De las seis parroquias bajo el cuidado de los Padres de la Preciosa Sangre en Chile, quizás Riachuelo es la menos prometedora. Muy pocas almas se presentan a Misa los domingos, pero en cierto modo, la parroquia ha sido una fuente de consuelo para los párrocos que han trabajado en ese lugar. Porque mientras la gran mayoría de la gente de la ciudad es indiferente, la mayoría de la gente del campo es ferviente en su fe y está deseosa de recibir los sacramentos. Esto es especialmente cierto en la gente de la región de “Chapaco” en la parroquia de Riachuelo. Hay alrededor de setenta y cinco familias que viven en tierras de esa región, y varias de ellas llevan vidas ejemplares y son un muy buen testimonio de bondad en sus vecindarios. Primero entre esos católicos, está Don José Neumann, un descendiente de alemanes inmigrantes que llegaron a Chile hace cien años atrás. Podríamos llamarlo Don José o “Mr. Chapaco” a causa de su influencia en la comunidad. Aunque él es el más joven de los grandes agricultores de Chapaco, y comparativamente, recién llegado, es conocido universalmente y respetado. Es a su fundo que los vecinos van cada cuatro domingos para asistir a la Misa en el granero que ha sido convertido en una capilla bastante cómoda. Y Don José es, generalmente, el primero en ir a confesarse, un ejemplo muy impactante en Chile, porque es tan raro.
Segundo en importancia en Chapaco es Don Miguel Monje, quien con sus seis fornidos hijos cultiva tierras que han estado en la familia por generaciones. Es un espectáculo impresionante ver a Don Miguel, rodeado por sus seis hijos, arrodillado para recibir la Comunión en la Mesa del Señor. Las hijas reciben el sacramento también, sin embargo, es el ejemplo de los hijos el que es más impactante e inusual. Sólo una persona de la familia falta en el Comulgatorio en los grandes días de fiesta, es la buena madre que ha estado inválida por varios años, confinada a su cama e incapaz de moverse. Cada dos semanas el Padrehace un viaje hasta su casa para llevarle la Santa Comunión. Uno debiera decir, el Viático, porque se ha estado muriendo durante cinco años y todavía el Señor no se la lleva.
El Padre George Fey escribe sobre su último llamado para llevar la Comunión a la Señora Monje:
“El 30 de junio, ensillé mi fiel “Bombero”, (Nota: al caballo le pusieron de nombre Bombero, porque una vez lo descubrieron apagando con sus patas unas brasas que habían quedado encendidas en una fogata) en el acostumbrado llamado para llevar la Comunión a la Señora Monje. Como de costumbre el camino estaba malo a causa de las lluvias del invierno, pero llegué al fundo de los Monje sin contratiempos. A mi regreso, sin embargo, bajando una empinada cuesta, en las afueras de la ciudad, Bombero, mi caballo, se resbaló y rodó hasta la zanja al lado del camino. Sucedió tan rápido e inesperadamente, porque mi caballo está acostumbrado a los cerros embarrados, que no pude “abandonar el barco” y terminé con el caballo, patas arriba, sobre mí, pero sin heridas, ninguno de los dos.
“Pero cuando Bombero comenzó a moverse adelante y atrás para enderezarse, pensé que me iba a quebrar la pierna, pero el Buen Señor estaba conmigo, y nada sucedió. Sin embargo, cuando logró pararse, lo hizo tan sorpresivamente, que no me pude apartar de esas patas desolladas y la pata delantera me golpeó en el empeine, rompiéndome uno de los huesos. Ahora estoy sentado aquí, con el pie enyesado, y así estaré, hasta fines de julio. Ya no me duele, pero es muy incómodo. Puedo levantarme y decir Misa todos los días, e incluso dije dos Misas, hoy, domingo, pero tuve que cancelar las Misas en las capillas del campo. No tengo el Jeep, y todavía no puedo andar a caballo.”
…Si el Padre Fey hubiera tenido un Jeep, habría podido ir a la mayoría de los colegios en su Jeep, incluso en invierno, y así habría podido evitar los viajes, a caballo, tan traicioneros, en una gran medida. El Padre George una vez tuvo un Jeep, pero como los lectores recordarán, este venerable y viejo vehículo se hundió para morir en el río, en diciembre pasado (Precious Blood Messenger, septiembre, 1955, págs. 270-271-272, Vol. I).