Notas de autor: El Manga Candy Candy (Kyandi Kyandi) y sus personajes fueron creados por Kyoko Mizuki y Yumiko Igarashi en 1974, y publicado por la Editorial Kodansha de 1975 hasta 1979. El Anime fue una producción de la Toei Animation Company Limited que fue difundida en Japón de 1976 hasta 1979. Otros personajes son de mi creación. La información sobre Nueva York y Broadway es cortesía de la página Broadway Show Tickets.
Inspirado en la melodía “Because This Must Be” por Nils Frahm.
Gracias a Fran por su apoyo y sus ideas.
Este fic contiene conversaciones de adultos y una descripción semi-explícita de una relación íntima consensuada entre dos hombres.
PORQUE ESTO DEBE SER
Un fic por Carolina
Festival de Fanfics del Foro Andrew
Febrero 2018
Los primeros tres meses del año en Nueva York son tradicionalmente considerados temporada baja. Es el único periodo donde puede conseguirse alojamiento a precios accesibles. Enero y febrero son los meses más tranquilos en Broadway, una buena oportunidad para conseguir boletos por debajo del precio de mercado.
Es hasta marzo cuando abren nuevos espectáculos y los precios vuelven a subir. Por supuesto hay una razón para esa desaceleración- el clima gélido de Nueva York entre enero y febrero. En marzo empieza el deshielo, aunque pueden enfrentarse temperaturas entre los 0 y 9 grados centígrados.
Sin embargo eso no impidió que abriera una nueva adaptación de una obra de William Shakespeare protagonizada por Terry Grandchester.
Después de varios años recorriendo los Estados Unidos perfeccionando su oficio ha regresado a la ciudad que lo vio nacer como actor, ahora probando las mieles del éxito con su interpretación de Hamlet, el atormentado príncipe de Dinamarca forzado a vengar la muerte de su padre a manos de su tío.
Salió cinco veces a agradecer la ovación del público que abarrotaba el teatro de Broadway; el resto de la compañía había tenido un gran desempeño sin embargo la gente no dejaba de aplaudir y gritarle bravos.
Finalmente bajó el telón y sus compañeros y los empleados del teatro se arremolinaron alrededor de Terry. El gerente del teatro y su esposa se acercaron para felicitarlo por su debut y entregarle un bello ramo de rosas blancas del cual tomó una para obsequiársela a la mujer que estaba a punto del éxtasis, al igual que la horda de fanáticas que habían logrado colarse al escenario.
Terry les presentaba un rostro con unos ojos brillantes y una sonrisa seductora firmando libros de autógrafos y folletos de la obra mientras escuchaba invitaciones a cenar de aristócratas y nuevo millonarios, inclusive propuestas de mujeres que conmovidas por su trágica vida familiar estaban dispuestas a darle un poco de solaz.
Odiaba estas aglomeraciones, percibiendo con gran malestar el olor a cigarro, puros, licor, sudor y perfume. Ansiaba llegar a su camerino y cerrar la puerta con llave para quitarse el maquillaje y vestuario tan incómodo.
“Agradezco sus amables atenciones pero me es imposible aceptar porque tenemos función mañana,” declaró. “Y un actor de teatro no debe desvelarse si quiere proteger su instrumento,” concluyó con un movimiento sugerente de sus cejas, arrancando otra ronda de aplausos y gritos de admiración.
Finalmente llegó a su camerino y su joven asistente lo recibió con una pila de telegramas felicitándolo por su debut. Cuando empezó a leerle las tarjetas de los arreglos florales dijo, “Deja eso, Bill. Vete a la fiesta de la compañía.”
El pelirrojo, sabiendo lo veleidoso que podía ser un actor de teatro le preguntó si estaba seguro.
Terry se sentó frente al tocador y empezó a retirarse el maquillaje. “Sí, no te preocupes. Las leeré después. Ahora lo único que deseo es cambiarme e irme a casa. Nos vemos mañana.”
“De acuerdo, señor Grandchester. Buenas noches y otra vez felicidades.”
“Gracias.”
Terry se estaba desvistiendo cuando tocaron a la puerta. ¿Y ahora qué?
Abrió la puerta con desgano.
“Bill, ¿olvidaste algo?”
“Hmmm… creo que no, ¿por qué?”
De la marea de gente corriendo por el pasillo emergió un hombre vestido de rigurosa etiqueta.
Alto. Rubio. Apuesto.
Y una sonrisa inconfundible.
“¡Albert!”
“¡Terry!”
Se abrazaron efusivamente. Se palmearon las espaldas, se dieron la mano y se palmearon una vez más.
Luego de felicitarlo por su desempeño en el escenario le dijo que tenía su auto esperándolos en la puerta trasera del teatro. “Ya que vas a evitar el festejo de la compañía, ¿te gustaría salir conmigo?”
“Por supuesto, solo me cambio y nos vamos.”
En el callejón su chofer los ayudó a subir al asiento trasero de su limosina y se dirigieron a Harlem.
Pareciera que los años no hubieran transcurrido y fueran los mismos rebeldes que tenían encuentros furtivos en una pequeña choza en el Zoológico Blue River, donde platicaban de sus sueños y planes para el futuro.
“En cuanto cayó el telón bajé corriendo del palco para ir a felicitarte y me encontré con una marabunta que me impidió el paso. Alcancé a escuchar tu discurso de agradecimiento. Esa frase de cuidar tu instrumento encendió a muchas mujeres y no dudes que a algunos hombres.”
Terry soltó una carcajada. ¡Tonterías!”
“Dos mujeres dijeron que estabas tan bueno, que harían cualquier cosa para dormir contigo. No pude resistirme y les dije que yo también. ¡Hubieras visto la expresión de terror en sus rostros!”
Los ojos de Terry brillaron de la risa. Las comisuras de sus labios se levantaron sensualmente. Albert, conmovido por esa sonrisa, no pudo evitar sonreír.
“Cómo extrañaba tu sentido del humor tan particular.”
“Estoy hablando en serio.”
“Vamos… tú eres uno de los solteros más codiciados de Estados Unidos. Estoy seguro que vas a todos los eventos muy bien acompañado.”
“No puedo quejarme.”
“Al menos no tienes que leer mentiras sobre tu vida privada en esos malditos tabloides.”
“Ignóralos.”
“Solo porque lo ordenas tú.”
“No lo hagas por mí; hazlo porque es lo correcto.”
“¿Por qué te importarían mis razones para hacerlo, mientras obtengas lo que quieras de mí al final?”
“Porque creo que eres alguien muy especial, Terry,” murmuró, acercándose para frotarle la mejilla suavemente con su dedo índice. “Y no quiero equivocarme.”
Terry parpadeó. Su sonrisa despreocupada se desvaneció. Abrió su boca como si fuera a decir algo de importancia. Entonces el automóvil se detuvo frente a un centro nocturno y el momento pasó.
Unos automovilistas tocaron sus cláxones y pasaron peligrosamente cerca de la limosina mientras Albert y Terry se dirigían al local. La entrada al bar clandestino estaba en la parte trasera, donde una puerta de hierro impedía el acceso. Albert tocó el timbre secreto, un recuadro se abrió revelando unos ojos negros inquisitivos, y una vez que el encargado determinó que eran el tipo de gente adecuada, abrió la puerta.
Fueron recibidos por notas de jazz y bellas coristas bailando en el escenario, sus sinuosos cuerpos de ébano y caoba cubiertos de plumas y canutillo, mientras los hombres soltaban risotadas y gritaban, “¡Mucha ropa, mucha ropa!”
El lugar estaba lleno de hombres vestidos de etiqueta fumando puros y mujeres envueltas en lentejuela, perlas y boas de plumas.
El capitán de meseros los llevó a la mejor mesa de la casa, entonces ordenaron la cena. Pronto en la mesa había camarones, ostras, y langosta. Cuando un mesero le tomó su orden a Albert, dijo, “Tráigame un Highball escocés. Bueno que sean dos. Veamos qué opina mi amigo de mi nueva bebida favorita.”
Terry estaba un poco reticente de probar el coctel creado a fines del siglo pasado. Frunció levemente la nariz y cuando tomó un sorbo, comenzó a toser.
Albert le quitó el vaso para cerciorarse que era la bebida correcta. Dejó que su lengua probara experimentalmente el contenido, y dijo, “Esto es whiskey de verdad. Es más, tengo varias botellas de esta marca en casa.”
Terry no se había alejado del licor por la Prohibición, sino porque no deseaba regresar a los excesos que afectaron su oficio. Pero quería compartir su éxito con Albert, así que cogió su vaso diciendo, “Brindemos por nuestra amistad.”
“Por nuestra amistad,” respondió Albert con una sonrisa.
Terry disfrutó como el licor quemaba su garganta y poco a poco calentaba su cuerpo.
“No puedo creer que vinieras a verme a pesar del mal clima.”
“Un poco de nieve no es obstáculo para un nativo de Chicago. Además necesitaba unas vacaciones, y qué mejor pretexto que ver a mi viejo amigo interpretando a Hamlet, ¿no crees?”
Terry sonrió ampliamente. “Te lo agradezco.”
“Aunque debo confesarte que Archie cree que solo vine por negocios.”
Al escuchar ese nombre, Terry preguntó por el dandy y la tímida. Ellos se encontraban muy bien, preparando su boda para septiembre. Un borracho hizo un brindis por los soldados caídos y Albert levantó su vaso.
Terry lo hizo también.
“Siento mucho lo de Stear,” se acercó a decirle.
“Gracias,” respondió, esperando que el calor de la bebida se disipara. “A veces desearía haber regresado más pronto a casa para impedir que se enlistara.”
“Se hubiera ido de todos modos.”
Albert desvió su mirada al escenario, frunciendo el ceño ante esa declaración. “Tienes razón. Mi sobrino quería hacer su parte por la paz mundial.”
Ambos guardaron silencio por unos instantes, recordando los momentos felices que habían tenido con Stear.
Entonces Terry dijo, “La noche es joven. Compremos unas botellas y vayamos a mi apartamento.”
Albert y Terry estaban sentados en lados opuestos del sofá frente a la chimenea encendida del pequeño apartamento ubicado a pocas cuadras del teatro donde se presentaba Hamlet.
“¿Y cómo está Susana?”
“Físicamente está bien, pero su mente...”
Y empezó a recriminarse. Esa maldita lámpara debió caer sobre él para así romper de tajo su carrera incipiente. ¿Por qué se atravesó para salvarlo? Hubiera preferido mil veces eso a estar atado a una mujer que no amaba y nunca amara.
Por lo menos ella ha dejado de sufrir por su desamor; se ha creado su propio mundo en su habitación de la mansión en Somerset que le compró como regalo de bodas. Se conforma con visitas acompañadas de flores y conversación inane. Ni siquiera recuerda que alguna vez deseó ser una famosa actriz de teatro y ver sus nombres juntos en las marquesinas.
“Su vida era un constante sufrimiento con visitas a la clínica y tratamientos experimentales dolorosos, así que en contra de las indicaciones de los médicos interrumpí el tratamiento para recluirla en nuestra mansión, donde es atendida por enfermeras las 24 horas del día.”
Ha recorrido medio mundo como un desesperado buscando la solución a sus males, sin embargo no existía todavía poder humano que pudiera dársela. Está condenado a vivir así el resto de su vida, mostrando dos caras al mundo. Al menos tenía el teatro como válvula de escape.
Se le pusieron brillosos los ojos con lágrimas que se rehusaba a derramar. Había hecho cosas horribles en su corta vida, pero no creía merecer castigo tan severo.
“Por lo menos tienes la tranquilidad de que estás haciendo todo lo posible por ella.”
Terry levantó la cabeza, una respuesta hiriente formándose en sus labios, pero la expresión de Albert lo detuvo. ¿Se veía triste? No era lástima; era más bien empatía. Eso disminuyó su enojo. Su amigo era encantador y ahora toda su alegría se había desvanecido. Nunca lo había visto tan serio.
“¿Y Candy?”
Una leve sonrisa se formó en los labios del rubio. “¿Candy?” suspiró. “Ella está muy bien, formando parte del Cuerpo de Enfermeras del Ejército.”
“¿Ejército?”
“Se enlistó casi al final de la guerra y fue enviada a Francia. Aunque no le tocó estar en el frente, participó activamente en los tratamientos de prevención durante la epidemia de influenza.”
“Tarzán pecosa,” masculló. “Tu espíritu de servicio es admirable. Eres un ángel, solo te faltan las alas.”
“Y se ve hermosísima en uniforme,” dijo Albert, con una mirada soñadora.
“¿La amas?”
“Tanto que me duele.”
No supo porque dijo eso. Prefería no ahondar en el asunto pero la expresión de Terry demandaba una explicación.
“Recuerdo perfectamente la noche que la invité a cenar con la intención de revelarle mis verdaderos sentimientos, y me mostró la carta de aceptación al Cuerpo de Enfermeras. Su rostro irradiaba tanta felicidad que no pude hacer otra cosa que apoyarla.”
“Debiste prohibirle que se fuera.”
“Los requisitos para formar parte de ese cuerpo es que sean mujeres, solteras, voluntarias y graduadas de una escuela de enfermería civil. Ella hizo su mayor esfuerzo para pasar las pruebas y no tenía derecho a destruir sus sueños por mi egoísmo.”
“Albert, no es justo que tú también seas infeliz-“
Levantó la mano para interrumpirlo. “Cuando amas a alguien quieres que sea feliz aunque sea lejos de ti. ¿Acaso tú no hiciste lo mismo por ella?”
Una sonrisa irónica distorsionó el rostro de Terry. “Touché.”
Por unos momentos el único sonido que se escuchaba era de los rastros de humedad y gases escapando de la leña quemándose en la chimenea.
Terry no pudo evitar mirar a Albert. No había nada de malo en eso, ¿verdad? Tan solo una mirada.
Albert tenía las manos más bellas que Terry jamás hubiera visto. Claro, el hombre también era fuerte como un roble, como no podía estarlo con todo el trabajo físico que había hecho mientras recorría medio mundo. Nunca había prestado atención a las manos de alguien, pero su amigo tenía unos dedos tan largos, rápidos y diestros para dar el golpe adecuado, cuidar a un animal herido o firmar un documento sellando el destino de una empresa.
Y de repente quiso saber a qué sabían los besos de Albert.
¡Detente! Es tu amigo. Probablemente el único amigo verdadero que tienes en este mundo. ¿Podrías soportar su rechazo?
Albert lo observaba detenidamente. Con razón las mujeres caen rendidas a sus pies, pensó. Con esa melena desordenada y sonrisa seductora en sus labios. Esa piel blanca y facciones delicadas, y esos ojos azul gris que un momento parecen una tormenta y el siguiente un lago tranquilo donde quisieras darte un clavado. Terry exuda sensualidad por los poros a tal grado que hasta yo me siento atraído.
Se rió entre dientes ante la idea.
“¿Albert?”
“¿Hmmm?”
“¿Me permites darte un beso?”
Albert levantó una ceja. Había estudiado en el Instituto San Pablo cuando era exclusivamente para hombres y había escuchado historias de alumnos teniendo encuentros sexuales entre ellos. Y en sus viajes algunas veces fue abordado por hombres mayores. La verdad es que nunca participó en esos juegos. No por falta de oportunidad, sino de interés.
Terry sonrió. “No es más que un beso lo que te pido, ¿Por qué eres tímido?” (1)
¿Me está seduciendo con Shakespeare?
Es un diablo, pensó divertido. Sin embargo, no podía negar que le intrigaba la idea.
“De acuerdo,” respondió, y la intensidad de su mirada hizo sentir a Terry como si fuera el rey del universo.
Albert respondió inmediatamente al sentir sus labios sobre los suyos. Cerró los ojos, y abrió su boca para dejar que sus lenguas conocieran sus sabores. Su corazón dio un vuelco ahogándose en la sorpresa, terror y esperanza. Solo se dio cuenta de la agresividad de su beso cuando Terry se separó con una risa sofocada. “Espera,” murmuró. “Vamos a la habitación a continuar esto.”
Se levantó del sillón, siguiéndolo, sintiendo la baja repentina de temperatura al abandonar la sala.
Entonces Albert lo asió del brazo. “Por favor no juegues conmigo. No prometas lo que no estás dispuesto a cumplir.”
Tomó la mano libre de Albert y la presionó a su ingle, moldeando los dedos alrededor de su miembro. “¿Crees qué estoy jugando?”
Albert apretó, y los párpados de Terry se entrecerraron, su aliento escapando en un siseo de sus labios.
Atacó la boca de Terry y éste reaccionó ansioso, presionando sus cuerpos hasta sentir la erección de Albert contra su cadera.
“Dios,” Albert gritó ahogado, arqueando la espalda.
Terry se retiró abruptamente. “Habitación,” murmuró.
“Vamos, vamos,” respondió un tanto desorientado.
Minutos después cayeron desnudos en la cama y pasaron mucho tiempo explorando sus cuerpos, labios y manos frotando y acariciando, ¡y qué decir de los besos! Prolongados, lánguidos y apasionados hasta que Terry no pudo resistir más.
Envolvió una mano alrededor de Albert, escuchando un gemido escapar de su boca. Entonces sintió la presión de una mano en su propio pene, con esos dedos largos y diestros que lo invitaron a sincronizar sus movimientos y así juntos alcanzar el orgasmo.
Fue un descubrimiento muy agradable para ambos.
Albert le había dado la confianza suficiente para cederle el control de su cuerpo, y todavía sentirse como todo un hombre.
Terry estaba fascinado con el calor que emanaba del cuerpo de Albert, disfrutando como esos músculos se tensaban levemente con la caricia correcta o el deslice indicado de una mano sobre la piel.
En algún momento durante la noche, mientras le besaba el cuello a Albert, levantó la cara lo suficiente para buscar la mirada de su amante. Albert lo estaba viendo con unos ojos azules llenos de aprobación, y se dio cuenta que su vínculo ahora era indestructible.
“¿Te quedas a desayunar?” preguntó contra sus labios, y Albert murmuró su respuesta afirmativa mientras lo estrechaba entre sus brazos.
Puede que no sea el tipo de relación que buscaban, pero eso no importa ahora. Porque esto debe ser suficiente para los dos.
Finis
Febrero 14, 2018
(1) Del Poema “Venus y Adonis” de William Shakespeare