IGLESIA NUEVA
Por
Leo J. Herber, CPPS
A pesar de los pronósticos sombríos que predecían un “frío continuado’’, y más lluvias todavía, el 1 de mayo de 1964, amaneció con buen tiempo, concordando con el contento y alegría que sentían los corazones de los sacerdotes y feligreses de la parroquia de San José de Garín en Santiago. Porque éste era el día de la bendición de su nueva iglesia. El día se demoró mucho en llegar, porque la construcción comenzó primero con el Padre Paul Buehler en 1958. El comienzo, entonces, se veía muy prometedor. Pero los avances del progreso pronto los iban a desanimar, ya que hubo que echar miles de sacos de cemento en los cimientos de un terreno que había sido un pantano. Cuando las murallas alcanzaron una altura adecuada para poner el techo, las deudas forzaron a detener la construcción por dos años. Las fechas de expiración de los contratos, incluso aquellos interpretados al estilo latinoamericano del mañana, habían vencido hace rato.
Incluso ahora, en el día de la bendición, la iglesia estaba lejos de estar terminada. Los marcos de las ventanas todavía se amontonaban en la sacristía sin amoblar. Y justo la noche antes, el Padre Milton Ballor y el Padre Eugene Sticker, junto con un técnico, estuvieron batallando hasta las 09:30 P.M. para instalar un sistema de sonido. El equipo había llegado recién en la tarde.
Todo el mundo ayudó el 1 de mayo para dejar la iglesia lista para la ceremonia de la bendición. Algunos niños se enojaron cuando llegaron y vieron que otros ya habían llevado las bancas desde la iglesia provisoria. Luego se pusieron a pelear sobre los derechos sobre el trapero para limpiar el piso. Mientras tanto las niñas del liceo, fueron rápidamente al gimnasio (la iglesia provisoria) para dar los toques finales a las exquisiteces que habían estado haciendo y recolectando durante la semana.
Las Hermanas trabajaron en la sacristía, y los hombres y mujeres que iban a participar en la ceremonia practicaron su parte. El Padre Richard Beischel supervisó la decoración. Una anciana conocida como la “sordita” porque no escucha nada excepto el sonido de las campanas, fue a inspeccionar y a escuchar atentamente todas las explicaciones que no podía oír.
Poco después del almuerzo, todo estuvo listo. El Padre James Bender había recién llegado con nuestro coro del seminario de San Bernardo. Las Hermanas estaban todas a mano – nuestras Hermanas de la Preciosa Sangre y las Hermanas Franciscanas y las Hermanas de la Inmaculada que enseñan en nuestros colegios aquí en San José y en Resbalón y en la Población Roosevelt.
El primero de mayo es el Día del Trabajo aquí en Chile, y debido al festivo, no había servicio de buses. Sin embargo, la nueva iglesia estaba llena con al menos 1.200 personas adentro y 300 afuera. La celebración realmente unió a la parroquia por primera vez en muchos años.
Justo antes que empezara la ceremonia, llegó Monseñor Joaquín Fuenzalida. Más tarde al almuerzo, nos dijo, muy contento, que él se sentía culpable de haber “pillado” al Obispo Joseph M. Marling (entonces Provincial de los Padres de la Preciosa Sangre) y a los Padres George Spaeth y John Wilson CPPS, cuando venían de vuelta de una visita a la Embajada Norteamericana, en su viaje exploratorio por varios países, con la perspectiva de abrir una fundación en Sud América. Su visita tenía como objetivo principal, detenerse en el viaje entre Lima y Buenos Aires. Luego Monseñor se adelantó para conversar con sus huéspedes norteamericanos, pero cuando supo el propósito de su visita – buscar un lugar apropiado para el trabajo misionero extranjero de la CPPS – entonces Monseñor se puso realmente en acción. Insistió en que deberían ver al Cardenal José María Caro, que él mismo arreglaría la entrevista. Y lo hizo. Y una vez que el genial y santo Cardenal vio a los Padres CPPS, se produjo el “enganche”. Santiago de Chile, que no había estado en la lista original de las perspectivas, fue elegido como el primer lugar de la misión CPPS en Sudamérica. Como dijo Monseñor: “La piedra que fue rechazada se convirtió en la primera piedra”.
Cuando el Cardenal Raúl Silva llegó, tuvimos que formar una cadena humana a su alrededor para protegerlo de la multitud. No parecieron importarle los empujones, aunque sí pareció perturbado cuando los hombres dijeron: “Los niños se quedan atrás”. Después de explicarle a la multitud el significado de la ceremonia, el Cardenal dio la bendición en medio de los cantos del coro del seminario y los himnos de la gente. Las campanas electrónicas sonaron por primera vez. Los Padres Paul Buehler y Paul Aumen fueron los diáconos de honor, mientras que el Padre Milton Ballor sirvió como maestro de ceremonias. El Padre Donald Thieman fue el portador de la cruz y el hombre que ayudó a mantener el camino despejado abriendo un pasadizo para el Cardenal. Cuando la procesión alrededor de la iglesia hubo terminado, entró a la iglesia. Pronto estuvimos agradecidos de que las ventanas no estuvieran instaladas todavía; habría estado sofocante para toda la multitud.
Después de la bendición, el Cardenal presidió la ceremonia de consagración del altar. Mientras dos hombres explicaban los ritos, dos obreros textiles presentes se adelantaron para presentar los manteles del altar, dos obreros canteros presentaron la piedra del altar, dos impresores, el Misal y las tarjetas del altar, dos trabajadores del metal, los candelabros, y dos campesinos, las hostias y el vino. Mientras cada par de obreros presentaba sus productos, el Cardenal les daba la mano como un signo de amistad y estima.
Luego el Cardenal ofreció la Misa, una simple Misa rezada. Pero todo era diferente – para todos nosotros era solemne y especialmente significativa. Los que dirigieron el diálogo estuvieron perfectos; la respuesta y la participación de la asamblea fue emocionante. Aquí había una oferta real de Cristo, a medida que esta humilde gente unía al Sacrificio, sus propios sacrificios pasados, sus pequeños óbolos y ofrendas, todo lo que pudieran dar para su casa de Dios. Todos parecían felices y contentos, orgullosos del nuevo templo de su parroquia.
Para sorpresa de todos, después de la Misa, el Cardenal Silva se quedó a un cóctel con los catequistas, grupos juveniles, y miembros de la Acción Católica. Habló con los sacerdotes, las Hermanas y los laicos hasta que se acercó peligrosamente el límite de la hora en que tenía la comida oficial con el presidente de Alemania Occidental. Se fue alrededor de las 6:30 P.M.
Desde esa hora, hasta las nueve de la noche, las danzas locales – y el twist importado – mantuvieron la animación. Finalmente, todos cansados, y con la loza acumulándose en el lavaplatos, el día memorable llegó a su fin. Alrededor de las 11:00 P.M. despedimos a los últimos feligreses y cerramos la puerta.
Nuestro templo de Dios no está terminado. De hecho pasarán algunos años antes que tengamos bancas nuevas, y el estuco y la pintura, los altares, el tabernáculo, los closets para las vestimentas y cientos de otras cosas que faltan todavía. Pero cuando terminamos ese día, participamos de la felicidad que Dios conoció en su acto de creación – cuando miró Su obra y “vio que estaba bien”. (Precious Blood Messenger, julio, 1964, págs.208-209-210-211-212, Vol.III)