Experta Ayudante de las Misiones
Por
Kenneth Seberger, C.PP.S.
El sacerdote en su puesto de misiones necesita aliados y co-apóstoles para cumplir fielmente con su rol misionero. Lejos de ser una “isla consigo mismo”, debe, por decirlo así, estar rodeado de “conexiones” que le ofrezcan el apoyo material y espiritual de muchas maneras. Las oraciones y sacrificios de sus co-misioneros, parientes, y amigos en la retaguardia, en casa, ayudan a hacer posible este trabajo. Y en el frente mismo de la misión, pide la ayuda de los ayudantes de misión, tales como, catequistas, cuidadores y otros apóstoles laicos que le ayudan a cargar con la responsabilidad de las distintas cargas apostólicas. Uno de estos valiosísimos ayudantes del misionero – muy a menudo desconocidos en los informes misioneros – es la cocinera o ama de llaves del sacerdote misionero. Sin embargo, las buenas cocineras y las amas de llaves eficientes pueden y juegan un rol importante en el apostolado de las misiones. Una casa parroquial dirigida eficientemente, o un centro de misiones, necesita una cocinera competente. Porque los misioneros, como todos los hombres mortales, deben comer, y razonablemente bien, porque o si no puede haber consecuencias desastrosas – tanto para él como para su actividad misionera.
La tarea de ser ama de llaves o de cocinar para sacerdotes no es particularmente fácil. Su lugar no se reemplaza fácilmente. Su tarea no se aligera en muchas instancias si los sacerdotes son exigentes. Al estar acostumbrados a mandar y dirigir, como el proverbial sargento del ejército, el sacerdote a veces se puede poner un poco exigente sobre la manutención de la cocina de la casa parroquial. Satisfacer los distintos gustos y hábitos de los sacerdotes y tener éxito en ello, requiere muchas habilidades. Horas inusuales para comer, visitantes inesperados, gustos sacerdotales distintos, todos son parte de las vicisitudes de la vida para el ama de llaves de un sacerdote.
La carga de ser una cocinera de los sacerdotes a menudo se complica con cargas adicionales. Y cuando ella además debe comprar los alimentos, se requiere de más tiempo y talento. Si también debe limpiar las habitaciones del sacerdote, contestar el timbre de la puerta y el teléfono, deshacerse de algunos inoportunos, atender enfermedades menores de un sacerdote, entonces se requieren una variedad de cualidades sobresalientes.
En las misiones las buenas cocineras, las amas de llaves y las cuidadoras son generalmente difíciles de encontrar. Cuando hay una mezcla de dos culturas – hábitos de comida, métodos de cocinar y distintos platos – se crean inmediatamente nuevos problemas. El que cuida a un sacerdote debe ser un modelo de varias cosas y un maestro de muchas otras, dotado más allá del llamado del deber, poseer las virtudes de un santo, estar dedicado en un grado sublime – y no el menor de todos, tener sentido del humor.
Carmela Alvarez es esa persona. Durante dieciocho años ella ha cumplido con el rol o ha cocinado en la parroquia de Santo Domingo de Guzmán en Santiago de Chile Ha servido a muchos párrocos. Muchos vicarios han llegado y se han ido, ella ha permanecido, los ha sobrevivido a todos.
Carmela llegó a la casa de los Padres de la Preciosa Sangre casi por accidente. A fines de 1947 el grupo inicial de los misioneros de la CPPS estaba ubicado en el área residencial de Santiago. La limpieza y la cocina tenían que ser compartida por los Padres. Su apostolado exacto en Chile era todavía dudoso. Todavía no se le había asignado ningún trabajo parroquial o especial a la comunidad. Luego a principios de 1948, a los veteranos de varias semanas de actividad misionera, a los Padres de la Preciosa Sangre se les entregó la parroquia de Santo Domingo de Guzmán.
Casi al mismo tiempo, Carmela quedó sin empleo en la vecindad. Su empleador, a quien había servido como cocinera, se fue a otro país. A Carmela se le ofreció el trabajo de Santo Domingo. Con algunos recelos aceptó. No estando acostumbrada a trabajar para sacerdotes, especialmente con norteamericanos, hubo que hacer algunos ajustes.
Afortunadamente algunos de los primeros Padres de la Preciosa Sangre que llegaron eran bastante eficientes en la cocina. Incluso les encantaba cocinar. Pero también a Carmela. Aunque no sabía nada acerca de la preparación de platos norteamericanos, escuchó pacientemente, aprendió rápidamente y pronto estaba sirviendo sabrosa comida norteamericana en la mesa de la casa parroquial. Sus profesores gringos se retiraron rápidamente de su rol de profesores de cocina, ya que Carmela se graduó con honores. En el proceso, incluso aprendió a leer un libro de cocina en inglés para preparar nuevos platos, aunque no sabía nada del idioma.
Al comienzo hizo muchas cosas en la parroquia, además de cocinar. Ella limpiaba, atendía el teléfono, servía de muchas maneras. En años posteriores una persona más joven vino a ayudarla, y ahora, una secretaria medio tiempo se encarga del timbre y del teléfono durante el día. La cocina, sin embargo, permanece como el orgullo de Carmela y su alegría, son sus dominios, su castillo.
Ha aprendido bien los antojos de los Padres. Todos han probado sus comidas deliciosas, sus famosas galletas y pastas de chocolate. Nunca se queja por las visitas, no importa cuántos, o cuán tarde lleguen. A todos se les sirve una comida apetitosa en poco tiempo. Y cada plato es acompañado con una sonrisa de aprobación de Carmela.
Nadie puede sacarse a un visitante molestoso como Carmela. Conociendo el lenguaje de los pobres, teniendo la habilidad de decir lo correcto en el momento correcto, siendo inteligente por naturaleza, puede deshacerse de un borracho, por ejemplo, con la habilidad de un sargento de policía. Sin embargo, puede y sirve a un mendigo con una simpatía propia de un santo y compasivo confesor. Puede dar un sermón a un intruso con más efecto que cualquiera preparado por un predicador experto.
En el teléfono o en la puerta, Carmela puede poner su encanto o añadir un toque de sarcasmo con igual destreza. Contesta todas las llamadas con gran prudencia también. Aunque Carmela sabe mucho de la parroquia, su horario, sus problemas, nunca divulga sus secretos. Siempre conoce y se mantiene en el lugar apropiado.
Hace varios años atrás venía un grupo de jóvenes periódicamente al patio de Santo Domingo a jugar básquetbol, vóleibol, y a entretenerse en general. A medida que creció el grupo, también lo hizo el ruido. Y en una ocasión, algunos de los jóvenes dieron rienda suelta a unas tendencias casi delictivas. Carmela fue al patio y les dio un discurso, como nunca habían escuchado antes. Aunque los jóvenes pertenecían a una diferente y más alta clase social, y ella era sólo la sirviente y empleada del lugar, Carmela actuó como si fuera la propietaria. Era su hora de fama. Les dijo a los hombres, en su estilo, inimitable que se comportaran o se iban.
Y los jóvenes entendieron el mensaje. Se comportaron como nunca antes. Como sucede con los jóvenes, ocasionalmente, se olvidaban y se les escaparon las buenas costumbres de las manos, de nuevo, en las semanas siguientes. Un discurso de Carmela, cada vez más corto, se convirtió en rutina para ellos. Pero siempre, respetaban la línea, casi tan obedientes como marinos reclutas.
Varios meses más tarde, cuando los jóvenes se fueron a otras actividades, le dieron a Carmela un regalo. En verdad, nunca antes los había reprendido así una señora, pero sabían que tenía razón. Merecía una señal de agradecimiento.
En donde quiera que haya un cambio de sacerdotes en la parroquia, un párroco o un vicario que se va Carmela invariablemente exclama: “Oh Dios espero que no me despidan”.
Ella no sabe que ese pensamiento está muy lejos de las mentes de los Padres. Porque Carmela ha sido casi la madre de los CPPS en Chile. Seguramente ha sido una amiga fiel confiable y leal para con los Padres de la Preciosa Sangre. Si alguna vez se escribe la historia de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, tendrá que dedicarle todo un capítulo a Carmela Alvarez, cocinera y ayudante de lujo de la misión. (Precious Blood Messenger, noviembre, 1965, págs.330-331-332-333, Vol.III)