Nota: Los personajes de CandyCandy le pertenecen a Kyoko Mizuki e Igarashi. La siguiente historia es parte de mi imaginación.
Época Alterna.
Advertencia: Este fic contiene escenas sexuales y lenguaje crudo no apto para menores de edad.
Por Ranze
Febrero 2016
“El sexo es una de las nueve razones para la reencarnación...las otras ocho no son importantes”
Henry Miller
Capítulo uno
Si no fuese porque no estaban solos, ya la hubiese arrinconado contra la pared mientras sus manos se perdían entre sus delgados y firmes muslos para luego deleitarse con el calor de su coño. Haciendo un esfuerzo, apartó las lujuriosas imagenes que poco a poco lo tentaban a mandar a la mierda su parte racional y cogerla en ese mismo ínstante en frente de todos. Al darse cuenta que sólo faltaba uno o dos minutos para que el ascensor llegue al primer piso, una maliciosa sonrisa apareció en su rostro.
Bajando la vista, no sin antes asegurarse que los demás no estaban mirando. Se acercó un poco más a la causante de todas las pajas que se había echo en estas últimas semanas; en la privacidad de su habitación y de su oficina. Llevó su fuerte mano sobre la espalda de la joven y esperó por una reacción que nunca llegó, recorrió la espalda de la joven hasta detenerse en sus nalgas. Esta vez, la reacción fue inmediata. Ella jadeó débilmente, pero no hizo nada por detenerlo. Con una sonrisa de lado, se preparó para introducir su mano, debajo de la delgada falda de la joven, pero el sonido de la puerta abriéndose, lo interrumpió. ¡Y en que mal momento!
Todos los demás salieron del ascensor y sólo quedaron los dos. Antes de que ella pudiese salir, él la tomó del brazo.
—Señorita White, necesito hablar con ud —dijo, con su habitual caballerismo.
—Señor Andrew, en este momento…
—Es importante —la interrumpió.
La menuda rubia mojó su labio inferior con la lengua y en consecuencia, el pene de Albert dio un pequeño salto.
—¿Tiene que ser ahora? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Sí —contestó, mientras disimuladamente trataba de esconder el bulto en su pantalón. Sólo esa mujer tenía el poder de hacerle perder la cabeza, en cualquier momento y en cualquier lugar ¡Incluso en el ascensor de su empresa!
—Está bien, vamos a su oficina.
—No, a mi oficina no. Vamos a un restaurant.
Candy escuchó restaurant y su estomago rugió. Ok, él decía que era importante, entonces debía serlo.
Él salió del ascensor y le brindó su mano. Lo cual sorprendió a la bella joven, todos los inversionistas y empleados permanecían en la empresa; aún era muy temprano para cerrar. Y aparentemente a él no le importaba que todos lo vean en esa situación. Cuando caminaron hacia la puerta, todos se quedaron mirándolos, era inusual ver al jefe y dueño de la corporación; desvivirse por una mujer. Aunque trataba de ocultarlo, eso era lo que estaba haciendo; poco le faltaba para poner una alfombra en el piso para que el calzado de la joven, no pise el sucio suelo de la calle.
—Se la debe estar tirando —dijo, una de las secretarias.
—¿Y qué hombre no quisiera hacerlo? —mencionó, un empleado—. ¿Has visto las tetas que se maneja?
La secretaria frunció el entrecejo.
—¡Pervertido!
—Sólo digo la verdad —agregó, cómo si nada —, además, cómo si ustedes no estuviesen tirandose a sus novios…
Las jóvenes se ruborizaron, abrieron la boca para defenderse; pero el empleado se les adelantó.
—Dudo que sólo se la esté tirando. Un hombre no toma la mano de una mujer en frente de todos y mucho menos la observa de esa manera, sólo para llevarsela a la cama. Lo que deben hacer, es dejar de cotorrear y regresar a sus labores. El jefe nunca se fijaría en ustedes. ¡Son muy fáciles!
Dejando con la boca abierta a más de una, el muchacho regresó a su pequeño escritorio.
“¡Qué suerte tiene el jefe!ˮ se dijo para si mismo. Observando a los rubios, subir al lujoso auto del envidiado y codiciado magnate.
♥♥♥
En el interior del auto
No habían pasado ni cinco minutos desde que dejaron la empresa y ya la tenía sobre él. Meciéndose cómo sólo ella sabía hacerlo. No hay nada en esta vida que él amara más que a la rubia, no sólo adoraba sus fantasticas tetas, la adoraba entera, de la cabeza hasta la punta de sus pies. No cambiaría nada en ella. Cuando ella se impulsó hacia adelante y sus tetas quedaron en frente de él, expuestas y libres para que él pudiese saborearlos y tocarlos hasta que el mundo se acabe; él capturó el sedoso y delicado pezón de la joven, mientras sus manos la ayudaban a subir y bajar con fuerza.
—¡Más! ¡Más fuerte! —pedía ella.
Dios santo, podía cogerla con fuerza, sin miedo a herirla, y ella le seguiría pidiendo más. Concediéndole su deseo, abrió las piernas mientras la tomaba por la cintura y clavó su pene en la húmeda cueva de la joven; con tanta profundidad, que ella arqueó su cuerpo. Luego, la abrazó con fuerza y le dio con gusto; lo que ella tanto anhelaba. Unas embestidas tan fuertes y rápidas, que lo dejaron sin aliento. ¿Qué era lo fascinante sobre ella? ¿Aparte de su gran corazón y su belleza?, podía cogerla por horas y al final, ella le pediría una ronda más.
—¡Me vengo! —susurró él, sintiendo que su semilla se preparaba por salir a borbotones.
—¡No! —jadeó ella —. Aún no.
La rubia se zafó de su agarre y se levantó, con mucho cuidado de no golpear su cabeza contra el techo del auto.
De improvisto, se hincó en frente de él y con una coqueta sonrisa, tomó con sus manos, el erecto y duro pene del hombre que amaba.
Él jadeó de expectación y exitación. Esa mujer quería volverlo loco. Mordiéndose el labio inferior, echó la cabeza para atrás; cuando la humeda y tibia lengua de la rubia, le dio un lengüetazo. La mejor sensación que había sentido en su vida.
—¿Te gusta? —le preguntó, mirandolo a los ojos.
—¿Si, me gusta? —dijo, jadeando—. Me encanta.
—Respuesta correcta —murmuró, metiéndoselo con profundidad. Con tanta profundidad, que sintió el pene del rubio en su garganta.
Escucharlo jadear, temblar y gruñír cómo un animal, mientras ella le daba placer con su boca…, era lo más gratificante que había escuchado en su vida. De un momento a otro, él la tomó por la cabeza y la olbigó a romper el contacto para besarla, unos segundos después, la ayudó a bajar la cabeza con sus manos y nuevamente metió su enorme pene en la boca de la joven.
—Me…, me vengo...apartate.
Ella negó con la cabeza. Con un murmuro le aseguró que podía derramarse en su boca. Sentir su semilla en la boca...era…delicioso.
Y así lo hizo. Un bajo gruñido de satisfacción, salió de su garganta; cuando explotó en su boca. Tuvo que controlarse para evitar llamar la atención de su fiel chofer. Rendidos y felices, se acomodaron en el asiento trasero del auto. Él la había visto desnuda tantas veces, que no le importó dejar sus tetas al aire.
—¿Estás bien? ¿Te hice daño?
Ella frunció el ceño y palmeó su mano con delicadeza. No le gustaba cuando él, se preocupaba por haber hecho algo que a ella le fascinaba: cogerla con fuerza y profundidad.
—Estoy bien.
—¿Porqué no has respondido a mis llamadas, estos últimos días? —preguntó, mientras acariciaba los rosados pezones de su mujer (cómo él se refería a ella).
La rubia se encogió de hombros. —No me he sentido bien…
Él frunció el entrecejo.
—Mentirosa. Annie me dijo que estabas perfectamente bien.
—Porque yo le dije que te dijera eso.
Cuando el auto se estacionó en el aparcamiento para autos del restaurant, se levantaron de golpe y con prisa, acomodaron sus ropas. La joven sacó un perfume de su bolso y roció el perfume sobre el saco de su amante.
—¿Qué estás haciendo? Es perfume para mujer.
—Es lo único que tengo, al menos que tengas un lavabo en tu lujoso auto.
—Entremos —le dijo, tomándola de la mano.
En el interior del restaurant
Cuando la pareja entró al restaurant, todos los ojos se posaron en ellos. Aunque algunas chismosas habían esparcido unos cuantos rumores sobre la relación que mantenían en secreto, no fue hasta ese entonces; que el sueño de muchas mujeres fueron pisoteados, por la cruda realidad. El magnate, William Albert Andrew, ya tenía una mujer.
El mesero se acercó a la mesa y quedó hipnotizado por los dos ejemplares de la rubia. El pobre chico, estuvo a punto de hacerse una bolita en el suelo, cuando se encontró con la mirada de Albert.
—Te extrañé —confesó Albert, mientras tomaba la mano de la joven.
Ella lo observó cómo si él le hubiese contado que tomaría un vuelo hacia Marte.
—Albert...hay algo que he querido decirte desde hace unos días.
Él con una sonrisa, le pidió que continuara.
—La tía me visitó.
Al ver que él frunció el entrecejo, ella se apresuró a continuar.
—Ella sabe sobre lo nuestro…
El rubio se encogió de hombros, cómo si no le importara.
—¿No dirás nada?
—Fui yo quien se lo dijo Candy.
—¿Tú? ¿Porqué? Yo te pedí que no le dijeras nada —le reclamó, indignada.
—Alguien ya se lo había dicho, yo sólo confirmé sus sospechas. ¿Porqué tenemos que escondernos? me pediste tiempo y te lo he dado. No entiendo porque..
—Porque tú eres William Albert Andrew, y yo soy sólo Candice White, la protegida de tu tía y tu secretaria.
—Candy…
—No has confirmado nada y todos me miran cómo si estuviese contigo sólo por tu fortuna. A veces me enferma los comentarios de las esposas de tus socios.
—No me importa. — En verdad, a él le daba igual los comentarios de los demás —. No pedí tener la posición que tengo, y tampoco…
—¿Y se supone que debo sentir pena por ti porque eres rico? —lo interrumpió.
—¿Y se supone que debo sentir pena por ti porque eres pobre? — extendiéndo su mano, acarició el rostro de la rubia —. Te amo…
—Yo también — murmuró, bajando la cabeza.
—Lo que los demás digan o puedan decir, no debe importarnos.
—Lo mismo me dijo la tía.
—¿Mi tía te dijo eso? — preguntó, sorprendido.
—Sí. Me dijo que si eramos felices juntos, ella no se opondría.
—Vaya —dijo él —. Con o sin la aprobación de mi tía, no me hubiese alejado de ti...pero me alegro saber que está de nuestro lado.
Continuaron hablando, por varias horas. Cada vez que Albert trató de hacerle la pregunta más importante de su vida, alguien o algo siempre los interrumpía. Algo frustrado, decidió que era hora de abandonar el restaurant. Pero cuando estuvo a punto de mencionarselo a Candy, la encontró suspirando mientras observaba a una pareja bailar, delante de todos. Esta era una buena oportunidad. La invitó a bailar y ella gustosa, aceptó.
—Me encanta esta canción —comentó ella, rodeando el cuello de Albert con sus brazos.
—A mi también, es una de mis preferidas.
“No, no quiero enamorarme”
“Este mundo sólo romperá tu corazón”
—Candy.
—¿Si? — murmuró ella, enterrando su rostro en el ancho y fuerte pecho de Albert.
—Cásate conmigo...
Fin
La hermosa canción que bailaron mis rubios es: Wicked Game de Chris Isaac