Otra Navidad
Un minific por Carolina
Lakewood, Diciembre de 1904
Pasaban de las tres cuando George Johnson cruzó el portón y se quitó el abrigo, la bufanda y los guantes y corrió al estudio donde la Señora Elroy y William lo esperaban para tratar un tema de gran importancia. La mujer no lo invitó a sentarse ni le dio oportunidad de disculparse por su tardanza debido a la nevada, así que se quedó parado a lado de William.
El rostro adusto del tutor fue transformándose a medida que la escuchaba despotricar sobre su sobrino. ¿Está hablando en serio? ¿Pretende qué el chico acepte su decisión sin chistar?
“Como este año Pauna y su familia pasarán la Navidad y Año Nuevo en El Cairo con los Cornwall, he decidido aceptar la invitación de Sarah de pasar las fiestas en Sunville. Obviamente William no puede asistir porque debemos proteger su identidad. Se quedará aquí en Lakewood y aprovechará para ponerse al corriente en sus estudios. Sus profesores me han dicho que últimamente ha estado muy distraído.”
Haciendo una mueca de molestia, Albert se cruzó de brazos.
“Sería la primera vez que William no pasa estas fechas con la señora Pauna y Anthony. Si fuera posible que usted reconsiderara…”
Elroy los vio con desdén. “¿Pasar la Navidad con mi sobrino? ¿Para escuchar sus reproches porque no le permití que alcanzara a Pauna en Egipto?”
Albert levantó los ojos al cielo.
“Señora-”
“George, desde que William está bajo tu cuidado dejó de ser un niño dócil y obediente, no sé qué ideas raras le has metido en la cabeza. Cuando le informé de mi decisión, tuvo la osadía de levantarme la voz.”
George pensó que él también hubiera hecho lo mismo ante semejante ocurrencia.
“Y esa horrible mofeta suya me gruñó.”
“Poupeé creyó que ibas a jalarme la oreja y quiso defenderme.”
Elroy ignoró su explicación y siguió con su retahíla. “Tú no tienes familia con quien pasar la Navidad así que puedes hacerle compañía a tu pupilo. Ya les avisé a Mary y Whitman que sus vacaciones han sido canceladas. Ellos les prepararán la cena de Navidad.”
“Tía Elroy,” dijo William furibundo. “Toda la servidumbre salió de vacaciones, no conforme con arruinarme las fiestas, también pretendes que Mary y Whitman sufran por tu terquedad.”
“Basta, William,’ dijo Elroy exasperada. “No quiero escuchar más tonterías.”
Tocaron a la puerta. Era su doncella para avisarle que ya habían subido su equipaje al automóvil de los Legan y el chofer esperaba sus instrucciones.
George sabía perfectamente porque prefería pasar estas fechas con esa familia de trepadores. Ellos la cubrían de halagos y atenciones, mientras que William le decía sus verdades sin pensar en las consecuencias.
Sonriendo, se puso de pie. Les pidió que la acompañara al auto.
“George, necesito que hagas entender a William que no es un jovencito común y corriente, ya cumplió doce años y debe aceptar su realidad. Queremos que se enfoque en sus estudios y atienda nuestros consejos como el futuro líder de la familia Andrew.”
Entonces clavó su mirada de halcón en Albert. “Cuando regrese, espero un cambio de actitud de tu parte.”
Éste sonrió levemente. “Que tengas un buen viaje, querida tía.”
Ambos observaron como las rejas se cerraban lentamente detrás del vehículo que llevaba a la líder de la familia Andrew.
“¿William?”
“¿George?”
“¿Estás listo para tu siguiente lección?“
“¿Involucra libros?” preguntó lastimosamente.
George sonrió levemente y lo vio de reojo.
“No, se trata de un acto de justicia. Acompáñame a la cocina.”
Entraron a la cocina y encontraron a Mary pelando papas y a Whitman apilando leña a un lado de la estufa.
Albert se sintió mal; era culpa suya que el matrimonio se quedara en la mansión en lugar de pasar la Navidad con su gente.
Mary levantó la cabeza y sonrió. “Joven William, George. ¿Se les ofrece algo?”
“No, gracias,” dijo Albert. “Solo quería saber que estaban haciendo.”
George lo observó por unos instantes, entonces decidió darle un empujón virtual.
“William, la señora Elroy quiere que tengas un cambio de actitud, y eso incluye saber tomar decisiones como futuro líder los Andrew.”
Albert movió la cabeza en afirmación. “Sí, pero no sé por dónde empezar.”
“Algunas veces,” dijo George. “Si una orden es injusta, se recurre a una contraorden.”
El chico pensó por unos instantes, entonces su rostro se iluminó.
“Whitman, Mary, necesito decirles algo.”
El jardinero se quitó los guantes y se acercó. “¿De qué se trata, joven William?”
Albert les sonrió. “He decidido que se vayan de vacaciones.”
Mary palideció y buscó la mirada de su esposo. “Pero, la señora Elroy nos dijo que no-“
“Yo soy el tío abuelo William, y mis decisiones tienen mayor peso. ¿Verdad, George?”
Su tutor movió la cabeza en afirmación. “Así es, joven William.”
La pareja no pudo ocultar su emoción, y se desvivieron en agradecimientos a Albert por darles permiso. Era una suerte que todavía no deshicieran sus maletas.
De repente, Mary dejó de sonreír. “No estaré tranquila dejándolos aquí solos en la mansión.”
“No te preocupes,” dijo George. “Estaremos bien.”
Ella caviló por unos momentos, entonces dijo, “Si gustan, pueden venir con nosotros.
Whitman sonrió. “Es una gran idea. Si nos apuramos llegaremos a casa en la noche.”
Albert y George aceptaron la invitación de pasar las Navidades en Laporte Indiana. Se fueron en el automóvil de George para llegar más rápido.
Los Whitman no tenían hijos pero si una extensa familia compuesta por hermanos, hermanas y muchos sobrinos y sobrinas los cuales les dieron una gran bienvenida. Albert participó en la decoración del árbol de Navidad y la preparación de la comida mientras George ayudaba a cortar leña para la chimenea y la estufa.
Albert se sintió feliz de formar parte de los juegos y las travesuras de los chicos y chicas de su edad. Patinaron en el lago congelado, jugaron a las guerras con bolas de nieve y comieron malvaviscos asados en la fogata. Ellos no sabían que era William A. Andrew el heredero de una gran fortuna, en esa humilde casa llena de amor y alegría era simplemente Albert, un invitado más a la cena de Navidad.
Lo mismo pasaba por la mente de George; siempre fue ese joven que se asomaba por las ventanas para ver como festejaban los Andrew o su servidumbre la Navidad y el Año Nuevo, sintiendo que no pertenecía completamente. Sin embargo ahora se sentía arropado por el cariño y la compresión de Mary y Whitman y su familia.
En la víspera de Navidad fueron convocados a una tradición familiar de muchos años, empacar comida y envolver regalos para llevarlos a un orfanatorio a las afueras del pueblo.
La noche anterior había nevado copiosamente así que la caravana avanzó lentamente a su destino. Albert y George iban en la parte trasera de la carreta de Whitman y Mary disfrutando el paisaje.
Albert estaba inquieto, sabía que los Andrew formaban parte de un comité que ayudaba a varios orfanatorios de Chicago, pero nunca le había tocado ir a uno. Se preguntaba cómo serán esos niños.
“Ya llegamos,” anunció Whitman.
La caravana se detuvo frente a un pequeño edificio que parecía una iglesia con su vitral multicolor. Albert saltó de la carreta y leyó en voz alta el letrero enterrado a un lado de la cerca.
“El Hogar de Pony.”
George lo llamó para que ayudara a bajar los regalos. Una mujer regordeta de lentes y una religiosa salieron para darles la bienvenida. Se identificaron como la señorita Pony y la hermana María y agradecieron de manera efusiva sus donaciones y los invitaron a la merienda.
De repente, alrededor de una docena de niños y niñas entre los cinco y ocho años aparecieron en la puerta y corrieron a las carretas para ayudar a llevar las cosas adentro del hogar.
Albert quiso probar su fortaleza y cogió varias cajas sin pensar que la pila le obstruía la vista. Confiado de que el camino estaba despejado caminó hacia la puerta.
Entonces chocó con un remolino que lo hizo caerse en su trasero con un “uff” y los regalos volaron por los aires.
“Dios mío, Candy,” dijo la señorita Pony. “Fíjate por dónde caminas.”
Albert abrió los ojos y descubrió a una niña cabellos rubios ensortijados, enormes ojos verdes y una boca formando una pequeña o. No creyó que tuviera más de cinco años.
George corrió hacia ellos. “¿Están bien?” preguntó ayudando a la pequeña a ponerse de pie.
Ella se sonrojó. “Sí, gracias,” respondió. Entonces le ofreció su mano a Albert.
Desconcertado, tomó su mano y fue sorprendido por la fuerza de la niña. Qué les dan de comer en este lugar, pensó divertido.
“¿Cómo se dice?” preguntó la religiosa.
La niña se mordió el labio inferior, entonces miró de reojo a Albert. “Perdón. Espero que no te duela mucho tu trasero.”
Albert sonrió ampliamente. “No hay problema,” contestó. “Procura tener más cuidado.”
“Okay, te lo prometo,” dijo la pequeña antes de correr a lado de una niña de cabello negro y ojos azules que la esperaba cerca de una carreta con comida.
George lo ayudó a recoger los regalos y se dio cuenta que Albert seguía con la mirada al pequeño remolino.
“Una moneda por tus pensamientos,” le dijo.
Albert volteó y sonrió levemente. “Me preguntaba si volveré a pasar otra Navidad tan interesante como esta.”
Finis
12/23/2015