“Empleada María”
por
Joseph Silvester, CPPS
Durante el año pasado, el segundo de mi estadía aquí en las misiones, he estado trabajando en Valdivia, en la parroquia más nueva de los Padres CPPS en Chile. Estoy seguro que muchos de nuestros amigos de la misión han escuchado hablar de la parroquia. Y a los lectores del Messenger, estas páginas de misión, sin duda les recuerdan la vívida descripción del Padre Paul Aumen del comienzo de la “fundación por el terremoto” de nuestra parroquia a fines de 1961. El Padre Paul instaló una iglesia de campaña en este proyecto habitacional en expansión, implementado rápidamente por el gobierno para proporcionar vivienda a los miles que quedaron sin casa con el despertar del gran terremoto de mayo de 1960. Luego, poco después que la parroquia entró en funciones, el Padre fue designado superior de las Misiones CPPS chilenas y tuvo que cambiarse a nuestra casa central, la Escuela Apostólica (seminario menor), cerca de Santiago en San Bernardo. El Padre Rocco Cosentino vino a Valdivia, entonces, como nuevo párroco, y un poco más tarde llegué al lugar como su vicario parroquial. Más tarde, llegaron a la misión, el Doctor Norman Rose (desde Dayton, Ohio), su esposa Joanne y sus cinco pequeños Roses, y ahora, recientemente, llegaron dos Hermanas de la Preciosa Sangre.
Mientras tanto, la Iglesia de campaña dejó de ser utilizada. La ha reemplazado un nuevo edificio multipropósito y es ahora el centro de las actividades parroquiales – desde agosto de 1963.
El esbozo anterior les pondrá al día en la historia de la Parroquia de la Preciosa Sangre, aquí en Valdivia. Quizás más adelante podré completar el cuadro un poco más, pero ahora me gustaría contarles la historia de la vida de una joven en Valdivia. Realmente es la historia de todo un grupo de niñas. Porque triste es decirlo, la historia de la “Empleada María” es una historia típica. Pienso que este relato les dará una idea de los problemas que enfrentan en Chile muchas niñas adolescentes.
Un día un miembro de nuestra Legión de María vino a la casa de los sacerdotes para preguntar qué se podía hacer por una niña que había encontrado durante su trabajo en la Legión en la parroquia. La niña (llamémosla María) tenía dieciséis años, pero todavía no había hecho su Primera Comunión. No vivía actualmente en su casa, sino que estaba trabajando como empleada doméstica, para una familia católica muy buena – esto es, muy buena para los estándares chilenos.
Una empleada doméstica puede ser descrita con una sola palabra: “empleada”. Pero eso no nos da todo el cuadro. De manera que dejen hacer el prefacio de la historia con unas pocas palabras sobre la “institución” de la empleada doméstica.
Una empleada es generalmente una niña joven entre los catorce y veinte años de edad, que muy a menudo es enviada por sus padres a “trabajar afuera” para que ayude a ganar un poco de dinero para la familia. En muchos casos, el día que la niña deja la casa por un trabajo es la primera vez que se aleja de la protección y guía de sus padres. La empleada adolescente es siempre de la clase más pobre, con muy poca educación, y a menudo atrasada en sus costumbres. Generalmente, también, es muy humilde y acostumbrada a recibir órdenes.
Los padres de la niña hacen todos los arreglos para el trabajo. Algunas veces lo hacen con mucho cuidado y preocupación por el bienestar de su hija. A menudo, también, falta esta real preocupación y la principal preocupación se centra en el sueldo a ganar.
Como se mencionó, estas niñas sufren de falta de educación, una falta que se extiende al campo de la instrucción religiosa. En gran parte debido a esto, su vida moral deja mucho que desear. Muchas empleadas son madres solteras, o alcanzan ese estado mientras están trabajando.
La pobre empleada está en uno de los niveles más bajos de la escala social. Y muchos hombres están muy dispuestos a sacar ventaja de ella, y con muy pocos remordimientos de conciencia. Además, también se puede explicar el gran número de madres solteras, en parte por este hecho: La población femenina de Chile sobrepasa la del hombre en una proporción de tres por uno. Las posibilidades de la pobre empleada de conseguir un matrimonio honorable no son buenas. Las niñas de la clase más pobre no pueden esperar mucho desde el punto de vista de la vida matrimonial. Sólo una de cada tres niñas de esta clase se casa. Muchas, entonces, se inclinan por aceptar menos de lo que merecen y recurren a formar una familia sin marido.
Una empleada tiene pocos privilegios en su empleo. Su sueldo es escaso y normalmente tiene derecho a poco tiempo libre – medio día libre cada dos semanas.
En el otro extremo de la escala social, la postura social entre los ricos y la clase media alta se ve aumentada por el número de empleadas que tienen en su casa. Muchos chilenos guardan la ambiciosa esperanza de algún día alcanzar un sueldo que sea lo suficientemente bueno como para permitirles tener una sirviente en su casa.
Ahora volvamos a “María”.
Después que la legionaria me habló sobre la niña, le pedí que le dijera a María que me viniera a ver. Y esa misma tarde María vino a la casa parroquial, junto con dos niñitas de su patrona. María me explicó rápidamente que tenía permiso de su patrona para venir.
Durante ese primer encuentro, me di cuenta que María parecía avergonzada e incómoda de asistir a las clases de religión con las dos niñitas. Yo también me di cuenta de eso, y pensé entonces, que tenía un real y sincero deseo de aprender su religión y poder hacer su Primera Comunión.
Sin embargo, no sabía prácticamente nada acerca de la fe, ni siquiera las oraciones fundamentales. Había sido bautizada, pero sus padres nunca se habían molestado en ir a Misa, de manera que ella tampoco.
Después de unas cuatro instrucciones, María me dijo que ella no podía estudiar con las dos niñitas a su alrededor. Se avergonzaba, porque cuando regresaba a casa, las niñitas siempre le decían a su mamá lo tonta que era María. “¡Mamá, ella ni siquiera sabe decir, el Ave María!….Y María ni siquiera sabía quién era Dios”
Parece que tendríamos que deshacernos de la compañía de las dos chicas. Podría no ser fácil, lo sabía. Porque como es la regla general entre la patrona y la empleada, la patrona de María no confiaba plenamente en ella. Las niñitas eran enviadas con ella para asegurarse que María estaba asistiendo realmente a clases y no solamente para salir de la casa y no trabajar.
Unos pocos días más tarde, visité la casa en donde trabajaba María. El padre era bastante agradable, su esposa bastante amable y sus siete hijos, se estaban portando lo mejor que podían. Los padres me aseguraron que ellos eran buenos católicos, aunque no tenían tiempo para asistir a Misa. Además, alguien tenía que quedarse en casa con los más chicos.
Me aseguraron que permitirían a María asistir a las instrucciones que necesitaba y a las clases las veces que fuera necesario. Sin embargo, ellos esperaban que las clases no fueran demasiado frecuentes porque: “Después de todo, Padre, no es más que la empleada, usted sabe.”
María asistió fielmente después de eso y en su mayor parte, sola, durante un mes más o menos. Durante las instrucciones llegué a conocer a María un poco mejor, y también a su patrona y a su familia. Una cosa quedaba clara – la vida de una empleada, no es fácil, y no prepara a la niña para una vida posterior como adulta. Muy a menudo la empleada es tratada como una niña por su patrona. Se acostumbra tanto a que le digan lo que tiene que hacer, a ser dirigida, a ser formada, a ser sólo obediente, que tiende a actuar más o menos instintivamente antes que por los dictados de su propia voluntad. Es triste ver a estas niñas jóvenes perder todo sentido de iniciativa y ambición personal.
Y cuando uno compara esta pérdida humana con la despreciable ganancia material obtenida, entonces todo el asunto se ve aún más triste. María, por ejemplo, comenzó a trabajar a los doce años, o sea dejó su casa para vivir con otra familia, para servirlos más o menos en el rol de una pequeña “esclava”. Y esto por quince escudos (cinco dólares) al mes. Pero tampoco el dinero podía ser considerado de su propiedad. Era propiedad estricta de su padre.
Existía, sin embargo, esta compensación. María quería verdaderamente a su patrona y prefería vivir en esa casa limpia antes que en la escuálida casa que conoció con sus padres.
De manera que sucedió que el propio padre de María decidió que ella estaba tomando demasiado en serio este asunto de la religión. Le dijo que dejara las clases. María vino a la casa a contarme entristecida la decisión de su padre, que por supuesto, ella sentía que debía obedecer.
Aunque María no quería que yo fuera a su casa, fui a hablar con su padre. Al llegar allí, me di cuenta de la razón de María para que yo no visitara la casa.
La familia con ocho personas y uno más en camino, vivía en una casa de una sola pieza que era un desastre. Los niños más chicos no habían visto el agua ni el jabón durante varios días. La madre, sin duda, agotada de trabajo, no se preocupaba mucho ni del orden ni de las apariencias. El padre era obviamente muy trabajador; y obviamente, también, como la mayoría de los hombres chilenos, le gustaba mucho el vino.
Me aseguró que él y su familia eran todos buenos católicos, añadiendo, sin embargo, que no tenían tiempo para ir a Misa y a los sacramentos. Finalmente, sin embargo, dio el permiso para que María continuara con las clases de religión.
Las instrucciones continuaron por unas semanas más. Luego un día, me llamó María con el corazón destrozado diciéndome que su padre le había encontrado otro trabajo como sirviente, uno que significaría ganar uno o dos escudos extras en el sueldo. María le había rogado que la dejara quedarse en su trabajo actual, pero fue en vano. Tendría que ir a trabajar para una nueva patrona. Luego esa misma tarde, María vino a la casa parroquial a preguntarme si podía acelerar las clases de catecismo. Hablamos de esa posibilidad durante diez minutos, y luego se fue.
Tres días más tarde, el padre de María vino a la casa parroquial. Estaba buscando a María. No estaba en la casa, y no se había presentado con su nuevapatrona. Pensaba que podía estar en la casa parroquial escondida.
¿Qué había sucedido con María?
Cuando María se fue de la casa parroquial ese día, supe después, se encontró con un joven – ebrio por lo demás – que había conocido hacía un tiempo. Decidió, bien o mal, que él sería su medio de escape. Se podría liberar de las constantes demandas de las patronas, de las de su padre dominante que nunca consideraba sus deseos ni sentimientos. Se fue a vivir con este joven.
María ya no viene a la iglesia. Los tres meses de instrucción fueron olvidados aparentemente. Una o dos veces traté de hablar con María, pero ella me evitó deliberadamente. Justo el otro día me tocó verla guiando, con cierta dificultad, a su compañero borracho por las calles. Había envejecido y ya no tenía esa aire de dignidad que tuvo una vez. Pobre María. Su vuelo a la libertad, sólo la había atado a otra esclavitud.
¡Otra de las frecuentes desilusiones que me he encontrado en el trayecto de las misiones! Y otra lección para el misionero – no poner muchas esperanzas en su propio esfuerzo personal, comprendiendo que esta gente necesita mucho tiempo y mucha gracia de Dios. El cambio y el progreso no es asunto de poco tiempo. Oren por todos nosotros. (Precious Blood Messenger, junio, 1964, págs.176-177-178-179-180, Vol.III)