Por Antonio Baus
Hace algunos días atrás estaba sobre el techo de la casa parroquial, tratando de ajustar la antena de TV a su posición normal. Un viento fuerte de la noche anterior la había dejado en una posición que impedía recibir una señal clara. Más tarde le conté al Padre Joe Navarrete sobre “mi historia arriba del techo”. Se rió y dijo: “Bueno, ya sabes, nosotros los sacerdotes tenemos que estudiar varios años en la Universidad; luego terminamos o debajo de un auto, por una filtración de aceite debido a los caminos malos, o arriba del techo de la casa parroquial. Los dos concluimos que tenemos que estar preparados para algún ajetreado día que no esperábamos.
Ayer fue uno de esos días. Comenzamos la jornada viajando ida y vuelta 80 kilómetros a Osorno, para hacer las compras de la casa, y luego, después de almuerzo, tuve un funeral de una señora de 25 años, víctima de la leucemia. Luego me fui rápido al hospital para ver a otra joven que se estaba muriendo de cáncer. Traté de ayudarla a morir con dignidad cristiana. Después tuve que ir y decirle a sus hijos, un niño y una niña de 10 y 13 años, sobre la suerte de su madre. Esto fue muy doloroso para mí. Todavía recuerdo sus rostros tristes y sus ojos llenos de lágrimas. Estoy seguro que ellos nunca olvidarán esta ocasión.
Poco después, y cambiando absolutamente de giro, asistí a la celebración de un grupo de adultos mayores, donde rieron y gozaron de una comida y de recuerdos divertidos.
Me fui a la cama exhausto.
Alrededor de la una de la mañana el perro empezó a ladrar y el timbre sonó insistentemente. Imaginé que era un llamado por un enfermo. Pero cuando abrí la puerta vi a un joven que deseaba hablar con un sacerdote. Insistió en entrar y le permití hacerlo. En ese instante me di cuenta que tenía un fuerte aliento a alcohol. Completamente borracho, estaba buscando un lugar donde quedarse. Le dije que era imposible, ya que no tenía pieza para él. Fue tan insistente y violento que finalmente lo tuve que empujar para que se fuera.
Por supuesto que no le gustó. Al fin se fue, dándo saludos para todo mi árbol genealógico.
Me estoy dando cuenta que tenemos que estar preparados para cosas que no esperamos. (Cincinnati CPPS Newsletter, Nº288, octubre 23, 1989, pág. 2454)