Humedad, Inquietud y Candor.
¡Feliz Cumpleaños Anthony!
Septiembre 2006
Por Fran
Debió haber reaccionado de alguna otra manera. No sólo quedarse quieto y meter sus manos a los bolsillos del pantalón como si ocultara algo. Archie corrió por una manta para ayudar a Candy. Candy rió con fuerza y aseguró que esta vez Stear lo pagaría. Stear corrió por su seguridad.
Desde luego que si alguien tiene que pagar por algo ese es Stear. Puede hacer de una cosa realmente rutinaria una catástrofe. ¿qué otra persona en el mundo puede convertir una inocente regadera en un arma? Claro que Candy, por intentar ayudarlo en el jardín, no midió las consecuencias de usar un artefacto creado por Stear. Lo pintó tan bonito “la regadera sabrá la cantidad exacta de agua que necesita cada planta, así no correrá peligro de morir por exceso de riego”, si no lo hubiera visto jamás lo hubiera creído de habérselo contado alguien más, parece imposible que una regadera sea capaz de explotar y dejar a la persona que la usa totalmente empapada.
No es la primera vez que Candy termina mojada hasta los huesos por culpa de Stear. Pero si es la primera vez que su cuerpo se tornó inestable al presenciar como la tela de su vestido se iba adhiriendo a la piel de Candy, como la tela blanca quedaba semitransparente mostrando el color nacarado de su piel. La boca se le secó tan repentinamente que ni oportunidad tuvo de decirle a Candy que no corriera tras Stear con el vestido prácticamente untado a su cuerpo delineando cada contorno de su silueta.
Los chicos parecieron no notarlo. Archie hizo un comentario sobre los predecibles resultados de los inventos de Stear y fue por algo para secar a Candy. Stear entre sorprendido y contrariado por la falla se limitó a encoger los hombros y mirar al suelo con sumo interés de igual manera que cuando espera que la Tía Abuela le imponga un castigo. Obviamente la rapidez de reacción Candy se concretó en lanzar una exclamación que fue ahogada por una carcajada y amenazar a Stear que, temiendo una consecuencia peor echo a correr con Candy detrás.
¿Es posible sentirse así? con el estomago tan caliente y miles de pequeños riachuelos de agua helada corriendo por tu piel, totalmente petrificado, imposibilitado para mover un sólo músculo de cualquier parte de su cuerpo. Ni siquiera cuando Candy vuelve hacia él sus brillantes ojos verdes y le sonríe puede moverse, hacer algo para detener esa tonta persecución.
El aire huele a rosas y debería estar acostumbrado a ese olor pues ha pasado toda su vida rodeado de él pero no es así, irremediablemente relacionará este olor a la risa vibrante de Candy, a su cuerpo húmedo, a sus cabellos alborotados sin control liberados de sus eternas coletas y a ese pulso en su cuerpo en lugares bajos y peligrosos.
Con Candy a su lado las cosas hasta ese momento siempre le habían parecido fáciles y divertidas, lejos de preocuparse por los modales que según su tía abuela impresionarían y le ganarían el respeto de cualquiera se podía olvidar de ellos porque no es algo que a Candy le importe. Junto a ella puede portarse como un chico con ganas de no tomarse todo tan en serio y hacer cosas sin sentido sólo por divertirse. Ahora lo único que siente es una terrible incomodidad y que Candy sea la causante de eso no le tranquiliza en lo absoluto, esto podría volverse muy complicado si cada vez que está cerca de ella tiene una reacción similar.
Sabe que lo que le pasa tiene nombre, lo vieron en la clase de biología y por mucho que Archie y Stear bromearon sobre eso, nunca llegó a imaginarse que sería tan repentino, abrumador y, porque no decirlo, inoportuno.
Candy se acerca a él, exprimiéndose el vestido y mostrándole gran extensión de sus piernas, le cuenta que Stear se ha ido a esconder en el portal de piedra y que sólo él conoce los laberintos que hay detrás, pero no se ve en absoluto enfadada. Ella cree que deben aprovechar que ya está mojada para ir a nadar. Con dificultad le explica que no le interesa ir a cambiarse de ropa para ir a nadar, a lo que Candy responde que no es necesario usar un traje de baño. Tampoco le importa su preocupación por su ropa porque, en un descuido, ella se acerca y lo abraza con la ropa húmeda con la intención de mojarlo también y acepte acompañarla a nadar.
No puede usar las manos para alejarla de su cuerpo ni detener las consecuencias de ese abrazo. Cuando es inevitable la cercanía cuerpo a cuerpo tiene que sacar una de las manos de su bolsillo para guiar a Candy sobre un costado y evitar que se recueste de frente sobre él. Ambos rodean sus cinturas con un brazo y es increíble como encajan sin que quede un espacio entre ellos. Ella repite con una suave vocecita en su oído, “vamos, que yo sé que quieres hacerlo” y él se tiene que repetir mentalmente que no están pensando en lo mismo y la misma Candy lo confirma cuando su voz se vuelve un ruego un poco ronco, “Vamos a nadar. Por favor. No seas así”.
Ser “asi”.
Desde luego que sabe a que se refiere con esa frase. Es por lo que la quiere tanto, porque junto a ella muchas de sus propias restricciones pueden quedar en el olvido, porque junto a ella se siente libre y porque con ella cualquier locura es perfectamente normal.
La toma de la mano y corren hacia el lago, sin detenerse se sumergen en el, ¡al diablo si arruinan la ropa!, si los regañan más tarde no podrán quitarles estos minutos sin control en los que juegan, gritan, se arrojan agua y compiten por ver quien da más vueltas nadando de muertito. Anthony experimenta como los cambios en su cuerpo son fortuitos, se relaja y puede volver a sentirse tan a gusto en la compañía de Candy.
Horas más tarde cuando llegan a la mansión totalmente empapados y con la tía abuela apunto de explotar al ver su “lamentable estado” y exigiendo explicaciones. Archie y Stear salen en su defensa, “te lo dijimos tía abuela, estaban regando los rosales.” Y Stear se prepara para darle una demostración de su nuevo invento a la matriarca.