GOLPE DE ESTADO EN CHILE
Por Robert Conway
La mañana del martes 11 de septiembre, a las 8:50, yo estaba en la pequeña capilla adyacente a la sacristía de la Iglesia San José. Hubo un fuerte ruido, resultado de una explosión. Las palomas, que habían hecho su casa en el lado sur de la iglesia, volaron nerviosas, en círculos. Pensé para mis adentros: “Ya es bastante malo que pongan bombas durante la noche, pero hacerlo de día, es una locura. Alguien podría resultar herido.
Unos pocos momentos más tarde, un joven que vive frente a la plaza entró a la sacristía. Me preguntó si había escuchado la explosión. Cuando le contesté afirmativamente, me dijo apesadumbradamente que “estaba sucediendo de nuevo”. Inmediatamente pensé que su esposa había tenido un aborto nuevamente. No, no era eso. Más bien la Moneda, el Palacio Presidencial, estaba siendo atacada, y ambas partes del conflicto estaban haciendo transmisiones por radio para sus partidarios.
Corrí con Julio hasta la casa parroquial y encendimos la radio. El Presidente Allende estaba hablando, alentando a sus partidarios a reunirse. Más tarde, una joven, una diputada comunista del Congreso, habló también. Otras estaciones ya estaban transmitiendo mensajes de la así llamada Junta Militar.
Como tenía Misa a las nueve, tenía que volver a la Iglesia. Normalmente los únicos presentes eran el sacerdote y unas ancianas. Hoy día, aunque los niños habían sido devueltos a sus casas, muchos se detuvieron más por curiosidad que por preocupación por su país.
Después de la Misa y de un desayuno a toda prisa, volvimos a la radio. Gradualmente las radios de la Unidad Popular (el gobierno) dejaron de transmitir. La radio de la Junta Militar crecía con fuerza: le decía a la gente que estaba en la Moneda que se rindiera a las 11:00 o sufriría un ataque por aire. A las 11:15 el ultimatum no había sido obedecido; de hecho, se extendió por tres minutos más para permitir que algunas secretarias salieran.
Aquí en San José de Garín, todo estaba tranquilo. La gente se paseaba por la Plaza o caminaba por las calles. En ese momento un seminarista, Tom Hemm estaba en la Población Pudahuel y los Padres James Bender, James Gaynor y Robert Conway estaban en la casa parroquial. A la señora de la limpieza, se le dijo varias veces que se fuera para su casa, pero ella se fue quedando. La cocinera normalmente no viene los martes, nuestro día libre, pero como no tenía donde ir, se quedó.
A medida que los militares tomaron más control, comenzaron los “bandos” o una especie de comunicados u órdenes. Uno decía que habría toque de queda desde las tres de la tarde. Justo antes de las tres, llegaron los que estaban en Pudahuel y el Padre Bender, que estaba fuera llevando apoyo a algunas hermanas norteamericanas de la parroquia, también llegó.
En ese momento la Junta Militar se denominaba como Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile, siendo esta última, la policía de Chile. Los bandos aumentaron en frecuencia: todos los extranjeros en Chile, ya sea regulares o ilegales, deberían reportarse a la comisaría más cercana en un determinado período de tiempo durante el día; se prohibieron los retiros de dinero del banco. Entonces se transmitió algo terrible: una lista de gente prominente de la Unidad Popular; esta gente también debía reportarse entre las cinco y las seis de la tarde. Incluía a ministros, actuales y pasados de los muchos gabinetes de Allende (pero no a todos) y a distintos funcionarios y diputados y senadores.
Como la cocinera se quedó tuvimos una excelente cena-sopa de tomates y panqueques. Estábamos todos muy alterados. Después del almuerzo había más noticias esperando. Por ahora, el Canal de TV de la Universidad Católica, algo neutral, pero en realidad anti-Allende comenzó a transmitir una serie de frívolos rellenos: dibujos animados, cortometrajes, etc. Se dictaron nuevos bandos: los únicos diarios que podían ser publicados eran el ultra conservador diario El Mercurio y La Tercera, más independiente; el Miércoles habría toque de queda todo el día, todo el mundo debía permanecer en casa; más tarde la Junta se dirigiría a la Nación.
A las siete de la tarde todo el mundo encontró un lugar en mi pieza para escuchar la onda corta de la radio de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, que transmitía las noticias de CBS, con Douglas Edwards. Escuchamos por primera vez que Allende se había suicidado, que las Fuerzas Armadas estaban aparentemente en control de todo el país. También escuchamos transmisiones desde Buenos Aires y San Francisco. Más tarde en la TV vimos a la Junta Militar y les escuchamos pequeñas explicaciones para sus razones de actuar: en resumen, era un movimiento en contra del marxismo, que por años había estado destruyendo a Chile. Quedamos tristes por la vehemencia de los oradores.
El primero en hablar, y la cabeza evidente de la Junta, fue el Comandante en Jefe del Ejército; había sido nombrado sólo unas semanas antes. Mencionó que Chile había roto relaciones con Cuba. Enseguida habló el Jefe de la Fuerza Aérea y fue seguido por un Almirante. Finalmente, habló el General de Carabineros; parecía el más calmado de todos.
Más tarde en la TV mostraron lo que se encontró en la casa particular de Allende en la calle Tomás Moro. De acuerdo al locutor de las Fuerzas Especiales, todo lo que veíamos expuesto venía de la residencia del presidente fallecido. Era un impresionante despliegue de rifles, armas automáticas, morteros, lanza cohetes, granadas, municiones y una horrible arma completa con silenciador. Parecía que todo esto era de origen ruso o cubano.
En la cama, esa noche, no pude dormir no sólo por la excitación del día, sino por el sonido de las balas. Se escuchaban tiros aislados; había también ruidos de metralletas. Aquí en San José no se habían escuchado ruidos del bombardeo a la Moneda, pero ahora había movimiento en nuestra área.
El miércoles en la mañana, el primer día del nuevo gobierno, el Padre Gaynor y yo fuimos a la iglesia para concelebrar la Misa de nueve. Nunca había tenido tanto acompañamiento en la Misa: parecía haber un sonido constante de pequeñas armas de fuego. Podría haber sido a un kilómetro de distancia, pero algunas de ellas parecían venir de la plaza de enfrente.
El Canal 13 planificaba transmitir todo el día como un medio de calmar los nervios de todo el mundo que se había visto obligado a permanecer dentro de sus casas. Después de la Misa, regresé a la casa parroquial y prendí la TV. La noche anterior habíamos visto el prometido film sobre los sucesos del 11 de septiembre. Después de tres minutos, nuestro equipo quedó en blanco: no había sonido, ni imagen.
El toque de queda estaba vigente, pero la gente afuera, caminaba igual; pasó un niño en bicicleta e incluso pasó una carreta traccionada por un caballo. ¡Pero no teníamos televisión! Sin embargo, como hay un joven en la parroquia, experto en electrónica, el Padre Gettig lo llamó y le explicó los síntomas de nuestra TV. Después de un intento inútil por repararla, el Padre Jim y Tom Hemm llevaron el equipo a la casa de Roberto. En cierto modo era de locos hacerlo, pero todos nosotros estuvimos agradecidos cuando durante el almuerzo regresaron sanos y salvos y con el equipo funcionando.
Nos dijeron que mientras regresaban divisaron una patrulla policial que venía por la calle. Entonces todos los vecinos se entraron rápidamente a sus casas y alguien invitó a los dos yanquis a entrar y esperar adentro hasta que pasara la policía. También dijeron que la Junta había recién anunciado que Allende estaba muerto. Esa fue la única noticia oficial que dieron; no se dijo nada más durante varios días.
Como mi radio portátil tiene banda FM, puedo escuchar el audio del Canal 13. Cuando esa tarde se anunció que la estación estaba lista para mostrar la película de los sucesos del día anterior, todos nos precipitamos hacia la TV. La cobertura de la noticia no nos desilusionó. Teníamos hambre de noticias reales. Fuera de los bandos de gobierno muy restringidos y nuestras noticias en onda corta, no teníamos más información en Chile.
Hubo algunas tristes escenas de la casa particular de Allende, parcialmente destruida, que fue defendida por el grupo de su guardia personal hasta que la bombardearon por aire. Otro Boina Negra mostró el guardarropa de Allende. Para nosotros, los norteamericanos, no parecía ser muy grande, pero para el chileno promedio con quizás un solo terno y un par de pantalones, probablemente parecía demasiado. Más impresionante fue la cocina bien aprovisionada y la bodega; había abundancia de artículos que no se podían obtener, o si se podía, había que hacer largas colas para ello. De alguna manera no concordaba con el ataque de la UP en contra de los acaparadores.
Durante todo el día se transmitieron más bandos del gobierno: se nombró otra lista de ex gente de la UP que debía reportarse; también se leyó una lista de extranjeros buscados; la mayoría de ellos provenía de Brasil, Argentina, Uruguay y Bolivia; uno era de Honduras, uno de Holanda, de Polonia y Bélgica.
Se nos dijo que el jueves se levantaría el toque de queda, desde las 12:00 del día, hasta las 6:30 P.M. El miércoles en la tarde, el gobierno comenzó a transmitir mensajes de los sindicatos que apoyaban al nuevo gobierno y les ordenaban a sus miembros que retornaran al trabajo el jueves: a los camioneros, a los dueños de tiendas, a los doctores, etc.
Después de otro día de mucha excitación, estábamos todos sentados en la sala de estar ubicada en la parte de atrás de la casa. El edificio mismo está hecho de ladrillos y concreto; toda la propiedad está rodeada por una muralla de ladrillos. Eran alrededor de las diez cuando una bala nos hizo movernos a todos. No me malinterpreten; pudo haber sido un rebote de bala o un cartucho de bala, pero todos nos tiramos al suelo. Cuando pasó la otra, me levanté y apagué la luz. Todos nos estábamos riendo, pero no muy contentos.
Todo ese día la situación se vio más lúgubre. Uno de los bandos decía a los trabajadores, que estaban armados y en control de las fábricas, que debían salir de los edificios y rendirse, antes de las tres de la tarde; si no era así, se atacaría los edificios y todo el que fuera encontrado dentro sería ejecutado en el acto. Otro bando decía que cualesquiera que tuviera un arma, tendría un cierto período de tiempo para entregarla al policía más cercano o sufriría las consecuencias. Esa mañana cuando el Padre Gaynor y yo estábamos en el baño afeitándonos, se sintió un tiro tan cercano que los dos retrocedimos. En la noche todos nos quedamos en la habitación de Tom Hemm mirando desde la parroquia hacia las poblaciones. Se dispararon varios tiros y un helicóptero persistía en dar vueltas en el aire. Más tarde estando en cama, costaba quedarse dormido a causa del constante ruido de las armas de fuego.
El jueves fue muy parecido al día anterior. Se dispararon muchos tiros. Le dije a nuestra anciana sacristán, María, que no saliera a la calle durante el toque de queda. Igual, vino ayer; el jueves la vi afuera a las ocho, pero desapareció debido a los balazos en el sector. Después de misa y el desayuno fui a mi habitación y comencé a escribir a máquina este relato. Los balazos continuaron. Nuestro vecino del lado estaba afuera con su esposa y los tres niños tratando de ver qué sucedía. La gente todavía no cree que las balas matan.
Durante estos días del toque de queda el Padre Gettig estuvo ocupado transplantando matas de rosas; el Padre Bender trabajó en su música; Tom Hemm todavía tenía las piernas débiles después de tres meses en cama con hepatitis; el Padre Gaynor fue finalmente obligado a tomárselo con calma, y yo escribí tres páginas más de la historia del Vicariato. El martes estuve demasiado distraído para poder hacer algo; el miércoles escribí esas tres páginas; el jueves, comencé estas notas.
Hoy podíamos salir de la casa desde las 12 hasta las seis y media. Se formaron enormes multitudes para comprar pan. La panadería a dos cuadras de distancia fue escenario de un nuevo tiroteo; la policía disparó al aire para restablecer el orden. Escuché la primera historia de horror. Como no puedo jurar su autenticidad, no la repetiré. Pero la gente está comenzando a saber que lo que está sucediendo no es un juego.
El jueves en la noche, el ruido del tiroteo disminuyó enormemente. El viernes en la mañana se escucharon varios disparos. Cuando se levantó el toque de queda a las diez, salí en el Wolkswagen. El Correo estaba cerrado todavía. Como quería comprar alimentos para la casa fui hacia el sector de la estación de trenes. Al otro lado de la Alameda, la policía estaba sacando un cuerpo de una zanja profunda que es parte de la construcción del Metro. El hombre pudo haberse caído y no haber sido muerto por los militares. Durante todos estos días nunca vi disparar un tiro o matar a alguien o que alguien quedara herido.
El viernes en la noche y el sábado en la mañana estuvo tranquilo. Sólo dos veces hubo un fuego continuo que duró unos tres minutos. El sábado en la noche mientras cenábamos (a las siete) Don Fernando Ariztía, nuestro obispo auxiliar que vive dentro de nuestra parroquia, pasó a vernos. Andaba con su salvoconducto que le autorizaba a salir durante el toque de queda. El propósito de su visita era dar a los sacerdotes dos hojas mimeografeadas con algunas palabras prudentes y unas oraciones especiales para las Misas del domingo. Debe recordarse que nuestras parroquias de este lado de la ciudad están compuestas en su gran mayoría por gente que tenía un interés personal y práctico en el pasado gobierno. La situación para las comunidades cristianas, ahora divididas, continuará siendo difícil.
Recientemente el Cardenal Raúl Silva Henríquez y el Ministro del Interior elaboraron un plan mediante el cual los ciudadanos, preocupados porque todavía tenían armas en sus casas, pudieran entregarlas al párroco de su parroquia. Aquí en San José hemos recibido alrededor de veinte armas de fuego pequeñas.
Como esta zona poniente de la arquidiócesis está compuesta casi enteramente por gente de la clase trabajadora, algunos de los sacerdotes de esta área tuvieron una activa participación en promover la justicia social dentro de la ahora desacreditada Unidad Popular. Por esta razón algunos de ellos pensaron que sería prudente buscar refugio en diferentes embajadas. La mayoría de ellos se han ido ahora de Chile. Ningún sacerdote de la nuestra Congregación ha sido molestado por las autoridades.
Durante tres años en la televisión y en los diarios, llegamos a conocer, en cierto modo, a docenas de personas comprometidas con el gobierno. Luego de un solo golpe, se han ido todos. Imaginen, si pueden, la abrupta desaparición, no sólo del Presidente de los Estados Unidos, sino de todo su ministerio, algunos congresales, alcaldes y otras autoridades oficiales, y también de algunas personalidades de los periódicos y de la TV. En castellano blow significa golpe. Golpe de estado lo define mejor. (Cincinnati C.PP.S. Newsletter, octubre 15, 1973, Número 20, págs.192-193-194)