Un día de diciembre, el Padre Raymond Zupkie hizo un viaje a Río Negro en el viejo Jeep del ejército que servía a la parroquia de Riachuelo. Esta vieja reliquia de los años de la guerra, entregado por el personal de los militares ubicados en Santiago, después de indecibles millas de fiel servicio y luego comprado por nuestros Padres en Chile, estaba en sus “últimos suspiros”. El motor todavía tenía vida, de manera que el Padre pensó que un viaje de cinco kilómetros hasta la estación de ferrocarril no sería demasiado. Todo anduvo bien hasta que llegó a un cerro empinado de la ciudad, justo sobre el puente del río. Cuando se dirigía hacia abajo hacia el puente, el Padre aplicó los frenos. No funcionaron. Para hacer peor las cosas, había un caballo y una carreta en medio del puente. El Padre Raymond trató de poner reversa, pero no había espacio para maniobrar. El antiguo “Hesperus” se estrelló contra el riel de contención y se hundió veinticinco pies (ocho metros) bajo el agua. El Padre Zupkie fue lanzado fuera y sufrió sólo contusiones menores, pero el pobre y fiel Jeep “dio su último suspiro” como un buen misionero, “con las botas puestas”.
Los Padres esperan que de algún modo será posible obtener otro Jeep, para que sea su compañero misionero en sus largos viajes por las escuelas del campo y visitas a los enfermos. Un Padre con un Jeep puede hacer el trabajo de tres a caballo y además, un misionero con un Jeep es un misionero que durará más que uno que tenga que andar con toda clase de climas a caballo (Precious Blood Messenger, marzo de 1955, págs. 80-81-82-83, Vol.I).