Hay una balada popular que se canta en Chile cada vez que se junta un “grupo de compinches”. Se llama: “Tres amores tengo en la vida” y enumera en orden de importancia: Su perro, su esposa y su caballo”. Si las cosas van de mal en peor, de lo último que el “Campesino” chileno se deshará, es de su caballo. Ahora bien, el Jeep tiene más o menos el mismo lugar en el corazón del Padre norteamericano, que el caballo para el “huaso”. El Padre Walter Junk recientemente escribió sobre algunos “sentimientos” que tiene todo Padre de la Preciosa Sangre que vivió los difíciles días de nuestros primeros años en Chile. Aquí está la “Oda al viejo Jeep” del Padre:
“Los sirvientes fieles generalmente son dados por descontado mientras están sirviendo y reciben el reconocimiento, sólo cuando se mueren. La historia ha sido un poco diferente con el “Viejo Amigo”, el Jeep más antiguo en servicio de nuestras misiones. Su primera introducción al servicio pesado, fue con las Fuerzas Armadas de los EE.UU., durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando ya no quedaban números en el cuenta kilómetros, el Ejército decidió retirar al “Viejo Amigo” y lo vendió a los Padres de la Preciosa Sangre, quienes entonces conocieron a este rudo sirviente trabajando para las misiones en la Parroquia de Pitrufquén.
Aquí los golpes, los hoyos, el polvo, el barro, la lluvia y el sol, le dijeron al “Viejo Amigo”, que lo de antes, había sido sólo un juego, y que los rigores de la vida del ejército, eran sólo maní, comparados con su destino junto a los misioneros.
“Después de un par de años de esta vida, el “Viejo Amigo” presenció la llegada de un Jeep más joven, y tuvo que cambiarse a la Parroquia de Riachuelo. Fue un cambio, pero no para mejor. Todavía no había descanso, ni licencias; sólo más golpes, hoyos, polvo, barro, lluvia y sol para probar su temple. Ahora tenía que enfrentar más reparaciones, pero a pesar de eso, continuó sirviendo bien a los misioneros, aunque una vez, fue forzado a hundir la nariz, sesenta metros en lo profundo del Río Negro.
“Desde esa experiencia, nunca ha vuelto a ser el mismo, y ahora encuentra muy difícil desplazarse. Ahora generalmente goza de un lugar de honor en el patio de la parroquia de Purranque, desde donde observa cómo un “armazón” más joven sale por el barro, con la lluvia, el polvo y los hoyos para llevar al misionero en sus viajes. Parece, sentado allí, jactándose de que él nunca tuvo que ser “tan estudiado” y reparado como éste más joven. Pueden casi oírlo murmurar para sí: “No quedan Jeeps como los Viejos Veteranos”.
“Y el misionero, dándole a sus restos una mirada nostálgica, está de acuerdo: “Tienes razón. No hay nada como un Viejo Jeep del Ejército”. Incluso, hay veces, cuando un llamado repentino para visitar a un enfermo, hace que el Padre corra hacia el viejo “Bombero”, el caballo, cuando el Jeep más nuevo está en reparaciones. Incluso cuando no tiene problemas, no es lo mismo que en los viejos tiempos con el “Viejo Amigo”. Porque el “Viejo Amigo” no sólo llevaba al Padre a donde quisiera ir, sino que al aproximarse estrepitosamente a los lugares, era casi como el sonido de las campanas, llamando a los fieles al altar.” (Precious Blood Messenger, enero, 1958, págs. 17-18-19-20-21, Vol.II)