92. … A NUEVOS DESAFÍOS, NUEVAS RESPUESTAS

… A NUEVOS DESAFÍOS, NUEVAS RESPUESTAS 

     En su artículo América, Ivan Illich llega hasta “el mismo fondo” al evaluar la inefectividad de las Congregaciones norteamericanas en Latinoamérica. Sin embargo, al hacerlo parece esperanzado de que las congregaciones norteamericanas se detendrán un momento en sus trabajos misioneros y reevaluarán su valor apostólico. 

     Al detenernos a medio camino de la solicitud de los  20.000 misioneros debiéramos hacer algunas preguntas. ¿Cómo se están usando los millones de dólares en donaciones para las misiones en el apostolado? ¿Cuáles son las intenciones de las sociedades misioneras y de las Congregaciones religiosas al establecerse permanentemente en un país?  ¿Está dedicada la Congregación como se pretendió originalmente – sólo a la gloria del reino de Dios – o a la gloria de la Congregación estadounidense? ¿Están bien preparados los 1.622 misioneros ubicados en Sudamérica, en cuanto al idioma, la cultura y sicológicamente, para hacer un trabajo latino en países netamente latinos? 

     Durante siglos las sociedades misioneras y las Congregaciones religiosas han estado imponiendo prácticas cristianas de un país extranjero sobre la cultura de otro país. Por siglos se han encontrado con el fracaso. A la gente de un país con una cultura tradicional y un modo de vida se le hace difícil adoptar las costumbres extrañas de un misionero extranjero en algo tan personal como su fe. Lo hacen porque es cuestión de tener un líder espiritual extranjero o nada. 

     Sin embargo, es tiempo de que las congregaciones misioneras se den cuenta que sólo porque una cultura es europea o norteamericana, no significa necesariamente que sea mejor. Si las prácticas cristianas deben establecerse o rehabilitarse debe ser de acuerdo a la cultura del país en cuestión. 

     La mayor dificultad que encuentran los misioneros norteamericanos en el campo misionero, no es la incapacidad de hablar el idioma como un nativo, sino su incapacidad para identificarse con la gente del país de misión.  No importa cuánto traten, sencillamente no son uno de ellos. Pueden vivir con ellos, en una casa tan humilde como la de ellos, pero siempre se sentirán como “yanquis”, mientras que ellos son latinos. Es sicológicamente imposible para ellos romper esa barrera cuando tratan con la gente.  Es algo similar a los primeros inmigrantes que llegaron a los Estados Unidos, después que se hubieron instalado con un modo de vida alemán. Nunca pudieron captar el espíritu norteamericano vital que brotó en sus hijos. No se trataba sólo de la educación de su hijo norteamericano, sino que él tuvo la primera sensación de la vida en Norteamérica. Creció para ser un norteamericano, no un inmigrante alemán. 

     Si un misionero extranjero quiere quedar satisfecho de su identificación con su nuevo pueblo, se le debe dar la oportunidad de imbuirse en el sentimiento y la cultura del nuevo país.  Esto escasamente es posible cuando se comienza una nueva vida a la edad de 30 o 35.  Teniendo ya muy fijas sus ideas “yanquis” y su manera de vida, el misionero hará juicios de acuerdo a sus estándares norteamericanos, insistiendo en que la gente observe las reglas como lo hizo en su país natal, esperará las mismas reacciones y resultados que produjeron sus esfuerzos en los EE.UU. – y cuando llegue el fracaso al final, con Ivan Illich, estirará las manos con pesar porque un misionero entre gente extraña no sirve. 

     En algún momento, se dará  cuenta que para poder  ser un misionero con éxito, no depende sólo del apoyo financiero que tenga, o cuán bien ha organizado su parroquia extranjero norteamericana, sino en qué medida se ha convertido en un real hermano espiritual   para su gente. 

     En Latinoamérica, más que en los Estados Unidos, esto depende en cuánto se ha convertido en “uno de ellos”. Esta capacidad del misionero no se da por un simple deseo de su parte. Ningún acto de voluntad puede lograrlo. Tiene que nacer en los años de su formación y preparación. Poder “sacarse el país de encima” es algo deseable en su entrenamiento. 

     Algún día, nuestro Vicariato chileno, debe enfrentarse a otro problema – el problema de la absorción de la cultura. Algún día, los norteamericanos van a tener que vivir con los chilenos como chilenos. Hacerse una transfusión de sangre chilena en las venas norteamericanas tampoco servirá. Actualmente, nuestros misioneros están viviendo  a la americana en sus casas parroquiales y en sus casas, simplemente porque treinta años previos de fuerzas culturales norteamericanas les obligan a vivir de esa manera. No es su culpa que tengan un largo camino que recorrer para vivir como latinos. En el futuro, cuando se ordenen jóvenes chilenos en el sacerdocio, los primeros serán tragados por la avasalladora fuerza de los norteamericanos. Pero el día llegará cuando los actuales norteamericanos tendrán una seria preocupación. Su preocupación será la supervivencia de su comunidad como Congregación chilena. El fracaso en adaptar la comunidad a la cultura chilena significa condenarla a lo inevitable – el fracaso como congregación chilena.  

     No tenemos que esperar para averiguar si esto es verdad. Nuestra comunidad de hermanos, los Palotinos alemanes. Han pasado por la angustiosa tortura de la desintegración de su comunidad chilena. En un momento tuvieron una increíble cantidad de vocaciones de las universidades chilenas, sólo para que este dinosaurio, cuando tuvo la edad, se volviera contra ellos. La inconmovible mentalidad germánica no se podía someter al temperamento sanguíneo latino. La Santa Sede, sólo el año pasado, dictó un decreto constituyendo en un  Instituto Diocesano a todos aquellos que querían dejar la comunidad Palotina. No sólo estaba dividida la Congregación en dos, sino que su base chilena estaba rota. 

     El momento  de comenzar una vida misionera extranjera y un entrenamiento debiera ser al día siguiente que termine su noviciado. El noviciado, según concebido tradicionalmente, es el momento para establecerse espiritualmente y tomar la decisión de servir al Maestro en la vida futura. En este punto debiera comenzar su vida en el país que será su campo de trabajo. Ningún entrenamiento en su propio país o en cualquier otro país será tan beneficioso para él como el entrenamiento que recibirá en el país de su vida futura. 

     Como uno de los argumentos en contra del Programa 4-4-4 es “La Santa Sede desea una amalgama entre la filosofía y la teología”, los planes futuros parecerían pedir que estos estudios sean emprendidos en el mismo instituto de aprendizaje. Aquí en Chile, en donde la renovación de la Iglesia está avanzada, habrá ciertamente una integración de estos dos estudios en la universidad donde estudian nuestros seminaristas. La Universidad Católica Chilena tiene la fama de ser una de las mejores de Sudamérica. No lo es menos el caso del Departamento de Teología. Las normas que vienen de la Santa Sede son puestas en práctica por el Cardenal  y el personal de su progresiva universidad teológica. Si como anticipa, el Capítulo de Negocios, se van a alinear la filosofía con la teología, ciertamente eso tendrá lugar en Chile. 

     Estamos conscientes del hecho que la Organización de Padres  pone problemas en mandar una cuota de seminaristas a las misiones después del noviciado, o después del curso de filosofía. Pero ciertamente no es imposible proponer una enmienda a las regulaciones de la Organización de Padres. El personal para las misiones latinoamericanas viene de los miembros de la provincia de Cincinnati; una simple solución sería descontar el personal latinoamericano asignado a la cuota de Cincinnati cuando más adelante se haga la selección. Enviar personal a las misiones a una edad temprana es de tal importancia en el esfuerzo misionero que pedimos un estudio inmediato y una solución factible con la Organización de Padres.  

     Esta selección no debiera tomarse de una lista de estudiantes voluntarios para las misiones. Desde la partida, el Programa de Renovación ha presentado el punto de que hay un profundo deseo dentro de la comunidad, en cuanto a que las misiones extranjeras debieran ser uno de sus principales trabajos. Es, por lo tanto, el momento de retirar esa lista como si fuera uno de esos trabajos extracurriculares a los cuales uno se presenta como voluntario si quiere participar. Ha llegado el momento en que las misiones extranjeras no debieran ser consideradas como una segunda opción sino como el cumplimiento de un gran deseo que personalmente tuvo San Gaspar. Aquellos que entran a nuestra Congregación deben darse cuenta que en cualquier momento, ya sea durante su formación o en el sacerdocio, se da por descontado que quieren ser misioneros extranjeros. En una comunidad con la mente puesta en las misiones extranjeras hay poca justificación  para atar de manos al Provincial con una lista limitada de aquellos que han “firmado”. Nunca más las misiones deben ser consideradas como un lugar para aquellos que tienen un tremendo físico o una excepcional capacidad para las dificultades   y los sacrificios. Después de 20 años de trabajo de base, nuestros Padres han establecido bien un lugar en las misiones para cualesquiera que tenga una verdadera vocación para la Comunidad. El Provincial, por lo tanto, debiera quedar libre para seleccionar a cualquier estudiante de teología o filosofía que considere capaz de hacer un buen trabajo en las misiones. 

     A causa de la urgencia de esta petición debiera ser mejor comenzar  este programa con los estudiantes de teología. De acuerdo al informe financiero del seminario en las minutas del Capítulo de Negocios, es mucho más barato pagar el pasaje en avión, la educación y el alojamiento de un seminarista en Chile que mantenerlo en St. Charles. En los años que vengan, después que estos jóvenes se hayan imbuido de la cultura, el lenguaje y la comprensión del pueblo chileno, la Comunidad tendrá razones para estar orgullosa de estar poniendo en las misiones a hombres  que son excelentemente aptos para hacer el trabajo de un misionero latinoamericano. 

     Estoy recomendando esto no sólo como un medio de mejorar nuestro esfuerzo misionero, sino  como algo “imprescindible” para prevenir en el futuro la afirmación de Ivan Illich en cuanto a que se hace “más daño que bien”. (The Gasparian, Vol.30, mayo 8, 1967, Nº4, págs. 38-39-40)