09. Misioneros a Caballo

MISIONEROS A CABALLO HACIA LA BAHÍA SAN PEDRO

 

                  Durante algún tiempo, nuestros Padres en el sur de Chile, han estado esperando ansiosamente la oportunidad de visitar los distritos distantes de su territorio que se extiende por sobre las montañas hasta el Océano Pacífico. Por supuesto, los únicos medios de transporte son los caballos, e incluso así, el viaje sólo se puede hacer cuando el clima es favorable. Ese momento llegó en febrero, cuando los Padres George Fey y Paul Buehler reunieron coraje para emprender este ‘viaje misionero’’. El Padre Paul nos describe todo el viaje: “Una brillante tarde de domingo salimos para nuestra misión cercana de Río Blanco y pasamos la noche allí. Después de decir la Misa, a la mañana siguiente, seguimos hacia Los Riscos, en donde almorzamos, luego a Hueyusca y Las Playas, y finalmente, llegamos a un gran fundo de un hombre llamado García. Como seis horas a caballo eran suficientes por el primer día, decidimos aceptar la invitación de quedarnos a pasar la noche. Todos los que nos encontramos, hasta ese momento, nos dijeron que era una locura y que no podíamos hacer ese viaje sin un guía porque sería muy difícil para nosotros (no dijeron que éramos ‘bobos’ pero estaba implícito).

                  “Discutimos el asunto con García y él decidió enviar un guía para mostrarnos la entrada  a las montañas. Alrededor de las nueve del día siguiente, nos dirigimos hacia las montañas, y después de poco tiempo de viaje, el guía nos dijo que de ahí en adelante uno no se podía perder porque había un solo camino. ¡Cómo podía decir que había un camino delante de mí! ¡Barro! ¡Nunca vi tanto en toda mi vida! Imagínense árboles de cien años de antigüedad con grandes raíces que sobresalían de la tierra. Las huellas por donde los caballos habían pasado una y otra vez, estaban llenos de agua y barro, como de 30 cm de profundidad. Y además raíces en estos hoyos para atrapar las patas de los caballos. Todo esto fue en medio de los bosques, un árbol grande tras otro, y al mismo tiempo, subíamos y bajábamos la montaña por un costado. En ambos lados las ramas eran tan espesas que no nos permitían salirnos del camino. En donde no había árboles, había rocas, por sobre las cuales nuestros pobres caballos tenían que trepar. En algunos lugares el camino era sólo una hondonada que el agua había formado en la roca a través de los años. Con todo esto, había enjambres de tábanos que tenían que ser espantados continuamente.

                  “Teníamos algo de comida en nuestras alforjas, pero los tábanos eran tan agresivos que nos podíamos detener sólo por unos pocos minutos. De pronto, cerca de una hora antes de llegar a la costa, los tábanos desaparecieron. A las seis de la tarde estábamos en la cima del último risco y el océano estaba a nuestros pies. La visión de este único paisaje valía la pena el duro viaje.  Una hora más tarde estábamos abajo en el valle, en la playa del pequeño puerto, San Pedro. Descontando los descansos, estuvimos arriba del caballo durante ocho horas, pero creo que los caballos estaban más cansados que nosotros.

                  “Tuvimos la suerte de encontrar un caballero que recién había terminado una pequeña cabaña y estuvo feliz de invitarnos a pasar la noche. La cama consistía en unas pocas vigas a lo largo del ancho del refugio. Nos dio un delgado colchón y usamos nuestra ‘manta’ de frazada. Primero nos invitó a la cocina (otra pequeña cabaña), para tomar ubicación alrededor del fuego al centro del suelo, de donde la Señora estaba sacando el pan de entre las cenizas. Partió uno de los panes, cortó uno de los quesos hecho en casa, sirvió café y la cena estaba servida.  Estuvo deliciosa y disfrutamos cada bocado, porque no habíamos comido nada, excepto un poco de chocolate desde la mañana. Como estaba lloviendo, a la mañana siguiente, sólo la familia con quien estábamos y otros dos jóvenes vinieron a la Misa. Habiendo sólo dos casas en este valle, fuimos a pie por el primer ‘cerro’ en donde tuvimos seis bautismos. Luego tomamos un bote a remos a San Carlos en donde bautizamos a cuatro más. Hicimos los arreglos para decir Misa en un lugar central a la mañana siguiente, y como resultado, tuvimos un hermoso grupo, y unos pocos bautismos más, y finalmente, bendijimos su cementerio. Por todo tuvimos veintitrés bautismos y un matrimonio.

                  “Había más gente viviendo a lo largo de la costa a quienes no visitamos. La próxima vez planificaremos una visita de al menos una semana. San Pedro tiene alrededor de diez familias, pero hay otras más, repartidas a lo largo de la costa.

                  “Regresamos donde García a las seis de la tarde del jueves. A la mañana siguiente tuvimos Misa, dos matrimonios y diez bautismos. Teníamos la intención de visitar unos pocos lugares más, haciendo otro círculo, pero el caballo del Padre Fey, que se había herido ligeramente al cruzar las montañas, se puso peor y tuvimos que regresar a Riachuelo. Llegamos allí al mediodía, tuvimos que decir Misa, y luego yo volví a montar para regresar a casa. Al menos probé una cosa – mi caballo se la puede. No tendré que preocuparme por él, gracias a mi buen amigo Monseñor Bernard Beckmeyer, que me donó el dinero para comprarlo.

                  “En conjunto el viaje fue maravilloso. Cuando íbamos a mitad de camino a través de las montañas, decidimos no volver a intentarlo, pero cuando estábamos de vuelta, ya estábamos hablando de una próxima vez. La gente, toda sencilla e indígena, fue grandiosa. Dijeron que era la primera vez que los Padres visitaban su poblado. No podían creer, en primer lugar, que habíamos venido solos; y en segundo lugar, no podían entender por qué habíamos venido. Cuando les contamos  que nuestro único propósito era visitarlos y llevarles los sacramentos, estuvieron prontos a entregarnos todo el lugar, aunque no había mucho que dar.

(The Gasparian, Vol.XII, mayo 1949, Nº5, pág.4).