“El gran Festival pre-cosecha en todo Chile, es el de San Sebastián (20 de Enero), hay peregrinaciones a los distintos santuarios dedicados a él. Uno de éstos es nuestra iglesia parroquial en Purranque. Vi a miles de chilenos, recuerda al Padre John Wilson, llenar de vida todas las calles y estaciones, yo también fui a la fiesta. Es impresionante ver a alrededor de 7.000 personas reunirse en esa pequeña ciudad para honrar al santo-soldado. Ellas vienen de lejos y de cerca, ricas y pobres, morenas y blancas, a pie, a caballo, en carreta de bueyes o por tren, trayendo una vela por unos pocos pesos para depositarla a los pies de la estatua. “Para evitar la presión alrededor de la estatua en la iglesia, el Padre Wilson, Párroco de Purranque, la puso en una plataforma fuera de la iglesia. Allí, se ubica una pareja de hombres para recibir las ofrendas y para entregar a cada donante una estampa del santo. Como había tanta gente por todas partes, entré a la iglesia sin darme cuenta que la estatua estaba afuera. También hay un cuadro de San Gaspar que cuelga en uno de los altares laterales con un letrero de treinta centímetros que proclama su nombre y pide oraciones. La mayoría de los indígenas, sin embargo, son inocentes del arte de la pintura y muchos, al ver un cuadro bonito, concluían que era de San Sebastián y prestamente se arrodillaban para rezar.
Una anciana en particular me impresionó. Se arrodilló allí con una vela encendida en cada uno de sus dedos, ocho velas, su rostro brillaba de fervor religioso. Me atreví a acercarme a ella y le pregunté:” ¿Qué está rezando, Señora? Así no más – Sólo rezando, contestó simplemente. Luego le pregunté: ¿Se sabe el Padre Nuestro o el Ave María? No, Padre, respondió calmadamente, ‘Sólo puedo bendecirme a mí misma, no más. Luego volvió a su vigilia hasta que las velas eran meros restos en sus manos cubiertas con cera caliente.
Otra mujer entró, parecía comerciante, colocó un paquete de velas en el altar de San Gaspar y, cuando se arrodilló para orar, me pidió una estampa. Le informé que las estampas las daban en la estatua de San Sebastián. Me miró, luego a San Gaspar, y exclamó un asombrado, “¿No es San Sebastián?” No, está afuera, le aseguré. De un salto estuvo en el altar, agarró sus velas, y sin mirar otra vez, se apresuró en buscar su santo del día. Otra mujer vino, caminó hacia la estatua de San José, cerca del altar mayor, lo miró de cerca y se paró allí vacilante. En ese momento, se aproximó el Padre Wilson, para comenzar la Misa. Sin mayor alharaca, preguntó rápidamente en voz alta: “¿Es ese San Sebastián?” No, replicó el buen párroco. ‘Está allá afuera.” Esa fue toda la alabanza que logró San José.
Pero sería erróneo suponer que estas pocas personas representan a la mayoría de la gente que viene a la fiesta de San Sebastián. Aunque la mayoría de ellos no recibe los sacramentos, a causa de la distancia que tienen que recorrer, muchos vienen en ayunas para poder cumplir con Pascua de Resurrección. Es verdaderamente edificante ver cuántos llegan tarde, incluso a mediodía, ayunando, para poder recibir los sacramentos de la Confesión y de la Comunión.
“…Después de almuerzo, la gente que vive a gran distancia, y rara vez va la ciudad, trae sus guaguas para bautizarlas, mientras otros vienen a casarse. En años pasados, había muchos que venían a cumplir con estas obligaciones religiosas, pero ahora que podemos ir al campo, más frecuentemente, para ejercer el ministerio con ellos, hay menos que esperan hasta la fiesta de San Sebastián para casarse o bautizar sus niños. Este año tuvimos sólo cuarenta y cinco bautismos y cinco o seis matrimonios.
“El clímax del día fue la procesión de la estatua de San Sebastián por las calles del pueblo. Los hombres competían entre sí por el privilegio de llevar la estatua. Oraban y cantaban canciones a medida que avanzaban. Hace tiempo que hemos desistido de tratar de organizar una procesión ordenada. Esta gente no está hecha de esa manera. Alrededor de las cuatro de la tarde, los trenes especiales tocaron su señal y la multitud se deshizo como nieve bajo el sol caliente de abril, dejando sólo el barro y la iglesia cubierta de cera.
“Nosotros los Padres nos damos cuenta que esas celebraciones están lejos de la genuina práctica de la Fe. Las mantenemos por los dos o tres siglos de tradición que hay detrás de ellas, usándolas para ayudar a mantener viva la chispa de la verdadera religión que toda la gente tiene, esperando con ello, llevar a esta gente, lento pero seguro, a la práctica de lo esencial de su religión.” (Precious Blood Messenger, mayo 1956, págs.143-144-145-146, Vol.I).