Como ahora es verano en Chile, y en el sur, las lluvias fuertes han cesado temporalmente, los Padres están ocupados visitando sus muchas misiones, tratando de recuperar el tiempo perdido. Durante noviembre y diciembre viajaron de lugar en lugar, preparando a muchos niños para la Primera Comunión. Sajonia es una misión, a unos veinte kilómetros de Riachuelo. La gente de este distrito es realmente católica, pero nunca había tenido la oportunidad de practicar su religión, antes de la visita de nuestros Padres. El día más memorable en sus vidas, fue el domingo 14 de noviembre. Temprano esa mañana, el Padre William Frantz tomó el apreciado Jeep, (que hemos enviado a Chile y que comparten todos los Padres) y fue a Sajonia para formar una clase de veinte niños y dos adultos para Primera Comunión y Confirmación, que se administraba ese día en Riachuelo. Estos niños no habían visto nunca antes un camión, mucho menos un Jeep; nunca habían asistido a Misa; nunca habían visto el interior de una iglesia; nunca habían estado en la ciudad. El Obispo, Su Excelencia Arturo Mery, estuvo encantado de ver esa pequeña multitud y fue muy expresivo en alabar el trabajo que nuestros Padres están haciendo en la diócesis de Valdivia. Cuando se dio cuenta de todo el territorio que han atendido, y del número de almas, a las cuales han llegado, se quedó sin habla. Por supuesto, los Padres le dan todo el mérito al Jeep y las gracias a Dios, por los muchos amigos en casa que han hecho esto posible.
El Padre Frantz nos describe uno de sus muchos viajes a los territorios distantes de la misión “’El Padre Fey y yo acabamos de regresar de una excursión a las montañas Cordillera, primero a Crucero, luego a Río Blanco y Coligual. En Crucero, en el colegio público, nos recibió cordialmente, una profesora muy trabajadora y sincera, que tiene la dura tarea de enseñar a cerca de 120 niños (no está segura del número). Los divide en dos clases y trata, además, de enseñar algo de religión. Y se pueden imaginar qué trabajo es ése. El Padre Fey tomó los niños mayores en una clase, mientras yo tomé los más chicos en otra sala. Mi castellano, aunque limitado e imperfecto, me proporciona palabras simples para llegar a las mentes de estos niños. Don José, un señor bondadoso nos invitó a almorzar, y de inmediato después, continuamos nuestro viaje al colegio público de Río Blanco y luego a Coligual, y en cada lugar, repetíamos nuestra instrucción, arreglando visitas futuras, y buscando lugares apropiados para decir Misa. En Coligual no habían recibido la visita de un sacerdote en cinco años o más. Y así ven que tuvimos que disponer muchos bautismos y matrimonios. No se puede dejar de amar a esta gente simple y pobre. Los niños caminan varios kilómetros todos los días para ir al colegio, nunca tienen la oportunidad de ver a un sacerdote o de recibir los sacramentos. Como ustedes saben nuestra mayor tarea es instruir, instruir e instruir, Y eso significa muchos viajes a las afueras. ‘La cosecha es grande’, pero estamos más agradecidos por lo que tenemos. Para demostrarles lo que significa para nosotros don Jeep’’ describiré el llamado de un enfermo que tuve en Chahuilco, antes de llegar al lugar. Chahuilco está sólo a quince kilómetros de Río Negro y me tomó un día entero llegar hasta allí, y qué día; el tren en la mañana desde Río Negro, luego una larga caminata de seis kilómetros por los cerros, a través de arroyos, llegando finalmente a una choza, en donde había un niño de doce años, muriendo de neumonía, desnutrición, etc. Quedé asombrado cuando me di cuenta que sabía sus oraciones perfectamente, pero no estaba bautizado. Traté de enseñarle las verdades, que son esenciales para la salvación y después recitó el Credo perfectamente. Le administré los últimos ritos. Había dieciocho personas presentes y les pedí que se arrodillaran y dijeran el rosario conmigo. Y para mi asombro, todos conocían las oraciones, pero cuando les pregunté cuántos eran bautizados, sólo dos de los mayores contestaron en forma afirmativa. Luego procedí a dar la instrucción a todos ellos. Después de alrededor de cinco horas, volví a casa a caballo – de eso diré muy poco.
Hasta ahora, todavía no me he acostumbrado a ese modo de viajar – y me produce dolores y malestares, especialmente, en ciertas regiones. (The Gasparian, Vol.XII, febrero, 1949, Nº 2, pág.6)