47. Paseo en tren desde Pitrufquén a Puerto Montt

El Padre William Donohue ha escrito una interesante carta sobre su experiencia en cuidar a un grupo de niños chilenos durante una gira al sur de Chile. El gobierno chileno está muy interesado en el turismo, y hace grandes esfuerzos por dar a conocer a la mayor cantidad de gente posible, las bellezas del país, especialmente, del sur de Chile, alrededor de nuestras parroquias de Río Negro, Riachuelo y Purranque, a menudo llamado “La Suiza de las Américas”.       “Viajar por el sur de Chile con dieciséis niños de sexto año, aunque duro, fue interesante’’,  escribe el Padre Donohue. “Los niños comenzaron a reunir el dinero necesario, a comienzos del año escolar, en marzo pasado, lustrando zapatos, organizando rifas, vendiendo refrescos en eventos deportivos, y a través de pequeñas contribuciones personales. Aparte de eso, la municipalidad contribuyó con un quinto de los 59.000 pesos que nos costó nuestro viaje, para alentar estas giras con propósitos educacionales. Ustedes se pueden imaginar, lo que costaría en los EE.UU. llevar a dieciséis niños y dos profesores en un viaje de cinco días – ciertamente, que más de los 98.000 pesos que nos costó a nosotros nuestro viaje. 

      “Nuestro tren, un modelo de 1910, partió de Pitrufquén, temprano en la mañana, después de Navidad, llevando a dieciséis niños felices y a un Padre Guillermo algo inseguro -yo mismo- a la tierra de las vacaciones, Puerto Montt, a unos 400 kilómetros hacia el sur. Dentro de nuestro carro, encontramos simples bancos de madera, sin  posa brazos. Para desplazarse por los pasillos se necesita tener una agilidad extraordinaria y hacerle el quite a las cabras, los pollos, los corderos, los canastos con pescados  y las frutas que los pasajeros han comprado en la estación anterior, o llevan para la próxima estación para vender. Los vendedores vienen y van por el pasillo vendiendo casi todo lo que pueden acarrear. Siempre se puede esperar lo impredecible cuando uno viaja en tercera clase en Sudamérica. 

      Sólo los pasajeros de primera clase tienen el privilegio de usar el comedor. De manera que cuando llegó la hora de comida y se abrieron las loncheras, surgió un fuerte aroma a ajo, mezclado con otros olores propios del viaje en tercera clase. Eso junto con el hollín de la máquina que entraba por las ventanas abiertas, me despojó totalmente de mi apetito. Pero como a las seis de la tarde, tenía suficiente hambre como para comer cualquier cosa, a pesar de los olores y del hollín, y por lo tanto, gocé de mis comidas. Justo cuando pensaba que ya lo había visto todo, todo lo que podía suceder en un viaje de tercera clase, llegó un mendigo ciego cantando algunas canciones religiosas acompañado de una guitarra. Luego un vendedor comenzó a comprar de vuelta unas revistas que había vendido algunas horas antes, para revenderlas a otros clientes. 

      “La tercera clase en Chile no es muy atrayente para la mayoría de los turistas, pero la mayoría de los turistas norteamericanos encontrará las acomodaciones de primera clase, casi a la par con las de los EE.UU. Ninguno de los inconvenientes de tercera clase, sin embargo, molestaron a nuestros dieciséis niños. Gozaron del viaje como si creyeran en Santa Claus y estuvieran de viaje hacia el Polo Norte. La mayor parte del tiempo estuvieron con la cabeza fuera de la ventanilla como si fueran montados a caballo. En total nos detuvimos treinta y seis veces en nuestro viaje de 400 kilómetros, y en cada estación, los niños compraban tiras de cerezas maduras u otras frutas. Luego, cuando el tren se ponía nuevamente en movimiento,  ellos se entretenían lanzándose los cuescos de cereza entre sí.   Esta actividad no parecía molestar a los empleados del tren o a los otros pasajeros y los cuescos de cereza quedaron en el suelo, que ya estaba sucio con toda clase de basuras. Era una experiencia nueva para mí, sin embargo. 

     “Llegamos a Puerto Montt a las 9:15 de esa noche, sólo para encontrarnos con que el alojamiento que había sido arreglado de antemano, había sido dado a otro grupo. Allí estábamos – dieciséis niños, dos profesores y yo mismo – en una ciudad extraña sin alojamiento. Decidimos llevar a los niños a la Comisaría de Carabineros por seguridad, mientras los profesores y yo buscábamos un lugar para pasar la noche. 

      “Después de tratar en un par de casas de pensión, encontramos una que podría recibir a nuestro grupo.  En ésta tuvimos suerte porque es la época turística en que muchos grupos de colegios, similares al nuestro, llenan los lugares de veraneo de las ciudades. No es que obtuviéramos nada de lujo. Nuestro “hotel” era una construcción de madera simple y todos los niños fueron acomodados en una sola pieza grande. Eso no les incomodó, sin embargo, porque todos habían traído sus propias camas desde casa, y en unos pocos minutos, estaban todos durmiendo en el suelo Eso era demasiado rústico para mí, de manera que obtuve una habitación privada con un poco más de comodidades. 

      “Como en otros alojamientos de Sudamérica, nuestra tarifa incluía las comidas, las que creo fueron bastante buenas y contundentes. Para el desayuno los chilenos generalmente sólo consumen café y pan, y en la tarde, alrededor de las 5:30, toman el té, llamado “Las Once” -por las once letras de la palabra ‘aguardiente’-, que consiste, hoy en día, en té o café con un sandwich y galletas. 

      “Pero las otras dos comidas compensaban lo liviano de estas dos. Porque para el almuerzo, a mediodía, y para la comida, servida alrededor de las nueve, había cinco platos consistentes en la sopa indispensable, la entrada -generalmente algún tipo de pescado-, carne y verduras, postre y café. Casi todos los adultos en Chile toman vino con sus comidas, y bebidas de fantasía para los niños. Estoy seguro que nuestros niños comieron mejor en el viaje, que lo que generalmente lo hacen en sus pobres hogares. 

      “En la mañana después de Misa en la Catedral, tomamos nuestro liviano desayuno y partimos hacia la playa. Por el camino pasamos por un hermoso y lujoso hotel en donde los viajeros extranjeros con dinero, con más dinero del que nosotros teníamos, encuentran lujosas habitaciones con toda clase de comodidades modernas. Pero estoy seguro que nuestros niños no tenían envidia, porque están acostumbrados a la elegancia en medio de la miseria. Y además, estaban demasiado felices de su buena suerte, al poder hacer este viaje. 

      “Todo lo que caminamos era suficiente para desanimar a “cualquier niño norteamericano”. Había buses para llevarnos a donde quisiéramos, pero costaban diez pesos – demasiado para nuestro limitado presupuesto. Además, los buses son tan viejos que uno duda que puedan moverse hasta que no los ve, y para entonces, están tan llenos, que el único espacio es en la pisadera. 

      “Caminamos hasta el muelle en donde los botes pescadores estaban amarrados y sus dueños estaban ocupados vendiendo pescado, ostras y muchos otros mariscos a un conjunto de compradores. Después de eso, obtuvimos permiso para llevar a los niños a bordo de un barco, el barco chileno “Pelluhue” en donde los niños inmediatamente se convirtieron en piratas aventureros. Anduvieron a gatas, inspeccionándolo todo. Era imposible mantenerlos juntos. Los oficiales, sin embargo, no se molestaron. Los chilenos tienen gran amor por los niños y hacen casi todo por hacerlos felices. 

      Todo y cualquier cosa era de interés para nuestros niños, ya que era su primera visita a la playa. Vimos como la marea viene y se va, y cómo el pescador toma ventaja de la marea para sacar sus botes a la playa y repararlos. Caminamos por varias islas de gran belleza natural Nadamos muchas veces, aunque sólo unos pocos niños tenían ropa para nadar; los otros se metieron al agua con su raída ropa interior. Entre sus nataciones, los niños sacaban almejas y cangrejos que devoraban sin siquiera darse la molestia de asarlos. 

      “Uno de los niños encontró ‘luche’ un alga esponjosa, como una cuerda, comestible. Pensó que sería bienvenida en su

casa para la comida, de manera que recogió un buen montón para llevárselo. Después de llevarlo por entre las rocas y terraplenes durante muchas horas, decidió deshacerse de él y lo botó. Le pregunté a un misionero veterano porqué un niño podría tratar de hacer eso y me explicó que esta gente haría cualquier cosa por obtener algo sin pagar. Uno de los niños perdió las suelas de sus zapatos. Como era sábado, no había reparadoras de zapatos abiertas, pero esto no le molestó en absoluto, incluso con las rocas filudas a lo largo de la playa. Estos niños están tan acostumbrados a caminar a pie pelado, que incluso se sentía mejor sin zapatos.      “La tarde del viernes, los niños gozaron de una aventura que no habrían visto en su ciudad natal. Estábamos parados en el centro de la ciudad, cuando de pronto sonó la sirena de incendios. Para nuestra sorpresa, once camiones contestaron la alarma. Bomberos voluntarios salieron de las casas, oficinas y barcos, para luego ser recogidos por los camiones en lugares designados en la ciudad. La mayoría de los camiones se parecían tanto a un carro bomba como Satchell a un jugador de baseball. Entre ellos, sin embargo, había dos camiones nuevos, un International y un Ford. 

      “Toda la ciudad se revolucionó. Vimos ineficiencia, pero de todos modos era notable la devoción al deber que estos bomberos voluntarios demostraron. Luego, a pesar de la excitación, la alarma resultó ser falsa y en media hora los camiones volvieron a sus bases. Pienso que a estos hombres no les importa cuando suena una falsa alarma. Les da la oportunidad de exhibir sus uniformes y su equipo, y de alguna manera, les remueve la sangre, al igual que un desfile a los soldados que van a la guerra. 

      “Nuestros tres días en la playa se fueron demasiado rápido, y de nuevo, estábamos de vuelta en el tren de regreso a casa. Estuve feliz de ver lo fácil que es dejar contento a grupo de niños chilenos en vacaciones. No necesitan mucho dinero y cuando no queda nada, todavía lo pasan bien. Estoy seguro que nuestro pequeño viaje permanecerá largo tiempo en su memoria, y los hará para siempre orgullosos de su “Escuela Beato Gaspar” de Pitrufquén (Precious Blood Messenger, junio 1957, págs.177-178-179-180, Vol.I).