Reflexiones en torno al celibato ministerial
Carta Inaugural del nuevo Director, Padre James Bender,
a todos los miembros del Vicariato Chileno
Los recientes hechos acaecidos dentro de nuestro Vicariato han dejado resonancias de desaliento, entre nosotros, los que sobrevivimos. Hemos visto desmoronarse, en un grado alarmante, el modo de vida que nos sostenía con seguridad en nuestra vocación. Hermanos en el sacerdocio, con la misma formación y los mismos antecedentes que nosotros, han escogido otro camino. Ustedes, como yo mismo, pueden muy bien haber escudriñado a través de horas oscuras, reexaminando el por qué de quedarse personalmente en esta forma de vida. Podemos haber pensado: ¿Acepté el celibato libremente? Realmente no sabía a esa edad inexperta lo que significaría una vida solitaria de celibato. ¿Vale realmente la pena llevar una vida de celibato? En estos días el cristiano debe buscar su realización personal. Los célibes y las vocaciones religiosas son cada vez menos. El mundo moderno no le ve el asunto al celibato, no me considera realmente como un hombre entre los hombres. La forma del sacerdocio está cambiando. Los sacerdotes casados serán algo común en el futuro. Mientras tanto los casados y yo no nos podemos entender, a menos que yo también esté casado. ¿No estaría en mi derecho, incluso en mi deber, apurar el proceso dentro de la Madre Iglesia que se mueve lentamente? Este y ese, otro compañero mío, buenos hombres, se “están saliendo”. Es posible y fácil en estos días. Mi vida está pasando rápido. No puedo permitirme dejar escapar la felicidad humana. Siento la profunda e incesante necesidad de amar a alguien completamente, y de tener esa tierna persona dirigida exclusivamente hacia mí. Juntos podemos pertenecer a Dios. Puedo ser más valiente dando el difícil pero liberador paso, que conformándome al respeto humano y a las tradiciones. Además el llamado de las misiones ya no tiene su atractivo original para mí. No he tenido ningún éxito evidente. ¿Podremos alguna vez llenar la brecha entre nosotros los extranjeros y los chilenos? Con nuestra presencia ¿no sólo estaremos demorando el día en que la Iglesia chilena misma tendrá que resolver sus propios problemas con el clero a su propio modo? No me siento muy útil ni bienvenido en Chile. La frustración está royendo las cuerdas del entusiasmo y de la esperanza que hasta el momento me han atado a Chile. Antes que muchas más fotos desaparezcan de nuestro anuario, cojamos la oportunidad y salgamos. Quizás en alguna otra parte podamos al menos permanecer juntos en el sacerdocio.
Es posible, Padre, que usted o yo, o cualquier otro esté luchando con estos pensamientos y anhelos en la profundidad de su ser. Pero también es probable que esos sentimientos nos hayan llevado, confundidos y necesitados, a mirar con la fe desnuda a los ojos de Cristo. Y con El hemos reflexionado: Veo una minoría de mis hermanos que se van, pero también pienso en los miles del pasado e incluso del presente que han encontrado la realización personal feliz en el celibato del sacerdocio. Es la forma de vida que Cristo escogió para llevar al mundo hasta Su Padre. Dios ha comenzado una buena obra en mí - ¿no querrá terminarla? Estoy casado con Cristo y Su Pueblo. Mi corazón puede ser tan amplio como el mundo, abierto a los dolores y a las alegrías de cada alma que encuentro. Cuándo me dejo ir en Cristo, en otros, ¿no me encuentro a mí mismo? Con Cristo y como Cristo, me hago presente y me identifico con cada uno a través del amor, y así construyo la Familia de Dios. Yo, como Padre, me encuentro necesario para la estabilidad espiritual de otros. Muchos, incluyendo mis propios hermanos sacerdotes, dependen de mí, como existo ahora en mi vocación actual. La gente con fe me respeta mucho y me ama por el celibato. También pertenezco a ellos, así como Cristo pertenece a todos y a cada uno. En cada familia, soy un padre, un hermano, un hijo. Su alegría es evidente cuando me tienen entre ellos, porque mi vida de castidad es para ellos una llama pura que enciende la oscuridad de sus propias luchas y les lleva tangiblemente a Dios cerca de ellos.
La soledad del celibato, es en verdad a veces, como los clavos penetrantes que atan mi cuerpo y mi corazón a la cruz. Pero allí encuentro a Cristo, que ya está allí. Cada día pongo alegremente mi regalo en el cáliz con Su Sangre. No puedo encontrar otra ofrenda que dar a Dios, ninguna otra expresión de mi amor, tan segura y genuina como la ofrenda de todo mi ser, a Él y a Su Pueblo, en el celibato. Si mi corazón está traspasado, como el Suyo, entonces también será una fuente de redención para otros.
Es verdad que la naturaleza del hombre a veces llamará a su contraparte femenina, pero también es cierto que hay una profundidad divina y un deseo en su corazón que ni siquiera una esposa ideal puede alcanzar, una profundidad que responde sólo al toque de su Hacedor y Redentor. Es este lugar en nuestro corazón que nosotros los miembros del Vicariato una vez reservamos para Dios y Su Pueblo. ¿Permitiré que otro amor, humano y satisfactorio como pueda ser, me enceguezca y me ate, cualquiera sea el pretexto y cualquiera la vocación de la buena mujer? Las mujeres que amó Cristo, y que verdaderamente lo amaron no trataron de rescatarlo de la Cruz.
Ningún razonamiento puramente natural o sentimientos me convencerán del valor de mi celibato o del sacerdocio. Sólo pueden llevarme en otra dirección. Sin fe, estoy viviendo una vida tonta e imposible. Debo permitir que Dios construya mi fe a través de presentarme ante Él con un corazón bien dispuesto, a través de mi lectura y de mis oraciones, a través de Su búsqueda en las Sagradas Escrituras, a través de mi simple contacto con Él en la oración y en la Eucaristía. Mi fe es igualmente alimentada a través de la lectura, de la conversación, de la oración y de la vida con mis hermanos en la Comunidad, buscando y encontrando a Dios y Su alegría junto con ellos. Aprendo también que la unión fraternal en Cristo que experimenté en Chile con los laicos de las comunidades cristianas locales, basadas en la Palabra de Dios y en Su amor, me dan la motivación para continuar con un sentido de misión en el sacerdocio. Incluso mi “fracaso” entre los chilenos a la luz de la fe y de la esperanza, aparece como el sacrificio y “fracaso” de Cristo – el preludio siempre necesario de la resurrección.
En la CPPS.
Padre James Bender
(The Gasparian, 29 de diciembre de 1968. Vol.31, Nº9, pág.106)