48. Las Escuelas rurales

Los lectores regulares de estas Páginas de Misión del MESSENGER, están ahora familiarizados con muchas de las condiciones de vida en Chile, especialmente la pobreza de la gente y la ausencia de tantas comodidades modernas. Pero en esta última materia en particular, no queremos dejar una falsa impresión. Porque se está haciendo progreso, mucho progreso. Es sólo  que hay tanto que hacer, y el comienzo ha sido tan reciente, que a veces olvidamos el hecho, que han sucedido verdaderamente grandes cambios, durante los diez años, desde que los Padres de la Preciosa Sangre pusieron pie en tierra chilena por primera vez. En una comparación justa, probablemente, encontraríamos que Chile ha hecho mayor progreso en vivienda y en industrialización, incluso, que los EE.UU., durante cualquier período de diez años de su historia.       Pero hay una gran diferencia en las condiciones de Chile. Aquí en los EE.UU., por ejemplo, nuestra población está muy distribuida en extensas áreas, mientras que en Chile, un cuarto de la gente de todo el país, vive en una sola ciudad: la Capital, Santiago. Esto se debe en gran parte, al hecho de que una gran extensión del territorio de Chile, al norte de Santiago, es principalmente un desierto árido y no hay suficiente agua para una población grande. Mientras que en el sur de Chile, en donde los Padres de la Preciosa Sangre están a cargo de cuatro parroquias, el clima es tan húmedo que es desagradable para la mayoría de la gente durante cinco meses del año. Santiago y sus alrededores, en contraste directo, goza de excelentes condiciones climáticas, y de una abundante provisión de agua, proveniente de las montañas cubiertas de nieve. 

      Otro factor que debe tomarse en consideración es el orgullo nacional. No hay suficientes recursos para construir en todo el país, de manera que el gobierno hace lo que puede, en donde sea observado y gozado por la mayor parte de la gente – alrededor de la Capital. 

      Con toda esta introducción, abrimos las páginas de la carta más reciente del Padre Emil Dinkel sobre su trabajo en los colegios del sur de Chile. El Padre escribe: 

      “Este año he ido a todas las escuelas rurales de nuestra parroquia -Río Negro-, casi todas las semanas. He visto los registros y me he dado cuenta que he estado en la mayoría de los colegios unas quince veces. Eso significa bastantes viajes. Por supuesto, ir a esos colegios es bastante más fácil ahora, que hace diez años atrás, cuando nuestros Padres  llegaron a esta parte de Chile, por primera vez. 

      “Sólo este verano pasado, por ejemplo, ripiaron  alrededor de un kilómetro de camino, de manera que ahora puedo ir manejando hasta el colegio de Las Encinas, al sur de Río Negro. También con comparativa facilidad, puedo ir directo al colegio en Chan-Chan, el punto más lejano, al noreste de la parroquia – el lugar en donde el Padre John Hoorman y el Padre Leonard Burghart durmieron bajo las estrellas, cuando inauguraron las misiones anuales al aire libre en 1952, antes que tuviéramos la capilla rodante. 

      “‘La Señorita’ -en este caso, la anciana-, la propietaria del colegio, como también del fundo, ha puesto ripio en el camino de un kilómetro que lleva a su propiedad, de manera que ya no hay que caminar allí. Pronto, intentará construir un nuevo colegio, justo a lo largo del camino. 

      “Sin embargo, mientras tanto, el antiguo colegio es una choza,  apenas mejor que un cobertizo para guardar leña. Las tablas de madera del piso, están destruidas por las lluvias constantes, de manera que el viento queda libre para entrar por el suelo, de un extremo al otro, y de vuelta. Eso tiene una ventaja de todos modos: los niños no tienen que barrer el suelo. 

      “Bueno, eso deja sólo un colegio al que es difícil llegar en tiempo de lluvias, el colegio de Los Parrones. Incluso aquí, han echado ripio a gran parte del camino, pero al típico modo chileno han dejado un hoyo en donde terminaba el ripio antiguo y empieza el nuevo. Y, como si fuera fatalidad, esta parte sin ripio ha sido agraciada con un  barro que debe tener unos dos metros de extensión, durante el invierno, de manera que ni el Jeep puede pasar por ahí. Generalmente puedo pasar a través de un campo, y salir por donde comienza el nuevo camino de ripio; desde ahí puedo llegar fácilmente al colegio. Todo el mundo dice que este verano habrá una boda entre las dos franjas de ripio y que las dos se encontrarán. Lo espero también, ¡y ojalá que  nunca se divorcien! 

      “Cada año se ve un progreso. Quizás en un año o dos, podamos arreglarnos sin el rudimentario, pero efectivo Jeep, y hacer nuestras visitas en un ligero camión pick-up. Por supuesto, hay todavía mucha gente a grandes distancias de los caminos ripiados. Cuando nos llaman allí por un enfermo, vamos en Jeep hasta donde podemos, y hacemos el resto del camino a caballo, suministrado por el agricultor que nos ha llamado. Con todos estos viajes regulares y los llamados de enfermos, gastamos un montón de gasolina. La distancia total sólo a los colegios es de alrededor de 250 kilómetros, y esa distancia es cubierta todas las semanas del año escolar. Sólo el costo de la gasolina es de alrededor de $3.000 a la semana, o sea, alrededor de cinco dólares. El desgaste natural del Jeep y de los neumáticos se suma al costo también; pero estaría muy contento si tuviera un padrino o dos  que me aseguraran  esos cinco dólares a la semana para pagar la bencina. 

      “En cuanto a la condición de estas escuelas rurales, hay que decir, que están lejos de lo que consideramos escuelas en los EE.UU. De hecho, la mayoría de ellas no tienen ni  apariencia de escuela. El colegio en Casa de Lata, por ejemplo, no sirve nada más, que para un buen fuego. Sin embargo, con lo húmedo que ha sido este año, no creo que se quemara si le prendiéramos fuego. 

      “En dos años, se han ido dos profesores. Hay una tercera profesora ahora, pero sin duda se irá cuando termine el año escolar. No la puedo culpar. 

 

      “Sin embargo, con toda justicia, debo decir que el gobierno está tratando de hacer algo por los colegios en Chile, pero la necesidad es tan grande, que los recursos no alcanzan. Y después de construir algunos colegios grandes en las ciudades, como Santiago, con miles de alumnos, no queda dinero para las escuelas rurales con una matrícula de unos cien niños, o a veces, menos, pero ahí de nuevo, la política del gobierno, trata de compensar en alguna medida sus deficiencias. En los límites de la parroquia de Río Negro, por ejemplo, hay cuatro colegios privados, construidos y mantenidos por los terratenientes de la vecindad. El gobierno ayuda a pagar la mitad del sueldo de los profesores. 

      “Pero aunque uno trata de entender la situación del gobierno, es todavía difícil de aceptar cuando uno va todas las semanas a esas escuelas rurales y ve que la condición en que están, continúa sin cambios. Es difícil para nosotros los norteamericanos ser pacientes, porque, a veces, pienso que es demasiado fácil para los chilenos estar satisfechos aparentemente con nada, en vez  de moverse, y hacer algo al respecto.       “El número total de niños matriculados en nuestros quince colegios es de alrededor de mil. Debiera haber muchos más. E incluso, de aquellos matriculados, sólo la mitad viene con cierto grado de regularidad. Hay toda clase de razones, por qué no asisten a clases todos los días. En los días helados, dan la excusa de que no tienen zapatos o ropa apropiada. Si el padre sale de casa por el día, los niños deben quedarse en casa para trabajar, o esto, o lo otro. Cualquier razón parece buena. Casi invariablemente en mi camino de vuelta a Río Negro, después de enseñar en las escuelas, recojo algún niño camino a la ciudad. Cuando le pregunto por qué no fue al colegio, siempre dice que porque estaba lloviendo y no tenía zapatos. Tanto los niños como las niñas dan la misma respuesta. Pero nueve de cada diez, todavía está lloviendo cuando los recojo, y todavía están descalzos, caminando pesadamente hacia la ciudad, una distancia tres veces la del colegio. ¡Paciencia, Padre Emilio, paciencia! 

      “Otro rasgo sobre estos colegios rurales, es que lejos, el mayor número de alumnos está en primer y segundo año. Las cifras de asistencia al colegio de Ñancuán muestran este punto claramente, en especial, cuando consideramos que este colegio sirve el sector más próspero de Río Negro. Las estadísticas de ese colegio – el único de por aquí que tiene tres profesores y toda la educación básica con sus seis cursos – son como sigue: cuarenta y seis en primer año, cincuenta y uno, en segundo y tercer año combinados, y dieciocho en cuarto, quinto y sexto combinados. De manera que se pueden imaginar bien, cuántos hay que nunca llegan más allá de escribir sus nombres y leer algunas palabras simples. 

      “Estos son algunos de los problemas que encontramos, cuando tratamos de enseñar el catecismo en las escuelas rurales de Chile. Sin embargo, debemos, recordar también, que las necesidades de esta gente campesina son pocas y no muy complejas. De manera que hacemos lo que podemos por darles  la mejor instrucción posible en doctrina cristiana, que puedan recibir, y tratar de tener paciencia con respecto a otras cosas. 

      “Por favor continúen orando por nuestra gente pobre, para que Dios les ayude a aprender, al menos, las simples lecciones de catecismo y las pongan en práctica. ¡Que Dios les bendiga a todos ustedes!” (Precious Blood Messenger,  diciembre de 1957, págs.370-371-372-373, Vol.I)