reacciona sujetando la prenda con las manos. Él las toma con delicadeza, las besa y le ayuda a incorporarse para subirle el camisón y sacárselo por la cabeza. Completamente desnuda, se siente vulnerable y encoge piernas y brazos. Entonces Archie se aparta de la cama y guía sus manos a las correas de su kilt, que ella desabrocha, los dedos temblándole. La prenda se desliza por las piernas hasta llegar al suelo y por primera vez tiene ante a ella a su esposo completamente desnudo.
Tras apagar la luz de la lámpara, se quedan en la penumbra de las velas, ambos sentados sobre la cama. Annie piensa que ya ha llegado el momento y se echa a temblar como una hoja.
–No tiembles, mi amor. –le pide acercándose para darle un beso en la frente y abrazarla.
Se tienden en la cama, sin soltarse. Resulta extrañamente agradable sentir su calidez, el contacto piel con piel, sin ninguna barrera entre sus cuerpos. Él comienza a deslizar la mano recorriendo sus brazos, sus hombros, su espalda, su estrecha cintura, dibuja las puntas de sus senos, sigue su recorrido pasando por encima del ombligo, se desvía hacia su cadera, baja un poco más por su nalga, rodea uno de sus muslos y va subiendo la mano entre sus piernas... Tiene que hacer un esfuerzo por reprimir una sonrisa al recordar el consejo de su hermano, aunque finalmente se decide a explorar con sus dedos y descubrir el secreto que se esconde entre sus piernas.
Al principio Annie se siente cohibida cuando Archie empieza a acariciar su intimidad, ni siquiera se atreve a moverse, casi no respira. Poco a poco le va cediendo el control de su cuerpo y lo encuentra cada vez más placentero. Cuanto más acarician sus dedos juguetones, más aumentan sus deseos de entregarse a él, sentirlo dentro y que la haga suya... Pero no sabe cómo decírselo, ¿le parecerá impropio que se lo pida? Introduce sus brazos por debajo de los suyos para apoyarlos en su espalda y arrimarse a su cuerpo. Él lo capta enseguida, acaricia su muslo antes de pasarlo por encima de su cadera y girar los dos juntos, de forma que el cuerpo de ella queda bajo el suyo, con sus piernas abiertas para recibirlo. Primero, toma su órgano viril con una mano y lo frota un poco contra la humedad de entre sus piernas, hasta que se vuelve duro. A continuación, se apoya sobre los antebrazos y va empujando con suaves movimientos de su pelvis. Escucha unos leves quejidos y, sin detenerse inclina su cabeza para llevar su boca al hueco entre su cuello y su hombro y es ahí donde le dedica toda su atención, hasta que por fin logra hundirse por completo en su interior y sus cuerpos se acoplan.
Sus embestidas, lentas al principio, para que se adapte a él, se van ajustando después al ritmo que le pide su cuerpo, en tanto Annie se recrea en la imagen de Archie con su rostro brillante y mechones de su cabello pegados a su frente y sus sienes, gozando del vaivén de su cuerpo sobre ella. Enmarca su rostro con las manos, manteniendo el contacto visual unos instantes y desliza los brazos por su espalda para estrecharlo y eliminar todo espacio entre sus cuerpos, rodeando al mismo tiempo sus caderas con las piernas, a fin de hacer la penetración más intensa. Archie, enardecido, va aumentando el ritmo gradualmente y sus jadeos, que van directos al oído de Annie, la hacen delirar; envuelta en su cuerpo, con su mejilla pegada a la suya, se siente más unida a él que nunca. Una extraña sensación la invade, como si algo estuviera a punto de ocurrirle y enreda sus dedos en los cabellos de Archie, que cree que no podrá aguantar más tiempo, pero solo un embate más es suficiente para escucharla susurrando su nombre entre jadeos y es entonces cuando él se deja arrastrar por el clímax. Descansa unos segundos sobre el cuerpo de su amada y luego rueda hacia un lado llevándosela consigo, de modo que se quedan los dos abrazados de costado.
–Preciosa, –le dice cuando consigue recuperar el aliento– espero que no te haya dolido mucho.
–Solo un poco al principio –le responde medio escondiendo el rostro entre las sábanas y su pecho.
Después de todo, es cierto lo que escuchó sobre la primera vez, pero nada que ver con los espantosos rumores que había escuchado. Tampoco entiende ese rechazo de algunas mujeres por las relaciones íntimas. Quizás sus esposos no sean tan buenos amantes como Archie.
Archie se siente complacido por la respuesta, pues, a juzgar por esta y por su reacción pronunciando su nombre al final, está seguro de que le ha gustado. O, al menos, eso cree, pero lo cierto es que ni siquiera ha podido ver su rostro en ese momento. Se queda pensativo unos instantes. Alguna vez ha escuchado que hay mujeres que hacen ese tipo de cosas para complacer a sus esposos, aunque en realidad no muestran ningún interés por el sexo. Y Annie, ¿lo habrá hecho también por no herir su orgullo? Está demasiado cansado para ponerse a pensar en ello y espera poder averiguarlo al día siguiente. Así que le da un tierno beso en la cabeza y poco después, fruto de la fatiga y las emociones del día, se quedan dormidos.
Hace ya varias horas que los rayos del sol han empezado a colarse por las ventanas, a través de las cortinas y Annie abre lentamente los ojos. A tan solo unos centímetros duerme frente a ella, se le ve tan guapo, incluso con el cabello revuelto… Con el atrevimiento que le permite el creerlo dormido, observa ese cuerpo que la noche anterior la transportó al mismo cielo. Acerca la mano y pasa el dedo índice entre sus pectorales con sutileza. En ese momento Archie abre los ojos y ella, al verse descubierta, se ruboriza e intenta apartar la mano, pero él, con una sonrisa pícara, la retiene con rapidez y, agarrándola con el otro brazo por la cintura, atrae su cuerpo hacia sí.
–Después de anoche, ¿aún te sonrojas? –cuchichea a su oído.
–Es que… –se queda meditativa unos instantes y entrecierra los ojos antes de continuar– aún no he tenido tiempo de adaptarme... –responde enrojeciendo aún más, aunque con una ligera sonrisa.
Archie arquea una ceja.
–Ya veo… –dice enterrando el rostro entre sus pechos antes de succionar uno de los pezones.
En ese momento oyen cómo llaman a la puerta. Annie se cubre rápidamente con las sábanas. Archie se incorpora en la cama.
–¿Sí?
–Buenos días, soy Leslie. –se oye desde el otro lado de la puerta.– Venía a bañar a la señora.
Ambos se miran. Annie, aunque no le agrada la idea, se dispone a contestar.
–Sí, un momen… –es todo lo que logra decir antes de que Archie le tape la boca con la mano.
–Descuida, Leslie, yo me ocupo de ello. –Vacilación al otro lado de la puerta. Annie le reprocha con la mirada y él, divertido, le hace un guiño.– Puedes tomarte la mañana libre.
–Gracias, señor. –Se oyen pasos alejándose por el pasillo.
–Pero, Archie, ¿con qué cara voy a mirar a la doncella a partir de ahora?
–Veo que aún necesitas adaptarte a muchas cosas… –le dice con una sonrisa burlona. Y levantándose de la cama de un salto, añade:– Necesito un baño.
–Espera, –le pide agarrándole del brazo– yo te lo preparo.
–¿No irás a llevarte la sábana contigo? –se pasea desnudo hasta el armario, saca dos albornoces y se pone el que lleva su nombre bordado. El otro, con el nombre bordado de Annie, se lo acerca a ella. Esta se lo pone y sale de la cama.
–Enseguida te aviso. –Y desaparece tras la puerta del baño.
Una vez dentro, abre el grifo de la bañera y repara en sus dimensiones. La noche anterior estaba tan nerviosa que, al entrar en el baño para ponerse el camisón, no se dio cuenta de que era tan grande. Junto al borde reposan una pequeña bandeja de cerámica que contiene dos esponjas y jabón, una jarra, varios frascos y hasta su champú, e incluso hay sitio como para dejar toallas y más objetos. También está allí la bolsa que dejaron Candy y Patty. Por curiosidad, escudriña el interior y extrae un frasco lleno de líquido y en cuya etiqueta pone “Espuma”. Se pregunta cómo se les habrá ocurrido a sus amigas meterlo en la bolsa para ella, pero le viene como anillo al dedo, así que vierte un chorro en la bañera y al poco rato se convierte en un baño de espuma. Se asoma por la puerta.
–Tu baño ya está listo.
Y cuando se dispone a salir, Archie se acerca a ella y la hace retroceder de nuevo hasta el baño, cerrando la puerta al entrar.
–Lo he pensado mejor. –dice quitándose el albornoz y metiendo los pies en la bañera.– ¿Y si me acompañas? –Se sienta en un extremo y, al ver que ella vacila, tira de un extremo de su cinturón y le pone ojitos. Ella sonríe tímidamente y, ante su mirada, desanuda el cinturón, abre el albornoz despacio y lo deja caer lentamente, mientras se ruboriza. Sin perder el tiempo, se mete en la bañera y se sienta en el otro extremo con las rodillas pegadas al pecho.– Aquí. –Remueve la espuma que hay delante de él para indicarle el lugar.
Cuando está sentada de espaldas a él en el hueco entre sus piernas, Archie acaricia sus cabellos, mitad mojados, mitad secos. Ayudado de la jarra, moja su cabeza y vierte un poco de champú, frotando hasta hacer espuma. Cuando le parece suficiente, aclara con agua y, tomando una de las esponjas, la frota con el jabón y se pone a restregar delicadamente el cuerpo de su esposa. En un ambiente totalmente relajado, continúan conversando.
–¿Contrataste a Leslie para que me bañara?
–Para que te asista, en realidad, ¿por qué?
–Te lo agradezco, Archie, es solo que... preferiría bañarme sola.
–No hay problema, díselo tú misma. –Ella vuelve el rostro para mirarlo, vacilante.– Ahora eres la señora de la casa, –le explica– puedes asignarle otras tareas para que te ayude.
Es el turno de Archie y se intercambian los sitios.
–¿Podrías inclinarte un poco? No llego bien.
Él se sumerge entero dejando solo su rostro fuera del agua.
–¿Así mejor?
Sus cabellos sumergidos ondeando en el agua le hacen cosquillas. Rodea con sus manos alrededor de su rostro y se inclina para depositar un beso en su frente.
–Un poco más arriba.
–Más abajo, más arriba… –bromea.– ¿te vas a decidir?
Ella le lanza un poco de espuma a la cara y él toma otro poco y la unta en su nariz.
–Vamos, déjame lavarte la cabeza. –Se ríe.
Toma un poco de champú y frota sus cabellos mojados. Después empieza a masajear suavemente su cuero cabelludo con las yemas de los dedos. Archie cierra los ojos y suelta un suspiro.
–No sé quién te habrá enseñado esto, pero se te da muy bien. –dice con voz ronca– Si sigues así, no podremos terminar de bañarnos. –Agarra la esponja enjabonada y se la pasa a Annie.
Esta empieza restregándole con suavidad la espalda, después los brazos. Para lavar el resto del cuerpo, necesita ponerse a su lado. Cuando termina, lo mira con disimulo. Tiene un cuerpo impresionante que le provoca tocarlo, pero no quiere que Archie la tome por una desvergonzada. Él se da cuenta del interés con que lo mira, le quita la esponja con suavidad y le pone la mano sobre una de sus clavículas. Con su mano encima, la va arrastrando por su torso a través del agua, mientras su respiración se va haciendo más pesada y ella va toqueteando con sus dedos cada recoveco que se forma entre sus músculos. Al llegar al comienzo del vello púbico, él aparta su mano. Annie se queda vacilando un momento, pero no la aparta, mira hacia el lugar, cubierto por espuma, donde debe de tener la mano, seguidamente a él, de reojo y de nuevo al mismo lugar y finalmente sigue bajándola muy despacio hasta su incipiente erección. Al principio lo toca solo con las puntas de los dedos, luego utiliza la mano entera para hacerle sutiles caricias, que poco a poco van convirtiéndose en más atrevidas y se queda sorprendida de lo suave que es, a pesar de lo rígido que se ha vuelto. Archie pone su mano encima y la guía cerrando sus dedos alrededor y haciendo movimientos hacia arriba y hacia abajo. La acompaña en los primeros movimientos, después la deja sola, apoya la cabeza en el borde de la bañera y cierra los ojos para abandonarse a las sensaciones, soltando un largo suspiro. La espuma que queda sobre esa zona se mueve al ritmo de las ondulaciones que se forman en el agua. En un momento dado, le pide que la mueva más deprisa y justo cuando Annie lo siente más duro, Archie abre la boca para dejar escapar un sonido gutural. Segundos después, la atrae hacia sí por la cintura, hasta que reposa sobre su torso y, tras acariciar una de sus mejillas y darle un beso, se quedan unos minutos en silencio.
Por fin, él se levanta y ayuda a Annie a ponerse en pie. Alcanza el albornoz de ella, se lo pone por encima, empieza a frotar su cuerpo por encima del tejido y los dedos acaban colándose por debajo de este, acariciando su piel húmeda de manera sutil. Su mirada la invita a sentarse sobre el mármol que rodea el borde de la bañera, mientras él apoya una rodilla entre sus muslos y, al inclinarse sobre ella, con una mano tras sus hombros y otra en su cintura, sus bocas se encuentran en un anhelado beso para terminar con el cuerpo de ella tendido a lo largo del mármol, excepto parte de sus piernas, sumergidas en el agua aún tibia de la bañera.
¿Otra vez? Siempre había intuido, aunque no quisiera pensar en ello, que Archie sería un joven muy ardiente, pero nunca había imaginado que las relaciones íntimas entre ellos se darían con esa frecuencia. En realidad, hasta la noche anterior, su deseo era quedarse embarazada enseguida y después de darle un hijo, tendría la excusa perfecta para esquivarlo. Ahora se pregunta cómo retrasar los hijos lo máximo posible para poder disfrutar durante más tiempo de esos encuentros.
Y ahí están de nuevo, cuerpo a cuerpo, regalándose besos y caricias. Tal y como hizo la noche anterior, siente cómo Archie recorre su cuerpo, esta vez en sentido contrario, con la diferencia de que ahora se encuentran con todas las luces encendidas y no a la luz de las velas. Cada vez más nerviosa al notar cómo sus labios van traspasando la barrera de su ombligo, se siente demasiado expuesta cuando advierte su cabeza entre las piernas y no está dispuesta a permitirle que mire ahí tan de cerca. Está cerrando las piernas cuando Archie pasa un dedo por su hendidura. Inmediatamente se detiene, momento que él aprovecha a fin de volver a acercar la cabeza y alargar la lengua para rozar con la punta ese bultito entre sus pliegues. Annie arquea la espalda al sentirlo. A pesar de su reticencia inicial, separa un poco las piernas para dejarlo continuar. Pero él, en lugar de hacerlo, se entretiene con la cara interna de sus muslos besándolos, lamiéndolos, succionándolos ligeramente y acercándose poco a poco al centro entre sus piernas. Cuando llega a él, separa la zona con los dedos y comienza a besarla como si estuviera mordiendo un helado con los labios. Pronto, la siente contorsionarse lentamente, moviendo sus piernas, que acarician su espalda. Después empieza a dar pequeños lametones y a continuación juguetea con su lengua, moviéndola en todas direcciones. Annie deja de sentirse dueña de sí misma y cuando está al borde del placer, Archie le introduce uno de sus dedos hundiéndolo lo más profundamente que puede y una oleada de espasmos recorre su cuerpo mientras gime.
Archie se apresura a cubrirla de nuevo con el albornoz y ponerse el suyo, la lleva abrazada contra su cuerpo, la deja sobre la cama y camina hacia la puerta para recoger un sobre que ha visto asomarse bajo esta.
–Es para ti –le dice alargando el brazo mientras se aproxima de nuevo a la cama.
–¿Para mí? –pregunta gateando hasta el borde de la cama para poder alcanzarlo. Se sienta de medio lado y extrae las dos notas del interior con el fin de leerlas. El rubio se sienta en el borde, junto a ella, observando su expresión.
Las notas rezan así:
Sra. Cornwell:
La Srta. Andrew y la Sra. Cornwell se han acercado para interesarse por usted y le han dejado la nota que le adjunto.
Cuando esté usted disponible, puedo ayudarle con el equipaje o con lo que necesite.
Leslie.
Annie:
Hemos venido para saber cómo te encuentras y nos han dicho que no habíais bajado a desayunar.
Esperamos que tengáis una feliz luna de miel. Recuerda, si necesitas vernos antes de marcharte de viaje, no tienes más que avisarnos.
Un abrazo.
Candy y Patty.
Annie, al leer la última nota en silencio, se sonroja hasta las orejas.
–¿Sucede algo?
–Verás, –comienza a decir un poco avergonzada– ayer Candy y Patty bromearon sobre que hoy no llegaríamos a tiempo al desayuno... –Se calla pensando que al final tenían razón.
Archie se levanta para dirigirse al tocador, probar uno de los chocolates y tomar otro entre sus dedos y vuelve a sentarse, abrazándola por detrás
–¿Es que tienes hambre? –le pregunta con voz sugerente, ofreciéndole el dulce y poniéndoselo delante de su boca.
–Quizás deberíamos arreglarnos para bajar, por lo menos, al almuerzo. –responde, no muy convencida, antes de degustarlo.
–No creo que a nuestros criados les importe lo más mínimo que no aparezcamos por el comedor. –recalca intuyendo lo que le preocupa en realidad. Apartando sus cabellos húmedos, arrima la boca al lóbulo su oreja, para mordisquearla– Pero, ¿qué te parece si pedimos que nos preparen unos sándwiches y nos tomamos la tarde con tranquilidad?
Annie no responde, pero, al parecer, la idea le agrada, ya que comienza a acariciar los cabellos de Archie y a enredar sus dedos en él. El rubio la agarra por las caderas y sentándola a horcajadas sobre sus piernas, se arrastra con ella encima hasta el centro de la cama, se tumba y toma sus manos para ponerlas sobre su pecho.
Y en su delirio apasionado, un pétalo de rosa roja revolotea desde la cama cayendo al suelo.
FIN