32. Navidad en Riachuelo

   NAVIDAD EN RIACHUELO 

     

El Padre John Wilson, ahora como párroco de la Parroquia de San Sebastián en Purranque, nos da en el siguiente informe, uno de sus recuerdos más queridos de su ministerio en Riachuelo cerca de Osorno.      La parroquia de San Joaquín y Santa Ana ubicada en el pueblo de Riachuelo, a alrededor de 900 kilómetros de Santiago, ha sido atendida en forma muy capaz durante los últimos seis años por el Padre George Fey y el Padre William Frantz.  En un día despejado, desde la terraza delantera de la casa parroquial, uno puede ver, uno de los más lindos paisajes de Chile. Hacia el oeste hay campos ondulantes de trigo y avena, mezclados con bellos bosques a la manera antigua, que crecen sobre los cerros que suben y bajan. Hasta donde puede llegar la vista, apenas hay algún terreno parejo de no más de 100 metros cuadrados. Hacia el este, uno ve un hermoso espectáculo que deja sin aliento, el famoso Volcán Osorno, activo, cubierto de nieve todo el año. Su cima, un cono perfecto, puede verse desde cientos de kilómetros; al pie del volcán está el famoso Lago Llanquihue (palabra india que quiere decir aguas azules como el cielo). La combinación de las montañas cubiertas de nieve y las hermosas aguas azules del lago son indescriptibles. Toda esta grandeza se puede ver desde nuestro pueblito Riachuelo cobijado entre los verdes cerros del sur de Chile. 

     De todas nuestras parroquias, es la que tiene el territorio más grande, pero es la más pequeña en cuanto al número de almas. El cálculo de 8.000 personas es un cálculo moderado y al menos el 90% son indígenas, descendientes de alguna de las famosas tribus de Chile. Por supuesto, pocos de ellos saben leer o escribir. Viven en los cerros en descuidadas chozas; muchas veces no hay más que un sendero para peatones por varios kilómetros, que sirve como entrada a su pequeño pedazo de terreno. 

     El día antes de Navidad amaneció helado y lluvioso y fui despertado por la lluvia que golpeteaba en el techo de zinc sobre mi cabeza. Mi primer pensamiento fue para la misa de Medianoche de esa noche, porque sabía que todos mis feligreses tenían que venir, desde muy lejos, por caminos malos, por supuesto, la lluvia continuó durante todo el día y la noche. Volví de la iglesia alrededor de las nueve de la noche, después de una inspección final del nacimiento, para encontrar mi sala de estar helada y húmeda. Era verano en el calendario, pero se sentía como un helado y húmedo día de noviembre. Hice una hoguera en la chimenea, que el Padre George Fey y el Padre Alphonse Jungwirth, habían preparado con sus propias manos. Muy pronto la habitación estuvo temperada y acogedora. Mis pensamientos se fueron hacia otras Navidades en casa y en otras tierras extranjeras; esta era la primera vez en mi vida que estaba realmente solo en Navidad, con nadie en kilómetros  que pudiera hablar siquiera mi lengua. Por un momento sentí algo de nostalgia de mi tierra. 

     Mi reloj mostraba las 10.00 P.M., todavía faltaban dos horas para la Misa. Con la lluvia golpeando afuera, prendí la luz del patio de la iglesia. “Buenas noches, Padrecito, a qué hora empieza la Misa del Gallo”. Me sobresalté al igual que cuando contestaba el teléfono la noche antes de Navidad allá en mi tierra. Por supuesto, había cuatro indígenas apenas visibles en la lluvia al frente de la iglesia. 

     Les dije que todavía faltaban dos horas antes de la Misa, pero que la Iglesia estaba abierta y que podían entrar. Finalmente me di cuenta que una de las señoras llevaba una guagua en sus brazos. Fui a la iglesia y encendí la luz del nacimiento, que el padre Leonard Burghart había puesto el día antes, cuando vino a visitarme. Los indígenas entraron y se sentaron en la banca delantera. Estaban empapados, pero no les molestaba lo más mínimo. Sólo se sentaron y observaron el nacimiento con el Niño sin moverse ni decir una palabra. Me habían contado que habían salido de su casa tres horas antes y se habían venido a pie bajo la lluvia. Me senté detrás de ellos por unos minutos y murmuré una oración al Cristo Niño para que me bendijera con esa clase de fe. 

     Pero todavía tenía que darle los últimos toques a mi sermón (hacía un año y medio que no había predicado en español). De vuelta en la casa parroquial, de pronto se me ocurrió – la guagua. Un sexto sentido me hizo volver y preguntarles si estaba bautizada. Por supuesto no sólo no estaba bautizada, sino que sus jóvenes padres no se habían casado ante el Padre. Para complicar más las cosas, ni siquiera habían hecho su Primera Comunión. Las cosas se complicaban Mi principal preocupación era la guagua. Después de un viaje de tres horas bajo la lluvia, la guagua se iba a morir de neumonía. Sin embargo, yo no estaba suficientemente informado de las resistentes guaguas chilenas. A medida que la madre desvistió a la guagua, al despertarlo, dio un alarido y no paró hasta que no terminé la ceremonia del bautizo. El niño dio evidencias de sus fuertes pulmones. Allí no había neumonía. A propósito, el nombre del niño era “Gumercindo Nawahlhuen”. ¡Traten de pronunciar eso! (nota: comentario para los lectores norteamericanos). 

     Después de la ceremonia, los padres más bien avergonzados, me dijeron que no tenían dinero para una ofrenda. Les aseguré que el mejor pago que me podían dar era volver y hacer su Primera Comunión y rectificar su matrimonio por la Iglesia. Desde entonces han venido a las instrucciones y están por hacer su Primera Comunión. 

     A las diez y media la gente llegó chapoteando bajo la lluvia y comenzó  a llenar la pequeña iglesia. Comencé a confesar a las once y me mantuve ocupado hasta que fue la hora para la Misa de medianoche. 

     A las once y media la iglesia estaba repleta y el coro comenzó a cantar himnos de Navidad en español. A las doce, comenzó la Misa de  Angelis y el día de Navidad comenzó a amanecer.  Nunca terminé aquellos detalles que le faltaban a mi sermón, pero le dije a mi buena gente que el Rey Niño les predicaba un sermón mucho más elocuente, que el mío, desde Su cuna – que habían venido desde muy lejos a caballo o a pie, al igual que los pastores que tuvieron el privilegio en ser los primeros en visitar al Rey recién nacido, y que debieran agradecer a Dios su fe de niños. 

     Después de la Misa, cuando me devolví a cerrar la chapa de la puerta de la iglesia, los observé cuando se iban bajo la lluvia, algunos a caballo, pero la mayoría a pie. Algunos no llegarían  a casa hasta el amanecer. No tenían ropa a prueba de lluvias, mucho menos automóviles de lujo, pero estaban benditos con algo infinitamente más precioso—una fe de niños. 

     Después de mi acción de gracias, regresé a la casa parroquial. No tenía objeto irme a la cama, de modo que me senté y encendí mi radio. En un minuto me conecté con un programa de Bob Hope como maestro de ceremonias y un grupo de artistas cantando canciones de Navidad. ¡caramba! me dije, mientras cambiaba el programa, no me suena ni la mitad de bien que los cantos de la Misa de Angelis por mis indígenas (Precious Blood Messenger, Agosto, 1954, págs.242-243-244,Vol.I).