UN POCO MÁS Y UN POCO MENOS
Por
Paul Schaaf, CPPS
Aquí en Chile estamos a fines del invierno. Y realmente ha sido invierno. Los antiguos hablan de ello diciendo que ha sido el más frío en veinte años. Como este es mi primer invierno aquí, no los voy a contradecir. De acuerdo a los expertos, el clima ha cambiado en los dos últimos años; esto debido a los terremotos de 1960 y a los levantamientos del fondo océanico en la costa que han cambiado la dirección de la corriente del Humboldt o Corriente Peruana, un poco más lejos de la costa chilena. El efecto final ha significado menos lluvias y un poco más de frío para Chile en los últimos inviernos. No tengo grandes conocimientos de oceanografía, pero en cuanto a “menos lluvias y más frío”, sí sé que esas menos lluvias, todavía dejan a Chile con bastantes lluvias. En cuanto a más frío – bueno sólo ayer la temperatura bajó a – 6°. Y esto también sé, que cuando el clima está húmedo y la temperatura está en los - 6, la combinación no es nada de agradable.
Antes de los terremotos de 1960, la parroquia de Purranque estaba bastante bien sellada y relativamente abrigada en invierno, aunque no tenía calefacción (tampoco ahora). Pero después que el terremoto descabezó la torre de la iglesia, destruyó el frente, movió todo el edificio en varias direcciones y desmoronó casi todo el techo – bueno, la vieja iglesia, ya no es tan abrigada como antes. El frontis de la iglesia todavía se mantiene en pie, dando la impresión de un antiguo granero. Todos los fondos que entraron fueron primero para reparar los colegios, luego el edificio para una nueva casa parroquial. (Los terremotos habían dejado la anterior en ruinas). Gradualmente estamos ahora reparando aquí y allá dentro de la iglesia. Con el tiempo esperamos lograr que se vea nuevamente como una iglesia.
Siempre refiriéndonos al tiempo, incluso en los días más fríos, los niños vienen al colegio descalzos. Algunos son dignos de verse – bueno, cubiertos con una gorra o un sombrerito y con una pesada manta envuelta alrededor de los hombros, pero sin cubrir ni las piernas ni los pies. La manta, es una pequeña frazada gruesa, muy popular aquí, y también una agradable y abrigada protección contra la lluvia. Los paraguas, a propósito, son raros y muy caros.
Como ustedes ya deben saber, los obispos de Chile han ordenado una misión a nivel nacional. Junto con las materias espirituales tratadas durante la cruzada de la misión, se ha insertado una fuerte dosis de prédica sobre la justicia social. Se usa también una especie de “teatro ambulante” para anunciar la misión y atraer a la gente. Esas misiones ya se han dado en las grandes ciudades, principalmente en el sector norte de Chile. Aquí en el sur, estamos teniendo ahora las reuniones preparatorias. Las misiones están programadas para realizarse en febrero y marzo.
Durante las primeras reuniones preparatorias que nuestro obispo llamó, y que se desarrollaban en Río Negro, recibimos un llamado para visitar un enfermo en el “campo” del sector de nuestra parroquia de Purranque. Me fui rápidamente de Río Negro y volví a Purranque para llevar mi equipo para enfermos y encontrarme con la persona que me venía a recoger. Resultó que mi mensajero era un niño de doce años de edad. Había venido en el tren de la mañana desde Concordia, un pueblito en la parte sur de nuestra parroquia.
Salimos de Purranque alrededor de la una y traqueteamos por alrededor de una hora por caminos muy malos. Luego el niño dijo: “Pare”. Entonces me informó que él no vivía en el pueblo mismo, sino en el “campo”. De manera que estacionamos el jeep, nos subimos por sobre una cerca y partimos por el medio de los campos. Luego más vallas, por pequeños valles, y a través de un arroyo, mediante una cuidadosa caminata por sobre un tronco resbaloso. Luego hacia arriba, y otro poco más, hasta una casita en lo alto del cerro que dominaba todo el valle.
En la casa la familia con hijos e hijas grandes se había reunido en la agonía de la madre de noventa y un años. La anciana estaba de buen ánimo a pesar de estar cerca del siglo de una vida dura en las accidentadas montañas. Sin embargo tenía una enfermedad al corazón y había sufrido varios ataques en las últimas veinticuatro horas. De manera que era bueno llamar al Padre. Después de administrarle los últimos sacramentos y rezar con la anciana madre, hablé con su familia por un rato. Su hijo me dijo que todo el tiempo que habían vivido lejos de la ciudad, su madre no había fallado nunca de ir a Misa al pueblo las pocas veces al año que venía el sacerdote para los servicios.
Llegué de vuelta a Purranque a las cinco de la tarde. El viaje había tomado cuatro horas.
Al día siguiente, los dos hijos vinieron a la ciudad para disponer el funeral de su madre. Había muerto poco después de que yo me vine. Fue enterrada en el cementerio local después de la Misa de funeral en la Iglesia de San Sebastián.
Dios se había preocupado de los suyos. Esta buena madre había sido siempre fiel a Él, había caminado muchas millas para visitarlo en la Misa, cada vez que tuvo la oportunidad. Ahora, a través de Su sacerdote y Sus sacramentos, Dios la había visitado para consolarla y preparar su alma para el viaje final a casa.
En mi corta estadía en las misiones chilenas, he hecho algunos viajes al “campo”, pero este viaje en particular, siempre estará en mi memoria.
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(Precious Blood Messenger, octubre de 1963, págs.306-307-308, Vol.II).