63. Una canción triste.

RÍO, RIO, devolvedme amor mío.

          

Este es el título de una canción muy popular en Chile. Los niños que todavía no tienen la edad para ir al colegio, ya se la saben muy bien y la cantan mientras mecen al hermano menor. Las mujeres, jóvenes y viejas, la tararean, mientras trabajan en la casa o en los huertos.       Es una canción triste, pero su tono nunca fue tan triste y persistente como cuando quedó grabado en el siguiente incidente que nos fue transmitido por la pluma del Padre Paul Aumen, C.PP.S. misionero, ahora ubicado en la parroquia San Juan Evangelista de Pitrufquén. 

      Un día temprano en la mañana, la señora Augustina Espinoza salió  de su humilde casa en Hualpín para ir a comprar a Pitrufquén. La acompañaba su hijo de doce años, expectante y ansioso por vivir las aventuras de un viaje especial a la ciudad. Madre e hijo caminaron como tres kilómetros hacia el sur de su pequeño pueblo de unos 700 habitantes. Aquí llegaron a un lugar donde un ferry los atravesaría el Río Toltén, hasta el lado sur, donde abordarían el bus rural para el viaje de cincuenta kilómetros hasta Pitrufquén. 

      El único puente que cruza el río Toltén de 180 kilómetros está  en Pitrufquén. El transporte público de los ferrys ubicados   en tres lugares es la otra manera de atravesar el río. La señora Augustina y su hijo cruzaron cerca de Hualpín. La embarcación es llevada por la corriente del río y guiada por un cable que va de lado a lado. Como  la carga era liviana, la embarcación tuvo un viaje fácil de unos quince minutos y los pasajeros se bajaron para abordar el bus y viajar dos horas más hasta Pitrufquén. 

      Cuando el bus pasaba por la ciudad de Comuy, la señora Augusta y su hijo limpiaron el vapor del vidrio de la ventanilla para poder mirar la capilla recientemente construida allí por los Padres C.PP.S. Durante dieciséis años la capilla no había podido ser terminada. Luego, el año pasado,  a través de la generosidad de los hombres de la parroquia del Santo Nombre de María en Hamilton, Ohio, se proporcionaron fondos para los materiales y mano de obra y fue terminada la construcción. La capilla ahora se yergue hermosa y sobresale en la ciudad como un recuerdo imperecedero del espíritu de misión de los hombres de St. Mary’s, Hamilton, Ohio, U.S.A. 

      Al llegar a Pitrufquén, la señora Augustina y su hijo recorrieron las tiendas. El señor Espinoza que trabajaba en una pequeña parcela en las afueras de Hualpín, necesitaba calcetines de trabajo y una camisa; su hijo de doce años, necesitaba urgente zapatos nuevos con suela de madera y cubierta de cuero, hasta ahora había ido descalzo al colegio. Y para la casa necesitaban, una nueva tetera, algo de jabón, azúcar y sal. Hicieron las compras. Después de todo el sueldo de un obrero agrícola no alcanza para mucho (700 pesos o sea  68 centavos  de dólar, diarios). 

      A mediodía las tiendas están cerradas y la ciudad muere por tres horas. Los dueños de tiendas y los oficinistas almuerzan con ganas su principal comida del día y luego buscan un sofá para la acostumbrada siesta. La Sra. Augustina y su hijo pasaron estas horas sentados en el parque, el lugar más hermoso del pueblo. Comieron lentamente las manzanas y los panes que son una necesidad en el bolsillo de todo viajero chileno. 

      Lejos el edificio más bonito en el parque es la parroquia de San Juan Evangelista. Hace diez años atrás los Padres de la Preciosa Sangre se hicieron cargo de la parroquia. Además de triplicar el número de fieles que asisten a Misa, han construido un colegio básico y uno de educación media, han añadido un frente de cemento y una torre a la iglesia, y han pintado toda la propiedad de la iglesia. Las dos grandes campanas de la iglesia, salvadas de la iglesia antigua, se pueden escuchar repicando para el Angelus en cada rincón del pueblo. 

      Al lado de la iglesia hay un Internado de las Hermanas Dominicanas Españolas. En los 24 años que han trabajado allí, se han ganado la reputación de tener el mejor colegio para niñas de educación básica y media en el sur de Chile. En el otro lado del parque está el Banco, controlado por el Estado, atendiendo las necesidades de los comerciantes. 

      Al otro lado del parque, está el teatro, que muestra sólo películas de segunda clase que, con unas pocas excepciones, vienen de los EE.UU. Un éxito reciente fue la película de Bing Crosby “Las Campanas de Santa María”. Contigua al teatro está la oficina del Alcalde y la Compañía de Bomberos. El año pasado la compañía de Bomberos Voluntarios salvó al colegio parroquial de incendiarse por completo, después que se declaró un incendio ocasionado por un electricista descuidado. 

      En el  cuarto costado del parque hay unas pocas casas con gente de mejor situación. La casa de la esquina está ocupada por el doctor del pueblo. Con la ayuda de dos practicantes y unas pocas dueñas de casa, tiene el cuidado de la salud de 20.000 personas. Él no tiene la culpa que muera uno de cada cuatro niños, que los jóvenes estén consumidos por la tuberculosis, o que muchas madres mueran a consecuencia de un parto. 

     En la plaza pública, entonces, de este interesante pueblo, la Sra. Augustina y su hijo,  hacen hora hasta que el bus de las cuatro de la tarde esté listo para salir en su viaje de regreso. Juntan sus bártulos y se suben al bus con media hora de anticipación, porque por la experiencia sabe que el bus va a estar repleto. 

     El viaje de regreso fue mucho menos agradable.     Después de almuerzo las nubes cubrieron el cielo azul y caía  una lluvia fina. La Sra. Augustina esperaba que no lloviera fuerte porque tenía que andar tres kilómetros después de bajarse del bus. Cuando llueve fuerte, la lluvia se cuela por algunas aberturas del bus. Las personas que tienen paraguas los abren dentro del bus para protegerse, pero desvían el agua a  las espaldas  de los que  están detrás. 

      Cuando el bus se detuvo cerca del ferry, la Sra. Espinoza estuvo contenta de ver que su marido estaba a caballo esperándola para ayudarla con la mercadería que había comprado. Con ella, otras catorce personas se bajaron para caminar con una lluvia fina hasta la embarcación. No se sorprendieron de ver que un tractor con un vagón de carga con fertilizantes también iba a abordar el ferry. Esos grandes tractores de los fundos del otro lado del río lo usaban diariamente. Notaron, sin embargo, que el tractor y su pesado vagón con fertilizantes hicieron que el ferry se hundiera por debajo de la marca de capacidad. Varios vacilaron antes de abordar el ferry, quejándose que la carga era demasiado pesada. 

      “Este es el último viaje del día” gritó el patrón de los tres 'lancheros’. “Los que no quieran dormir a la orilla del río, súbanse a bordo.” 

      Los cables se estiraron y tensaron bajo la carga adicional. Cuando soltaron las cadenas del muelle, casi inmediatamente, el ferry quedó a merced de la corriente. De pronto, en mitad de la corriente, uno de los cables guiadores se tensó y se soltó. Con un solo movimiento la embarcación capotó depositando toda su carga en el río a cincuenta metros  de profundidad. 

      La Sra. Augustina aferró a su hijo contra ella. Cuando niña había aprendido a nadar. Pero eso había sido durante los veranos, cuando el río estaba bajo y la corriente suave. No se dejó vencer por el pánico, sabiendo que la corriente los llevaría a la superficie. En la superficie trató de tomar a su hijo con un brazo y nadar con el otro. Con toda su fuerza trató de mantener la cabeza de su hijo  fuera del agua, pero no pudo. Él luchó y se defendió    con pánico, arrastrándola constantemente por debajo del agua. Durante diez minutos peleó contra la corriente helada y con su hijo presa del pánico. Luego súbitamente se quedó quieto y lacio; su cabeza estaba fría y azul. Estaba muerto. 

     Agotada, la madre para salvarse a sí misma, tuvo que soltar su hijo y ver como el agua se lo llevaba como un corcho sacudido por las corrientes locas. Enferma de desesperación, luchó hacia la orilla en donde el caballo de pie se sacudía el agua helada de su cuerpo peludo. Todo lo demás estaba en silencio. 

      En el hospital público de Pitrufquén el Padre Guillermo Frantz, párroco de la parroquia y capellán del hospital, fue a ver a la madre que estaba bajo shock. En la sala común varios curiosos llegaron a mirar. Aparte de los ‘lancheros’ ella era la única sobreviviente de la tragedia del río. 

      El Padre trató de consolarla, para que se resignara a la voluntad de Dios. María en el Calvario había entregado a la crueldad del mundo a su único Hijo. Su cabeza fue herida con espinas. Su cuerpo fue azotado. Sus manos y pies fueron clavados a un árbol. Ella también había sostenido a su Hijo contra su pecho, muerto. 

     Pero sus palabras no sirvieron; el shock era demasiado grande. En tres días evolucionó hacia la locura. Periódicamente durante el día y la noche, se despertaba gritando y maldiciendo al río. 

“Río, río, devolvedme amor mío.” 

      El río corría como loco. No escuchó su llanto lastimero. (Precious Blood Messenger, enero, 1960, págs. 20-21-22-23, Vol.II).