69. Primeras y segundas impresiones

Nuestras páginas de Misión, a menudo han registrado las “primeras impresiones” de los nuevos misioneros C.PP.S. que recién  llegan a Chile y se encuentran con las variadas, y a menudo nuevas, escenas y actividades de la vida misionera allí. Este mes, en contraste, estamos favorecidos con algunas “segundas impresiones” de un misionero veterano que regresa a escenas y costumbres bastante familiares.       El veterano en este caso es el Padre James Bender, C.PP.S. Después de completar cinco años de servicio misionero en Chile – la mayor parte de este tiempo como vicario en la parroquia de Santo Domingo, en Santiago – el Padre James regresó por avión a los EE.UU., a principios del verano pasado, para pasar unas vacaciones y gozar de un permiso sabático en la amada patria. La principal parte de su permiso de seis meses la pasó “trabajando” como vicario en la parroquia de Nuestra Señora del Buen Consejo en Cleveland, Ohio. 

      Poco antes del comienzo de la Cuaresma, en febrero pasado, el Padre informó que había vuelto a la parroquia de San José en Santiago.  Allí se presentó en la oficina del vicario provincial, listo para recibir otra designación en la misión chilena. 

      En una carta reciente “a todos nuestros amigos de las misiones y a todo el laborioso equipo del Messenger” el genial Padre Jaime nos cuenta de su nuevo cargo: 

      Con el favor del Buen Dios, llegué a Chile el 3 de febrero, de vuelta nuevamente después de una estadía muy agradable en los EE.UU. Allí  los Padres del área de Santiago, me dieron la bienvenida con la acostumbrada calidez C.PP.S. La jovial camaradería entre las dos docenas de Padres, y el Hermano Aloysius Kramek, continúa siendo una de las reales compensaciones y recompensas de la vida aquí en el frente de las misiones. 

      Después que pasé unos pocos días en Santiago reuniéndome con viejos amigos, el Padre Paul Buehler, nuestro superior, me informó que mi designación para los próximos meses sería “Pitrufquén”. Allí reemplazaría al Padre William Frantz, ahora en los EE.UU. con su permiso sabático. 

     Y así me encuentro, a 750 kilómetros al sur de Santiago, rodeado por los hermosos cerros sureños de Chile. 

      Muy pronto me  di cuenta que ya no estaba en los EE.UU. El pueblo no tiene electricidad, de manera que mis bigotes, bastante notorios después del largo viaje durante la noche en tren, tuvieron que esperar unas horas más para una afeitada sin electricidad. 

      La tarde de mi primer día en Pitrufquén, me llamaron a una casa, especie de granero, para dar la Extremaunción y el Viático a una anciana. A la mañana siguiente dije Misa en la cárcel – una práctica semanal aquí. Estoy seguro que el establo de Belén no era un lugar más desolado para la venida del Hijo de Dios. En mi segunda tarde en Pitrufquén, la Legión de María, firmemente establecida por los esfuerzos del Padre Frantz, tenía la reunión de sus dirigentes. Este grupo es una buena promesa para continuar y expandir su trabajo apostólico en la parroquia. 

      Esta mañana llevé la Santa Comunión a cuatro pacientes en el pequeño hospital. Ayer, mientras visitaba a los pacientes, traté de enseñar unas pocas cosas esenciales de la Fe a un par de señoras para que en unas semanas más  puedan recibir su Primera Comunión. En resumen, pueden decir que estoy plenamente de vuelta al medio de las cosas, de vuelta al modo de vida de la misión en Chile. 

      Después de mis seis meses en los EE.UU., quedé más impactado que nunca, por la pobreza agobiante y monótona de Chile. Esta vez el país no me ofreció ningún “glamour”, como es encontrarme con gente nueva, enfrentando una cultura distinta y un idioma extraño. Esta vez sabía a lo que venía – y créanme, no era particularmente atractivo desde un punto de vista natural. Pero el Señor nos da la gracia de mirar más profundo, de ver muchas almas a nuestro alrededor con tanta necesidad del alimento de Su divina verdad y del poder purificador y de la fortaleza de Sus sacramentos y de una mano firme que los guíe pacientemente por la vía de Sus mandamientos. Y este pensamiento – que podemos cooperar con Él y con la eterna felicidad de ellos – nos da a los misioneros una profunda satisfacción y el más fuerte de los motivos para regresar a Chile. 

      ¡Qué alegría fue haber regresado a los EE.UU. en agosto pasado, después de no haber tocado suelo norteamericano en cinco años! ¡Qué diferencia! – ¡El calor sofocante (había llegado, con el abrigo al brazo, por el invierno chileno); el tráfico tranquilo y ordenado (tan distinto de los bocinazos, y del zigzaguear entre los buses, camiones, motonetas, bicicletas y carretas, y de los peatones sin prisa e imprudentes de Santiago); la evidencia de bienestar material por todas partes; el uso del inglés por todas partes; y las multitudes de gente que van a Misa –y que llegan puntuales, ¡también! 

      La experiencia más conmovedora fue visitar a mi familia nuevamente, luego a los sacerdotes amigos y a los viejos amigos. Los cabellos estaban un poco más grises, las frentes habían retrocedido, cinco años habían profundizado las líneas de los rostros más conocidos, los niños habían crecido increíblemente. Pero la calidez de los corazones no había cambiado – excepto, quizás, para abrirse aún más para mí. Muchos se pusieron a mi disposición, lo mismo que sus casas, y expresaron un gran interés por nuestro trabajo en Chile, ofreciendo generosamente sus oraciones y sus posesiones para aumentarlo. Espero recordar esa bondad constantemente cuando me pare frente al altar cada mañana en la Misa. 

      De vuelta ahora en Chile, me siento un instrumento, un poco más útil en las manos de Dios, con un mayor conocimiento de la gente, de su carácter, costumbres e idioma. 

 

      

El trabajo de un misionero en Chile es en medio de gente tradicionalmente católica. Sin embargo los mismos Obispos latinoamericanos han estimado, que de sus fieles, aunque católicos, por el bautismo y por el nombre,  sólo el 3,5 % de los hombres y el 9,5 % de las mujeres practica la Fe. Encontramos por todas partes una religión nominal casi sin vida. Esto se debe a distintas causas – a ignorancia de las verdades de la Fe, a falta de convicción, a falta de estima (a menudo odio y oposición) en contra del clero y una terrible escasez de sacerdotes.       El nuevo material  periodístico  de los EE.UU. y las editoriales prestan mucha atención a Latinoamérica en estos días, urgiendo al Tío Sam para que entregue materiales y educación técnica para favorecer la economía y para levantar a estos países de su pobreza, antes que el comunismo los gane. Especialmente Chile ha estado en las noticias, debido a los estragos de sus terremotos. Ciertamente es necesario un razonable progreso material y un estándar decente de vida para la dignidad humana. Los EE.UU. bendecidos por la Providencia, deberían ayudar. (¡Qué contraste entre las condiciones de vida de una familia norteamericana corriente y la de una familia chilena normal!) Pero la ayuda más importante, no la pueden entregar los diplomáticos norteamericanos ni los hombres de negocios que trabajan a un nivel corriente, mientras permanecen separados y distantes de las masas chilenas. 

      La ayuda más eficaz será dada por los misioneros, tantos laicos como religiosos, que sacrifican su tierra natal, su propia comodidad, su propia cultura y su propio yo para identificarse con los chilenos, para mezclarse con ellos en las mismas condiciones, para enseñarles con el ejemplo y la palabra los principios cristianos necesarios para que se desarrollen desde dentro. 

      El misionero les enseñará la responsabilidad al trabajador, la justicia al rico, la paciencia al pobre, el sacrificio a todos por el bien de sus compatriotas. Debe urgirles para que den a Dios lo que le corresponde – en la práctica de la pureza y la sobriedad, en asistir a la práctica religiosa de la Misa del domingo, en confesarse y recibir la Santa Comunión, en vivir una vida de familia cristiana, en orientar todo su ser y su actividad hacia Él. Si el misionero puede guiar a los chilenos realmente a practicar estos principios, progresarán en forma natural, tanto espiritualmente, como económicamente. 

      En este esfuerzo, todo misionero necesita la ayuda y las oraciones de los muchos amigos de las misiones allá en casa. Recuérdennos a nosotros y a nuestros chilenos en vuestras oraciones. (Precious Blood Messenger, mayo 1961, págs.148-149-150-151, Vol.II).