ANDANZAS MISIONERAS EN EL SUR DE CHILE
El Padre John Wilson que es Vicario-Provincial en Chile, pasó recientemente algún tiempo con nuestros Padres en el sur de Chile y su visita produjo varias experiencias interesantes. Nos cuenta algunas: “El día siguiente a mi llegada al sur, el Padre George Fey y yo, salimos a las 6:00 en el Jeep hacia un pequeño colegio en el campo llamado Los Parrones; había programado la Primera Comunión, después que los niños habían sido instruidos por el profesor y examinados por él en varios viajes previos. Incidentalmente, era la primera vez que un sacerdote los había visitado en muchos años. Tenemos un equipamiento estándar que llevamos en nuestros viajes, principalmente, un equipo para la Misa, agua bautismal, santos óleos, sal bendita, santos y medallas y una caja para los vestidos de Primera Comunión, completos con velos. Había llovido fuerte la noche anterior y anticipábamos problemas con los caminos. Viajamos alegremente por un camino malo durante una hora. El sol salió glorioso, sólo como lo hace en el sur de Chile, pero el aire estaba helado. Ambos estábamos vestidos con esas chaquetas gruesas del ejército, forradas de piel, sobre las sotanas. Llegamos hasta el lugar donde se acababa el ‘camino bueno’. Llegamos hasta una inclinada pendiente con las ruedas de las carretas marcadas y las huellas de la lluvia. Tenía el corazón en la boca cuando el Padre George puso la tracción en las cuatro ruedas, lo encendió y echó hacia delante. Por un momento pensé que nos volcaríamos porque quedamos en un ángulo de 45 grados; las ruedas giraron, perdimos velocidad. y finalmente, tuvimos que detenernos; si sólo nos hubiéramos quedado allí, pero, parecía que el demonio había entrado en el Jeep. Nos resbalamos hacia atrás, le grité al Padre George que abandonara el Jeep y se salvara, pero no me había topado con un misionero cualquiera. Aquí había un hombre que no se asustaba por nada; esto era cosa de todos los días; él florece en los peligros. Diestramente se las arregló para llevar de nuevo el Jeep al pie del cerro, en donde descansó en un lugar seco del camino. Aquí me bajé, esperando poder ayudar, empujando. Una vez más trató de hacerlo partir con el mismo resultado. En este punto estuvo de acuerdo conmigo que probablemente los pobres indígenas de Los Parrones tendrían que postergar su primera Comunión. Observamos venir a un indígena solitario por el camino, deslizándose hacia nosotros. Le preguntamos cuán lejos estaba el colegio y dijo que alrededor de unos ocho kilómetros. Mi corazón se detuvo porque yo acariciaba la idea de llevar nuestra carga al hombro, esto es, dejar el Jeep y caminar el resto del camino por el barro. Pero con todo nuestro equipo eso era imposible. El indígena preguntó si nosotros éramos los Padres que estaban esperando en el colegio. Cuando contestamos afirmativamente, dijo: “Oh, Padres, tienen que ir porque están todos los niños esperando con sus padres y sus parientes. Quedarán desilusionados; mi hermanito se ha estado preparando para esto durante días. Esta es la peor parte del camino, el resto es mucho mejor. Eso fue suficiente para el Padre Fey. Se subió de nuevo al Jeep`, y el indígena y yo empujamos por detrás. Recuerdo haberle dicho a la Madre Santísima que no podía abandonar a esta gente pobre, cuando con un salto el Jeep salió hacia delante. Parecía tener alas. Una vez tambaleó y casi se paró, pero había otra Fuerza ayudándonos. Arriba, arriba, hasta que al final llegamos a la cima. Salpicado de barro, de un tirón abrí la puerta y nos dimos la mano con el chofer.
“El indígena tenía razón. Desde allí en adelante encontramos dificultades, pero nada como la última. La tracción de 4 ruedas funcionó a la perfección y en una hora éramos saludados por toda la gente reunida en la pequeña escuelita. Miraron con las bocas abiertas este milagroso automóvil, el primero que habían visto venir por ese camino. Los hombres, especialmente, vinieron para examinarlo cuidadosamente, y escuché a uno murmurar: "Qué se les irá a ocurrir a estos Padres Yankees, después”, como si hubiéramos sido los inventores de este auto mágico.
“El Padre George no perdió tiempo en prepararse para confesar. Mientras él hacía esto, me fui a preparar el altar. ¿No iban a cesar nunca las maravillas? A lo largo de una pared, pusimos una hermosa estatua de la Madre Santísima. Una sábana blanca sirvió para cubrir la ventana, y la sábana fue completamente cubierta con, lirios, gardenias y otras flores nativas. A un extremo había una mesa cubierta con un inmaculado mantel blanco para la Misa. Después que estuvo listo el altar, caminé para afuera para saludar a algunos de los feligreses del Padre George. Los hombres vinieron con sus grandes sombreros en las manos. Su saludo era sincero. Preguntaron de dónde veníamos, si los Padres se iban a quedar, si pensábamos que iba a haber otra guerra. Luego vinieron las Madres, las Señoritas y los niños. Estos últimos estaban un poco nerviosos porque estoy seguro que nunca antes habían visto un sacerdote. Una anciana en particular, que debe haber venido desde una gran distancia en carreta de bueyes, me pidió un rosario. Busqué y busqué en nuestro equipo, pero no había ninguno. Tenía el mío, pero era una hermosa cadena de plata hecha a mano por uno de mis mejores amigos. Me lo dieron justo antes de venirme de los EE.UU. Pero ahí estaba esta pobre mujer, que estoy seguro, nunca tendría la fuerza, para volver de nuevo a la iglesia. Quizás este rosario significaría su medio de salvación. Con reticencia se lo pasé. Mi generosidad fue recompensada por una de las sonrisas más cautivadoras que he visto jamás. Se detuvo para besarme, pero la retuve con la petición que durante la Misa rezara el rosario por mí. Espero, que mi buen amigo, el generoso donante, me perdonará.
“La Misa fue hermosa y la pequeña escuelita resonó con las canciones. A los chilenos les encanta cantar. Y su canción favorita es una que se oye en todas las ciudades, aldeas y villorrios, a donde quiera que vaya: “O María, Madre Mía”. La melodía es inolvidable.
“Después de la Misa vinieron los bautismos. El profesor de la escuela anotó toda la información y los puso en fila para la ceremonia. Había toda clase de edades desde los ocho años. Cuando estuvimos listos para comenzar, escuchamos un llanto a la distancia. Fui a ver y en el camino pude ver una carreta de bueyes. La Madre sostenía un niño en sus brazos. Después de los bautizos, por curiosidad, le pregunté al padre a qué hora habían partido para llegar al colegio. Me dijo que a las cuatro habían salido; eran pasadas las diez cuando llegaron. Otro hombre llamado Juan Bautista, que no podía leer ni escribir y que no sabía su edad (diría que al menos 80) había caminado más de treinta kilómetros para asistir a la Misa. El Padre Fey informa que viene a la Misa del domingo una vez al mes en Riachuelo, y ésa es una caminata de alrededor de 45 kilómetros.
“Más tarde nos fuimos en medio de una ronda con ‘Vivas los Padrecitos’. Llegamos de vuelta a la casa parroquial a la 1 P.M. Al pensar en los acontecimientos del día, sentí una satisfacción que nunca antes había sentido. Lo sorprendente es que se encuentre esa fe en un país donde los sacerdotes son tan escasos. Esta gente debe haber orado mucho para que estos Padres ‘gringos’ hayan encontrado su camino a 9.000 kilómetros de distancia para ayudarles.”
(The Gasparian, Vol.XII, febrero, 1949, Nº 2, pág.6)