Por Lawrence Eiting
¿Qué significa ser un misionero? Quizás lo identificamos con alguien que construye capillas, bautiza, celebra matrimonios, alimenta y viste a los pobres, etc. Esto es verdad, pero también está llamado a anunciar a Cristo de muchas otras maneras. Una experiencia reciente ilumina en algo nuestra misión actual, especialmente, en Latinoamérica. Enseguida hay una pequeña crónica, con una explicación, de una semana muy tensa.
El 20 de enero, a las 10:30, estaba con el Padre Antonio Lagos, otro sacerdote y un religioso de nuestro decanato, haciendo los últimos preparativos para un campamento de verano de alrededor de 800 personas de nuestras comunidades cristianas. De pronto fui visitado por tres miembros de la policía de investigaciones (PDI) y se me informó que el Ministerio del Interior había revocado mi residencia permanente y que me daban diez días para salir del país – o sería expulsado. Fui inmediatamente al departamento legal de la diócesis de Santiago para presentar mi caso y obtener ayuda legal. También notifiqué al Padre Ambrose Lengerich (nuestro superior) y a la Embajada de los EE.UU. de mi situación. Después de una reunión con los abogados y mi obispo, me acompañó el mismo obispo y el Padre Ambrose a ver al Nuncio Papal en busca de ayuda. También llamé al Padre Joe Charron en los EE.UU. para pedir apoyo a través de diferentes grupos en Washington.
El lunes, 2 de febrero, el Nuncio Papal y la embajada hicieron los contactos con el Ministerio de Relaciones Exteriores, y el abogado presentó una petición de reconsideración al Ministerio del Interior. También me reuní con el Cónsul de los EE.UU. Al día siguiente, los mismos hombres de investigaciones me informaron que la primera resolución era revocada, y mi pasaporte me fue devuelto; pero mi residencia permanente todavía estaba retenida, y se me daba una visa de tres meses (“para que me comportara”). El 4 de febrero, en una reunión con el obispo, el vicario general, y los abogados, decidimos rechazar la visa, y buscar que me fuera devuelta la residencia permanente. El obispo se reunió con el general militar que sirve de puente entre la Iglesia y el Estado (y como yo no tenía documentos, me cambié temporalmente a la Casa Central).
Finalmente el 6 de febrero, como fallaron los esfuerzos del general, acepté la visa de tres meses (que es renovable), con la intención de continuar los esfuerzos por recuperar mi residencia permanente.
La razón dada para tener que dejar el país es que no cumplí con una formalidad de cambio de dirección, hace siete años y medio atrás cuando me cambié de Río Negro a Santiago. De hecho, es porque he apoyado el movimiento de la gente que están exigiendo una solución al problema de falta de viviendas públicas. (El gobierno no ha respondido suficientemente a esta creciente necesidad). Concretamente, se hizo un ayuno de 48 horas en nuestra parroquia y yo asumí plena responsabilidad – y tuve un intercambio algo áspero de palabras con la policía. También hay un esfuerzo definitivo por parte del gobierno por expulsar a los sacerdotes extranjeros que critican el actual programa económico y político (que favorece a los ricos a costa de los pobres).
Nuestra preocupación era no sólo mantener mi residencia en Chile, sino también tomar una postura en contra de esta tendencia. Soy el cuarto sacerdote extranjero en esta situación dentro del año. Por estas dos razones, las autoridades de la Iglesia me ofrecieron todo su apoyo.
También nuestra postura era muy importante para los pobres y los sin casa, que miraban hacia la Iglesia como su defensa y apoyo. En la medida en que el gobierno se resista a escucharlos, su único canal de apoyo y protección es la Iglesia.
El domingo 4 de febrero, leímos y meditamos sobre las bienaventuranzas “benditos los pobres, los que sufren...aquellos que trabajan por la paz y la justicia...aquellos que son perseguidos en Mi nombre...” Qué ciertas son estas palabras, cuando somos llamados a vivir íntimamente en y con Cristo. El se identificó con los pobres, los que sufren, los pecadores. Nosotros también, como otros Cristos, estamos llamados a asumir su causa (que es Su causa), por la cual no vaciló en derramar Su Sangre. Algunos, como los mártires en San Salvador, también están llamados a derramar su sangre. Otros están privados de su libertad física y libertad de expresión. Pero tenemos esperanzas; sabemos que la fuerza de la Sangre de Cristo es también nuestra fortaleza y valor. Él nos asegura que la victoria final será nuestra – “¡porque de ellos es el reino de los Cielos!”
También podría mencionar que el apoyo espiritual y moral de nuestra gente, y los sacerdotes con quienes vivo y trabajo ha sido increíble. Muchos, jóvenes y viejos están dispuestos a hacer cualquier sacrificio para asegurar mi permanencia en Chile. Esta experiencia nos unió mucho más, y ayudó a fortalecer en nosotros la fe y la unidad. (Cincinnati CPPS. Newsletter, Nº121, marzo 20, 1981, págs.907 y 909).
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