Durante algún tiempo hemos recibido escasos informes de nuestro antiguo y veterano misionero en Chile, el Padre John Kostik. Pero justo cuando nos comenzábamos a preguntar si había abandonado a sus amigos en los EE.UU., recibimos una hermosa carta suya, asegurándonos que todo iba bien para él y su parroquia de Pitrufquén. Como todo buen párroco, el Padre Juan, atribuye esto a sus jóvenes y trabajadores vicarios: “Pitrufquén, alabado sea Dios, tuvo un buen año durante 1956. Por supuesto tuve dos buenos ayudantes para que hicieran el trabajo. Toda mi vida como párroco he tenido la misma experiencia, específicamente, que mis superiores me han mandado vicarios que han hecho vibrar de actividad a mi parroquia.
“Aquí en Pitrufquén, tuvimos nuestro mejor año, por lo menos, en lo que se refiere a las escuelas. Una de las maldiciones de este lugar es el ausentismo escolar, o la cimarra. Pero este año fue reducido a un mínimo, debido a la cooperación de la policía con el Padre Tom Sweeterman. Cuando llegó la primavera y el llamado de la caña de pescar y de la poza para nadar se hacían irresistibles, llamaba a una pareja de carabineros y hacían la ronda por el río. El Río Toltén, es el mejor río para pescar truchas en el mundo, corre por la orilla de Pitrufquén. El resultado del patrullaje del Padre Tom en los lugares de pesca, fue que tanto los colegios particulares como los públicos tuvieron buena asistencia.
“Los Examinadores Fiscales encontraron bien preparados a nuestros niños y en nuestro Liceo sólo cuatro tuvieron que repetir curso. Ése es un buen desempeño, especialmente, cuando se compara con los colegios públicos. Por lo tanto, nuestros superiores, también han dado permiso para agregar otro año al Liceo en 1957. En Chile tiene seis años, nosotros comenzaremos nuestro quinto.
“Nuestros colegios rurales, también lo hicieron bien, bajo la supervisión del Padre Tomás.
“Nuestro colegio parroquial más nuevo, situado al lado de la Reserva Indígena y con alumnos provenientes casi en su totalidad de ahí, tiene un promedio de asistencia de un 52%. Esta es una combinación de capilla-colegio y está arreglado de tal manera, que el santuario puede quedar separado del resto del edificio, mediante una pared movible. Este es el orgullo y alegría del Padre Leo Herber, porque él lo construyó con la ayuda de la gente de la parroquia St. Gabriel, en Detroit, donde él trabajó antes de venir a Chile. Es un hermoso edificio en lo alto de un cerro, con una vista que deja sin aliento, hacia los dos volcanes cubiertos de nieve en la cordillera de los Andes.
“Ahora mismo, sin embargo, el Volcán Llaima no está tan bonito, ya que hace unos meses atrás, estalló; arrojando una lava que derritió toda la nieve y destruyó muchas hectáreas de valiosa madera. Aparte de eso, hubo poco daño en esa aislada región, excepto que ahora la pesca no es tan buena en el Río Toltén.
“Los colegios del Padre Tom hicieron una aparición en público muy satisfactoria el año pasado. El 18 de septiembre, Día de la Independencia, los niños de nuestros colegios básicos y medios aquí en Pitrufquén, marcharon en un desfile por el pueblo, acompañados por nuestra banda de boy scouts y el aplauso del público. En noviembre los mismos niños hicieron una revista de gimnasia, que todavía da que hablar en el pueblo. La Gimnasia es un ramo obligatorio en los colegios chilenos. Todo esto externo, por supuesto, tiene un objetivo principal: hacer que los niños se sientan orgullosos de ser católicos. Hemos logrado, por la gracia de Dios, una mejor asistencia a Misa y a los sacramentos por parte de los jóvenes.
“Justo ahora, comenzando el 26 de diciembre, el Padre Tom salió en misión enseñando todos los días religión, a un grupo de alrededor de cien niños. Como los colegios cerraron justo antes de Navidad, comenzando sus vacaciones de verano, cuatro monjas dominicas españolas del colegio para niñas del lado, pudieron acompañarlo a esta escuela rural de verano. Salen en el Jeep a las siete de la mañana y regresan a las nueve de la noche.
“Después de la Misa bajo los árboles, dividen a la gente en cuatro grupos: hombres, mujeres, niños y la clase de Primera Comunión. Regresan llenos de asombro, al ver cómo esos hombres se sientan allí pacientemente durante horas, aprendiendo a hacer la señal de la cruz, a decir el Padre Nuestro, el Ave María y contestar simples preguntas de catecismo. Pocos están casados por la Iglesia y hay muchos sin bautizar. Es una suerte que en esa región particular, la mayoría hable castellano, aunque sean todos indios mapuches.
“El Padre Leo Herber es, por otra parte, el misionero de los mapuches. Como mencioné, construyó la capilla-colegio en una sección y se preocupa de que los indígenas manden allí a sus niños. Cuando visitó por primera vez el lugar – Carilafquén -‘Aguas Verdes’ en idioma indígena-, una mujer chilena evangélica le dijo que había convertido a todos los indígenas de esa región, de manera que perdía su tiempo.
“Su primer paso fue aprender a hablar un poco de la lengua mapuche y luego, visitar cada ‘ruca’. Esto suena fácil en el papel, pero escuché día a día sus relatos sobre cómo caminaba por esos cerros, a través de hondonadas y cercas, a través del barro, el polvo y las espinas. A menudo volvía a casa rasguñado y sangrando, su sotana rota y sus zapatos llenos de agua y barro. Beber agua en bolsas hechas de cuero de vaca le produjo, una vez, terribles diarreas. Pero persistió en esto, y ahora, incluso la Sra. Pérez, la ‘evangélica’ viene a la Misa del domingo, aunque todavía va a la capilla protestante, después de almuerzo.
“Los protestantes todavía perseveran, ya que domingo tras domingo mandan un predicador para reunir un puñado de
empecinados a "escuchar la palabra’’. Una familia regresó a la Iglesia porque, según explicó el Padre, ‘los protestantes no ofrecen nada más que palabras, palabras, palabras’. “En una ocasión el Padre Leo fue asediado por perros salvajes, a uno de los cuales tuvo que matar para que se fueran. Por supuesto, cuando uno mira la estatura de un metro noventa del Padre, cree fácilmente que no estuvo en peligro.
“A veces el Padre Leo, tiene un poco de dificultad para entrar a unos de los pocos colegios públicos desparramados, a través de los distritos rurales de la parroquia. Unos pocos profesores son anticlericales y tratan de impedirle que enseñe religión durante las horas de clases. Pero como la Ley del Estado, apoya a los sacerdotes para que enseñen religión en los colegios públicos, el Padre insiste en sus derechos y hasta ahora ha podido superar toda oposición.
“El Padre Leo es un viajero, siempre listo para partir. Me mantiene ocupado, pidiendo fondos para la bencina, los neumáticos y repuestos del Jeep. Se conoce cada escondrijo y rincón, cada familia indígena está inscrita en su libreta de direcciones, y enseña, predica, los regaña, y les ayuda en la temporada y fuera de la temporada. Todos los domingos, parece, tiene una Misa de Primera Comunión en algún lado, 'allí o acullá'. Los indígenas vienen a la ciudad a pedirle que ‘bautice de nuevo a la abuela, porque la última vez que la bautizó se sintió mejor’. Peticiones como éstas y otras, tan extrañas, son comunes para nosotros entre esta gente simple.
“Este año comenzamos una ampliación de nuestra iglesia, haciéndola más larga, y dándole un frente más bonito, una torre y un vestíbulo. El frío del invierno y las lluvias incesantes hacen imperativo que tengamos un frente sólido en nuestra iglesia. La gente dio algo de dinero, y está dando más, pero no lo suficiente. Actualmente la construcción está ‘paralizada’ como dicen aquí, a causa de la falta de fondos.
“Será un día glorioso para Pitrufquén cuando la iglesia esté terminada. Pero, como todo lo demás en Chile, toma tiempo. Como las tasas de interés aquí son tan altas, sería suicida tratar de pedir dinero prestado. De manera que lo estamos haciendo igual que los chilenos: juntamos un poco de dinero y construimos hasta que se nos acaba el dinero. Luego paramos hasta que juntamos algo más. En buen tiempo de Dios, lo terminaremos.
“Una cosa es segura: la vida de un misionero, aunque dura, es agradable y animada. Nos faltan algunas cosas, pero Dios nos da felicidad en abundancia. Tratamos de ver humor en las pequeñas cosas de la vida, y no tenemos tiempo para molestarnos por las cosas que no tenemos.
“¡Dios bendiga a todos los buenos lectores del MESSENGER! ¡Que Dios recompense a todos nuestros benefactores!” (Precious Blood Messenger, marzo 1957, págs. 83-84-85-86, Vol. I).