16. LA MISIÓN EN RIACHUELO

 Nos relata el Padre William Frantz: “El día después de la fiesta de  la Purificación, habiendo antes hecho los arreglos, me dirigí a Chapaco, a caballo, para encontrarme con el Padre Paul Buehler quien me acompañó a una montaña llamada Popoén, en donde permanecimos por una semana. Durante esa semana nos la pasamos la mayor parte andando a caballo, adaptándonos a cualquiera de las circunstancias que iban ocurriendo, como hacer clases y visitar las cabañas en las montañas. En lo profundo del corazón de la Cordillera nos encontramos con cerca de noventa familias, que estaban contratadas por un tipo de compañía maderera que quería construir un camino a través de las montañas. Al Padre Paul y a mí nos pareció como si las manecillas del reloj retrocedieran cien años en el tiempo, hacia los días de los pioneros en los Estados Unidos.  Aquí había unos noventa hombres, con unos treinta bueyes, cavando un camino a través de la montaña. Se parecían a las proverbiales hormigas, acarreando montañas de tierra en los lomos de los bueyes. Con paciencia y esfuerzo iban enfrentando cada obstáculo, hasta que lograban removerlo. Alguno de estos obstáculos eran unos  ulmos gigantes, que los sacaban cortándoles las raíces con esas pesadas hachas chilenas, hasta que se escuchaba el crujido que daba paso a la caída de los árboles centenarios. Algunas de las raíces de estos árboles tenían por lo menos unos tres metros de diámetro.            A través de los bosques llegamos al  Río Hueyelhue, en donde se estaba construyendo un puente. La gente acá vive en cabañas que están construidas apoyando las tablas en bruto a una rama grande de algún árbol que se acuña entre las puntas de dos árboles que están cerca el uno del otro, creando un fantástico parecido con una carpa de indios. 

           No hace falta decir que todos estuvieron muy contentos de ver a los Padres. Cuando estuvimos en esta región, tuvimos días afortunados y desafortunados, o debiera decir 'días de plenitud y días magros'. Una tarde tuvimos que comer tres cenas completas por temor a no ofender a nuestros anfitriones. Otro día, lo único que tuvimos para comer fueron unas moras grandes, que crecen con tanta abundancia en el Sur. 

           Espiritualmente hablando, la impresión que hicimos no fue muy sensacional. Tuvimos cuatro matrimonios, quince bautismos y más o menos la misma cantidad de comuniones. El año pasado, cuando estuvimos otra vez en ese lugar, ninguno recibió la Santa Comunión y muy pocos estuvieron en misa. Pero esta vez tuvimos bastante gente en las Misas. 

           El Padre Buehler tuvo que irse el sábado por la tarde, pero yo me quedé para la procesión de la tarde. Participaron unas 300 personas. Inmediatamente después, cuando había terminado, encontraron dos guitarras maltratadas y comenzaron la 'Cueca Chilena'. Fue realmente un día de fiesta para ellos, pero no pude quedarme mucho tiempo ya que tenía que ir a Río Blanco, antes de que oscureciera. Creía que me sabía un atajo, pero hacía ya tiempo que había pasado por allí, además el invierno había borrado la huella, y casi me perdí. Pero afortunadamente me encontré con un niño que me invitó a su casa y me ayudó a encontrar mi camino. Llegué a Río Blanco a las 7:30 y luego de la Misa habitual que había allí los domingos, tuve la grata sorpresa de ver al Padre Homsey, que me estaba esperando con el Jeep, para llevarme de regreso. Fue una suerte ya que apenas partimos nos recibió una de esas famosas lluvias del Sur de Chile. 

          Naturalmente tenemos nuestros pequeños rituales para atender a los enfermos. Algunas de estas cosas son indicaciones de que nuestra acción está dirigida por la Divina Providencia; como la vez cuando fui a la región llamada Cheuquemó, para visitar a un viejo indígena, que decían que tenía más de 110 años y estaba muriéndose. Tuve mucha dificultad tratando de convencerle de recibir los Sacramentos. Estaba tan enfermo que no quería que lo molestaran. Le dije que si tenía un poco de paciencia y me dejaba que le hablara para prepararlo para los Sacramentos, luego tendría un descanso eterno, y no le molestaría más. Finalmente preguntó qué es lo que tenía que hacer. Luego lo instruí, pero cuando llegó el momento de recibir el Viaticum (última comunión antes de morir), estaba tan cerca de la muerte que sólo pudo recibir un pedacito de la Hostia. Así, que tuve que hacer la larga travesía de vuelta con el Santísimo Sacramento hasta la iglesia. Sin embargo, después de una hora de viaje, una persona me detuvo repitiendo sólo la palabra 'enfermo'. Lo seguí y entré en una pequeña choza, encontrándome con una niñita muy enferma. Era una de las niñas que había recibido su Primera Comunión sólo cuatro meses antes, cuando el Padre Homsey y yo estuvimos en este sector. Llegar hasta acá era muy aventurado, y esta pobre familia no tenía caballo, y probablemente no habrían podido llamarme. La niña murió al día siguiente y los hombres llevaron su cuerpo por nueve kilómetros, atravesando las montañas, para que fuera sepultada por la iglesia. 

           La gente de a poco se está  acostumbrando a ver al Padre en los diferentes caminos y saben que vendrá a verlos a menudo. Así, voy haciendo un censo de los diferentes sectores de mi parroquia y gradualmente reuniendo a las ovejas. Alimentarlas es otro problema, pero con la ayuda de Dios, encontraremos la forma. Ciertamente valorizamos las oraciones y ayuda material de todos nuestros amigos"  (The Precious Blood Messenger, Julio de 1950, pp. 208 - 210)